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Authors: Francisco Narla

Tags: #Narrativa, Aventuras

Assur (63 page)

BOOK: Assur
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—No digas eso, tío, no hables así del generoso precio pagado por Leif Eiriksson —dijo Thyre viendo que su prima Hiodris no se atrevía a intervenir.

Antes de que ella girase el rostro para hablarle a Bjarni, Assur tuvo tiempo de ver sus facciones de cerca. Tenía los labios carnosos y llenos, el inferior era ligeramente más grande, lo que le daba a su boca un aspecto incitador. Los pómulos eran altos, y la piel en ellos brillaba limpia y blanca, con solo unas pecas que parecían danzar allí donde Assur sintió repentinos deseos de posar su mano. El mentón estaba bien definido, aguzando el rostro lo justo para que el conjunto resultase armonioso con la nariz, que era fina y de líneas rectas. Lo que Assur no vio fue la expresión contrita de Víkar al advertir cómo el arponero observaba el rostro de la joven.

Tyrkir había llegado a tiempo de sujetar a Eirik. Y aunque no era fácil contener al antiguo guerrero, el contramaestre lo animaba a escuchar las palabras conciliadoras de Leif, que le hablaba con frases monocordes a su padre.

Assur se dio cuenta de que la joven se giraba y se interponía entre su tío y el enfurecido Eirik. La propia hija de Bjarni, una tal Hiodris según recordaba el hispano, se mantuvo a un lado, evidentemente asustada por la violencia que parecía presagiarse.

—Venerable Bjarni —habló Leif por encima de los gruñidos de rabia de su padre—, si quieres unos cuantos colmillos más —dijo el patrón con aire zalamero—, estoy seguro de que podremos llegar a un acuerdo, pero por ahora, dedícate a beber hasta hacer callar esa lengua tuya, que hoy es día de celebraciones y no de peleas.

Leif bien podía sentirse ofendido por las palabras de Bjarni, pero le preocupaba más cómo reaccionaría el asentamiento si su padre despellejaba a un viejo borracho que solo había cometido el error de ser lenguaraz. El pasado del Rojo pesaba demasiado en algunas conciencias, y el delito del viejuco no justificaba arriesgarse a perder el control de los colonos.

—Mañana mandaré a mis hombres a tu hacienda con unos cuantos colmillos más y zanjaremos este asunto, podrás sustituir los que estén dañados o quedártelos todos, pero cálmate…

Tyrkir sujetaba a Eirik y le hablaba con palabras quedas. Bjarni, ajeno al follón que él mismo había armado, se miraba los dedos intentando contar y trabucándose a cada intento.

—Eso no será necesario —habló la muchacha con voz clara a la vez que obligaba a su tío a retroceder—, el precio pagado es más que justo. No hay daño o falta que reparar —sentenció la joven con contundencia.

Bjarni mostraba sus huesudas manos abiertas como queriendo indicar que no se contentaría con menos de diez colmillos más.

Eirik pareció calmarse al oír las sensatas palabras de la joven y Tyrkir pudo aliviar la presión de los dedos que hundía en los brazos del Rojo.

—En nombre de mi familia pido las más humildes disculpas a la casa de Eirik, hijo de Thorvald. Lamento profundamente el altercado —insistió la muchacha mientras obligaba a su tío a moverse.

La joven empujaba al viejo, que seguía murmurando incoherencias, hacia el portalón de salida y, mientras evitaba que se revolviese, hizo un gesto con el mentón para indicar al resto de los que habían asistido desde casa de Bjarni que había llegado la hora de marcharse.

Todos estaban un tanto sorprendidos de que la joven se hubiese hecho cargo de la situación. Y Leif quiso zanjar la cuestión desviando la atención de su padre.

—Padre, si a fin de cuentas no hubiera tenido ningún mérito despellejar a ese viejales medio ciego —dijo el navegante como si el vigor de Eirik siguiese siendo el de sus años mozos—. No como cuando venciste en aquel duelo a tres escudos al hijo de Hildibrand, que era tan alto como un abeto y campeón de
glima
. Aquello sí fue un combate digno de recordarse… —concluyó Leif con toda la intención.

Aquella referencia a sus viejas glorias pareció contentar a Eirik, que alzó el brazo y ahuecó la mano para que el primero en pasar se encargase de colocarle un cuerno de hidromiel.

—¿Lo recuerdas, padre?

Eirik sonrió radiante y se volvió para echar a caminar hacia su sitial.

—Era un invierno muy duro, llevaba tres semanas nevando cuando… —empezó a narrar el Rojo con evidente ilusión por el recuerdo.

Assur se había quedado en el sitio, mirando hacia el portalón por el que Bjarni y su sobrina habían salido.

—Una joven excepcional, ¿verdad?

El arponero se giró sorprendido para encontrar a un afable Tyrkir que le ofrecía una jarra de hidromiel.

El Sureño observó a Assur con intensidad y el hispano volvió a girarse sin decir nada.

—Thyre, se llama Thyre —dijo Tyrkir con una benévola sonrisa paternalista que arrugaba su rostro curtido.

Con el agitado fin que había tenido la velada, Assur había perdido su oportunidad de hablar con Leif. Más tarde, un sueño inquieto lo había obligado a ser madrugador y, para luchar con la impaciencia que sentía, se decidió por ejercitarse un rato y desentumecer las extremidades anquilosadas por la incómoda noche cortando algo de leña.

El sol ya se había movido un dedo en el horizonte cuando los primeros resacosos empezaron a vaciar la
skali
de Brattahlid y Assur esperaba que Leif, capaz de levantarse siempre animado y fresco, por más exagerada que hubiera sido la noche, como si los abusos de comida y bebida no le hicieran mella, apareciese de un momento a otro.

Sin embargo, el primero de los tripulantes del Mora en salir fue Tyrkir, que lo miró entretenido por unos instantes antes de sonreírle con picardía y seguir camino. Assur supuso que el eficiente contramaestre iría a atender algún asunto relacionado con la puesta a punto del Gnod.

El montón de leños troceados tenía ya la altura de su cintura cuando Leif, bostezando como un oso en primavera, salió del gran salón de su padre. Y como el patrón, siempre afable, se acercó hasta él con la clara intención de darle los buenos días, Assur se decidió a hablar de una vez por todas, sin cuestionarse por más tiempo si era o no el mejor momento.

Leif se sentó pesadamente en uno de los tocones en los que se cortaba la leña y se puso a hablar amigablemente.

—¿Puedes imaginarlo? Aquí no hay más que arbustos retorcidos, azotados por el viento, ni el mejor herrero de los enanos podría aspirar a forjar una azuela capaz de sacar una tabla recta de uno de ellos —dijo el patrón cogiendo uno de los enrevesados leños de los juníperos groenlandeses que el hispano estaba troceando.

En aquellas
tierras verdes
bautizadas por Eirik el Rojo también había algunos alisos, sauces y abedules; la mayoría poco más que raquíticos y enclenques aspirantes a convertirse en verdaderos árboles, pero aun así, Assur pensó que Leif exageraba.

—Los bosques de esas costas de poniente, imagínalo. ¿Recuerdas cómo los describió Bjarni? Altos abetos tiesos como la verga de un novio en su noche de bodas… Nunca más tendríamos problemas con la escasez de madera… Si ese viejo cegato ha dicho la verdad… Por cierto, menudo arranque de tacañería tuvo ese arrugado saco de huesos anoche… —Leif calló un momento y luego cambió de tema—. Espero que mi padre se anime a venir con nosotros, está hambriento de gloria, y sé que le ilusiona pensar en esas nuevas tierras.

—Yo quería hablar sobre eso…

—¿Sobre qué? ¿Sobre la borrachera de Bjarni o sobre lo del viaje al oeste?

Assur no titubeó, pero tal y como recordaba de las lecciones de lógica de Jesse, se esforzó por presentar las proposiciones en el orden conveniente.

—Aparte de las protestas de Bjarni, ¿estás satisfecho con los colmillos de morsa?

La pregunta cogió desprevenido a Leif.

—Eh… Sí, claro que lo estoy, jamás había conseguido un cargamento semejante —contestó Leif divertido por no saber adónde quería llegar el ballenero.

—En Nidaros subía al norte cada verano, hasta las aguas de los rorcuales. Y en invierno trampeaba en los bosques… —Leif asintió—. Cada año lo mismo; no tenía otras opciones, así que lo hacía, aunque no me gusta —dijo Assur abriendo las manos— dar muerte a un animal cuando no lo necesito para comer. Matar por la piel, los cuernos, o lo que sea, me incomoda. Pero sé hacerlo, y sé hacerlo bien… —El hispano resopló antes de seguir—. Y aquí, para obtener marfil, hay que hacer algo parecido, subir al norte cada verano para encontrar las manadas de morsas, y luego cazarlas, todo para conseguir sus colmillos…

Leif estuvo a punto de interrumpir, acotando que en el siguiente verano estarían talando aquellos magníficos abetos de las costas que Bjarni había descrito. Pero sentía curiosidad por el discurso de Assur; que él recordase, a excepción del momento en el que el arponero se había sincerado respecto a su pasado, aquella era la parrafada más larga que le había oído.

—… Y yo podría hacerlo para ti. Cada temporada, siempre que volvieses de tus expediciones, encontrarías un nuevo cargamento de marfil, listo para meterlo en las bodegas de tus barcos.

Assur tomó aliento antes de continuar y Leif permaneció en silencio sin comprender lo que el hispano pretendía.

—A medio día de marcha hacia el este he encontrado un pequeño cabo con un promontorio, es una tierra fértil que nadie ha reclamado hasta ahora —dejó caer finalmente sin más explicaciones.

Leif meditaba antes de dar una respuesta para la que Assur no le dio tiempo.

El hispano habló mirando fijamente a su patrón a los ojos.

—Sé que te debo lealtad, estoy ligado a ti por un juramento, soy uno de los hombres del Mora, lo sé —dijo Assur teniendo muy presente la figura de Gutier—. Y nunca lo olvidaré, lo exige el honor…

Leif no necesitó más explicaciones, cada
jarl
reclamaba de sus hombres fidelidad, y cada patrón ligaba a todos sus tripulantes con una promesa. Pero como su padre había descubierto con la traición de sus aliados, y como él mismo había sufrido en más de una ocasión, la voluntad humana era, en ocasiones, solo tan fuerte como las conveniencias. Y, aunque creía firmemente en la lealtad del arponero, sabía que no ganaba nada corriendo el riesgo. Tampoco entendía qué mejor podía haber para un hombre que partir en busca de fama y reconocimiento, y quiso preguntarle al hispano sus motivos para no desear convertirse en leyenda, pero en realidad, ya había tomado una decisión antes de hablar.

—¿Y la gloria? ¿Acaso no quieres que tus hijos y tus nietos oigan tu nombre de labios de los escaldos? Si llegamos a esas nuevas tierras, la historia nos recordará. Se hablará de nosotros dentro de mil años. ¡Alcanzaremos fama!

Assur se encogió de hombros sin darle importancia a la grandilocuencia de Leif.

—No quiero más gloria que la de ver el trigo crecer en mis propias tierras, y no necesito que la historia me recuerde —dijo el hispano sin dejar de mirar a los ojos del nórdico—. Solo deseo vivir en paz, tener un hogar y sentir que no volveré a perderlo. Nada me queda, y ya no tengo a nadie, lo he perdido todo —se lamentó Assur bajando por primera vez la vista y tocándose la muñeca—, y estoy harto de vagar de un lado a otro del mundo. Si me das permiso, lo único que deseo es volver a sentir que pertenezco a un lugar, que tengo un hogar.

Leif se dio cuenta del sufrimiento que destilaban las palabras que su amigo se guardaba. Como siempre pasaba con el hispano, había mucho más que entender en lo que no decía que en las frases que pronunciaba.

Assur se recompuso de su instante de melancolía y volvió a mirar al patrón a los ojos con serenidad palpable.

El islandés se levantó para que ambos estuviesen cara a cara. A Leif le apenaba no poder contar con el hispano para su próxima travesía, pero le tenía el afecto de sobra como para no obligarlo a hacer algo que no desease. Assur era un hombre con el que se podía contar, un tripulante en el que confiar, era su amigo y deseaba tratarlo con el respeto merecido. Mirando los profundos ojos azules del hispano, Leif vio la tristeza que aquel hombre deseaba olvidar y, aunque hubiera preferido darle su beneplácito sin más y asegurarle que podía hacer con su vida lo que desease, también comprendió que Assur no se conformaría con eso. El arponero era de esa clase de hombres para los que la palabra propia valía más que el oro, y Leif sabía que Assur se sentía deudor de un pago inexplicable. El hijo del Rojo comprendió que, precisamente por el afecto que le tenía, debía permitirle que cazase aquellas condenadas morsas para él.

—Yo mismo me encargaré de explicarle a mi padre los lindes de esas tierras —anunció con solemnidad—. Puedes considerarlas tuyas desde hoy mismo. En cuanto al marfil, solo pongo una condición… —Assur asintió dispuesto a aceptar cualquier acuerdo—. Será únicamente por tres temporadas…

Ambos hombres guardaron silencio por unos instantes. Luego, Leif tendió su mano y Assur le correspondió, cada uno aferró la muñeca del otro y se dieron una fuerte sacudida que selló el acuerdo.

—Gracias —murmuró Assur.

Y, como Leif sabía que no serviría de nada explicarle a aquel cabezota testarudo que no eran necesarios los agradecimientos, soltó su mano y lo envolvió en un abrazo.

Cuando se separaron Leif se sintió contento de ver cómo el gesto siempre serio del hispano se relajaba. Había una luz nueva en aquellos ojos fríos, verla hizo que el navegante sintiera una emoción burbujeante que le alegró el día.

Leif buscaba alguna frase ocurrente y jocosa con la que dar por terminado el asunto con algo de alegría cuando los interrumpieron.

—Lamento molestar —dijo una voz que solo Assur reconoció.

Era Thyre, que cargaba con un fardo de tela encordado. Un par de mechones de su cabello suelto se descolgaban por las mejillas y le rodeaban el rostro, el sol de la mañana los hacía vibrar con reflejos de heno.

—He traído un regalo, para presentar disculpas en nombre de la casa de Bjarni Herlfhojsson —anunció ella—. Es solo un humilde hato de pieles de marta, pero…

Thyre calló al darse cuenta de que estaba a punto de decir algo inapropiado, y fue obvio que el papel que desempeñaba le resultaba incómodo. Los dos hombres se percataron de que la muchacha estaba demasiado nerviosa.

—Eso no era necesario —atajó Leif sin afectación—. Todos sabemos que a veces el hidromiel suelta la lengua con demasiada facilidad.

Ella asintió y el navegante ensanchó su sonrisa comprensivo. Bjarni llevaba años viudo, y el viejo parecía haber aceptado que la muchacha que había acogido a petición de su hermano hiciera los papeles de
husfreya
mientras estuviera con él, y era evidente que a la joven se le estaba haciendo difícil asumir las responsabilidades de la hacienda.

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