Read Boda de ultratumba Online

Authors: Curtis Garland

Tags: #Intriga, Terror

Boda de ultratumba (5 page)

BOOK: Boda de ultratumba
11.56Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—De modo que te marchas —dijo.

—Sí —suspiró Desmond—. Tengo que irme, Charlie. Lo más lejos posible.

—Entiendo. Deseas olvidar.

—Supongo que sí.

—¿Podrás hacerlo?

—No lo sé. Al menos, debo intentarlo. En Londres me sería imposible.

—Nunca hubiera esperado oír eso de ti. Londres te parecía único, lo mejor del mundo.

—He cambiado mucho.

—Ya lo he notado. No bebes apenas, no te vas de juerga, no juegas en los casinos… Estás desconocido, Desmond.

—Quizá. He reflexionado mucho últimamente. Creo que seguir aquella vida no conducía a nada.

—De modo que ese suceso horrible ha sido como una lección para ti.

—Algo así. Me ha hecho contemplar mi vida anterior y rectificar a tiempo. No volveré a arruinarme por mi mala cabeza, eso seguro.

—Sospecho que no existe la menor posibilidad de ello, querido amigo —rió con buen humor Charles—. Tus cinco mil guineas te están reportando unas saneadas rentas que sobrepasan tus gastos. Nadie habría pensado algo así de Desmond Doyle hace unos meses.

—Lo sé. Ni yo mismo, te lo confieso —Doyle meneó la cabeza, contemplando Berkeley Square desde el ventanal de su living—. Ya no debo nada a nadie y sé dominar mis emociones y mis pasiones. Es algo milagroso.

—Yo siempre he dicho que el hombre casado siempre sienta la cabeza—bromeó Charles tomando un sorbo de Oporto.

—Por favor, no bromees con eso —le pidió rápidamente Desmond con gesto sombrío—. No hables de ello, te lo ruego.

—Perdona. Soy un necio. No debí mencionar eso, y menos aún en plan de chanza.

—No es que quiera olvidarlo. Sé que eso es difícil. Pero no me gusta gastar bromas sobre algo tan desagradable.

—Una mujer viva te habría hecho olvidar mucho más deprisa. ¿Por qué no aceptaste a Eileen? Ella volvía a ti.

—Eileen Haversham —suspiró Doyle con irritación—. Claro, su postura era muy cómoda. Y la de su familia. Cuando las deudas me agobiaban, ella rompió su compromiso conmigo y sus padres me reclamaron judicialmente el pago de lo adeudado. Cuando tú les devolviste aquel día hasta el último penique y yo reaparecí con una pequeña fortuna en mis manos, la bella Eileen rectificó, volviendo a mí generosamente. No, gracias. No me gustan las mujeres egoístas, las que le abandonan a uno en los malos momentos, Charlie. Nunca más volveré a acercarme a ella, te lo prometo.

—Quizá tengas razón. Ha sido un buen escarmiento para ella y sus parientes, desde luego.

Paseó por la estancia, saboreando el contenido de su copa mientras Desmond contemplaba a los paseantes en la soleada tarde primaveral de Mayfair. De pronto, se detuvo e hizo una pregunta, sin mirar a su amigo:

—Por cierto…, ¿encontraste la…, la tumba?

Desmond se estremeció. Tardó un poco en contestar.

—Si —musitó al fin—. La encontré.

—No me hablaste de ello.

—¿Para qué? Era una tumba como cualquier otra. Todas son iguales.

—¿Dónde está?

—En Saint John's Burial Garden, en la iglesia de Wellington Road. Es una tumba sencilla. Una lápida y una cruz, eso es todo.

—¿Tiene su nombre inscrito?

—Sí.

—¿Qué nombre, Desmond? —Charles Heyward se volvió hacia él ahora.

—Cheryl Doyle —Desmond tragó saliva—. Muerta el once de febrero de 1920, a los veinte años de edad. Su esposo no la olvida. Eso dice la lápida, Charlie.

—Ya —Heyward se acercó a su amigo mirándole con fijeza—. ¿Vive alguien en la mansión de Regent's Park?

—No, nadie. Está cerrada, abandonada. Los vecinos no han visto a nadie por allí últimamente. La casa, dicen, siempre tuvo mala fama.

—¿Por qué?

—Bueno, al lado hay una empresa de pompas fúnebres. Pero eso no es todo. Dicen que en tiempos de la Reina Victoria la habitó una familia extraña y algo misteriosa, los Cavanaugh. Luego la ocuparon los Courteney.

—¿Cómo eran ellos?

—Nadie me lo ha querido decir. Eluden comentarlo, salen con evasivas. Sólo logré saber que los padres de Cheryl murieron en un naufragio y ella se quedó sola con su servidumbre y su administrador y tutor, un tal Harry Oxley, aunque creo que tenía algún familiar en las Colonias. Allí vivió de ese modo hasta el día de su repentino fallecimiento.

—¿Supones que este tutor, Harry Oxley, fuese tu misterioso «señor Smith»?

—Es muy posible que fuera él, sí. Pero si lo era, jamás ha vuelto tampoco a la finca. Ni él, ni el mayordomo. La casa está en venta. La inmobiliaria que tramita el asunto nada sabe o nada quiere decir.

—Sí que fue un asunto extraño y oscuro, Desmond.

—Lo fue, sin duda alguna. Y sigue siéndolo, Charlie.

—Si los Courteney eran ricos, podrías incluso pedir tu herencia legal, como esposo de Cheryl Courteney… —se detuvo al ver el gesto de su amigo—. Perdona, no debí decir eso tampoco, pero esta vez no bromeaba. Legalmente, tienes derecho a ello, supongo.

—Legalmente, estoy tan soltero como antes, tú lo sabes —se irritó Doyle—. Nadie puede casarse con un cadáver. Ese matrimonio es nulo por sí mismo, es una simple locura sin sentido.

—Una locura que se te pagó muy bien, Desmond. Me pregunto por qué.

—Yo también. Pero no encuentro respuesta. Tal vez todos estaban locos en esa casa, no sé. Lo importante ahora es tratar de olvidar. Y es lo que haré. Lejos de aquí, ausente de Londres por unos meses o unos años, no sé aún.

—¿Y adónde piensas ir?

—Muy lejos, ya te lo dije. A América. A Nueva York.

—¡Nueva York! —se sorprendió Heyward—. Nunca imaginé que fueses tan lejos, Desmond.

—Aquella tierra es diferente. Se trata de otro mundo. Puede que sirva.

—Servirá, estoy seguro. Pero voy a echarte mucho de menos. ¿Cuándo será el viaje?

—La semana próxima. Ya tengo reservado pasaje en un transatlántico. Te escribiré en cuanto llegue, para que sepas adónde dirigirme tus cartas.

—Espero que lo hagas. Eres mi mejor amigo, quizá el único —suspiró Charles apoyando una mano en su hombro afectuosamente—. Mi querido Desmond, a pesar de todo me alegro por ti. Ese viaje puede hacerte mucho bien en el futuro.

—Con esa esperanza lo hago —el gesto taciturno de Doyle se iluminó repentinamente—. Pero dejemos las tristezas de la despedida ahora. ¿Qué tal si salimos un poco por ahí? No volveré al juego ni a los prostíbulos, pero Londres tiene muchas otras diversiones que merecen la pena, ¿no te parece?

—Desde luego —aceptó Heyward entusiasmado—. Eso es diferente, amigo mío. Empiezas a parecerte ya un poco más al viejo Desmond Doyle que yo conocía. Vamos a divertirnos un poco por la ciudad, aunque sea según tus nuevas costumbres honestas y morigeradas.

El transatlántico abandonó el puerto de Southampton.

En el muelle quedó la gente que había ido a despedir a los pasajeros. Entre ellos, Charles Heyward agitando su mano al ya invisible Doyle asomado a la borda. Poco a poco, el buque fue adentrándose en el mar. El humo formaba un penacho sobre sus tres chimeneas.

Charles regresó a su flamante
Ford Coupé,
adquirido gracias a que Desmond le había podido devolver también a él sus deudas unos meses atrás.

Al abrir la portezuela, una voz femenina le hizo girar la cabeza.

—Hola, Charles —le saludaron.

Miró a la que hablaba. Vestía un gracioso traje de seda con casquete de igual tejido, salpicado de pedrería. Un abrigo de pieles cubría sus hombros a pesar de que el día era primaveral.

—Hola, Eileen —respondió Charles, galante, quitándose el sombrero de paje con cortés inclinación—. No sabía que hubieras venido a despedir a Desmond…

—Él tampoco lo sabía. No me dejé ver. Pero le vi abrazarte y subir la pasarela hasta llegar a bordo —había una leve humedad en los ojos pardos de la joven de pelo castaño y labios pintados de rojo oscuro—. Tuve que dominarme mucho para no correr a darle también un abrazo.

—¿Por qué no lo hiciste?

—Él no lo habría aceptado. Está dolido conmigo. Y con mis padres. Es justo. Yo rompí con él por culpa de ellos. Pero eso no me exime de culpa. Debí estar a su lado entonces, y en vez de eso le abandoné cobardemente. Tiene toda la razón para odiarme.

—Él no te odia, Eileen. Sólo se busca a sí mismo. Por eso emprende ese viaje.

—Me desprecia, que es peor. Pero nunca imaginé que abandonaría Londres. ¿Qué le ha ocurrido realmente, Charles?

—No sé —se evadió él—. Imagino que el trance sufrido antes de su nuevo cambio de fortuna le ha dejado huella. Es natural, ¿no?

—¿Cómo pudo cambiarle así la fortuna? —preguntó ella, inquisitiva, clavando sus ojos en él—. No tiene sentido. Estaba totalmente arruinado. Ahora, no sólo ha saldado todas sus deudas, sino que dispone de dinero abundante. ¿Acaso hizo algo malo?

—No, no —rió Charles—. No temas, no hizo nada reprobable. Al contrario, ha cambiado mucho. Ya no es el de antes. No bebe apenas, no dilapida su dinero, no se corre juergas por ahí… Es otro hombre. Debemos alegrarnos por él.

—Yo me alegro, Charles, pero…

—Pero, ¿qué? —preguntó él, mirándola con fijeza.

—No sé… —de repente asomó algo a los ojos de la joven. Algo parecido al miedo—. He tenido un sueño repetido últimamente… Estoy asustada, Charles.

—¿Asustada por un sueño? —preguntó él, sorprendido.

—Sí. Es una horrible pesadilla. En ella aparece Desmond, que se aleja de mí… Y siempre va con la misma mujer… Una hermosa joven, de cabello negro, ojos oscuros, intensamente pálida, tan bella como fantasmal. Viste de novia y va del brazo de Desmond, caminando hacia alguna parte. Yo llamo a Desmond repetidamente, pero él parece no oírme. De pronto, es ella quien se vuelve y me mira… Sonríe…, y su cara ya no es hermosa ni pálida. Es una horrenda calavera… Después, los dos se hunden en una tumba abierta…, y en ese punto me despierto. El sueño se ha repetido ya tres o cuatro veces, Charles.

Estaba tan ensimismada contando su pesadilla, que ni siquiera captó la palidez repentina de Heyward, ni la expresión aterrada de sus ojos. El joven tragó saliva y logró articular unas pocas palabras precipitadas mientras subía a su coche:

—Es tarde, debo irme —se excusó—. Debes olvidar esos sueños, sólo son pesadillas sin sentido… ¿Te llevo a alguna parte?

—No, gracias —rechazó ella tristemente—. Tengo ahí mi propio coche, Charles. Perdona si te he molestado con mis tonterías. Pero no puedo evitarlo. Tengo
miedo…

Él hizo un comentario risueño y trivial, un gesto de despedida, y arrancó. Al alejarse de Eileen Haversham, su rostro en cambio era sombrío.

Dios mío… —murmuró—. Ese sueño… La descripción de la mujer…, corresponde exactamente a Cheryl Courteney… Menos mal que Desmond no llegó a oírlo.

4

Abigail Chandler era feliz.

Daba vueltas y vueltas por la habitación, radiante, cantando alegremente entre dientes, la expresión risueña, los ojos iluminados.

—Es el día, tía Emma… ¡Es mi día! —clamaba con entusiasmo, sin dejar de danzar—. Me siento tan dichosa que no puedo contenerme.

—No seas chiquilla —sonrió su tía bondadosamente—. ¿Qué pensará tu prometido, si te ve haciendo todo esto?

—Oh, tía, él lo comprenderá. Lo comprende todo, es adorable. Le amo locamente, me siento llena de felicidad a su lado. Y tan protegida… Sé que él jamás me abandonará. Que a su lado no puedo correr ningún peligro.

Al dar vueltas, su rubia cabellera flotaba como una guedeja de oro al aire libre, dando a su rostro juvenil un aire casi aniñado. La resplandeciente alegría que iluminaba su bonita cara la hacía aparecer aún más bella y más dulce que nunca. Los azules ojos eran dos destellos radiantes.

—Déjate de palabrería ahora, y empieza a vestirte de una vez —pidió su tía Emma severamente, aunque con la sonrisa bailándole en las amables pupilas, tan celestes como las de su sobrina—. Se aproxima la hora y el novio puede impacientarse si la novia no llega puntual a la cita ante el altar. Supongo que no querrás quedarte compuesta y sin boda, precisamente por tanto dar rienda suelta a tu alegría.

—Cielos, tía Emma, tienes razón —murmuró, apurada, mordiéndose el gordezuelo labio inferior y dejando de tararear el charlestón de moda—. Qué loca soy. Ni siquiera me daba cuenta de la hora que es ya…

Corrió presurosa al armario y empezó a sacar ropa de él. La puerta se abrió, y una doncella entró llevando en sus brazos el traje de novia. Comenzaron los preparativos apresurados, bajo la sabia dirección de la tía Emma.

Atolondrada y feliz, la joven Abigail se equivocaba constantemente, demorando así el momento de estar lista para la ceremonia.

Su tía la reprendió con severidad:

—Si no te estás quieta, no podré hacer nada contigo. ¿Quieres ser formal de una vez por todas, criatura, y dejarte vestir? A este paso, novio e invitados van a ver crecer su barba considerablemente. Y no hablemos nada del reverendo.

Abigail rió, pero apresurándose a mostrarse más formal. Gracias a ello, minutos más tarde, una resplandeciente novia rubia, de tez sonrosada y expresión feliz, salía de casa de los Chandler, en la Quinta Avenida neoyorquina, rumbo a la capilla de la Calle Cuarenta y Tres, donde iba a celebrarse la ceremonia de esponsales. Un lujoso y flamante
Packard
rojo, descapotable, de blancos neumáticos, aguardaba a la puerta, para conducir a la novia hasta el lugar de la boda.

A la entrada de la capilla, junto a un blanco y suntuoso modelo de
Kissel Roadster,
también descapotable, aguardaba enfundado en su chaqué el novio, mirando impaciente la hora, mientras el órgano, dentro del templo, repetía la Marcha Nupcial de Mendelssohn una y otra vez, a la espera de la novia y su padrino.

Cuando el
Packard
rojo apareció por la esquina cercana, el novio y los demás invitados lanzaron un suspiro de alivio. En el vehículo llegaba la novia, en compañía de su tía Emma, de su tío Zachary, el padrino, y de varias invitadas amigas.

—Ya está ahí —suspiró Desmond Doyle, volviéndose a la elegante dama que permanecía junto a él, con el velo alzado sobre el rostro, bajo el elegante sombrero de plumas. Sus manos, enguantadas en terciopelo gris, jugueteaban nerviosas con un collar de perlas de varias vueltas. El novio añadió, arreglando algo nervioso su corbata de plastrón—: ¿Está todo en orden, querida madrina?

—Sí, Desmond —sonrió la dama risueñamente—. No temas, estás guapísimo. La novia no va a abandonarte al pie del altar, estoy segura de ello. ¡Qué más quisiera yo, para suplirla de inmediato!

BOOK: Boda de ultratumba
11.56Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The White Lioness by Henning Mankell
Not Me by Michael Lavigne
Sexual Solstice by Bradley, Tracey B.
Entangled by Hancock, Graham
Flail of the Pharoah by Rosanna Challis