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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (2 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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Cliff no parecía impresionado. Yo sin embargo estaba consternada.

—Mira —le dije—, lo único que quiero es sentarme y tomarme una copa tranquilamente. —Señalé con la cabeza hacia el escenario donde un posadolescente enredaba con los cables de los amplificadores—. ¿Cuándo empieza?

El gorila se encogió de hombros.

—Es nuevo. Creo que dentro de una hora más o menos. —Sonó un cacharrazo seguido por risas al caerse un amplificador del escenario—. Puede que sean dos.

—Gracias. —Ignorando la risita cantarina de Jenks me abrí paso entre las mesas vacías hacia un banco en un rincón oscuro. Elegí el que estaba bajo una cabeza de alce y me senté hundiéndome casi diez centímetros más de lo debido en el flácido cojín. En cuanto encontrase al pilluelo me largaría de allí. Era insultante. Llevaba en la si tres años, siete si contaba los cuatro de práctica, y allí estaba, haciendo trabajos de novata. Eran los becarios los que se encargaban de las tareas rutinarias de la policía de Cincinnati y los barrios al otro lado del río, a los que llamaban los Hollows. Nosotros nos encargábamos de los casos sobrenaturales que la afi (Agencia Federal del Inframundo) no podía controlar. Los encantamientos menores y el rescate de espíritus familiares de los árboles eran algunas de las competencias de los becarios de la SI. Pero yo era una cazarrecompensas profesional. ¡Joder!, yo era demasiado buena para esto, ya lo había demostrado. Fui yo sólita la que encontró y detuvo al grupo de brujas que practicaban magia negra que habían logrado franquear los hechizos del Zoo de Cincinnati para robar los monos y vendérselos a un laboratorio ilegal. Pero ¿acaso me reconocieron el mérito? No.

Fui yo quien descubrió que el pirado que desenterraba cuerpos en los cementerios estaba relacionado con la serie de muertes en el ala de transplantes de un hospital humano. Todo el mundo pensaba que estaba reuniendo material para hacer hechizos ilegales y no que en realidad les hacía un encantamiento temporal a los órganos para venderlos en el mercado negro como sanos.

¿Y los robos en los cajeros automáticos que asolaron la ciudad las Navidades pasadas? Me costó seis encantamientos simultáneos hacerme pasar por hombre, pero finalmente atrapé a la bruja que había estado usando una combinación de hechizos de amor y de olvido para atracar a los incautos humanos. Aquella fue una captura especialmente satisfactoria. Tuve que perseguirla por tres calles sin tiempo para echarle una maldición cuando se volvió para golpearme con lo que podría haber sido un amuleto letal, así que estaba perfectamente justificado que yo la dejara tiesa con una patada circular. Es más, la AFI llevaba tres meses tras ella y yo solo tardé dos días en atraparla. Quedaron como idiotas. Pero ¿acaso me dijeron «buen trabajo, Rachel»? ¿Me llevaron al menos en coche al edificio de la SI con mi pie hinchado? No.

Y últimamente la cosa iba a peor: chavales que pirateaban la tele con hechizos, robos de espíritus familiares, hechizos de bromas pesadas y, cómo olvidar mi favorito, dar caza a los troles de debajo de los puentes y alcantarillas antes de que se comiesen toda la argamasa. Se me escapó un suspiro y eché un vistazo al bar. Patético.

Jenks esquivó mis apáticos intentos por apartarlo como a una mosca cuando volvió a acomodarse en mi pendiente. Que le pagasen triple por salir conmigo no era una buena señal.

Una camarera vestida de verde se acercó, demasiado alegre para ser tan temprano.

—¡Hola! —dijo haciendo ostentación de dientes y hoyuelos—. Me llamo Dottie y seré vuestra camarera de hoy. —Sin dejar de sonreír plantó tres bebidas frente a mí: un bloody mary, un old fashioned y un shirley temple, qué encanto.

—Gracias, bonita —dije sin mucho entusiasmo—. ¿Quién me invita?

Miró hacia la barra, intentando aparentar cierta sofisticación pero resultando más bien como una estudiante en el gran baile del instituto. Al asomarme por un costado de su delgada cintura ceñida por un delantal vi a los tres tipos de miradas lascivas. Era una tradición muy antigua. Aceptar una bebida implicaba aceptar la invitación posterior. Otra preocupación más para la señorita Rachel. Parecían normales, pero nunca se sabe.

Viendo que la conversación se acababa ahí, Dottie se largó a hacer las cosas que hacen las camareras.

—Investígalos, Jenks —le susurré y el pixie salió volando con las alas rosas por la emoción. Nadie lo vio acercarse, un ejemplo de vigilancia pixie en su máximo exponente.

El bar estaba tranquilo, pero como había dos camareros tras la barra, un hombre mayor y una chica, imaginé que se animaría pronto. El Sangre y Brebajes era un local conocido en el que los normales se mezclaban con los del inframundo para después volver en coche cruzando el puente con las ventanillas subidas y el cierre echado, sobreexcitados y creyéndose alguien. Un humano solitario destaca entre los habitantes del inframundo como un grano en la cara de la reina del baile, sin embargo cualquier inframundano puede aparentar ser humano. Es una estrategia de supervivencia acuñada desde antes de Pasteur. Por eso eran útiles los pixies, ellos y las hadas podían, literalmente, olfatear a un inframundano en menos que cantaba un gallo.

Desganada, repasé el bar medio vacío cuando mi estado de ánimo agrio se difuminó en una sonrisa al ver a una cara conocida de la agencia: Ivy.

Ivy era una vampiresa, la cazarrecompensas estrella de la SI, Nos habíamos conocido hace varios años durante mi último año de prácticas, cuando nos emparejaron durante doce meses para realizar trabajos semi independientes. A ella la acababan de contratar como cazarrecompensas profesional después de seis años de universidad en lugar de los dos años de diplomatura y cuatro de prácticas que yo hice. Creo que emparejarnos fue en realidad una especie de broma que se le ocurrió a alguien.

Me moría de miedo al pensar que tenía que trabajar con una vampiresa, viva o muerta, hasta que descubrí que no era vampiro practicante y que había renunciado a la sangre. Éramos como la noche y el día, pero sus puntos fuertes eran mis debilidades. Ojalá pudiese decir que sus debilidades eran mis puntos fuertes, pero Ivy no tenía ninguna debilidad, aparte de su tendencia a planificarlo todo hasta el último detalle.

No habíamos trabajado juntas desde hacía años y a pesar del ascenso que me dieron a regañadientes, Ivy tenía un rango superior al mío. Ella siempre decía las palabras adecuadas a la gente adecuada en el momento adecuado. También ayudaba ser de la familia Tamwood, un apellido tan antiguo como la misma Cincinnati. Era el último miembro vivo de la familia, con alma propia y tan viva como yo, a pesar de haberse infectado del virus vampírico a través de su madre cuando aún vivía. El virus la había atacado cuando todavía estaba en el útero, proporcionándole así un poco de ambos mundos, el de los vivos y el de los muertos.

Respondiendo a mi saludo, se acercó despacio. Los hombres de la barra se daban codazos volviéndose los tres para admirarla. Ella les lanzó una mirada de indiferencia y juro que incluso oí un suspiro.

—¿Cómo te va, Ivy? —le pregunté al tiempo que se sentaba en el banco frente a mí.

Haciendo rechinar el plástico del asiento, Ivy se reclinó en el banco apoyando la espalda en la pared, y colocó los tacones de sus botas altas en el banco dejando ver sus rodillas por encima de la mesa. Me sacaba media cabeza, pero mientras que yo parecía simplemente alta, ella se veía esbelta y elegante. Su aire ligeramente oriental le daba un aspecto enigmático, reforzando así mi teoría de que la mayoría de las modelos debían de ser vampiros. Ella también se vestía como una modelo: una sencilla falda de cuero y una blusa de seda, todo de primera, hecho para vampiros y por supuesto de color negro. Su pelo hacía una suave onda morena, acentuando la palidez de su piel y la forma ovalada de su rostro. Hiciese lo que hiciese con su pelo siempre le quedaba exótico. Yo podía pasarme horas peinándome y el resultado siempre era rojo y encrespado. El señor Cejijunto no se habría confundido con ella, era demasiado elegante.

—Hola, Rachel —dijo Ivy—. ¿Qué haces en los Hollows? —Su voz sonaba melodiosa y grave, fluía con la suavidad de la seda—. Creía que estarías haciendo méritos para un cáncer de piel en la costa esta semana —añadió—. ¿Sigue Denon mosqueado por lo del perro?

Me encogí de hombros tímidamente.

—Qué va. —En realidad al jefe casi le había explotado una vena y por poco no me degradó a fregona de la oficina.

—Fue una equivocación comprensible. —Ivy echó la cabeza hacia atrás con un movimiento lánguido que dejó ver su largo cuello. No tenía ninguna cicatriz en él—. Podría haberle pasado a cualquiera.

A cualquiera menos a ella, pensé con amargura.

—¿Ah sí? —dije en voz alta, acercándole el bloody mary—. Bueno, dime si ves a mi objetivo —dije haciendo sonar los amuletos que llevaba en las esposas, tocando el trébol tallado en madera de olivo.

Sus finos dedos rodearon el vaso como si lo acariciasen. Esos mismos dedos podrían romperme la muñeca si se lo propusiera. Tendría que esperar a estar muerta para tener la fuerza suficiente para quebrarla sin inmutarse. Aun así seguía siendo mucho más fuerte que yo. La mitad de la bebida roja descendió por su garganta.

—¿Desde cuando le interesa a la SI un leprechaun? —preguntó observando el resto de mis amuletos.

—Desde la última vez que al jefe se le cruzaron los cables.

Se encogió de hombros y se sacó su crucifijo de debajo de la blusa para mordisquear provocativamente la cadena. Sus colmillos eran afilados, como los de un gato, pero no eran más grandes que los míos. La versión aumentada le saldría cuando muriese. Aparté la vista de sus dientes para fijarme en la cruz. Era tan larga como mi mano y estaba hecha de plata bellamente trabajada. Ivy había empezado a llevarla recientemente para irritar a su madre. No se llevaban precisamente bien.

Busqué con los dedos la diminuta cruz de mis esposas pensando que debía de ser duro que tu madre estuviese no muerta. Yo solo había conocido a unos pocos vampiros muertos. Los muy viejos eran muy reservados y los más recientes solían atraer a las estacas, a no ser que aprendiesen a ser más reservados.

Los vampiros muertos no tenían conciencia alguna, eran la pura encarnación de los instintos más implacables. La única razón por la que seguían las reglas de la sociedad era porque para ellos resultaba como un juego. Y los vampiros muertos sabían mucho de reglas. Su existencia dependía de reglas que, de ser incumplidas, producían la muerte o el sufrimiento. La regla más importante, por supuesto, era no exponerse al sol. Necesitaban sangre fresca a diario para mantenerse sanos. Les valía la sangre de cualquiera y el acto de arrebatársela a los vivos era el único placer del que disfrutaban. Además eran muy poderosos, con una fuerza y resistencia increíbles. También poseían la habilidad de sanar con una rapidez sobrehumana. Era muy difícil destruirlos, salvo mediante la consabida decapitación o clavándoles una estaca en el corazón.

A cambio de sus almas tenían el don de la inmortalidad. También venía acompañado de la pérdida de la conciencia. Los vampiros más viejos decían que era la mejor parte: la capacidad de saciar todas sus necesidades carnales sin sentir la culpa cuando alguien moría para proporcionarte placer y mantenerte sano un día más.

Ivy poseía ambas cosas: el virus vampírico y un alma. Estaba atrapada entre ambos mundos hasta su muerte, cuando se convertiría en una verdadera no muerta. Aunque no fuese tan poderosa o peligrosa como un vampiro muerto, la capacidad de soportar el sol y poder profesar un culto sin sufrir dolor le habían granjeado la envidia de sus hermanos.

Los eslabones de metal de la cadena que Ivy llevaba al cuello tintineaban rítmicamente contra sus dientes perlados mientras yo ignoraba sus sensuales gestos con una nada improvisada compostura. Me gustaba más cuando era de día y demostraba un mayor control sobre su naturaleza depredadora sexual.

Mi pixie volvió y aterrizó en la flor artificial colocada en un jarrón lleno de colillas.

—¡Dios mío! —exclamó Ivy dejando caer su cruz—. ¿Un pixie? Denon debe de estar muy cabreado.

Las alas de Jenks se congelaron un instante antes de volver a convertirse en un torbellino.

—¡Piérdete, Tamwood! —dijo con voz estridente—. ¿Qué te crees, que las hadas son las únicas con buen olfato?

Hice un gesto de dolor cuando Jenks aterrizó con fuerza en mi pendiente.

—Solo lo mejor de lo mejor para la señorita Rachel —dije con ironía. Ivy se rió, haciendo que se me erizase el pelo de la nuca. Añoraba el prestigio que me daba trabajar con ella, pero seguía poniéndome de los nervios—. Puedo volver más tarde si crees que te fastidio tu misión —añadí.

—No —dijo ella—, quédate ahí. Tengo a un par de chupasangres encerradas en el baño. Las pillé captando a menores. —Con la bebida en la mano se deslizó hasta el final del banco y se puso de pie estirándose sensualmente, dejando escapar un quejido casi inaudible—. Parecían muy chapuceras para tener un hechizo de transformación —añadió—, pero he dejado a mi buho fuera por si acaso. Si intentan escaparse rompiendo una ventana serán comida para pájaros. Solo me queda esperar a que salgan. —Bebió de su vaso mirándome con sus ojos marrones por encima del borde—. Si atrapas al tuyo pronto ¿te parece que compartamos el taxi de vuelta al centro?

El suave tono peligroso de su voz me obligó a asentir inmediatamente antes de que se marchara. Mis dedos jugueteaban nerviosos con un rizo de mi pelo. Ya veríamos si me subía a un taxi con ella; dependería de la pinta que tuviese a esas horas de la madrugada. Puede que Ivy no necesite sangre para sobrevivir, pero era obvio que la deseaba a pesar de su compromiso público de abstenerse.

Hubo ciertas condolencias en el bar al ver que solo quedaban dos bebidas en mi mesa. Jenks seguía revoloteando excitado.

—Relájate, Jenks —le dije intentando evitar que me arrancase el pendiente—. Me gusta tener un ayudante pixie; las hadas no mueven un dedo sin el visto bueno de su sindicato.

—¿Verdad que sí? —saltó Jenks haciéndome cosquillas con el aire que levantaba al mover las alas frenéticamente—. Y solo por un pegajoso poema anterior a la Revelación escrito por un borrachuzo se creen que son mejores que nosotros. Es pura publicidad, Rachel, no es más que eso. Las muy roñosas, ¿sabías que les pagan más a las hadas que a los pixies por el mismo trabajo?

—¿Jenks? —le interrumpí apartándome el pelo del hombro—. ¿Qué has averiguado en la barra?

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