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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (34 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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Tocaron en el marco de la puerta y di un respingo. Jonathan entró, esquivando a Faris.

—El equipo médico está aparcando la ambulancia. Se desharán de Faris. La SI solo necesita una declaración. —Me dedicó una mirada de desprecio—. ¿Qué le pasa a tu bruja?

—Sácame de aquí, Trent —repetí poniéndome frenética—. ¡Sácame!

Corrí al fondo de mi jaula. Con el corazón latiéndome con fuerza subí a la segunda planta y me arrojé contra los barrotes, intentando volcar la jaula. ¡Tenía que salir de allí!

Trent sonrió con expresión tranquila y serena.

—La señorita Morgan acaba de comprender lo persuasivo que puedo llegar a ser. Dale un golpe en la jaula.

Jonathan vaciló, confuso.

—Creía que no quería que la martirizase.

—En realidad te dije que no te dejaras llevar por la ira cuando no supieses cómo iba a reaccionar una persona. Yo no estoy actuando en un momento de ira. Le estoy enseñando a la señorita Morgan cuál es su nuevo lugar en la vida. Está en una jaula y puedo hacer con ella lo que quiera. —Sus fríos ojos se quedaron mirando fijamente a los míos—. Golpea la jaula.

Jonathan sonrió. Con la carpeta que llevaba en la mano golpeó la jaula. Me encogí por el fuerte ruido incluso a pesar de ver venir el golpe. La jaula se sacudió y tuve que aferrarme a la rejilla del suelo con las cuatro garras.

—Cállate, bruja —añadió Jonathan, con un brillo de regodeo en sus ojos. Me escabullí para esconderme en mi casita. Trent le acababa de dar permiso para atormentarme todo lo que quisiese. Si las ratas no me mataban, lo haría Jonathan.

Capítulo 21

—Vamos, Morgan, haz algo —susurró Jonathan empujándome con el palo. Me estremecí e intenté no reaccionar.

—Sé que estás enfadada —dijo, y cambió de posición para clavarme el palo en el costado.

El fondo de mi jaula estaba lleno de lápices; todos ellos mordisqueados y partidos por la mitad. Jonathan llevaba atormentándome intermitentemente toda la mañana. Después de varias horas bufando y embistiéndole, reconocí que mis rabietas no solo eran agotadoras, sino que eran toda una satisfacción para este sádico. Ignorarlo no era ni de lejos tan placentero como arrancarle de la mano los lápices y romperlos a mordiscos, pero esperaba que finalmente se cansase y se fuese.

Trent se había marchado para su almuerzo y su siesta hacía media hora. El edificio estaba en silencio, ya que todo el mundo se relajaba cuando Trent salía. Jonathan sin embargo parecía que no iría a ninguna parte. Se contentaba con quedarse y hostigarme mientras comía pasta. Ni siquiera quedándome en el centro de la jaula me libraba de él. Simplemente se buscó un palo más largo. Mi casita había desaparecido hacía tiempo.

—Maldita bruja, ¡haz algo! —dijo Jonathan moviendo al palo para darme golpecitos en la cabeza. Me golpeó una, dos, tres veces justo entre las orejas. Mis bigotes temblaron. Notaba cómo se me aceleraba el pulso y me dolía la cabeza, pero me resistí a hacer algo. Al quinto golpe no puede aguantarlo más. Me levanté y partí el palo en dos con un mordisco de frustración.

—¡Eres hombre muerto! —chillé arrojándome contra los barrotes—, ¿me has oído? Cuando salga de aquí eres hombre muerto.

Jonathan se enderezó y se pasó los dedos por el pelo.

—Sabía que podía lograr que te movieses.

—Prueba a hacer eso cuando salga —susurré, temblando furiosa.

El sonido de unos tacones por el pasillo se fue haciendo más fuerte y me acurruqué aliviada. Reconocí su cadencia. Al parecer Jonathan también. Se incorporó y se alejó un paso. Sara Jane entró en la oficina sin llamar a la puerta como hacía habitualmente.

—¡Oh! —exclamó bajito, llevándose la mano al cuello del nuevo traje que se había comprado el día anterior. Trent pagaba a sus empleados por adelantado—. Jon, lo siento. Creía que ya no quedaba nadie aquí. —Hubo un incómodo silencio—. Iba a darle a
Angel
las sobras de mi almuerzo antes de salir a hacer unos recados.

Jonathan la miró por encima del hombro.

—Ya se las doy yo.

Oh, por favor, no
, pensé. Probablemente las mojase en tinta antes, si es que llegaba a dármelas. Las sobras del almuerzo de Sara Jane eran lo único que comía y estaba medio muerta de hambre.

—Gracias, pero no hace falta —dijo y me sentí más aliviada—. Ya cierro yo la oficina del señor Kalamack si quiere irse.

Sí, eso, vete
, pensé con el pulso acelerado.
Vete para que pueda intentar decirle a Sara Jane que soy una persona
. Llevaba queriendo hacerlo todo el día, pero la única vez que había podido intentarlo con Trent mirando, Jonathan había golpeado mi jaula «accidentalmente» tan fuerte que la tiró.

—Estoy esperando al señor Kalamack —dijo Jonathan—. ¿Seguro que no quieres que se las dé yo?

Una mirada engreída cruzó su habitualmente estoico rostro cuando se acercó al escritorio de Trent fingiendo que lo estaba ordenando. Mis esperanzas de que se fuese desaparecieron. Sabía lo que hacía.

Sara Jane se agachó para ponerse a mi altura. Sus ojos parecían azules, pero no podía estar segura.

—Seguro. No tardaré mucho. ¿Va a trabajar hoy el señor Kalamack durante la hora del almuerzo? —preguntó.

—No, solo me ha pedido que lo espere.

Me arrastré hacia delante al oler a zanahoria.

—Toma,
Ángel
—dijo la mujercita con una agradable voz mientras abría un paquetito hecho con una servilleta—. Hoy solo tengo zanahorias, se les había terminado el apio.

Miré hacia Jonathan con recelo. Estaba comprobando la punta de los lápices que había en el cubilete de Trent. Con mucho cuidado me acerqué a por la zanahoria. De pronto sonó un fuerte golpe y di un salto.

Una sonrisita asomó en los finos labios de Jonathan. Había dejado caer una carpeta sobre la mesa. La mirada de Sara Jane estaba tan cargada de cólera que hubiera podido cortar leche.

—Pare de una vez —le dijo indignada—. No deja de molestarla todo el día. —Con los labios apretados empujó la zanahoria dentro dé la jaula—. Toma, encanto —dijo con tono apaciguador—. Toma tu zanahoria. ¿No te gusta el pienso?

Hizo caer las zanahorias y dejó los dedos asomando dentro de la jaula.

Los olisqueé y dejé que sus uñas agrietadas por el trabajo manual me rascasen la cabeza. Me fiaba de Sara Jane y mi confianza no se ganaba fácilmente. Creo que era porque ambas estábamos atrapadas y ambas lo sabíamos. Era poco probable que ella supiese algo de los negocios sucios de Trent, pero era demasiado lista para no preocuparse por la forma en la que su predecesora había muerto. Trent iba a usarla igual que a Yolin Bates para luego dejarla muerta en cualquier callejón.

Se me hizo un nudo en el pecho como si fuese a ponerme a llorar. Me llegó un ligero aroma a secuoya casi oculto por su perfume. Me sentí deprimida y me llevé las zanahorias hacia el centro de la jaula. Allí me las comí lo más rápido que pude. Olían mucho a vinagre y me pregunté por los gustos en cuanto a aliños de ensalada de Sara Jane. Solo me había dado tres zanahorias, podría haberme comido el doble.

—Creía que vosotros los granjeros odiabais a los asesinos de gallinas —dijo Jonathan fingiendo indiferencia mientras me vigilaba por si actuaba de forma poco normal para un visón.

Las mejillas de Sara Jane se ruborizaron y se levantó rápidamente. Antes de que pudiese decir nada alargó el brazo en busca de equilibrio y se apoyó en mi jaula.

—Oooh —dijo con la mirada perdida—, me he levantado demasiado rápido.

—¿Estás bien? —le preguntó Jonathan con un tono monótono que sonaba como si no le importase en absoluto.

—Si, sí, estoy bien —contestó ella llevándose una mano a los ojos.

Dejé de masticar al oír unos pasos amortiguados por el pasillo y entonces entró Trent. Se había quitado su abrigo y únicamente su ropa era lo que le hacía parecer un ejecutivo de la lista
Fortune
en lugar de un jefe de socorristas.

—Sara Jane, ¿no es tu hora del almuerzo? —le preguntó amablemente.

—Ya me iba, señor Kalamack —dijo. Antes de irse nos lanzó una mirada de preocupación a Jonathan y a mí. Sus tacones resonaron débilmente en el pasillo hasta desaparecer. Me sentí aliviada de que Trent estuviese allí, así probablemente Jonathan me dejaría en paz y podría comer.

El arrogante hombre se sentó despacio en una de las sillas frente a la mesa de Trent.

—¿Cuánto tiempo? —dijo cruzando las piernas con un tobillo sobre la rodilla de la otra pierna y mirándome directamente a mí.

—Depende.

Trent echó de comer a sus peces algo que sacó de una bolsa para congelar. El pez amarillo saltaba en la superficie provocando suaves sonidos.

—Debe de ser fuerte —dijo Jonathan—, no creí que a ella le afectase en absoluto.

Dejé de masticar. ¿Ella? ¿Sara Jane?

—Yo creí que quizá sí —dijo Trent—. Estará bien. —Se giró y vi su cara arrugada en un gesto pensativo—. En adelante tendré que ser más directo en mis indicaciones. Toda la información que me trajo en relación a la industria de la remolacha azucarera apuntaba a un mal negocio.

Jonathan se aclaró la garganta condescendientemente. Trent cerró la bolsa y la guardó en el armarito bajo la pecera. Se acercó a su mesa e inclinando su rubia cabeza ordenó sus papeles.

—¿Por qué no usa un hechizo, Sa'han? —dijo Jonathan descruzándose de piernas y levantándose. Se alisó las arrugas de su pantalón de vestir—. Imagino que eso sería más seguro.

—Va contra las normas hechizar a los animales que compiten.

Trent garabateó una nota en su agenda y una sonrisa amarga cruzó la cara de Jon.

—¿Pero las drogas sí están permitidas? Eso tiene mucho sentido.

Mastiqué más despacio. Estaban hablando de mí. El sabor del vinagre era aun más fuerte en esta última zanahoria y me hormigueaba la lengua. Dejé caer la zanahoria y me toqué las encías. Las tenía dormidas. Maldita sea. Era viernes.

—¡Cabrón! —grité, arrojando el resto de zanahoria a Trent, pero rebotó en la jaula—. Me has drogado. Has drogado a Sara Jane para engañarme.

Furiosa me arrojé contra la puerta, estirando el brazo e intentando llegar al pestillo. Me entraron náuseas y mareos.

Los dos hombres se acercaron mirándome fijamente. La expresión de dominación de Trent me dio escalofríos. Aterrorizada subí corriendo la rampa hacia la segunda planta y luego bajé por la escalerilla. Me molestaba la luz en los ojos. Tenía la boca dormida. Tropecé y perdí el equilibrio. ¡Me había drogado!

En medio de mi ataque de pánico comprendí que iban a abrir la puerta. Esta podría ser mi única oportunidad. Me quedé quieta en el centro de la jaula, jadeando. Lentamente me dejé caer.
Por favor
, pensé desesperada. Por
favor, abrid la puerta antes de que me duerma de verdad
. Respiraba agitadamente y mi corazón se aceleraba. No sabría decir si era por mis esfuerzos o como consecuencia de las drogas.

Los dos hombres permanecían en silencio. Jonathan me pinchó con un lápiz. Dejé que mi pierna se sacudiese como si no pudiese moverla.

—Creo que está dormida —dijo con un tono de excitación en la voz.

—Dale un poco más de tiempo.

La luz me dio en los ojos cuando Trent se apartó y los entreabrí un poco.

Jonathan sin embargo estaba impaciente.

—Iré a buscar el transportín.

La jaula se movió cuando quitó el pestillo de la puerta. Se me aceleró el pulso cuando los largos dedos de Jonathan se cerraron alrededor de mi cuerpo. Me revolví resucitando y le clavé los dientes en un dedo.

—¡Maldita canina! —maldijo Jonathan, sacando la mano rápidamente de la jaula y arrastrándome con ella. Solté el bocado y caí al suelo con un golpe seco. No me dolía nada. Todo mi cuerpo estaba dormido. Me dirigí hacia la puerta arrastrándome, pues mis patas no reaccionaban.

—¡Jon! —exclamó Trent—. ¡Cierra la puerta!

El suelo tembló y se escuchó un fuerte portazo. Titubeé un instante, incapaz de pensar con claridad. Tenía que huir, ¿dónde demonios estaba la salida?

La sombra de Jonathan se acercó. Le enseñé los dientes y vaciló, intimidado por mis diminutos incisivos. El acre olor del miedo lo bañaba. El matón estaba asustado. Hizo un rápido movimiento hacia delante y me agarró por el cogote. Me retorcí y le volví a hundir los dientes en la parte blanda del pulgar.

Gruñó de dolor y me soltó. Caí al suelo.

—¡Maldita bruja! —gritó. Yo me tambaleaba incapaz de correr. Notaba la sangre espesa de Jonathan en la lengua. Sabía a canela y a vino.

—Vuelve a ponerme la mano encima —dije casi sin resuello— y te arranco el pulgar de cuajo.

Jonathan retrocedió asustado. Fue Trent quien me atrapó. Cada vez más aturdida por las drogas, no pude hacer nada. Sus dedos estaban agradablemente fríos. Me acunó entre sus manos y me depositó delicadamente en el transportín. Cerró la puerta y echó el pestillo, sacudiendo toda la jaula.

Me hormigueaba la boca y se me revolvía el estómago. Levantaron la jaula de transporte y describiendo un suave arco aterricé en la mesa de Trent.

—Aún tenemos unos minutos antes de irnos. Mira a ver si Sara Jane tiene alguna crema antibiótica en su mesa para esos mordiscos.

La suave voz de Trent se fue difuminando tanto como mis pensamientos. La oscuridad se apoderó de todo y perdí la consciencia, maldiciéndome a mí misma por mi estupidez.

Capítulo 22

Alguien hablaba. Al menos, eso me parecía. En realidad había dos voces y ahora que estaba recuperando la habilidad de pensar me daba cuenta de que llevaban alternándose un buen rato. Una era la de Trent. Su maravillosamente líquida voz me devolvió de nuevo la consciencia. Como ruido de fondo se oían los agudos chillidos de las ratas.

—Rayos —susurré dejando escapar un leve quejido. Tenía los ojos abiertos y los cerré trabajosamente. Estaban tan secos como el papel de lija. Tras un par de parpadeos igualmente dolorosos las lágrimas volvieron a fluir. Lentamente las paredes grises de mi jaula transportín se hicieron nítidas a mi vista.

—¡Señor Kalamack! —gritó una voz dándole la bienvenida. El mundo empezó a dar vueltas conforme giraba la jaula—. Los de arriba me dijeron que estaba usted aquí. Me alegro mucho. —La voz se aproximó—. ¡Y trae un participante! Ya verá, ya verá —dijo el hombre con entusiasmo mientras sacudía arriba y abajo la mano que le había tendido Trent—. Traer un participante hace que los combates sean muchísimo más entretenidos.

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