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Authors: Jude Watson

Cautivos del Templo (10 page)

BOOK: Cautivos del Templo
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Xánatos lo bloqueó.

—¡Tu precioso Templo está condenado! —gritó—. Cuando ese idiota de Miro Daroon active el último enlace del sistema, el horno de fusión explotará. El Templo saltará por los aires. Si no fuera así, ¿De verdad crees que hubiera permitido que los Jedi me siguieran?

Qui-Gon se tambaleó tanto por la sorpresa como por un ataque inesperado de Xánatos.
¿Estaría diciendo la verdad?

El Maestro Jedi, desesperado, se dio cuenta de que no tenía forma de averiguarlo.

Qui-Gon extendió el brazo y atacó con rabia desde la izquierda. Los dos sables láser entrechocaron. Durante un instante, los rostros de los contendientes estuvieron muy cerca. Los ojos de Xánatos ardían con una extraña luz. La pálida cicatriz semicircular de su mejilla brillaba.

—Aquello que adoras puede destruirte —dijo en voz baja, pero Qui-Gon escuchó bien cada palabra—. ¿No lo has aprendido todavía?

Qui-Gon miró hacia arriba y vio cómo parpadeaban las luces de la Cámara del Consejo. Después del sistema de alumbrado, Miro activaría el sistema de comunicación; y después los propulsores de los turbotransportes del complejo entero. El sistema de aire sería lo último.

Qui-Gon calculó que quedaban unos tres minutos antes de la explosión. Quizá cuatro. Eso si Xánatos decía la verdad.

—No estás seguro, ¿verdad? —se mofó Xánatos—. ¿Dejarás que muera tu precioso padawan para poder matarme? Ya intentó alejarse de ti una vez. ¿Por qué no te libras de él para siempre?

Qui-Gon dudó, con el sable láser en posición de ataque. Sabía que podía vencer a Xánatos, pero ¿cuánto tiempo le llevaría?

En esa milésima de segundo, Xánatos miró hacia abajo. Un aerotaxi volaba a unos veinte metros por debajo de la cornisa. Qui-Gon se abalanzó hacia él, pero Xánatos saltó de la cornisa y cayó sobre el aerotaxi. Qui-Gon pudo apreciar la sorprendida mirada de pánico del conductor cuando Xánatos le levantó tranquilamente del asiento y lo dejó caer al vacío.

Qui-Gon tenía menos de un segundo para decidir. Podía saltar, aterrizar en el taxi, forcejear con Xánatos y acabar con todo aquello para siempre.

El segundo transcurrió y Xánatos desapareció. Qui-Gon, furioso, desactivó el sable láser y corrió hacia la ventana abierta.

El Maestro Jedi saltó al interior y corrió, activando el intercomunicador mientras avanzaba. Intentó localizar a Miro, pero los campos de comunicaciones no estaban en pleno funcionamiento.

Estaba a medio camino del turbotransporte cuando se dio cuenta de que éste aún no estaría operativo. La frustración de Qui-Gon se convirtió en pánico. ¿Cómo podría llegar al Centro Técnico a tiempo?

De repente, Obi-Wan irrumpió en el vestíbulo por las escaleras.

—Va a hacer explotar el Templo —le dijo Qui-Gon—. Tenemos que llegar al Centro Técnico.

Obi-Wan ya se había puesto en marcha.

—Sígueme.

Capítulo 19

Mientras corrían por el pasillo, Qui-Gon preguntó cauteloso:

—¿Y Bant?

—Está bien —dijo Obi-Wan brevemente—. Bruck ha muerto.

Un manto de tristeza cubría el rostro de Obi-Wan. Qui-Gon supo que más tarde necesitaría hablar de ello.

—Estudié los diagramas del Templo —le dijo Obi-Wan, cambiando de tema mientras doblaban una esquina—. Llegaremos más rápido si atravesamos la infraestructura del edificio.

Obi-Wan saltó hacia delante y abrió un conducto de ventilación de una patada. Qui-Gon vio que iba descalzo.

—Las botas de Garen entorpecían mis movimientos —explicó mientras se introducía en el conducto.

Qui-Gon le siguió. Descendieron por un corto tramo del conducto de aire y llegaron a una entrada de servicio. Obi-Wan la manipuló, la abrió y subió a través de ella.

Era muy estrecha, pero Qui-Gon lo consiguió. Podía ponerse de pie. Estaban en una pasarela rodeados de maquinaria.

Qui-Gon escuchó un sonido grave y lento.

—Los propulsores están encendiéndose —dijo.

—Por aquí —Obi-Wan descendió por la pasarela, llegó a una escalera vertical y la bajó. Qui-Gon le seguía de cerca.

La escalera les condujo a una puerta de servicio. Obi-Wan la empujó. Habían bajado diez pisos.

—Hay una escalera trasera a la derecha —dijo Obi-Wan a Qui-Gon mientras corrían uno junto a otro por el pasillo—. Nos llevará al túnel horizontal que se emplea para transportar alimentos desde el comedor a la enfermería.

Llegaron al túnel y Obi-Wan le hizo señas a Qui-Gon para que entrara. Qui-Gon se agazapó en el reducido espacio. Obi-Wan se apretó a su lado. Entonces, sin perder el tiempo, Obi-Wan introdujo los comandos adecuados. En cuestión de segundos, ambos se vieron succionados por el túnel hacia una rampa. Cuando llegaron al final, Obi-Wan pateó una puerta para abrirla.

Salieron a una de las salas de descanso de la enfermería. Qui-Gon sabía que estaban en el mismo piso que el Centro Técnico, pero también sabía que un túnel separaba ambas zonas.

Qui-Gon miró su cronómetro.

—Nos queda un minuto —le dijo a Obi-Wan. La cara de Obi-Wan estaba empapada en sudor.

—El conducto del gas —se volvió y echó a correr. Qui-Gon le siguió. A través de una ventana pudo ver que un conducto de aire discurría por el túnel.

—¿Adonde lleva ese conducto?

—Justo donde nosotros queremos —dijo Obi-Wan agarrando con los dedos una rejilla que daba al túnel y sacándola. La arrojó a un lado y se introdujo en el conducto—. Este es el sistema de conducción para el gas que hace funcionar los congeladores empleados para almacenar los medicamentos.

Qui-Gon se metió como pudo por la abertura. El conducto no era lo suficientemente alto como para permitirles ponerse de pie. El Maestro Jedi siguió a Obi-Wan de cerca mientras se arrastraban a toda velocidad por el túnel.

—Obi-Wan, ¿qué pasará si Miro comprueba el funcionamiento del sistema de conducción de gas al activar los conductos de aire? —preguntó Qui-Gon.

Hubo un silencio.

—No estoy seguro —respondió Obi-Wan.

Qui-Gon sabía que el gas era tóxico, pero decidió callárselo. No tenía por que contárselo a Obi-Wan. El chico se dio cuenta de que algo pasaba y aceleró la marcha todavía más.

Treinta segundos. Qui-Gon intentó moverse con fluidez y elegancia. Era un hombre corpulento, y no era muy rápido a gatas en un espacio reducido. El Maestro Jedi sintió la Fuerza rodeando a Obi-Wan frente a él. En el reducido espacio, parecía vibrar alrededor de ambos, proporcionándoles fuerza y agilidad.

Qui-Gon vio luz. Se estaban acercando a la rejilla.

Obi-Wan se lanzó como un rayo por la abertura y Qui-Gon le siguió. Miro estaba de pie ante la consola, con los dedos volando por los mandos.

—¡Para! —gritaron Obi-Wan y Qui-Gon al unísono.

—No actives el sistema de circulación del aire —le advirtió Qui-Gon—. Tiene una bomba.

No parecía posible que la translúcida piel de Miro pudiera palidecer, pero durante un momento brilló como si fuera un fantasma. El técnico apartó las manos de la consola rápidamente.

—Tenemos que encontrar el virus —dijo Qui-Gon, aproximándose a la consola.

Miro introdujo un código y la pantalla azul que les rodeaba se llenó de números y gráficos.

—Ya hice una comprobación total antes de apagarlo todo —dijo—. No encontré nada. No hay más programas en el sistema que el mío. ¿Estás seguro de eso, Qui-Gon?

—No —dijo Qui-Gon indeciso—. Xánatos puede haber mentido, pero no podemos correr el riesgo.

—Puedo hacer las comprobaciones de nuevo —dijo Miro pulsando botones—. Quizá me olvidé de algo.

Obi-Wan contempló la pantalla azul, intentando descifrar el código del sistema. Qui-Gon se alejó. Sabía que Miro era mucho mejor que él con los sistemas técnicos.

Pero había algo que Qui-Gon podía hacer y que Miro no; entrar en la mente de Xánatos.

Qui-Gon cerró los ojos y recordó la última lucha contra Xánatos en la cornisa. La debilidad de su enemigo era su necesidad de mostrarse fuerte. A menudo, Xánatos hacía comentarios que dejaban entrever a Qui-Gon los diabólicos recovecos de su mente.

Y Xánatos se enorgullecía de su elegancia. Hiciera lo que hiciera, siempre sería retorcido.

Qui-Gon recordó el malvado regocijo que mostraba la expresión de Xánatos. Sí, había algo personal en lo que había hecho. Una bofetada final dedicada a los Jedi.

Aquello que adoras puede destruirte...

Qui-Gon abrió los ojos de par en par.

—Miro, ¿dónde está la fuente principal de energía del sistema? —exclamó.

—En el núcleo central —respondió Miro. A continuación, atravesó la estancia y abrió una puerta de duracero con un letrero que decía: "Horno de fusión'"—. Aquí.

Qui-Gon atravesó corriendo la puerta y se encontró en una pequeña sala circular. Una pasarela rodeaba el núcleo central y una escalera bajaba hasta él.

—Éste es el reactor de fusión —explicó Miro—. Las fuentes de energía están alineadas en formación. Bajan hasta una altura de diez pisos. Estoy haciendo una segunda comprobación de las fuentes de energía, pero no he visto nada la primera vez...

—No —murmuró Qui-Gon—. Ni lo verás. El Maestro Jedi bajó por las escaleras.

—No se te ocurra reiniciar el sistema —le gritó a Miro. Qui-Gon no tardó mucho en llegar al núcleo. Lo rodeó despacio, pasando las manos por los distintos cuadrantes y, al cabo de unos segundos, descubrió un compartimento con un letrero que decía: "Acceso al horno de fusión".

Qui-Gon tiró de una palanca y el compartimento se abrió. Escondidos en el interior se encontraban los Cristales de Fuego Sanadores.

Qui-Gon colocó con reverencia los brillantes artefactos en un pliegue de su túnica. Le calentaron la piel de inmediato. A continuación, subió por la escalera hasta Miro y Obi-Wan, que le esperaban ansiosos, y les mostró los Cristales.

—Estaban en el horno de fusión —dijo a Miro.

—Habrían funcionado como una fuente de acumulación de energía —dijo Miro. La voz le falló ligeramente y se aclaró la garganta—. La energía necesaria para reiniciar el sistema les habría hecho provocar una reacción en cadena. Si hubiera girado la llave...

—Lo que adoramos nos habría destruido —terminó Qui-Gon.

Capítulo 20

El Templo volvió a la normalidad mucho más rápido de lo que cualquiera hubiera esperado. Los sistemas entraron en funcionamiento, los estudiantes volvieron a sus habitaciones, llegaron nuevas remesas de alimentos y se retomaron las clases.

Obi-Wan se sentía fuera de lugar. Él no volvía a la normalidad. Seguía recordando el roce de la punta de los dedos de Bruck. De vez en cuando se miraba la mano y abría y cerraba el puño, recordando cómo había agarrado el aire en lugar de coger a Bruck.

Bruck había intentado matar a su amiga y Obi-Wan estaba contento de haberle detenido; pero había sido responsable de la muerte de otra persona, y no podía olvidarlo.

Obi-Wan sólo tenía un objetivo en ese momento: hablar con Bant.

La joven había sido llevada a la enfermería para hacerle un chequeo médico. Se encontraba perfectamente. Lo único que necesitaba era descansar, así que le permitieron ausentarse de las clases durante un día.

Obi-Wan la buscó por todas partes y acabó encontrándola donde menos esperaba: junto a la cascada. Estaba sentada en una roca contemplando el lago donde había estado a punto de morir. Bant siempre se sentaba lo más cerca posible del lago, para que el agua le salpicara suavemente la piel.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó dulcemente Obi-Wan, sentándose a su lado.

—Éste es uno de mis sitios favoritos del Templo —respondió Bant con los ojos plateados fijos en la cascada—. No quiero que lo que pasó aquí estropee esa sensación. Estuve a punto de morir aquí, pero hubo otra persona que perdió su vida. Esta experiencia me ha enseñado más sobre ser un Jedi que mil clases —se volvió hacia Obi-Wan—. Espero que no te culpes por la muerte de Bruck.

—Sé que hice todo lo que pude para salvarle —dijo Obi-Wan—, pero me sigue pesando.

—Es normal —dijo Bant—. Se ha perdido una vida. Cuando estaba vivo, tuvo la oportunidad de cambiar.

—Bant, siento muchísimo lo de... —comenzó a decir Obi-Wan de repente.

—No —le interrumpió Bant con suavidad—. No es necesario que te disculpes. Me salvaste la vida.

—Sí es necesario —dijo Obi-Wan con firmeza—. Lo necesito —se miró las manos posadas sobre su regazo—. Estaba enfadado y celoso, y lo que sentía me importó más que tus sentimientos.

—Estabas preocupado por tu futuro —dijo Bant—. Tenías miedo de perder a Qui-Gon.

Obi-Wan suspiró y contempló la laguna turquesa.

—Creí que podía volver al Templo y que todo sería igual que antes, que el Consejo me perdonaría y me aceptaría de vuelta, y que Qui-Gon cambiaría su forma de pensar. Pero soy yo el que tiene que cambiar. Ahora me doy cuenta de que lo que hice no tiene fácil arreglo. Quizá ni siquiera tenga arreglo. Me he dado cuenta de cómo me ha afectado lo que hice, y de cómo eso ha influido en la relación entre Maestro y padawan. Ésa es la razón por la que un Jedi tarda tanto en escoger un padawan y por qué lo hace con tanto cuidado. Requiere mucha confianza. Yo me pregunto ¿y si Qui-Gon me hubiera rechazado?, ¿y si se hubiera alejado de mí después de haberle confiado mi vida?, ¿cómo me sentiría? Sí, le perdonaría, pero ¿volvería a unirme a él? ¿Podría depositar en él toda mi confianza? —Obi-Wan miró a Bant a los ojos y sintió desolación en su interior—. Yo no sé la respuesta —concluyó—. ¿Cómo puedo esperar que Qui-Gon la sepa?

—Creo que podrías volver a confiar en él —dijo Bant lentamente—. Y Qui-Gon también en ti. Todo esto acaba de ocurrir. No habéis tenido tiempo de sentaros a pensar, y mucho menos de dialogar entre vosotros. Has pasado por muchas cosas. Algo pasó en Melida/Daan que no quieres contarme —se detuvo—. Cuando estés preparado, me gustaría escucharlo.

Obi-Wan tomó aire. No podía decir su nombre en voz alta, pero supo que tenía que hacerlo. Sabía que, una vez transcurrido ese momento, quizá no volviera a hablar de ella con ningún ser vivo y, en ese instante, algo dentro de él moriría.

—Se llamaba Cerasi —cuando lo dijo, Obi-Wan sintió una intensa punzada de dolor atravesándole, pero también se sintió aliviado al pronunciar su nombre—. Cerasi —repitió. Levantó la cara y sintió el agua salpicándole delicadamente. De repente, se sintió más fuerte, como si el espíritu vibrante de Cerasi estuviera a su lado y le tocara el hombro—. Teníamos una conexión que no puedo explicar. No era porque nos conociéramos desde hacía tiempo, ni el resultado de un montón de horas juntos. No era por haber compartido secretos o confidencias. Era algo más.

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