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Authors: Jude Watson

Cautivos del Templo (9 page)

BOOK: Cautivos del Templo
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—He aprendido bien, ¿verdad? —preguntó Bruck mientras mostraba sus fieros ojos azul claro—. Xánatos me mostró el auténtico poder. ¡Los Jedi se arrepentirán de haberme rechazado!

—Nunca te rechazaron —dijo Obi-Wan, esquivando el golpe de Bruck. Luego se quedó a la defensiva, esperando el siguiente ataque. Si tiraba de la lengua a Bruck, quizá pudiera encontrar a Bant. Mientras esquivaba y golpeaba, sus ojos escrutaban el lugar. Obi-Wan buscaba una pista que le indicara en qué lugar bajo la pulida superficie de las lagunas que le rodeaban se encontraba su amiga.

—¡Nadie me escogió como padawan! —gritó Bruck, gruñendo mientras asestaba un golpe brutal hacia las piernas de Obi-Wan.

Obi-Wan saltó hacia atrás.

—Sería porque no estabas preparado.

—¡Estaba preparado! —gritó Bruck. Su expresión se tornó astuta—. Más preparado que tú, Obi-Wan. Tú eres el que ha deshonrado a la Orden.

Obi-Wan sabía que Bruck intentaba hacerle perder los nervios, y las palabras habían dado en el blanco. Su siguiente golpe estuvo movido por la rabia. Vio la sonrisa satisfecha de Bruck.

Sí. Bruck había aprendido bien de Xánatos.

—Siempre fui mejor que tú —le tanteó Bruck—. Ahora, además, soy más fuerte.

Pero Obi-Wan sabía que él también era más fuerte.

Gracias a Qui-Gon era un luchador más inteligente, más sensato y con mejor estrategia.

Mientras no me deje llevar por la ira.

Obi-Wan recordó que Qui-Gon le había dicho tras la batalla en la plataforma que Xánatos le había apartado sutilmente de lo que quería ocultar: el deslizador aéreo. Ahora, Obi-Wan se preguntaba si el aprendiz había aprendido del Maestro. ¿Estaría Bruck alejándole lentamente del lugar donde ocultaba a Bant?

Dando un gran salto, Obi-Wan lanzó un ataque repentino. Sus furiosas embestidas hicieron retroceder a Bruck. Obi-Wan siguió atacando, llevándole por el camino. El sudor emanaba de su cuerpo mientras blandía incesantemente el sable láser, atacando a Bruck desde todos los ángulos.

Se hallaban cerca de la cascada principal. Normalmente, el agua caía a una profunda laguna, pero como Miro había desconectado todos los sistemas, la cascada estaba seca.

Pero la laguna no. A Obi-Wan casi se le paró el corazón cuando vislumbró un brillo celeste bajo el azul zafiro del agua. ¡La túnica de Bant! El miedo casi le hizo atragantarse, pero se esforzó por mantener la calma. Obi-Wan hizo retroceder a Bruck inexorablemente hasta que llegaron a la orilla del agua.

Bant estaba en el fondo. Tenía el tobillo encadenado a una pesada ancla. Obi-Wan se sintió aliviado al ver unas pequeñas burbujas emergiendo a la superficie. Seguía viva.

Bant podía aguantar bajo el agua mucho rato, pero necesitaba oxígeno para respirar. ¿Cuánto tiempo llevaría ahí abajo?

—No tiene buena pinta, ¿verdad? —comentó Bruck mientras se aprovechaba de la distracción de Obi-Wan para asestarle un golpe a dos manos.

Obi-Wan alzó el sable láser y rechazó el ataque. Mientras temblaba por el impacto, gritó el nombre de Bant, apelando a la Fuerza para llegar a ella.

Los ojos de Bant se abrieron lentamente y luego parpadearon, pero apenas pareció ver a Obi-Wan. Cerró los ojos de nuevo.

¡Aguanta, Bant!

Pero Obi-Wan no percibió respuesta alguna. La Fuerza en el interior de Bant se desvanecía. Podía sentirlo. Bant estaba a punto de morir.

—Así es, Obi-Wan —le tanteó Bruck—. Bant se muere. Y yo no tendré que mover un dedo. Sólo dejaré que lo presencies. La habríamos liberado si hubiéramos conseguido el tesoro, pero otra persona morirá ante ti. Delante de tus ojos. Como tu amiga Cerasi. Oí a los otros Jedi contar cómo la fallaste.

Al oír el nombre de Cerasi, algo se rompió dentro de Obi-Wan. La entereza por la que había luchado se desvaneció. El muchacho atacó a Bruck con furia, sin preocuparse por la estrategia o la elegancia.

Sorprendido, Bruck retrocedió por el montículo que formaba la cascada. Era una escarpada cuesta rocosa por la que resultaba peligroso andar. Obi-Wan iba a por Bruck sin piedad, empujándole hacia arriba para hacerle perder el equilibrio. Sus sables láser se enredaban. Obi-Wan asestaba cada golpe con todas sus fuerzas, lo que le provocaba un intenso dolor en los músculos de los brazos. Las botas de Garen le venían pequeñas y le dificultaban el paso.

Bruck llegó al punto más alto de la colina, plantó los pies firmemente en el suelo y blandió el sable hacia Obi-Wan, apuntándole al pecho. Obi-Wan se ladeó para esquivar el golpe, pero las rocas cubiertas de musgo le hicieron resbalar y se cayó sobre una rodilla. El dolor le atravesó el cuerpo, seguido por el miedo.

Si perdía el combate, Bant moriría.

Todavía sobre una rodilla, Obi-Wan se las arregló para rechazar los ataques de Bruck. Había dejado entrar a la rabia en su corazón... Y eso resultaba mortal en batallas tan intensas.

La debilidad muscular que había sentido en la habitación de Tahl volvió. Apenas podía mover el sable láser para rechazar los golpes de Bruck. Intentó utilizar la Fuerza de nuevo, pero parecía tan resbaladiza como las rocas cubiertas de musgo.

—Adiós, Obi-Patán—dijo Bruck burlón.

Bruck le había puesto ese mote cuando estudiaban en el Templo, burlándose de sus largas piernas y de sus ocasionales tropiezos durante los entrenamientos.

Al recordar la crueldad de Bruck, una repentina pasión por la venganza creció en Obi-Wan. Había ignorado esa crueldad en el pasado, pero ahora era peligrosa. Xánatos le había convertido en un asesino.

La ira creciente le nubló la vista. Odiaba a Bruck más que a cualquier criatura viviente. La ira no dejó espacio para la Fuerza, sino que creó un vacío que él llenó de rabia. La rabia se unió al miedo y al pánico, y creó una oscura nube que amenazaba con apoderarse de él por completo.

Bruck observó el cambio en sus ojos. Sus propios ojos azules brillaron con cruel satisfacción. A continuación agarró la empuñadura del sable láser con ambas manos y lo alzó.

En esa milésima de segundo, Obi-Wan contempló las semillas de su propia derrota.

Este es el momento. El peor momento es cuando tienes que acatar el Código.

Aleja tus dudas, padawan, y deja que la Fuerza fluya en tu interior.

Obi-Wan alzó el sable y dejó fluir la ira y el miedo en su interior, expulsándolos con cada exhalación. Miró en su interior y buscó el centro de su calma.

Bruck, confiado, hizo descender su sable, pero Obi-Wan detuvo el golpe. La distracción le costó cara a Bruck. Obi-Wan se levantó y subió a la cima de la colina. Llegó justo en el momento en el que Bruck le asestaba el siguiente golpe. Obi-Wan lo esquivó, pero no consiguió mantener el equilibrio lo suficiente para contraatacar. No importaba. Había recobrado la calma. Podía recuperar el equilibrio. Ahora sabía que podía vencer a Bruck.

Pero Bruck estaba igualmente seguro de su victoria. La caída de Obi-Wan y su paso inseguro le habían convencido de que la batalla era suya. La debilidad de Bruck siempre había sido su exceso de confianza, cuando pensaba que estaba a punto de ganar...

Obi-Wan rodeó a Bruck y, poniendo en práctica una nueva estrategia, saltó desde una roca, pasó por encima de su adversario y cayó a sus espaldas. Sólo necesitaba un momento para mirar el cronómetro sin que Bruck se diera cuenta.

Miro iba a apagar los sistemas durante doce minutos. Sólo le quedaban unos doce segundos antes de que Miro comenzara a reactivar los diferentes sistemas, uno por uno. En primer lugar, el de seguridad. Luego, los sistemas hidráulicos.

Obi-Wan se adelantó y empujó a Bruck hacia el lecho seco de la cascada. El joven Jedi siguió rechazando los golpes y atacando, pero bajó un poco la intensidad de sus ataques para que Bruck siguiera confiándose.

—¿Te cansas, Obi-Patán? No te preocupes. No tardaré mucho en acabar contigo.

Obi-Wan vio por el rabillo del ojo la luz roja de seguridad del panel de servicio. Pronto llegaría el agua.

La coleta de Bruck se agitó cuando el muchacho giró para atacar a Obi-Wan por la izquierda. En lugar de parar el golpe, Obi-Wan se apartó a un lado. El impulso arrojó a Bruck al lecho seco de la cascada.

Obi-Wan oyó un estruendo distante. Si Bruck lo escuchó, no llegó a entender su importancia. Todo su ser estaba orientado hacia la ira y el deseo de victoria.

El agua manó de las tuberías ocultas y salió a borbotones formando un torrente. Obi-Wan había medido su contraataque, y Bruck se vio de repente rodeado de agua. Apenas podía mantenerse en pie, pero consiguió blandir el sable láser una vez más para asestarle otro golpe a Obi-Wan...

El sable dio en el agua y se apagó con un zumbido.

—Ya está, Bruck —dijo Obi-Wan—. Ríndete.

—¡Jamás! —gritó Bruck con fiereza y con los ojos aún llenos de odio.

El rostro de Bruck se deformó en una mueca de rabia frustrada. Se inclinó para buscar algo que arrojarle a Obi-Wan, quizás alguna de las rocas que había bajo la cascada, pero el agua lo empujaba y le hizo resbalar en las rocas cubiertas de musgo. Bruck perdió el equilibrio y retrocedió tropezando hasta el mismo borde de la cascada. Allí, se tambaleó un momento en el borde, con los ojos llenos de incredulidad y pánico.

Con un movimiento fluido, Obi-Wan desactivó su sable láser, saltó hacia delante y alargó una mano hacia Bruck para ayudarle a ponerlo a salvo.

Pero era demasiado tarde. Bruck, presa del pánico, empezó a agitar los brazos y se desequilibró aún más. Cuando cayó de espaldas al vacío, Obi-Wan sintió cómo las puntas de los dedos de su oponente acariciaban las suyas durante un instante.

Obi-Wan dio un paso adelante y su rostro se contrajo en una expresión de disgusto. El cuerpo de Bruck golpeó contra una roca, cayó y dio contra otra. Finalmente aterrizó en la hierba seca junto a la cascada. Tenía la cabeza ladeada de forma antinatural y estaba inmóvil.

Obi-Wan reunió la Fuerza en su interior y saltó desde lo alto de la cascada.

Cayó en el agua, lejos de las rocas, y se impulsó por el agua fría. Nadó rápidamente hasta la orilla y saltó a la hierba. Una vez junto a Bruck, le buscó el pulso.

Estaba muerto. Obi-Wan supuso que había muerto en el acto. Tenía el cuello roto.

No tenía tiempo de pararse a pensar lo que sentía. Tenía que salvar a Bant. Obi-Wan buscó en los bolsillos de la túnica de Bruck, con la esperanza de encontrar una llave que le permitiera soltar las cadenas de Bant. Estaba seguro de que Xánatos le había dado a Bruck los medios para liberar a Bant, y también para dejarla morir.

Sus dedos tocaron un pequeño cuadrado de duracero agujereado. Tenía que ser la llave.

Obi-Wan cogió aire y se sumergió en el agua. Nadó hasta Bant, agarró la cadena e introdujo el cuadrado de duracero en el candado. La cadena se soltó.

Obi-Wan cogió a Bant y la apretó contra su pecho. Pesaba tan poco como un puñado de nieve.

El muchacho subió a la superficie jadeando y nadó hasta la orilla. Salió del agua y tumbó a Bant con cuidado en el césped.

La chica calamariana abrió los ojos.

—Respira —le suplicó él.

Ella cogió aire una vez, y después otra. El color volvió a sus mejillas.

Obi-Wan apoyó su cabeza en la de ella y la rodeó con sus brazos. Sus cálidas lágrimas se mezclaron con la fría humedad de la piel de Bant.

—Lo siento tanto —dijo él—. Lo siento tanto. Todo es culpa mía.

Bant tosió.

—No... —dijo.

¿No qué? ¿Que no la abrazara?

—No es... necesario —consiguió decir ella.

Las cosas todavía no estaban resueltas entre ellos. Él necesitaba decir muchas cosas, pero no podía dejar a Qui-Gon luchando solo con Xánatos ni un minuto más.

—Tengo que ayudar a Qui-Gon —dijo él—. ¿Estarás bien?

Bant, que ya respiraba mejor, asintió con energía.

—Estoy bien. Vete. Tú eres su padawan. Te necesita.

Capítulo 18

Qui-Gon se movió con rapidez y salió por la ventana rota en pos de su adversario. Como Xánatos, él también sabía que ahí fuera había un saliente estrecho que discurría bajo los ventanales.

Utilizó la Fuerza para controlar el salto y cayó sobre el saliente. Xánatos se alejaba de él. Qui-Gon adivinó que se dirigía hacia el sur, donde, quince pisos más abajo, estaba la plataforma de aterrizaje.

Qui-Gon veía las delgadas agujas y las torres de Coruscant. Los aereotransportes zumbaban a su alrededor. Un aerotaxi pasó cerca y uno de los pasajeros se quedó atónito al ver a los dos hombres en una cornisa a cientos de kilómetros del suelo.

El viento era muy fuerte a aquella altura y se elevaba en corrientes lo suficientemente potentes como para hacer tambalearse a Qui-Gon. El Maestro Jedi se agarró al alféizar que había sobre su cabeza para poder aguantar un golpe de viento, y luego continuó. Xánatos iba rápido, pero Qui-Gon sabía que podía alcanzarle.

Xánatos miró hacia atrás e hizo una mueca. El viento azotaba su pelo negro y sus ardientes ojos azules parecían los de un trastornado. Poco a poco, el viento amainaba. Qui-Gon avanzaba con rapidez, casi corriendo.

Alcanzó a Xánatos antes de llegar a la plataforma de aterrizaje. No podía dejar que se acercara demasiado a esa zona.

Qui-Gon activó el sable láser y atacó. Éste era el momento y ésta era su decisión. Mataría a Xánatos ahí mismo. No movido por la ira, sino por la certeza de que su maldad tenía que ser detenida.

Los dos contendientes lucharon con una concentración fiera. Cada golpe estaba orientado a que el adversario se tambaleara y cayera. Resultaba difícil mantener el equilibrio en el estrecho saliente, y los golpes largos sólo podían darse desde un lado. El contraataque era complicado. Pero Qui-Gon adaptó su estilo al entorno. Daba golpes cortos y, en ocasiones, se apoyaba sobre una rodilla para atacar a Xánatos desde abajo. El Maestro Jedi sintió la Fuerza arremolinándose a su alrededor, segura y potente, apoyando sus instintos y avisándole del siguiente movimiento de Xánatos. Qui-Gon bloqueó cada golpe y contraatacó con más ímpetu. Podía sentir que Xánatos estaba al borde de la desesperación, pero su anterior aprendiz jamás se lo demostraría.

—¿No te has olvidado de algo, Qui-Gon? —le gritó Xánatos por encima del aullido del viento—. La última parte de la ecuación: devastación.

—Empiezas a cansarte, Xánatos —dijo Qui-Gon—, y cuando te cansas dices muchas tonterías —apretó los dientes y descargó un golpe sobre el hombro de su adversario.

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