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Authors: John Marsden

Tags: #Aventuras

Cuando la guerra empiece (2 page)

BOOK: Cuando la guerra empiece
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Qué tío más gracioso, el señor Kassar.

En la lista final figuraban ocho personas, nosotras incluidas. No preguntamos a Elliot porque es un gandul, ni tampoco a Meriam porque estaba haciendo prácticas con los padres de Fi. Cinco minutos después de hacer la lista, uno de los chicos que entraba en ella, Chris Lang, apareció en mi casa junto a su padre. Se lo preguntamos directamente. El señor Lang es un hombre robusto que siempre lleva corbata, sin importar lo que esté haciendo o dónde esté. A mí me parece un tipo demasiado serio y estirado. Chris dice que su padre debió de nacer en Villatiesos, y eso lo resume todo. Cuando su padre anda cerca, Chris está bastante callado. No obstante, se lo soltamos en cuanto los dos tomaron asiento a la mesa de la cocina y empezaron a engullir los bollos recién hechos de mi madre. Le bastó una sola frase para desmoralizarnos. Por lo visto, el señor y la señora Lang se iban de viaje al extranjero y, pese a que disponían de una empleada del hogar, Chris tenía que quedarse en casa para encargarse de todo. Empezábamos mal.

Sin embargo, al día siguiente, me monté en la moto y fui a casa de Homer atajando por los prados. Suelo ir por carretera, pero a mi madre le preocupaba el poli nuevo de Wirrawee que solo se dedicaba a poner multas a diestro y siniestro. Durante su primera semana en la ciudad, multó a la esposa del juez por no llevar el cinturón de seguridad puesto. Desde que ese tipo llegó, todos se andaban con pies de plomo.

Encontré a Homer junto al arroyo, probando una válvula que acababa de limpiar. Cuando lo alcancé, vi que la sostenía en alto. Al comprobar que no tenía ninguna fuga, adoptó una expresión rebosante de optimismo.

—Mira esto —dijo mientras yo me apeaba de la Yamaha—. Impermeable como un submarino.

—¿Cuál era el problema?

—No tengo ni idea. Solo sé que hace tres minutos había una fuga de agua y ahora no. Con eso me basta. —Sostuve la tubería mientras él atornillaba la válvula—. Estas bombas de agua me sacan de quicio —dijo—. Cuando mi viejo estire la pata, pondré presas por toda la propiedad.

—Me parece bien. Nos podrás alquilar la excavadora para levantarlas.

—Ah, ¿con esas me sales? —Apretó los músculos de mi brazo derecho—. ¡Si estás en buena forma! Podrías excavar el terreno con tus propias manos.

Le di un buen empujón para tirarlo al arroyo, pero era demasiado fuerte. Lo observé bombear hasta extraer agua y, acto seguido, lo ayudé a acercar cubos a la bomba para que terminara de cebarla. De paso, lo puse al corriente de nuestros planes.

—Sí, sí. Me apunto —dijo—. Preferiría ir a un hotel tropical y beber cócteles, de esos con sombrillitas, pero mientras tanto me conformo.

Comimos en su casa y pidió permiso a sus padres para ir de acampada.

—Ellie y yo nos vamos al monte unos días —anunció sin más. Ese era su modo de pedir permiso.

Su madre no mostró la menor reacción; su padre enarcó una ceja sobre su taza de café; y su hermano, George, empezó a acribillarnos a preguntas. En cuento empezamos a hablar de fechas, espetó:

—¿Y qué pasa con la feria?

—No podemos adelantar nuestra escapada —intervine—. Los Mackenzie están esquilando ovejas.

—Ya. Pero ¿quién va a cepillar los toros para la feria?

—Tú naciste con un secador de pelo en la mano —se burló Homer—. Ya te he visto frente al espejo los sábados por la noche. No te pongas pesado con los toros y aplícales algo de grasa en el pelaje. —Dicho esto, se volvió hacia mí para añadir—: Mi viejo guarda en el cobertizo un bidón de grasa de ciento cincuenta litros y lo reserva exclusivamente para George y sus sábados por la noche.

Puesto que George no era conocido por tener un gran sentido del humor, mantuve la cabeza gacha y comí otra cucharada de tabulé.

Total, que Homer se apuntaba y Corrie telefoneó esa misma noche para decir que Kevin también venía.

—No mostró demasiado entusiasmo —comentó—. Creo que prefiere ir a la feria. Pero ha cedido por mí.

—Puaj, tía, me vas a hacer vomitar —dije—. Que vaya a la feria si es eso lo que quiere. Hay montones de tíos que matarían por acompañarnos.

—Sí, los que tienen menos de doce años —suspiró Corrie—. Los hermanos pequeños de Kevin están locos por venir. Pero son muy críos, incluso para ti.

—Y demasiado mayores para ti —repuse con brusquedad.

Una vez colgué el teléfono, llamé a Fiona para contarle nuestros planes.

—¿Quieres venir? —pregunté.

—¡Oh, cielos! —exclamó sorprendida cuando le puse al corriente de todos los detalles del viaje—. ¿De verdad queréis que vaya?

Ni me molesté en contestarle.

—¡Cielos! —Fi era la única persona que conocía de menos de sesenta años que decía «cielos»—. ¿Y quién más viene?

—Corrie y yo. Homer y Kevin. Y estamos pensando en comentárselo a Robyn y Lee.

—Pues me gustaría ir. Espera un momento, voy a preguntar a mis padres.

Fue una larga espera. Al final regresó con unas cuantas preguntas. Comunicó mis respuestas a su madre o padre, o a ambos, a los que podía oír de fondo. Tras diez minutos de intercambio, se sucedió otra larga conversación hasta que Fi volvió a ponerse al auricular.

—Se están haciendo de rogar —suspiró—. Estoy segura de que me dejarán, pero antes mi madre quiere llamar a la tuya para asegurarse. Lo siento.

—No pasa nada. Te anoto con un signo de interrogación en la lista y te llamo el fin de semana, ¿vale?

Colgué. Me costó hablar por teléfono porque la televisión me ensordecía con sus gritos. Mi madre había subido el volumen para poder escuchar el telediario desde la cocina. Un rostro ceñudo ocupaba la pantalla. Me detuve y observé durante un momento.

—Nuestro ministro de Exteriores es un pelele —vociferaba—. Es un pusilánime y un cobarde. Es el nuevo Neville Chamberlain. No entiende a la gente con la que está tratando. ¡Ellos respetan la contundencia, no la debilidad!

—¿No es la seguridad nacional un asunto prioritario en la política del Gobierno? —inquirió el entrevistador.

—¿Prioritario? ¿Prioritario? ¡Estará usted de broma! ¿Acaso no tiene constancia de los recortes efectuados en el presupuesto de Defensa?

Gracias a Dios, estaré lejos de todo esto una semana, pensé yo.

Fui al despacho de mi padre y llamé a Lee. Me llevó un rato hacer entender a su madre que quería hablar con su hijo. Aún no dominaba el idioma. Lee me hacía mucha gracia hablando por teléfono. Parecía suspicaz. Reaccionaba con lentitud a cualquier cosa que le decía, como si midiera cada una de sus palabras.

—Tengo que tocar en el concierto del Día de la Conmemoración —repuso cuando especifiqué la fecha. Hubo un breve silencio que yo misma interrumpí.

—Pero ¿te apetece venir?

Entonces, él se echó a reír.

—¡Desde luego! Será más divertido que el concierto.

Corrie se quedó de piedra cuando le comenté que propondría a Lee que nos acompañase. En realidad, no solíamos juntarnos con él en el instituto. Aparentaba ser un chico serio, metido en su música, pero a mí me parecía de lo más interesante. De repente, me di cuenta de que no disponíamos de tanto tiempo entre clase y clase, y no quería dejar escapar aquella oportunidad de conocer a alguien como Lee. ¡Había gente de nuestro curso que seguía sin saber los nombres de sus compañeros de clase! Y eso que es un centro pequeñito. Yo sentía una gran curiosidad por ciertos chicos, y cuanto más diferentes fueran de la gente con la que normalmente salía, más curiosidad tenía.

—Bueno, ¿qué te parece? —pregunté. Hubo otra pausa. El silencio me hizo sentir incómoda, así que seguí hablando—: ¿Quieres preguntar a tus padres?

—No, no. Ya me ocuparé de ellos después. Sí, iré.

—No pareces muy entusiasmado.

—¡Sí que lo estoy! Solo estaba pensando en los posibles inconvenientes. Pero estaré allí. ¿Qué tengo que llevar?

Por último, llamé a Robyn.

—Ay, Ellie —gimió—. ¡Me encantaría! Pero mis padres no me dejarán.

—Venga, Robyn. No hay nada que se te resista. Presiónalos un poco.

—Ay, Ellie —suspiró—. No tienes ni idea de cómo son mis padres.

—Pregúntales de todos modos. Esperaré.

—Vale.

Al cabo de unos minutos, oí retumbar el auricular. Supuse que lo estaba cogiendo Robyn, así que pregunté:

—¿Y bien? ¿Has conseguido engatusarlos?

Por desgracia, fue el señor Mathers quien respondió.

—No, Ellie, no ha conseguido engatusarnos.

—¡Ah, señor Mathers! —Pese a que quise que me tragase la tierra, lo dije riendo porque sabía que podía manejar al señor Mathers a mi antojo.

—¿De qué va todo esto, Ellie?

—Bueno, hemos pensando que ya va siendo hora de que mostremos algo de independencia e iniciativa y demás virtudes. Queremos ir a acampar unos días a la Costura del Sastre. Alejarnos de la perversión y el vicio que infestan Wirrawee y respirar el aire puro de la montaña.

—Hum… ¿Y no os acompaña ningún adulto?

—Bueno, señor Mathers, usted está invitado. Siempre y cuando no tenga más de treinta años, ¿de acuerdo?

—Eso se llama discriminación, Ellie.

Bromeamos durante unos cinco minutos hasta que él empezó a ponerse serio.

—Lo que sucede, Ellie, es que pensamos que sois demasiado críos para vagar solos por la montaña.

—Señor Mathers, ¿qué hacía usted cuando tenía nuestra edad?

—Vale, me has pillado —rió—. Trabajaba como aprendiz en una granja de Callamatta Downs. Eso ocurrió antes de que me volviese un esnob y llevase camisa y corbata. —El señor Mathers era agente de seguros.

—¡Pues lo que vamos a hacer no es nada comparado con lo que supone trabajar en una granja de Callamatta Downs!

—Hum…

—Al fin y al cabo, ¿qué es lo peor que podría pasarnos? ¿Cazadores en todoterrenos? Antes tendrían que atravesar nuestra casa y mi padre los detendría. ¿Un incendio forestal? Hay tantas rocas allí que estaríamos incluso más seguros que en casa. ¿Que nos mordiese una serpiente? Todos sabemos qué hacer si nos muerde una serpiente. No podemos perdernos porque la Costura del Sastre es como una autopista. He estado subiendo a esas montañas desde el día que aprendí a andar.

—Hum.

—¿Y si contratamos uno de esos seguros suyos, señor Mathers? ¿Aceptaría entonces? ¿Hay trato?

Robyn llamó a la mañana siguiente para decir que había trato, incluso sin seguro. Estaba emocionada y encantada. Tuvo una larga charla con sus padres; la mejor, según dijo. Era la primera vez que depositaban tanta confianza en ella, de modo que puso mucho entusiasmo para que todo saliese bien.

—Ay, Ellie. Espero que no ocurra ninguna desgracia —repitió una y otra vez.

Lo gracioso de todo esto era que si alguien podía presumir de tener una hija en la que poder confiar ciegamente, esos eran los Mathers. Aunque, por lo visto, aún no se habían dado cuenta de ello. El único problema que podía darles Robyn era llegar tarde a la iglesia. Y probablemente su retraso tuviese una explicación razonable, como haber ayudado a un
boy scout
a cruzar la carretera.

Las cosas no podían ir mejor. El sábado por la mañana, mi madre y yo fuimos de compras a la ciudad, y nos cruzamos con Fi y su madre. Las dos mamás mantuvieron una conversación muy seria mientras Fi y yo fingíamos mirar los escaparates de Tozer's cuando en realidad escuchábamos a hurtadillas. Mi madre intentaba quitar hierro al asunto.

—Son unos chicos sensatos —la oí decir—. Todos son muy responsables.

Por suerte, se ahorró mencionar la última hazaña de Homer: acababan de pillarlo vertiendo disolvente por la calzada, prendiéndole fuego y aguardando agazapado a que se acercara un coche. Lo hizo una decena de veces antes de que le echaran el guante. Yo no quería ni pensar en el susto que se habrían llevado los conductores de los vehículos.

El caso es que mi madre convenció a la madre de Fi, y ya pude borrar el signo de interrogación que aparecía junto al nombre de mi amiga. Nuestra lista de ocho quedaba reducida a siete, pero contábamos con el sí definitivo de todos. El grupo que formábamos pintaba muy bien, estábamos contentas. Bueno, contentas porque íbamos nosotras, y los cinco restantes eran buena gente. Intentaré describirlos como yo los veía por aquel entonces, porque no solo han cambiado, sino que la idea que yo tenía de ellos tampoco es la misma.

Por ejemplo, siempre pensé que Robyn era una chica bastante reservada y seria. Cada año, recibía un diploma por su constancia en el trabajo en clase, y estaba muy metida en la iglesia, aunque yo sabía que había algo más en ella. Le gustaba ganar. Y ese espíritu competitivo salía a la luz en el deporte. Estábamos juntas en el equipo de baloncesto y, sinceramente, me avergonzaban algunas de las cosas que hacía. ¡Eso sí que es determinación! En cuanto sonaba el pitido inicial de un partido, se transformaba en un helicóptero suspendido en el aire, se precipitaba hacia todos lados y apartaba a la gente a empujones si era necesario. Si el árbitro no andaba espabilado, Robyn podía hacer tanto daño en un partido como un avión de combate. En cuanto pitaban el final, Robyn volvía a la normalidad y estrechaba las manos de sus adversarios con suma tranquilidad mientras decía: «Buen partido». Muy extraño. Robyn es bajita pero fuerte, y posee un pasmoso equilibrio mental. Se desliza con elegancia por la pista mientras el resto parecemos avanzar con pesadez por ella, como si fuera de fango.

No debería incluir a Fi en ese grupo, porque he de decir que también es ligera y grácil. Fi siempre ha sido como una heroína para mí, la mujer perfecta. Cuando hacía algo mal, yo la reprendía: «¡Fi! ¡No hagas eso! ¡Eres mi modelo a seguir!». Me encanta su piel, preciosa y suave. Posee lo que mi madre llama «unos rasgos delicados». Por su aspecto, se diría que jamás ha trabajado, nunca ha estado expuesta al sol ni se ha manchado las manos. Y es cierto porque a diferencia de nosotros, granjeros, ella ha vivido en el pueblo y ha pasado más tiempo tocando el piano que desparasitando ovejas o marcando corderos. Sus padres son abogados.

Kevin sí que responde más a la descripción del típico granjero. Es el mayor del grupo. Era novio de Corrie y, de no haber venido, ella hubiese perdido el interés de inmediato.

En lo primero en lo que te fijabas al conocer a Kevin era en su enorme boca. Lo segundo, el tamaño de sus manos. Son enormes, como paletas. Era conocido por su desmesurado ego y le encantaba apuntarse el tanto de todo. A veces me sacaba de quicio, aunque sigo pensando que fue lo mejor que le pasó a Corrie. Ella era demasiado reservada antes de salir con él. Pasaba desapercibida. Los dos solían hablar mucho en el instituto y, un día, ella me contó que era un tipo muy sensible y cariñoso. Aunque jamás pude comprobarlo por mí misma, sí me percaté de que Corrie ganaba en confianza conforme su relación con Kevin avanzaba, y con eso me bastaba.

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