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Authors: John Marsden

Tags: #Aventuras

Cuando la guerra empiece (4 page)

BOOK: Cuando la guerra empiece
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—Es posible que no sea más que un anciano amable e incomprendido —apuntó Fi.

—Lo dudo —rebatí yo—. Se dice que asesinó a su mujer y a su bebé.

—De todas formas no creo que sea ningún camino —terció Corrie—. A lo sumo una simple falla.

Nos quedamos un rato allí plantados, observando, como si con ello pudiésemos abrir una ruta. Ni que estuviésemos en Narnia o algo así. Homer deambulaba por la escarpadura, algo más allá.

—Creo que podremos sortear el primer bloque —gritó—. Ese saliente de ahí abajo parece llegar bastante cerca del suelo, al otro lado.

Nos dirigimos hacia donde Homer se encontraba. Desde luego, sí, parecía posible.

—¿Y si una vez allí no podemos avanzar más? —preguntó Fi.

—Pues nada. Volveremos a subir y buscaremos una alternativa —contestó Robyn.

—¿Y si no podemos volver a subir?

—Todo lo que baja, debe subir —explicó Homer, dejando bien claro lo mucho que había aprendido en clase de ciencias durante todos estos años.

—Vamos allá —dijo Corrie con sorprendente firmeza.

Aquello me alegró mucho. No quería presionar demasiado a nadie, pero sentía que el éxito o el fracaso de aquella expedición repercutiría en mí o, al menos, en Corrie y en mí. Fuimos nosotras quienes los convencimos para ir, quienes prometimos que lo pasaríamos en grande y también fue nuestra idea descender al Infierno. De no salir bien nuestro plan, me sentiría fatal, como si hubiese organizado una fiesta en la que únicamente sonara el CD de Sintonías de Programas de Éxitos de la Televisión de mi madre.

Al menos, se los veía entusiasmados por acometer el primero de los Escalones de Satán. Y, sin embargo, incluso este primer paso supuso todo un reto. Tuvimos que descender hasta una maraña de viejos troncos y zarzamoras y, acto seguido, trepar por una empinada y agrietada pared rocosa. Acabamos llenos de arañazos. Entre sudores y jadeos, palabrotas, empujones y tirones a las mochilas de los demás, llegamos al saliente al que se refería Homer.

—Como todos los escalones sean iguales… —resolló Fi, sin necesidad de terminar su frase.

—Por aquí —anunció Homer. Se puso a gatas y se volvió hacia nosotros antes de deslizarse por el saliente con los pies por delante.

—Sí, claro —espetó Fi.

—Ningún problema —oímos decir a Homer.

Aunque sí había un problema: encontrar el modo de volver a subir. Pero puesto que nadie dijo nada, yo tampoco lo hice. Supongo que nos dejamos llevar por la emoción del momento. Robyn fue tras Homer; después los siguió Kevin que, entre quejidos, acabó arrastrándose con sumo cuidado detrás de ellos. A continuación, bajé yo, no sin magullarme la mano. No era nada fácil porque el peso de las mochilas nos desequilibraba y nos tiraba hacia atrás. Para cuando toqué el suelo, Homer y Robyn ya habían dejado atrás el saliente y se abrían camino entre la maleza para inspeccionar el segundo y gigantesco bloque de granito.

—Sera más sencillo bajar por el otro lado —dijo Lee.

Me encaminé hacia él y, juntos, barajamos las distintas opciones. Era muy complicado. Nos aguardaba una gran caída a ambos lados del bloque, pese a la cantidad de arbustos y maleza que surgían de la pared. En cuanto a la roca en sí, era alta y escarpada. Nuestra única esperanza era un viejo árbol caído que desaparecía en las sombras y los matorrales pero que, al menos, parecía ir en la dirección correcta.

—Ahí está nuestro camino —anuncié.

—Hum —masculló Homer al aparecer a nuestro lado.

Me monté a horcajadas sobre el tronco y empecé a deslizarme lentamente por él.

—Está encantada, ¿a que sí? —dijo Kevin.

Sonreí en cuanto oí la palma de Corrie golpear alguna zona desnuda del cuerpo de Kevin. El tronco estaba algo blando y húmedo pero resistía bien. Era sorprendentemente largo, y, conforme avanzaba, me di cuenta de que me estaba llevando a la base de la roca. Unos enormes bichos negros, escarabajos, cochinillas y tijeretas, empezaron a salir del interior de la madera sobre la que estaba montada, que se hacía más fina y podrida conforme progresaba hacia el otro extremo. Sonreí de nuevo, esperando haber espantado a todo bicho viviente antes de que le tocara a Fi seguirme por el tronco.

Cuando me puse en pie, vi que me encontraba bajo un saliente huérfano de vegetación; quedaba frente a una pantalla de árboles que prácticamente ocultaba el siguiente bloque gigantesco. Podríamos abrirnos paso a través de la arboleda, no sin sufrir unos cuantos arañazos y moretones, aunque nada nos aseguraba que después lográsemos sortear el bloque de granito, bien rodeándolo, bien pasando por encima bien por debajo. Mientras los demás me alcanzaban, di unos pasos de lado a lo largo de la roca con el fin de mirar a través de la barrera de árboles, en busca de una posible vía de acceso. Fi llegó la cuarta, casi sin aliento pero sin queja alguna. Resultó bastante cómico comprobar que quien se puso nervioso por los insectos fue Kevin. Recorrió a toda prisa el último trecho del tronco profiriendo gritos histéricos:

—¡No, por favor! ¡Ayuda! ¡Hay bichos por todos lados! ¡Quitádmelos de encima! ¡Quitádmelos de encima!

Se pasó los tres minutos siguientes frotándose con violencia, girando sobre sí mismo como una peonza por el estrecho espacio del que disponíamos, esforzándose por detectar cualquier bicho que pudiera haberse colado en las ropas, que se sacudía frenéticamente. No pude evitar preguntarme cómo se las ingeniaba para lidiar con las ovejas plagadas de moscas.

Kevin se tranquilizó al cabo de un rato, pero nosotros seguíamos sin dar con el modo de dejar atrás el saliente.

—Bueno —observó Robyn con entusiasmo—. Visto lo visto, tendremos que acampar aquí toda la semana.

Nos quedamos sin palabras durante un rato.

—Ellie —intervino Lee con tono amable—. Dudo que encontremos un camino para bajar. Y cuanto más nos alejemos, más difícil será dar marcha atrás.

—Bajemos solo un escalón más —insistí antes de añadir, con demasiado énfasis—: El tres es mi número de la suerte.

Echamos otro vistazo, aunque sin gran convicción. Finalmente, Corrie dijo:

—Quizá lo consigamos arrastrándonos por aquí. Debe de haber algún modo de llegar al otro lado.

Se refería a una brecha tan estrecha que nos obligaba a quitarnos las mochilas para atravesarla. Yo me sentía con ánimos y tomé la mochila de Corrie mientras ella se retorcía para adentrarse en el diminuto agujero que se abría entre la maleza. Primero desapareció su cabeza, después su espalda y, por último, sus piernas.

—Esto es una locura —oí protestar a Kevin, pero Corrie dijo:

—Vale, ahora pásame la mochila.

Así pues, empujé el bulto entre la fronda. Y mientras Robyn se quedaba sujetando mi mochila, entré en segundo lugar. No tardé en darme cuenta de que Corrie había elegido el camino correcto, aunque eso no significaba que fuera fácil. Si no fuese terca como una mula, me habría dado por vencida en aquel preciso instante.

Acabamos arrastrándonos con la panza pegada al suelo como conejos infectados por la mixomatosis. Yo iba empujando delante de mí la mochila de Corrie, y avisté un muro de piedra a mi izquierda. Dado que íbamos pendiente abajo, deduje que probablemente estuviésemos rodeando el tercero de los Escalones de Satán. Entonces, Corrie se detuvo en seco, obligándome a parar.

—¿Estás oyendo lo que yo? —dijo.

Hay ciertas preguntas que me sacan de quicio, como «¿Quién lo hubiera dicho?» o «¿Estás dando el cien por cien?» (la pregunta predilecta de nuestro tutor); «¿Sabes en qué estoy pensando?» o «¿Qué demonios crees que estás haciendo, jovencita?» (típica de mi padre cuando está enfadado). No soporto ninguna de esas preguntas. Y «¿Estás oyendo lo que yo?» entra en la misma categoría. Además, con el calor, el cansancio y la frustración, acabé contestando de malas maneras. Tras un minuto de silencio, Corrie, demostrando tener más paciencia que yo, dijo:

—Ahí delante hay agua. Oigo correr el agua.

Agucé el oído y me di cuenta de que estaba oyendo lo mismo. Se lo comuniqué a todos los demás. No es que fuese un gran hallazgo, pero al menos nos animó a continuar un poco más. Yo avanzaba con resolución, oyendo cómo el sonido se hacía cada vez más nítido y cercano. Debía de tratarse de una corriente fuerte y, a aquella altitud, implicaba la presencia de un manantial. A todos nos vendría de maravilla un trago del agua fresca que manaba de aquellas montañas. La necesitaríamos a la hora de afrontar el reto de ascender de nuevo hasta la parte alta del infierno. Y ya iba siendo hora de asumir ese reto. Se estaba haciendo tarde; pronto tendríamos que instalar el campamento.

De repente, di con la corriente y con Corrie, que plantada junto a una roca me sonreía.

—Bueno, algo hemos encontrado —dije yo, devolviéndole la sonrisa.

Se trataba de un rincón diminuto. El sol no llegaba hasta allí, de modo que era oscuro, fresco y recóndito. El agua borbotaba sobre las resbaladizas rocas coloreadas de verde por el musgo. Me arrodillé y me empapé la cara antes de ponerme a beber a lengüetazos como un perro. Los demás fueron llegando uno a uno. No había mucho espacio, pero Robyn empezó a explorar en una dirección, avanzando con sumo tiento de piedra en piedra mientras Lee hacía lo propio en otra dirección. Admiré la energía de ambos.

—Es un arroyo precioso —dijo Fi—. Pero, Ellie, será mejor que volvamos arriba.

—Tienes razón, pero antes relajémonos cinco minutos. Nos lo hemos ganado.

—Esto es peor que el campamento de Outward Bound —protestó Homer.

—Pues ojalá hubiese ido yo —dijo Fi—. Todos estuvisteis allí, ¿a que sí?

Yo estuve y me lo pasé en grande. Había ido de acampada con mis padres muchísimas veces, pero lo de Outward Bound supuso una experiencia más ruda. En cuanto empecé a pensar en ello, a recordar aquellos días, Robyn reapareció súbitamente, con una expresión que casi daba miedo. Pese a que la densa maleza me impedía erguirme del todo, me enderecé todo lo que pude en el acto.

—¿Qué ha pasado?

Robyn, con el semblante de alguien que se reconoce la voz pero es incapaz de creer sus propias palabras, dijo:

—Acabo de encontrar un puente.

Capítulo 3

El camino estaba cubierto por hojas y ramas y, en ciertos puntos, se veía tragado por la maleza. Pero comparado con lo que acabábamos de bajar, era como una autopista. Por fin podíamos andar dispersos a lo largo del camino, maravillados. Fue tal el alivio, el asombro y la satisfacción, que la cabeza casi me daba vueltas.

—Ellie —dijo Homer con tono solemne—. Jamás volveré a decir que eres una mula terca y loca de remate.

—Gracias Homer.

Fue un momento muy agradable.

—Os diré una cosa —intervino Kevin—. Menos mal que no dejé que ninguno de vosotros, aguafiestas, se diese por vencido allá arriba, cuando no dejabais de quejaros.

Preferí dejar pasar aquel comentario.

En cuanto al puente, se trataba de una construcción vetusta aunque construida con esmero, de un metro de ancho por cinco de largo, que cruzaba el arroyo en un amplio claro. Hasta tenía barandilla. En lugar de las típicas tablas de madera, su superficie estaba compuesta por troncos redondos, cortados y en perfecta uniformidad. En los extremos de cada tronco, unas ensambladuras los encajaban en unos travesaños; el primero y el último leño estaban asegurados a los travesaños por estacas de madera.

—Es una obra magnífica —dijo Kevin—. Me recuerda a mis primeros trabajos.

De repente, todos derrochábamos energía, como si hubiésemos consumido algún tipo de droga. A punto estuvimos de decidir acampar en el claro, que era fresco y ofrecía algo de sombra, pero pudo más el impulso de explorar los alrededores. Volvimos a echarnos la mochila al hombro y, sin dejar de cotorrear, nos apresuramos camino abajo.

—¡La historia del ermitaño debe de ser cierta! ¿Quién se habría tomado tantas molestias?

—Me pregunto cuánto tiempo pasaría aquí ese hombre.

—¿Por qué suponéis que es un hombre?

—Los lugareños no mencionaron nunca a ninguna ermitaña.

—Sin duda «ermitaño» es de género masculino —dijo Lee, dándoselas de sabelotodo.

—Debe de haber vivido aquí durante muchos años para tomarse la molestia de construir un puente.

—Y este camino lo tuvo que trazar alguien.

—Pues si estuvo viviendo aquí años, tuvo tiempo de hacer el puente y muchas cosas más. ¡Imaginad lo difícil que tiene que ser ocupar tanto tiempo libre!

—Sí, tu única preocupación es la comida. Una vez que la tienes resuelta, te queda todo el día libre.

—Me pregunto de qué vivirías tú.

—Pues de zarigüeyas. Y de conejos, quizá.

—No creo que haya muchos conejos por aquí. Pero si ualabíes. Y montones de zarigüeyas. Y gatos salvajes.

—Puaj.

—Siempre puedes cultivar hortalizas.

—O apañártelas en plan «El último superviviente».

—Claro, seguro que el ermitaño ve esos programas.

—Y wombats.

—Sí. ¿A qué sabrán los wombats?

—De todos modos, dicen que la mayoría de la gente come demasiado. Si él solo se alimentaba cuando de verdad tenía hambre no tuvo que necesitar gran cosa.

—Con algo de entrenamiento, puedes llenar el estómago con mucho menos.

—¿Conocéis a Andy Farrar? Encontró un bastón en el monte, cerca de Wombergonoo. Era muy bonito, tallado a mano. Todo el mundo decía que debía de pertenecer al Ermitaño, pero yo me lo tomaba a guasa.

El camino nos llevaba cada vez más abajo. Se desviaba de vez en cuando, como buscando la mejor ruta, pero siempre cuesta abajo. Sudaríamos la gota gorda a la hora de volver a subir. Perdimos bastante altitud. Aunque nos encontrábamos en una zona tranquila, sombreada, fresca y húmeda. No había flores, pero sí más matices de verde y marrón de los que alcanza nuestro vocabulario. El terreno estaba plagado de hojarasca: había momentos en los que montones de cortezas, hojas y ramitas ocultaban el camino, pero bastaba buscar entre los árboles para volver a encontrarlo. Bastante a menudo, la ruta nos acercaba de nuevo a los Escalones de Satán y, durante unos cuantos metros, debíamos avanzar pegados a las enormes paredes de granito. En una ocasión, el camino se colaba entre dos de los escalones y seguía su curso al otro lado. El hueco solo medía un par de metros de ancho, por lo que fue como entrar en un túnel que se abría entre gigantescas masas rocosas.

—Es muy bonito para llamarse Infierno —me hizo notar Fi mientras descansábamos un instante en el fresco túnel de piedra.

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