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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (8 page)

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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—Habéis atravesado el Primer Portal, el Portal de Madera —dijo Elemmakil—. Ese es el camino. Tenemos que apresurarnos.

Cuán largo era aquel profundo camino, Tuor no podía saberlo, y mientras miraba fijamente hacia adelante, un gran cansancio lo ganó, como una nube. Un viento helado siseaba sobre la cara de las piedras, y él se envolvió en la capa. —¡Frío sopla el viento del Reino Escondido! —dijo.

—Sí, en verdad —dijo Voronwë—; a un forastero podría parecerle que el orgullo ha vuelto despiadados a los servidores de Turgon. Largas y duras parecen las leguas de las Siete Puertas al hambriento y al cansado del viaje.

—Si nuestra ley fuera menos severa, hace ya mucho que la astucia y el odio nos habrían descubierto y destruido. Eso bien lo sabéis —dijo Elemmakil—. Pero no somos despiadados. Aquí no hay alimentos y el forastero no puede volver a cruzar la puerta, una vez que la ha franqueado. Tened, pues, un poco de paciencia y en la Segunda Puerta encontraréis alivio.

—Bien está —dijo Tuor, y avanzó como se le había dicho. Al cabo de un rato se volvió y vio que sólo Elemmakil junto con Voronwë lo seguían—. No hacen falta más guardianes —dijo Elemmakil leyéndole el pensamiento—. Del Orfaich no se puede escapar y no hay camino de vuelta.

De este modo ascendieron el camino empinado, a veces por largas escaleras, otras por cuestas ondulantes bajo la intimidante sombra del acantilado, hasta que a una media legua poco más o menos de la Puerta de Madera, Tuor vio que el camino estaba bloqueado por un gran muro que cruzaba el barranco de lado a lado, con robustas torres de piedra en cada extremo. En la pared había una gran arcada sobre el camino, pero parecía que los albañiles la habían cerrado con una única poderosa piedra. Cuando se acercaron, la oscura y pulida superficie resplandecía a la luz de una lámpara blanca que colgaba en el medio del arco.

—Aquí se encuentra el Segundo Portal, el Portal de Piedra —dijo Elemmakil y yendo hacia él le dio un ligero empellón. La piedra giró sobre un pivote invisible hasta que los enfrentó de canto, dejando abierto el camino a un lado y a otro; y ellos pasaron y entraron en un patio donde había muchos guardianes armados vestidos de gris. Nadie dijo nada, pero Elemmakil condujo a los que tenía bajo custodia a una cámara bajo la torre septentrional; y allí se les llevó alimentos y vino y se les permitió descansar un momento.

—Escaso puede parecer el alimento —dijo Elemmakil a Tuor—. Pero si lo que pretendes resulta verdadero, se te compensará con creces.

—Es bastante —le dijo Tuor—. Débil sería el corazón que necesitara remedio mejor. —Y en verdad tal alivio recibió de la bebida y la comida de los Noldor, que pronto estuvo dispuesto a partir otra vez.

Al cabo de un corto trecho se toparon con un muro más alto todavía y más fuerte que el anterior, y en él se abría el Tercer Portal, el Portal de Bronce: un gran portal de dos hojas recubiertas de escudos y placas de bronce en los que había grabados muchas figuras y signos extraños. Sobre el muro, por encima del dintel, había tres torres cuadradas, techadas y revestidas de cobre, que (por algún recurso de hábil herrería) brillaba siempre y resplandecía como fuego a los rayos de las lámparas rojas, alineadas como antorchas a lo largo del muro. Otra vez silenciosos cruzaron la puerta y vieron en el patio del otro lado una compañía de guardianes todavía mayor, con trajes de malla que brillaban como fuego opacado; y las hojas de las hachas eran rojas. Del linaje de los Sindar de Nevrast eran la mayoría de los que guardaban esta puerta.

Llegaron entonces a lo más trabajoso del camino, porque en medio del Orfalch la cuesta era empinada como en ningún otro sitio, y mientras subían Tuor vio unos muros todavía más altos, que se levantaban oscuros sobre él. Así, por fin, se acercaron al Cuarto Portal, el Portal de Hierro Retorcido. Alto y negro era el muro y ninguna lámpara lo iluminaba. Sobre él había cuatro torres de hierro, y entre las dos del medio asomaba la figura de un águila enorme labrada en hierro, a semejanza del Rey Thorondor cuando bajando de los cielos más altos se posa sobre la cima de una montaña. Pero cuando Tuor estuvo frente a la puerta, asombrado, tuvo la impresión de que estaba mirando a través de las ramas y los troncos de unos árboles imperecederos un pálido valle de la Luna. Porque una luz venía a través de las tracerías de la puerta, forjadas y batidas en forma de árboles, con raíces retorcidas y ramas entretejidas cargadas de hojas y de flores. Y al pasar al otro lado, vio cómo esto era posible; porque la puerta era de un grosor considerable, y no había un solo enrejado, sino tres en sucesión, puestos de tal modo que para quien venía por medio del camino eran parte del conjunto; pero la luz de más allá era la luz del día.

Porque habían subido ahora hasta una gran altura por sobre las tierras bajas donde habían iniciado el camino, y más allá del Portal de Hierro el camino era casi llano. Además, habían atravesado la corona y el corazón de las Echoriath, y las tórreas montañas se precipitaban ahora bajando y transformándose en colinas, y el desfiladero se ensanchaba y los lados se volvían menos escarpados. Las amplias laderas estaban cubiertas de nieve, y la luz del cielo reflejada en la nieve llegaba como la luz de la luna a través de la neblina clara que flotaba en el aire.

Pasaron entonces por medio de las filas de la Guardia de Hierro que estaba detrás del Portal; de mantos, mallas y largos escudos negros; y las viseras de pico de águila de los cascos les cubrían las caras. Entonces Elemmakil fue hacia ellos y ellos lo siguieron hasta la pálida luz; y Tuor vio junto al camino hierba en la que resplandecían como estrellas las blancas flores de
uilos
, la siempreviva que no conoce estaciones y que jamás se marchita;
[27]
y así, maravillado y con el corazón aliviado, fue conducido al Portal de Plata.

El muro del Quinto Portal estaba construido de mármol blanco, y era bajo y macizo, y el parapeto era un enrejado de plata entre cinco grandes globos de mármol; y había allí muchos arqueros vestidos de blanco. La puerta tenía la forma de tres arcos de círculo, y estaba hecha de plata y de perlas de Nevrast a semejanza de la Luna; pero sobre el Portal, en medio del globo, se levantaba la imagen del Árbol Blanco de Telperion, de plata y malaquita, con flores hechas con las grandes perlas de Balar.
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Y más allá del Portal, en un amplio patio pavimentado de mármol verde y blanco, había arqueros con malla de plata y yelmos de cresta blanca, un centenar de ellos a cada lado. Entonces Elemmakil condujo a Tuor y a Voronwë a través de las filas silenciosas y entraron en un largo camino blanco que llevaba derecho al Sexto Portal; y mientras avanzaban, las veredas de hierba a la vera del camino se hacían más anchas, y entre las blancas estrellas de uilos, se abrían muchas flores menudas, como ojos de oro.

Así llegaron al Portal Dorado, el último de los antiguos portales de Turgon construidos antes de la Nirnaeth; y era muy semejante al Portal de Plata, salvo que el muro estaba hecho de mármol amarillo y los globos y el parapeto eran de oro rojo; y había seis globos, y en medio, sobre una pirámide dorada, se levantaba la imagen de Laurelin, el Árbol del Sol, con flores de topacio labradas en largos racimos, engarzados en cadenas de oro. Y el Portal mismo estaba adornado con discos de oro de múltiples rayos, a semejanza del Sol, engarzados en medio de figuras de granate y topacio y diamantes amarillos. En el patio del otro lado había trescientos arqueros con largos arcos, y las cotas de malla eran doradas, y unas largas plumas doradas les coronaban los yelmos; y los grandes escudos redondos eran rojos como llamas de fuego.

Ahora el sol bañaba el camino que tenían por delante, porque los muros de las colinas eran bajos a cada lado, y verdes, salvo por la nieve que cubría las cimas; y Elemmakil avanzó de prisa porque se acercaban al Séptimo Portal, llamado el Grande, el Portal de Acero que Maeglin labró después de volver de la Nirnaeth, a través de la amplia entrada al Orfalch Echor.

No había allí ningún muro, pero a cada lado se levantaban dos torres redondas de gran altura, con múltiples ventanas escalonadas en siete plantas que culminaban en una torrecilla de acero brillante, y entre las torres había un poderoso cerco de acero que no se oxidaba, y resplandecía frío y pulido. Había siete grandes columnas de acero, con la altura y la circunferencia de fuertes árboles jóvenes, pero terminadas en una punta cruel afilada como una aguja; y entre las columnas había siete travesaños de acero, y en cada espacio siete veces siete varas de acero verticales, coronadas de láminas largas como lanzas. Pero en el centro, sobre la columna central y la más grande, se levantaba una poderosa imagen del yelmo real de Turgon: la Corona del Reino Escondido, toda engarzada de diamantes.

No veía Tuor puerta ni portal en este poderoso seto de acero, pero al acercarse a través de los espacios entre las barras, le pareció que una luz deslumbrante venía hacia él, y tuvo que escudarse los ojos y detenerse inmóvil de miedo y maravilla. Pero Elemmakil avanzó y ninguna puerta se abrió; pero golpeó una barra y el cerco resonó como un arpa de múltiples cuerdas que emitió unas claras notas armónicas que fueron repitiéndose de torre en torre.

En seguida surgieron jinetes de las torres, pero delante de los de la torre septentrional venía uno montado en un caballo blanco; y desmontó y avanzó hacia ellos. Y alto y noble como era Elemmakil, más alto y más señorial todavía era Ecthelion, Señor de las Fuentes, por ese tiempo Guardián de la Gran puerta.
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Vestía todo de plata, y sobre el yelmo resplandeciente llevaba un dardo de acero terminado en un diamante; y cuando el escudero le tomó el escudo, éste brilló como cubierto de gotas de lluvia, que eran en verdad un millar de tachones de cristal.

Elemmakil lo saludó y dijo: —He traído aquí a Voronwë Aranwion, que vuelve de Balar; y he aquí el extranjero que él ha conducido y que demanda ver al Rey.

Entonces Ecthelion se volvió hacia Tuor, pero éste se envolvió en su capa y guardó silencio frente a él; y le pareció a Voronwë que una neblina cubría a Tuor y que había crecido en estatura, de modo que el extremo de la capucha sobrepasaba el yelmo del señor élfico, como si fuera la cresta gris de una ola marina que se precipita a tierra. Pero Ecthelion posó su brillante mirada sobre Tuor y al cabo de un silencio habló gravemente diciendo:
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—Has llegado hasta el Último Portal. Entérate pues que ningún extranjero que lo atraviese volverá a salir otra vez, salvo por la puerta de la muerte.

—¡No pronuncies augurios ominosos! Si el mensajero del Señor de las Aguas pasa por esa puerta, todos los que aquí moran han de ir tras él. Señor de las Fuentes: ¡no estorbes al mensajero del Señor de las Aguas!

Entonces Voronwë y todos los que estaban cerca volvieron a mirar a Tuor con asombro, maravillados de sus palabras y su voz. Y a Voronwë le pareció como si oyera una gran voz, pero como de alguien que clama desde lejos. Pero Tuor tuvo la impresión de que se oía a sí mismo como si otro hablara por su boca.

Por un tiempo Ecthelion se mantuvo en silencio mirando a Tuor, y poco a poco un temor reverente le asomó a la cara, como si en la sombra gris de la capa de Tuor viera visiones distantes. Luego se inclinó ante él y fue hacia el cerco y puso sus manos sobre él, y las puertas se abrieron hacia adentro a ambos lados de la columna de la Corona. Entonces Tuor pasó entre ellas, y llegando a un elevado prado que daba sobre el valle, contempló Gondolin en medio de la nieve blanca. Y tan maravillado quedó que durante largo rato no pudo mirar nada más; porque tenía ante él por fin la visión de su deseo, nacido de sueños de nostalgia.

Así se mantuvo erguido sin pronunciar palabra. Silenciosas a ambos lados formaban las huestes del ejército de Gondolin; todas las siete clases de las Siete Puertas estaban representadas en él; pero los capitanes jineteaban caballos blancos y grises. Entonces, mientras miraban a Tuor asombrados, a éste se le cayó la capa, y apareció ante ellos vestido con la poderosa librea de Nevrast. Y muchos había allí que habían visto al mismo Turgon poner esos adornos sobre la pared, detrás del Alto Asiento de Vinyamar.

Entonces Ecthelion dijo por fin: —Ya no hace falta otra prueba; y aun el nombre que reivindica, como hijo de Huor, importa menos que esta clara verdad: es el mismo Ulmo quien lo envía.
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Nota del editor

Mi padre dijo más de una vez que «La caída de Gondolin» era el primero de los cuentos de la Primera Edad, que había compuesto, y no hay pruebas de que no sea así. En una carta de 1964 declaró que lo estuve escribiendo «en mi cabeza» durante una licencia por enfermedad que le permitió dejar el ejército en 1917, y en otras oportunidades dio como fechas 1916 o 1916-7. En una carta que me dirigió en 1944 decía: «Empecé por primera vez a escribir
El Silmarillion
en barracas militares atestadas, llenas de un ruido de gramófonos»; y en verdad algunos versos en los que aparecen los Siete Nombres de Gondolin están garrapateados en el dorso de un pedazo de papel en que se enumera «la cadena de responsabilidades en un batallón». El primer manuscrito existe todavía, y cubre dos pequeños cuadernos de ejercicios escolares; estaba escrito rápidamente con lápiz, y luego reescrito y anotado en parte con tinta. De este texto, mi madre, quizá en 1917, sacó una copia bastante limpia; pero ésta a su vez fue abundantemente corregida en una fecha que me es imposible determinar, pero que puede situarse en 1919-20, cuando mi padre estaba en Oxford, donde participaba en la composición del Diccionario, por entonces inconcluso. En la primavera de 1920, fue invitado a leer una disertación en el Club de Ensayos de su escuela (Exeter), y allí leyó «La caída de Gondolin». Las notas de lo que intentaba decir a modo de introducción a su «ensayo» subsisten todavía. En éstas se disculpaba por no haber podido redactar un artículo crítico, y continuaba: «Por tanto, debo leer algo ya escrito y, movido por la desesperación, he recurrido a este cuento. Por supuesto, nunca había visto antes la luz… Desde hace algún tiempo un ciclo completo de acontecimientos desarrollados en una tierra esférica de mi propia fantasía viene gestándose (o más bien construyéndose) en mi mente. Algunos de los episodios han sido apuntados… Este cuento no es el mejor de ellos, pero es el único hasta ahora que ha sido revisado y todo eso; aunque la revisión no ha sido acabada, me atrevo a leerlo en voz alta».

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