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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media (9 page)

BOOK: Cuentos inconclusos de Númenor y la Tierra Media
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El cuento de Tuor y los Exiliados de Gondolin (como se titulaba «La caída de Gondolin» en los primeros manuscritos) permaneció inalterado durante muchos años, aunque mi padre, en algún momento, probablemente entre 1926 y 1930, escribió una breve versión resumida de la historia para incorporarla a
El Silmarillion
(título que, entre paréntesis, apareció por primera vez en la carta enviada a
The Observer
el 20 de febrero de 1938); y esta versión se cambió luego de acuerdo con otras alteraciones introducidas en otras partes del libro. Mucho más tarde empezó a trabajar en un relato enteramente modificado, titulado «De Tuor y la caída de Gondolin». Es muy probable que fuera escrito en 1951, cuando
El Señor de los Anillos
estaba terminado, pero la publicación era todavía dudosa. Con profundo cambio de estilo y atmósfera, aunque reteniendo gran parte de la historia escrita en su juventud, «De Tuor y la caída de Gondolin» habría contado con todo detalle la leyenda que constituye el breve capítulo 23 de
El Silmarillion
; pero desdichadamente no avanzo más allá de la llegada de Tuor y Voronwë al último portal y la visión de Gondolin en la lejanía, más allá de la llanura de Tumladen. No se sabe por qué abandonó esta narración.

Éste es el texto que se ofrece aquí. Para evitar confusiones lo he retitulado «De Tuor y su llegada a Gondolin», pues nada dice de la caída de la ciudad. Como siempre ocurre con los escritos de mi padre, hay varias lecturas posibles, y en una breve parte (el pasaje en que Tuor y Voronwë se acercan al río Sirion y lo cruzan) varias versiones excluyentes; por tanto, fue necesario cierto trabajo menor de redacción.

Así, pues, es notable el hecho de que la única narración completa escrita nunca por mi padre acerca de la estadía de Tuor en Gondolin, su unión con Idril Celebrindal, el nacimiento de Eärendil, la traición de Maeglin, el saqueo de la ciudad y la huida de los fugitivos —historia que era un elemento fundamental en su concepción de la Primera Edad— fue esta narración juvenil. No cabe duda, sin embargo, que la narración (realmente notable) no se presta a ser incluida en este libro. Está escrita en el estilo extremadamente arcaico que mi padre empleaba en ese tiempo, e inevitablemente incorpora concepciones incompatibles con el mundo de
El Señor de los Anillos
y la versión publicada de
El Silmarillion
. Pertenece a la fase más temprana de la mitología «
El Libro de los Cuentos Perdidos
», una obra sustancial y de sumo interés para quienes se preocupen por los orígenes de la Tierra Media, pero que en todo caso requiere un largo y complejo trabajo preliminar.

II
Narn i Hîn Húrin

La Historia de los Hijos de Húrin

1
La infancia de Túrin

H
ador Cabeza Dorada era señor de los Edain y amado de los Eldar. Vivió mientras duraron sus días al servicio del señorío de Fingolfin, que le concedió vastas tierras en la región de Hithlum llamada Dor-Lómin. Su hija Glóredhel se casó con Haldir, hijo de Halmir, señor de los Hombres de Brethil; y en la misma fiesta su hijo Galdor el de Alta Talla se casó con Hareth, hija de Halmir.

Galdor y Hareth tuvieron dos hijos: Húrin y Huor. Húrin era tres años mayor, pero de menor talla que otros hombres de su estirpe; en esto salió al pueblo de su madre, pero en todo lo demás era como Hador, su abuelo, claro de cara y de cabellos dorados, fuerte de cuerpo y de ánimo orgulloso. Pero el fuego de él ardía sin pausa, y era firme de voluntad. De todos los Hombres del Norte, nadie conocía como él los designios de los Noldor. Huor, su hermano, era alto, el más alto de todos los Edain, salvo su propio hijo Tuor, y muy veloz en la carrera; pero si la carrera era dura y prolongada, Húrin era quien primero llegaba a la meta, porque tanto se esforzaba al final como al principio. Había un gran amor entre los dos hermanos y rara vez se separaron en su juventud.

Húrin se caso con Morwen, la hija de Baragund, hijo de Bregolas, de La Casa de Bëor; y era por tanto pariente cercana de Beren el Manco. Morwen, alta, de cabellos oscuros, tenía tanta luz en la mirada y un rostro tan hermoso que los Hombres la llamaban Eledhwen, la de élfica belleza; pero era de temple algo severo y orgullosa. Los pesares de la Casa de Bëor le entristecieron el corazón; porque fue como exiliada a Dor-Lómin desde Dorthonion después del desastre de la Bragollach.

Túrin fue el nombre del hijo mayor de Húrin y Morwen, y nació en el año en que Beren llegó a Doriath y encontró a Lúthien Tinúviel, hija de Thingol. Morwen le dio a Húrin también una hija, y la llamó Urwen; pero todos los que la conocieron en los pocos años que vivió le dieron el nombre de Lalaith, que significa Risa.

Huor se casó con Rían, la prima de Morwen; era la hija de Belegund, hijo de Bregolas. El duro destino hizo que naciera en esos días de aflicción, porque era gentil de ánimo y no le gustaba la caza ni la guerra. Amaba en cambio los árboles y las flores del desierto, y era cantante y hacedora de cantos. Había estado casada con Huor, sólo dos meses cuando él partió con su hermano a la Nirnaeth Arnoediad, y ella nunca más lo vio.
[1]

En los años que siguieron a la Dagor Bragollach y la caída de Fingolfin, la sombra del miedo de Morgoth se hizo más larga. Pero en el año cuatrocientos noventa y seis después del retorno de los Noldor a la Tierra Media hubo una nueva esperanza entre los Elfos y los Hombres; porque corrió el rumor entre ellos de las hazañas de Beren y Lúthien y de la vergüenza sufrida por Morgoth, instalado todavía en el trono de Angband, y algunos decían que Beren y Lúthien vivían aún, o que habían regresado de entre los Muertos. En aquel mismo año los grandes designios de Maedhros estaban casi acabados, y con la renovación de la fuerza de los Eldar y los Edain, el avance de Morgoth se detuvo, y los Orcos fueron expulsados de Beleriand. Entonces algunos empezaron a hablar de las victorias por venir y de una revancha inminente de la batalla de Bragollach cuando Maedhros condujera las huestes unidas, y expulsara a Morgoth bajo tierra, y sellara las Puertas de Angband.

Pero los más juiciosos estaban aún intranquilos temiendo que Maedhros no revelara sus fuerzas crecientes demasiado pronto y que se le diera tiempo a Morgoth de armarse contra él. —Siempre se habrá de incubar algún nuevo mal en Angband más allá de las sospechas de los Elfos y de los Hombres —decían. Y en el otoño de ese año, como para corroborar estas palabras, vino un viento maligno desde el norte bajo cielos cargados. El Mal Aliento se lo llamó, porque era pestilente; y muchos enfermaron y murieron en el otoño del año en las tierras septentrionales que bordeaban la Anfauglith, y eran en su mayoría los niños o los jóvenes que crecían en las casas de los Hombres.

En ese año Túrin, hijo de Húrin, tenía tan sólo cinco años, y Urwen, su hermana, tenía tres años al empezar la primavera. Cuando corría por los campos, sus cabellos eran como los lirios amarillos en la hierba, y su risa era como el canto dichoso del arroyo que bajaba de las colinas y pasaba junto a la casa de su padre. Nen Lalaith se llamaba, y por él toda la gente de los alrededores llamó Lalaith a la niña, que les alegró los corazones mientras estuvo entre ellos.

Pero a Túrin no lo amaban tanto. Era de cabellos oscuros, como la madre, y prometía tener la misma disposición de ánimo; porque no era alegre y hablaba poco, aunque había aprendido a hablar muy temprano, y pareció siempre ser mayor de lo que era. Tardaba Túrin en olvidar la injusticia o la burla; pero también ardía en él el fuego de su padre, y podía ser brusco y violento. No obstante era compasivo, y el dolor o la tristeza de las criaturas vivientes lo movían a las lágrimas; y también en esto era como su padre, porque Morwen era severa con los demás tanto como consigo misma. Amaba a su madre porque ella le hablaba de un modo directo y sencillo; pero a su padre lo veía poco, pues Húrin pasaba a menudo largas temporadas fuera de su hogar, con el ejército de Fingon que guardaba las fronteras orientales de Hithlum, y cuando volvía, sus abruptos parlamentos, salpicados de bromas y de palabras extrañas y de doble sentido, lo desconcertaban y lo inquietaban. En ese tiempo todo el calor de su corazón lo volcaba en Lalaith, su hermana; pero rara vez jugaba con ella y prefería observarla sin que ella se diera cuenta, y vigilarla mientras la niña corría por la hierba o bajo los árboles, y cantaba las canciones que los niños de los Edain inventaran mucho tiempo atrás cuando todavía la lengua de los Elfos era nueva en sus labios.

—Lalaith es bella como una niña Elfo —decía Húrin a Morwen—; pero más efímera ¡ay! Y por ello más bella, quizá, o más cara. —Y Túrin, al escuchar esas palabras, meditaba en ellas, pero no las entendía. Porque no había visto nunca a un niño Elfo. Ninguno de los Eldar vivía en ese tiempo en las tierras de su padre, y sólo en una ocasión los había visto, cuando el Rey Fingon y muchos de sus señores habían cabalgado por Dor-Lómin y habían cruzado el puente de Nen Lalaith, resplandecientes en blanco y plata.

Pero antes que transcurriera el año, se reveló la verdad de las palabras de su padre; porque el Mal Aliento llegó a Dor-Lómin, y Túrin enfermó, y yació largo tiempo afiebrado y perseguido por un sueño tenebroso. Y cuando curó, porque tal era su destino y la fuerza de vida que había en él, preguntó por Lalaith. Pero el aya le respondió: —No hables ya de Lalaith, hijo de Húrin; pero de tu hermana Urwen debes pedir nuevas a tu madre.

Y cuando Morwen vino a verlo, Túrin le dijo:

—Ya no estoy enfermo y deseo ver a Urwen; pero ¿por qué no debo decir nunca más Lalaith?

—Porque Urwen está muerta y no hay risa en esta casa —respondió ella—. Pero tú vives, hijo de Morwen; y también el Enemigo que nos ha hecho esto.

No intentó darle más consuelo que el que ella misma se daba; porque guardaba el dolor en el silencio y la frialdad de su corazón. Pero Húrin se lamentó abiertamente, y tomó el arpa y habría querido componer una endecha; pero no pudo y quebró el arpa, y saliendo fuera extendió las manos hacia el Norte, gritando: —¡Oh, tú, que desfiguras la Tierra Media, querría toparme cara a cara contigo y desfigurarte como lo hizo mi señor Fingolfin!

Y Túrin lloró amargamente solo por la noche aunque nunca más pronunció ante Morwen el nombre de su hermana. A un solo amigo se volvió por entonces, y a él le habló de su dolor y del vacío de la casa. Este amigo se llamaba Sador, un criado al servicio de Húrin; era tullido y se lo tenía en poco. Había sido leñador y por mala suerte o torpeza el hacha le había rebanado el pie derecho y la pierna sin pie se le había marchitado; y Túrin lo llamaba Labadal, que significa «Paticojo», aunque el nombre no disgustaba a Sador, pues le era atribuido por piedad y no por desprecio. Sador trabajaba en las casas anexas, construyendo o componiendo cosas de escaso valor que se precisaban en la casa central, porque tenía cierta habilidad para trabajar la madera; y Túrin le buscaba lo que le hacía falta, para ahorrarle esfuerzos a su pierna; y a veces se llevaba en secreto alguna herramienta o trozo de madera que encontraba abandonada, si pensaba que podría serle de utilidad a su amigo. Entonces Sador sonreía y le pedía que devolviera los regalos. —Da con prodigalidad, pero da sólo lo tuyo —decía. Recompensaba en la medida de sus fuerzas la bondad del niño, y tallaba para él figuras de hombres y de animales; pero Túrin se deleitaba sobre todo con las historias de Sador, que había sido joven en los días de la Bragollach y gustaba de rememorar los breves días en que había sido un hombre entero, antes de convertirse en un estropeado.

—Esa fue una gran batalla, según dicen, hijo de Húrin. Fui convocado en el apremio de aquel año y abandoné mis tareas en el bosque; pero no estuve en la Bragollach; o hubiese podido ganarme mi herida con más honor. Porque llegamos demasiado tarde, salvo para cargar de regreso el catafalco del viejo señor Hador, que cayó entre los de la guardia del Rey Fingolfin. Fui soldado después, y estuve en Eithel Sirion, el gran fuerte de los reyes élficos, durante muchos años; o así parece ahora, pues los opacos años transcurridos desde entonces poco tienen que los destaque. En Eithel Sirion estaba yo cuando el Rey Negro lo atacó, y Galdor, el padre de tu padre, era allí el capitán en sustitución del Rey. Fue muerto en ese ataque; y vi a tu padre tomar para sí el señorío y el mando, aunque apenas había alcanzado la edad viril. Había un fuego en él que le calentaba la espada en la mano, según dicen. Tras él revolcamos a los Orcos en la arena; y desde entonces nunca se han atrevido a ponerse al alcance de la vista de los muros. Pero, ¡ay!, mi amor por la guerra se había saciado, pues había visto bastantes heridas y sangre derramada; y obtuve permiso para volver a los bosques que tanto echaba de menos. Y allí recibí mi herida; porque un hombre que huye de lo que teme a menudo comprueba que sólo ha tomado un atajo para salirle al encuentro.

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