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Authors: Franklin López Buenaño

Desahucio de un proyecto político (6 page)

BOOK: Desahucio de un proyecto político
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»Todos estaríamos mejor si hiciéramos lo
correcto, pero ya que nadie quiere ser el primero en hacerlo, todos terminamos
peor. Nuestra conducta en el transporte público ofrece un ejemplo cercano y
cotidiano: temerosos de no alcanzar a bajarnos en nuestra parada, nos agolpamos
en las puertas, dificultando la entrada y la salida de los demás, haciendo más
lento el recorrido del autobús y sufriendo, a la postre, un retraso fácilmente
evitable si todos colaborásemos. Pero quien despeja el camino colocándose en el
pasillo tendría que atravesar la vorágine, lo cual desanima a los potenciales
“buenos ciudadanos”».

Advertimos
una vez más. Esto no significa que
todos
los ecuatorianos actúen de manera corrupta todo el tiempo ni tampoco que se
esté condenado a ello, sino que, en la medida que la
mayoría de los ecuatorianos
perciba amenazas constantes,
inseguridad personal, continuará refugiándose en comportamientos ilegales o de
irrespeto a las normas, prácticas corruptas y mecanismos autoritarios de
control y gobernabilidad
.

Continúa
Laso:

«En este aciago panorama, se apela a una
solución drástica: la mano dura. Cuando aparece un líder autoritario, que “se
pone los pantalones” para sancionar a los corruptos, los ciudadanos lo apoyan
al unísono. Pero esto solo empeora el problema, pues las políticas autoritarias
no promueven comportamientos participativos, así como la confianza no nace bajo
amenaza».

El
problema, entonces, no radica en la desigual repartición del ingreso, sino ante
todo
en la repartición desigual del
poder *:
la toma de decisiones en la adjudicación de contratos, puestos,
privilegios, acceso a los servicios y funciones públicas, fallos judiciales,
etc., depende de uno o más grupos relativamente cerrados que se benefician a sí
mismos excluyendo a los demás
.
Es decir,
el poder no está distribuido, sino concentrado
. El autoritarismo lo
concentra más aún. Se presenta como el
remedio, pero agrava la enfermedad: la sociedad se fragmenta y polariza, la
desconfianza empeora y el círculo vuelve a empezar.

* Esta es una de las
proposiciones que hasta hace poco no se debatían en el Ecuador pero, hasta que
no quede claro que este es un problema fundamental y grave, no avanzaremos
hacia mejores días.

Debe
quedar claro que el autoritarismo y la corrupción
dependen del grado de confianza interpersonal
que exista en una
colectividad. Como veremos más tarde, la Administración de Correa ha exacerbado
la desconfianza al introducir incertidumbre, suscitar resentimientos y
desacreditar con violencia verbal a sus opositores y otros atropellos.

Los motivos del corazón
.
No
cabe duda que la pobreza extrema, tan fácil de ver en nuestra América, resulta
para cualquier espíritu sensible un espectáculo perturbador. Carlos Sabino
(2007), un sociólogo argentino/venezolano, dice muy elocuentemente:

«¿Quién puede permanecer indiferente cuando
ve niños desnutridos en ranchos que apenas si se sostienen, que no tienen los
servicios sanitarios básicos y están inundados por la basura y percibe al poco
rato los artículos de lujo que se venden en los mejores centros comerciales de
alguna gran ciudad? ¿Quién puede permanecer con su conciencia tranquila cuando
sabe que el salario de un trabajador corriente no alcanza para comprar los
alimentos y pagar los servicios que otros consideramos como normales y hasta
indispensables para tener una vida digna?

»Ante estos brutales contrastes, surge un
sentimiento de disconformidad y de protesta, un rechazo hacia las diferencias
abismales que encontramos a nuestro alrededor y brota espontáneo el impulso de
hacer algo para cambiar esta situación, para que la riqueza se distribuya mejor
en este agitado mundo. Pero la solución que se presenta de inmediato, por más
que esté motivada en los más sanos sentimientos, resulta por lo general peor
que el problema que se desea resolver. Porque lo primero que viene a la mente,
en este caso, es la necesidad de repartir mejor la riqueza, de nivelar en lo
posible las condiciones de vida de los millones de personas que componen una
sociedad. Quitar a los que tienen mucho para dárselo a los que tienen poco o
nada parece la fórmula más simple y sensata para que todos nos podamos sentir
mejor. Pero esta solución falla, por razones matemáticas, psicológicas y
políticas, creando consecuencias que son aterradoramente contrarias a los
propósitos iniciales».

Afirmación
con la que coincido plenamente.

El sentimentalismo
.
 
No pocas telenovelas y películas
latinoamericanas aprovechan (¿explotan?) los sentimientos que surgen ante la
situación de los pobres y las disparidades con los ricos. Estos son los malos,
los otros son los buenos. Lastimosamente, nunca se preocupan de analizar cómo
se obtuvo la fortuna, pero el problema que causan es el crecimiento de un
sentimentalismo juvenil y alimentan emociones, como la envidia o el
resentimiento, que agudizan el problema.

La envidia como propulsora de
las políticas de bienestar social
.
 
La presencia de
favelas
o barrios pobres en proximidad con mansiones suntuosas no
sólo despierta pena o coraje, sino también envidia y resentimiento.
Lamentablemente, muy poco o nada se dice con respecto a la influencia que
tienen en el diseño de políticas socio-económicas; sin embargo, no se puede
ignorar que la envidia y el resentimiento subyacen en la lucha de clases, en el
canibalismo político y en el surgimiento de líderes populistas, que ofrecen
remediar las desigualdades sociales
a
como dé lugar
.

La
envidia, para algunos, es un barómetro de la injusticia social que premia a
quienes no lo merecen e ignora a los verdaderamente valiosos. También es un
mecanismo de control y política social; cuando se desea el juguete ajeno, se
invita a esforzarse más o a buscar maneras de quitárselo. La envidia es un
estado emocional que surge por la observación de las posesiones o logros de
otro y un deseo rencoroso que los pierda.

En toda
la historia de la humanidad y en todas las sociedades, se ha condenado la
envidia, inclusive se puede afirmar que el desarrollo de la civilización es el
resultado de las derrotas infligidas a la envidia o al hombre como ser
envidioso. Cuando en una sociedad la envidia, el resentimiento o el revanchismo
es ubicuo, se da cabida a la incivilidad, a la intemperancia. Mientras más
extensiva es la envidia, más inhumano o irracional el comportamiento, más
intolerante y menos propicio a desarrollar sistemas de control, equilibrio o
equidad.

La envidia, la magia negra y el
subdesarrollo
.
 
Otra
barrera al desarrollo consiste en creer que la mejor cosecha de algunos no se
debe a mejores métodos sino a la brujería que ha echado maldiciones sobre los
no exitosos. La envidia se expresa también en actos de omisión. Es preferible
conmiserar la mala fortuna de otros que gozar de su éxito. El éxito se esconde
para evitar la envidia.

Con el
avance de la civilización, van desapareciendo las razones
mágicas
y se las va sustituyendo con teorías como la teoría de la
dependencia, la de valor-trabajo o la explotación de los proletarios. Si no es
magia, debe ser suerte; si no es suerte, debe ser abuso o explotación.

La
envidia es implícita o explícitamente la piedra angular de muchas políticas
sociales, aunque pocos estén dispuestos a aceptar que así es. Es más, algunos
han soñado en la utopía de que si se lograran remover las desigualdades
humanas, también se lograría eliminar la envidia.

No
faltan políticos que buscan explotar la envidia latente y los sentimientos de
culpabilidad en los grupos exitosos. Aunque ciertas políticas económicas y
fiscales son para apaciguar a la población, sin olvidar que también así se
tranquiliza la conciencia de los gobernantes.

Es
importante estudiar el papel pasivo o activo de la envida, sobre todo en la
política, pues una sub o sobreestimación de los efectos de la envidia debería
ser factor en la evaluación de políticas económicas o sociales. La asignación
de recursos escasos pocas veces puede ser óptima si se basa en el miedo a ser
envidiado o a exacerbar a los envidiosos. No solo los más afortunados tienen
interés en que se controle la envidia, sino también los que son propensos a
envidiar pues, cuando una persona deja de pensar en la buena fortuna de otros,
puede entonces guiar sus energías para lograr objetivos más realistas.

El igualitarismo y el
resentimiento
.
 
La
doctrina igualitaria moderna, sea que tome la forma de una declaración de hecho
o demanda moral, es claramente el producto del
resentimiento
. Parecería obvio que, sin excepción, detrás de la
aparentemente demanda inocua de igualdad, sea sexual, social, política
religiosa o material, solo se esconde el deseo de
disminución
, de acuerdo con cierta escala de valores, trátese de
bienes materiales o que, de alguna manera, estén en un escala superior, a los
cuales hay que igualar con los que están abajo. Y lo peor es que se atiza el
resentimiento social. Se busca simplificar la lucha entre los que no tienen
contra los que tienen, basándose en el supuesto de que el que tiene robó o
explotó al que no tiene.

En la
lucha por el poder, nadie siente que las balanzas están a su favor. Solo
aquellos que temen perder exigen la igualdad como
principio universal
.

La
igualdad es un concepto racional, nunca puede estimular deseo, voluntad o
emoción. Pero el resentimiento, en cambio, se escuda como deseos de igualdad,
cuando en realidad lo que busca es igualar al menor denominador para esconder
así su enojo.

Es por
eso que las demandas de igualdad y justicia social pueden volverse fácilmente
demandas envidiosas. No es difícil encontrar a los que sostienen que los
contrastes pronunciados entre ricos y pobres tienden a destruir la camaradería,
minan o subvierten la igualdad de oportunidades y amenazan la destrucción de
las instituciones políticas de una sociedad consciente de sus
responsabilidades.

Es
importante anotar que aquellos que se aprovechan de las desigualdades son
responsables de autodecepción si tratan de justificar sus privilegios
justamente cuando otros pueden engañarse también en su rechazo a reconocer como
envidia sus propios sentimientos hacia aquellos que ganan más o han tenido más
suerte.

Fortuna
es sinónimo de
buena suerte y riqueza
. Pero afortunado no es solo el que es rico o
ha tenido suerte, sino el que goza también de cierta felicidad. Estos conceptos
juegan un papel crucial en el control del problema de la envidia. Un hombre
puede llegar a aceptar una evidente desigualdad sin sucumbir a la envidia
cuando pone delante la idea de la suerte. Por ejemplo, pocos “envidian” a los
ganadores de la lotería. Lamentablemente, no solo hay un “dios de la fortuna”,
sino que, fácilmente, surgen también “los dioses de la malicia”.

No
existe igualdad de suerte. Ninguna sociedad puede ofrecer un sistema de lotería
que satisfaga a todos, porque la suerte depende del azar y es impredecible y
pasajera.

Gozo
o
contento
(palabras muy cercanas al concepto de
felicidad
)
existe cuando alguien no se afana o se esfuerza en tener suerte. Cuando el
Estado busca hacer felices a todos, cuando se da a todos lo que necesitan y
todos contribuyen con lo que pueden (según la sentencia marxista), entonces, no
puede existir buena ni mala suerte y, por tanto, tampoco puede haber gozo o
contento, porque no todos pueden disfrutar de buena suerte al mismo tiempo.

Lo
importante es que pocos envidian a los que han ganado la lotería ni a los que
han tenido suerte en el juego de ruleta y, sin embargo, sí existe envidia
cuando el éxito económico ha sido logrado por tener talento, personalidad,
guapeza, manera de hablar o se ha heredado fortuna. Es más, obtener riqueza a
través del Gobierno (por ejemplo, los sueldos de burócratas dorados o las
dietas de viajes) no excita el mismo resentimiento que los sueldos de los altos
ejecutivos en el sector privado.

En una
sociedad económicamente creciente es virtualmente imposible llevar a cabo
innovaciones sin que aparezcan desigualdades. Es encomiable que se busque
igualar suficientemente la distribución de las recompensas, el estatus y los
privilegios para minimizar los resentimientos sociales, lograr la seguridad
justiciera entre individuos e igualar las oportunidades. Pero cuando se
utilizan la envidia y el resentimiento para llegar al poder, las políticas
igualitarias exacerban la envidia y la confrontación entre clases sociales.

Sostiene
Emilio Palacio (2010) que uno de los males que aquejan a la Administración de
Correa es el resentimiento social, el revanchismo de las razas excluidas.

«Esos son los sentimientos en los que se
asienta la Revolución Ciudadana. No en la decisión organizada de un pueblo
digno que quiere recuperar sus derechos arrebatados durante décadas, sino en el
odio irracional de los marginados que, por rabia, festejan al pirata que roba,
asesina y viola, esperanzados de que les arrojen unas pocas monedas del tesoro
expropiado, como todavía hace veinte años hacía Pablo Escobar en Colombia.

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