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Authors: Jerzy Kosinski

Tags: #Relato

Desde el jardín (10 page)

BOOK: Desde el jardín
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—El señor Rand dijo que el Presidente sabe lo que está haciendo —respondió Chance lentamente—. Conversaron sobre el asunto; yo estaba allí. Eso fue lo que dijo el señor Rand al término de la conversación.

—No hemos dicho nada de la guerra —comentó la joven a la izquierda de Chance, acercándosele.

—¿La guerra? ¿Qué guerra? —le contestó Chance—. He visto muchas guerras en la televisión.

—Desgraciadamente, en este país, cuando soñamos con la realidad, nos despierta la televisión —dijo la mujer—. Supongo que para muchos millones de seres, la guerra no es más que un programa más de la televisión. Pero allá en el frente, hay hombres de carne y hueso que están ofrendando sus vidas.

Mientras Chance estaba tomando el café en uno de los salones contiguos, se le acercó discretamente uno de los invitados. El hombre se presentó y se sentó cerca de Chance al tiempo que lo miraba fijamente. Era de más edad que él. Se parecía a algunos de los hombres que Chance veía frecuentemente en la televisión. Llevaba los largos cabellos grises peinados hacia atrás. Tenía ojos grandes y expresivos, bordeados de pestañas excepcionalmente largas. Hablaba en voz baja y de tanto en tanto emitía una risita seca. Chance no entendía lo que le decía ni por qué se reía. Cada vez que le parecía que el hombre esperaba una respuesta, Chance le contestaba afirmativamente. Casi siempre se limitaba a sonreír y a asentir con la cabeza. De repente, el hombre se le acercó y le hizo una pregunta en voz baja que requería una respuesta precisa. Como Chance no estaba seguro de lo que le había preguntado, se abstuvo de contestarle. El hombre insistió. Chance siguió sin contestarle. Su interlocutor se le acercó aún más y lo miró con insistencia; al parecer, algo en la expresión de Chance lo indujo a preguntarle, con tono monocorde:

—¿Quiere que lo hagamos ahora? Podemos ir al piso de arriba.

Chance no tenía idea de lo que el hombre quería que hiciese. ¿Qué pasaría si se trataba de algo que él no podía hacer? Por último, dijo:

—Me gustaría mirar.

—¿Mirar? ¿Quiere decir mirarme a mí? ¿Haciéndolo solo? —El hombre no hizo ningún esfuerzo por ocultar su asombro.

—Sí —dijo Chance—. Me gusta mucho mirar.

El hombre desvió la mirada y luego volvió a dirigirse a Chance.

—Si eso es lo que usted quiere, yo también —dijo con desafío en la voz.

Después de que sirvieron los licores, el hombre miró a Chance a los ojos con insistencia e, impaciente, lo tomó del brazo y lo acercó a él, revelando una fuerza sorprendente.

—Ha llegado el momento —murmuró—. Subamos.

Chance no sabía si podía irse sin antes comunicárselo a EE.

—Tengo que avisarle a EE —dijo Chance.

El hombre lo miró, azorado.

—¿Avisarle a EE? —Hizo una pausa—. Ya veo. Bueno, da lo mismo, avísele después.

—¿No sería mejor ahora?

—Por favor —rogó el hombre—, vayámonos. EE no notará su ausencia entre tanta gente. Dirijámonos con toda naturalidad hacia el ascensor del fondo y subamos directamente. Venga conmigo.

Atravesaron el salón atestado de gente. Chance echó una mirada en derredor, pero no alcanzó a distinguir a EE.

El ascensor era estrecho y estaba forrado en una delicada tela color malva. El hombre se aproximó a Chance y de repente introdujo la mano en la ingle de Chance, quien no supo cómo reaccionar. La expresión del hombre era amistosa, aunque había una cierta avidez en su mirada. Siguió tanteando los pantalones de Chance. Este decidió que lo mejor era no hacer nada.

El ascensor se detuvo. El hombre salió adelante y tomó a su compañero del brazo. Reinaba un silencio total. Entraron en uno de los dormitorios. El hombre le pidió a Chance que se sentara. Abrió un pequeño bar oculto y le ofreció de beber. Chance tuvo miedo de perder el conocimiento, como le había ocurrido anteriormente en el automóvil con EE, de modo que rehusó. También rehusó fumar una pipa de extraño olor. El hombre se sirvió un trago generoso, que bebió casi de un sorbo. Luego se acercó a Chance y lo abrazó, apretando sus muslos contra los de Chance, quien permaneció inmóvil. El hombre comenzó a besarlo en el cuello y las mejillas, luego le desordenó los cabellos. Chance se preguntó qué había dicho o hecho para provocar tales muestras de afecto. Hizo un gran esfuerzo por evocar escenas similares en la televisión, pero sólo consiguió recordar una única escena en una película en la que un hombre besaba a otro hombre. Aún en esa circunstancia no se entendía muy bien lo que estaba ocurriendo. Se quedó inmóvil.

Evidentemente, al hombre no le preocupaba su actitud; tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta. Deslizó la mano debajo de la chaqueta de Chance como si buscara algo; después se apartó de Chance y comenzó a desvestirse apresuradamente. Se quitó los zapatos y se tendió desnudo en la cama. Hizo un gesto a Chance, quien permaneció de pie al lado de la cama mirándole. Ante la sorpresa de Chance, el hombre se tomó el órgano con una mano mientras gemía, se sacudía y temblaba de pies a cabeza.

Era evidente que el hombre estaba enfermo. Chance había visto con frecuencia en la televisión a gente acometida por violentos accesos de enfermedad. Se inclinó sobre él y el hombre lo asió repentinamente. Chance perdió el equilibrio y estuvo a punto de caerse sobre el cuerpo desnudo. El hombre se apoderó de una pierna de Chance y, sin pronunciar una palabra, presionó la suela del zapato de Chance contra su miembro endurecido.

Al ver cómo la parte en erección se ponía cada vez más dura debajo del borde de su zapato y cómo sobresalía del bajo vientre del hombre, Chance recordó las fotografías de un hombre y una mujer que le había mostrado el encargado de la casa del Anciano. Se sintió incómodo, pero permitió que su pie se mantuviera sobre la carne del hombre, observó cómo temblaba su cuerpo y cómo sus piernas desnudas se estiraban con esfuerzo y le oyó dar un grito originado acaso por algún dolor interno. Entonces el hombre apoyó con más fuerza el zapato de Chance contra su carne. Debajo del zapato surgió en pequeños chorros una sustancia blancuzca. El hombre perdió el color y agitó la cabeza. Después de una última contracción, dejó de estremecerse y los músculos, tensos bajo el zapato de Chance, se relajaron como si hubiesen sido desconectados súbitamente de una fuente de energía. Cerró los ojos. Chance retiró el pie y se fue sin hacer ruido.

Desanduvo el trecho hasta el ascensor y, una vez en la planta baja, atravesó un largo corredor, guiado por el sonido de voces. Muy pronto se encontró nuevamente entre los invitados. Estaba buscando a EE cuando alguien le tocó en el hombro; era ella.

—Temía que te hubieras aburrido y te hubieras ido —le dijo—. O que te hubiesen secuestrado. Hay una cantidad de mujeres aquí a las que no les disgustaría desaparecer contigo ¿sabes?

Chance no sabía por qué alguien podía querer secuestrarlo. Se quedó callado un rato y después dijo:

—No estaba con una mujer. Estaba con un hombre. Fuimos arriba, pero él se descompuso y por eso bajé.

—¿Arriba? Chauncey, no haces más que dedicarte a conversaciones serias. ¿Por qué no te despreocupas y gozas de la fiesta?

—Se sintió mal —dijo Chauncey—. Me quedé un rato haciéndole compañía.

—Son pocos los hombres sanos como tú; no resisten toda esta bebida y este ruido —dijo EE—. Eres un ángel, mi querido. Gracias a Dios que aún quedan hombres como tú, capaces de ayudar a la gente y de darles ánimo.

* * *

Cuando regresaron de la comida, Chance se metió en la cama y se puso a mirar la televisión. El cuarto estaba a oscuras; la pantalla iluminaba el aposento con una luz tenue y dispareja. Chance oyó que alguien abría la puerta. EE entró cubierta con un peinador y se acercó a su cama.

—No podía dormir, Chauncey —le dijo y le tocó el hombro.

Chance quiso apagar el televisor y encender las luces.

—No, por favor —le pidió EE— Quedémonos así.

Se sentó sobre la cama, cerca de él y se abrazó las rodillas.

—Tenía que verte —prosiguió—; estoy segura… estoy segura de que no te incomoda que yo haya venido aquí… a tu cuarto. ¿No es cierto que no te molesta?

—No, no me molesta —dijo Chauncey.

EE se fue acercando lentamente; su cabello le rozó la cara. En un instante se quitó el peinador y se deslizó entre las sábanas.

Corrió el cuerpo hasta tocar el de Chance. Él sintió la mano de ella que se deslizaba a lo largo de su torso y sus caderas desnudas, apretándolo, estrujándolo, recorriéndolo todo ardorosamente. Él extendió la mano y le acarició el cuello, los pechos y el vientre. Sintió que se estremecía bajo sus caricias y que sus piernas se separaban. No se le ocurrió otra cosa que hacer, de modo que retiró la mano. Ella continuó estremeciéndose y arqueándose, mientras apoyaba la cabeza y el rostro de él contra su carne húmeda, como si quisiese que él la devorase. Sollozaba, jadeaba, gemía, hablaba sin ton ni son, emitía sonidos entrecortados, como un animal. Lo besó en todo el cuerpo una y otra vez, mientras sollozaba y se reía al mismo tiempo. La cabeza bamboleándosele, buscó con la lengua su carne fláccida, mientras sus piernas se movían acompasadamente. Se estremeció y él sintió sus músculos humedecidos.

Quiso decirle cuánto más hubiera preferido mirarla, que sólo contemplándola podía fijarla en su memoria y poseerla. No sabía cómo explicarle que le resultaba imposible tocarla mejor o con más intensidad con las manos que con sus ojos. La vista abarcaba todo simultáneamente: el tacto era siempre parcial. EE no tendría que haber deseado que él la tocase más que lo que pudiera desearlo una pantalla de televisor.

Chance no se movió ni se resistió. De repente, EE se aflojó por completo y dejó caer la cabeza sobre el pecho de Chance.

—No me deseas —dijo—. No sientes nada por mí; absolutamente nada.

Chance la hizo a un lado con delicadeza y se sentó en el borde de la cama.

—¡Lo sé! ¡Lo sé! —exclamó—. ¡No te excito!

Chance no entendió lo que le quería decir.

—Estoy en lo cierto. ¿No es verdad, Chauncey?

Chance se dio vuelta y la miró.

—Me gusta observarte —le dijo.

—¿Te gusta observarme? —Lo miró fijamente.

—Sí; me gusta mirar.

Ella se sentó sin aliento, tratando de respirar.

—Por eso… ¿eso es todo lo que quieres, mirarme?

—Sí; me gusta mirarte.

—¿Pero no estás excitado? —Se inclinó, tomó su órgano y lo retuvo en su mano. A su vez, Chance comenzó a tocarla; sus dedos penetraron en su interior. Ella dio un respingo, volvió la cabeza hacia él e hizo un nuevo y desesperado intento por infundir vida a su órgano indiferente. Chance esperó pacientemente a que terminara.

Ella se puso a llorar amargamente.

—No me amas —gimió—. No puedes tolerar que te toque.

—Me gusta mirarte —dijo Chance.

—No entiendo lo que quieres decir —se lamentó ella—. Por más que trate no consigo excitarte. Y tú insistes en decir que te gusta mirarme… ¡Mirarme! ¿Quieres decir… cuando… cuando estoy sola…?

—Sí. Me gusta mirarte.

A la luz mortecina del televisor, EE lo miró con los ojos entrecerrados.

—Tú quieres que yo acabe mientras tú me observas.

Chance no dijo nada.

—Si yo me tocara ¿tú te excitarías y luego me harías el amor?

Chance no la entendió.

—Me gustaría mirarte —repitió.

—Ahora creo que entiendo —dijo EE—. Se puso de pie y con paso apresurado recorrió la habitación de un extremo al otro pasando por delante del televisor; cada tanto dejaba escapar una palabra, en voz apenas más audible que su aliento.

Volvió a la cama. Se tendió de espaldas y comenzó a acariciarse el cuerpo lánguidamente, al tiempo que separaba bien las piernas; luego deslizó las manos hacia su vientre. Avanzaba y retrocedía, haciendo serpentear su cuerpo, como aguijoneada por punzantes hierbas. Se acarició después los pechos, las nalgas, los muslos. Con un rápido movimiento, envolvió a Chance con los brazos y las piernas, como si fueran ramas tendidas. Después de agitarse violentamente, se estremeció apenas. Se quedó inmóvil, semidormida.

Chance la cubrió con la manta. Luego cambió el canal del televisor varias veces, manteniendo bajo el volumen del sonido. Descansaron juntos en la cama, mientras él observaba la televisión sin osar moverse.

Un rato después, EE le dijo:

—Me siento tan libre contigo. Hasta que te conocí, todos los hombres que frecuenté apenas reconocieron mi existencia. Fui sólo un receptáculo, poseído y contaminado; sólo la imagen de alguien que hacía el amor. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Chance la miró sin decir nada.

—Queridísimo… tú desatas mis apetencias: el deseo se abre paso desde mi interior, y cuando tú me miras, mi pasión lo disuelve. Tú me liberas. Me rebelo yo mismo a mí misma y me siento purificada.

Chance continuó en silencio.

EE se estiró y sonrió.

—Chauncey, querido, hace rato que estoy por decirte algo: Ben quiere que tú vayas en avión conmigo mañana a Washington y me acompañes al Baile del Capitolio. Yo estoy obligada a asistir; soy la presidenta del Comité encargado de la recaudación de fondos. Vendrás conmigo, ¿no es cierto?

—Me gustaría acompañarte —dijo Chance.

Se abrazó a él y se quedó dormida. Chance miró televisión hasta que él también cayó vencido por el sueño.

Seis

Por la mañana, la señora Aubrey llamó a Chance por teléfono.

—Señor, acabo de ver los periódicos matutinos. Usted aparece en todos y las fotografías son estupendas. En una está usted con el Embajador Skrapinov… en otra con el Secretario General… también aparece con… un conde alemán no sé cuánto. El
Daily News
trae una fotografía a toda página de usted y la señora Rand. Hasta el
Village Voice

—No leo los periódicos —dijo Chance.

—Bien, de todos modos varias de las compañías más importantes de televisión lo han invitado para aparecer en programas exclusivos. También las revistas
Fortune, Newsweek, Life, Look, Vogue, House & Garden
quieren publicar artículos sobre usted. Llamó el
Irish Times
, así como el
Spectator
, el
Sunday Telegraph
y
The Guardian
; solicitan una conferencia de prensa. Un tal Lord Beauclerk me pidió que le informara que la
BBC
está dispuesta a pagarle el viaje en avión hasta Londres para un programa especial de televisión; espera que usted se hospede en su casa. Las oficinas en Nueva York de
Jours de France, Der Spiegel, L'Osservatore Romano, Pravda, Neue Zürcher Zeitung
, han solicitado entrevistas. Acaba de llamar el conde von Brockburg-Schulendorff para decirle que
Stern
, de Alemania, lo sacará en la tapa;
Stern
desea los derechos exclusivos sobre sus comentarios acerca de la televisión y aceptarán los términos que usted proponga.
L'Express
, de Francia, quiere que usted participe en su mesa redonda sobre el desafío de la depresión norteamericana: pagan los gastos de viaje. El señor Gaufridi llamó dos veces para ofrecerle su casa cuando vaya a Francia. Los directores del Mercado de Valores de Tokio querrían que usted inspeccionara una nueva computadora japonesa para la recuperación de datos…

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