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Authors: Karl Marx

Tags: #Clásico, Filosofía, Histórico

El 18 Brumario de Luis Bonaparte (3 page)

BOOK: El 18 Brumario de Luis Bonaparte
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El
primer período
, desde el 24 de febrero, o desde la caída de Luis Felipe, hasta el 4 de mayo de 1848, fecha en que se reúne la Asamblea Constituyente, el
período de febrero
, propiamente dicho, puede calificarse como de
prólogo
de la revolución. Su carácter se revela oficialmente en el hecho de que el Gobierno por él improvisado se declarase a sí mismo
provisional
, y, como el Gobierno, todo lo que este período sugirió, intentó o proclamó, se presentaba también como algo puramente
provisional
. Nada ni nadie se atrevía a reclamar para sí el derecho a existir y a obrar de un modo real. Todos los elementos que habían preparado o determinado la revolución, la oposición dinástica, la burguesía republicana, la pequeña burguesía democrático-republicana y los obreros socialdemócratas encontraron su puesto provisional en el
Gobierno
de febrero.

No podía ser de otro modo. Las jornadas de febrero proponíanse primitivamente como objetivo una reforma electoral, que había de ensanchar el círculo de los privilegiados políticos dentro de la misma clase poseedora y derribar la dominación exclusiva de la aristocracia financiera. pero cuando estalló el conflicto real y verdadero, el pueblo subió a las barricadas, la Guardia Nacional
[19]
se mantuvo en actitud pasiva, el ejército no opuso una resistencia seria y la monarquía huyó, la república pareció la evidencia por sí misma. Cada partido interpretaba a su manera. Arrancada por el proletariado con las armas en la mano, éste le imprimió su sello y la proclamó
república social
. Con esto se indicaba el contenido general de la moderna revolución, el cual se hallaba en la contradicción más peregrina con todo lo que por el momento podía ponerse en práctica directamente, con el material disponible, el grado de desarrollo alcanzado por la masa y bajo las circunstancias y relaciones dadas. De otra parte, las pretensiones de todos los demás elementos que habían cooperado a la revolución de febrero fueron reconocidas en la parte leonina que obtuvieron en el Gobierno. Por eso, en ningún período nos encontramos con una mezcla más abigarrada de frases altisonantes e inseguridad y desamparo efectivos, de aspiraciones más entusiastas de innovación y de imperio más firme de la vieja rutina, de más aparente armonía de toda la sociedad y más profunda discordancia entre sus elementos. Mientras el proletariado de París se deleitaba todavía en la visión de la gran perspectiva que se había abierto ante él y se entregaba con toda seriedad a discusiones sobre los problemas sociales, las viejas fuerzas de la sociedad se habían agrupado, reunido, vuelto en sí y encontrado un apoyo inesperado en la masa de la nación, en los campesinos y los pequeños burgueses, que se precipitaron todos de golpe a la escena política, después de caer las barreras de la monarquía de Julio
[20]
.

El
segundo período
, desde el 4 de mayo de 1848 hasta fines de mayo de 1849, es el
período de la constitución, de la fundación de la república burguesa
. Inmediatamente después de las jornadas de febrero no sólo se vio sorprendida la oposición dinástica por los republicanos, y éstos por los socialistas, sino toda Francia por París. La Asamblea Nacional, que se reunió el 4 de mayo de 1848, salida de las elecciones nacionales, representaba a la nación. Era una protesta viviente contra las pretensiones de las jornadas de febrero y había de reducir al rasero burgués los resultados de la revolución. En vano el proletariado de París, que comprendió inmediatamente el carácter de esta Asamblea Nacional, intentó el 15 de mayo
[21]
, pocos días después de reunirse ésta, destacar por fuerza su existencia, disolverla, descomponer de nuevo en sus distintas partes integrantes la forma orgánica con que le amenazaba el espíritu reaccionante de la nación. Como es sabido, el único resultado del 15 de mayo fue alejar de la escena pública durante todo el ciclo que examinamos a Blanqui y sus camaradas, es decir, a los verdaderos jefes del partido proletario.

A la
monarquía burguesa
de Luis Felipe sólo puede suceder
la república burguesa
; es decir que si en nombre del rey, había dominado una parte reducida de la burguesía, ahora dominará la totalidad de la burguesía en nombre del pueblo. Las reivindicaciones del proletariado de París son paparruchas utópicas, con las que hay que acabar. El proletariado de París contestó a esta declaración de la Asamblea Nacional Constituyente con
la insurrección de junio
[22]
, el acontecimiento más gigantesco en la historia de las guerras civiles europeas. Venció la república burguesa. A su lado estaban la aristocracia financiera, la burguesía industrial, la clase media, los pequeños burgueses, el ejército, el lumpemproletariado organizado como Guardia Móvil
[23]
, los intelectuales, los curas y la población del campo. Al lado del proletariado de París no estaba más que él solo. Más de 3.000 insurrectos fueron pasados a cuchillo después de la victoria y 15.000 deportados sin juicio. Con esta derrota, el proletariado pasa al
fondo
de la escena revolucionaria. Tan pronto como el movimiento parece adquirir nuevos bríos, intenta una vez y otra pasar nuevamente a primer plano, pero con un gasto cada vez más débil de fuerzas y con resultados cada vez más insignificantes. Tan pronto como una de las capas sociales superiores a él experimenta cierta efervescencia revolucionaria, el proletariado se enlaza a ella y así va compartiendo todas las derrotas que sufren unos tras otros los diversos partidos. pero estos golpes sucesivos se atenúan cada vez más cuanto más se reparten por toda la superficie de la sociedad. Sus jefes más importantes en la Asamblea Nacional y en la prensa van cayendo unos tras otros, víctimas de los tribunales, y se ponen al frente de él figuras cada vez más equívocas. En parte, se entrega a
experimentos doctrinarios, Bancos de cambio y asociaciones obreras, es decir, a un movimiento en el que renuncia a transformar el viejo mundo, con ayuda de todos los grandes recursos propios de este mundo, e intenta, por el contrario, conseguir su redención a espaldas de la sociedad, por la vía privada, dentro de sus limitadas condiciones de existencia, y por tanto, forzosamente fracasa
. Parece que no puede descubrir nuevamente en sí mismo la grandeza revolucionaria, ni sacar nuevas energías de los nuevos vínculos que se han creado, mientras
todas las clases
con las que ha luchado en junio, no estén tendidas, a todos lo largo a su lado mismo. Pero, por lo menos, sucumbe con los honores de una gran lucha de alcance histórico-universal; no sólo Francia, sino toda Europa tiembla ante el terremoto de junio, mientras que las sucesivas derrotas de las clases más altas se consiguen a tan poca costa, que sólo la insolente exageración del partido vencedor puede hacerlas pasar por acontecimientos, y son tanto más ignominiosas cuanto más lejos queda del proletariado el partido que sucumbe.

Ciertamente, la derrota de los insurrectos de junio había preparado, allanado, el terreno en que podía cimentarse y erigirse la república burguesa; pero, al mismo tiempo, había puesto de manifiesto que en Europa se ventilaban otras cuestiones que la de «república o monarquía». Había revelado que aquí
república burguesa
equivalía a despotismo ilimitado de una clase sobre otras. Había demostrado que en países de vieja civilización, con una formación de clases desarrollada, con condiciones modernas y de producción y con una conciencia intelectual, en la que todas las ideas tradicionales se hallan disueltas por un trabajo secular, la
república no significa en general más que la forma política de la subversión de la sociedad burguesa
y no su forma
conservadora de vida
, como, por ejemplo, en los Estados Unidos de América, donde si bien existen ya clases, éstas no se han plasmado todavía, sino que cambian constantemente y se ceden unas a otras sus partes integrantes, en movimiento continuo; donde los medios modernos de producción, en vez de coincidir con una superpoblación crónica, suplen más bien la escasez relativa de cabezas y brazos, y donde, por último, el movimiento febrilmente juvenil de la producción material, que tiene un mundo nuevo que apropiarse, no ha dejado tiempo ni ocasión para eliminar el viejo mundo fantasmal.

Durante las jornadas de junio, todas las clases y todos los partidos se habían unido en un
partido del orden
frente a la clase proletaria, como
partido de la anarquía
, del socialismo, del comunismo. Habían «salvado» a la sociedad de «
los enemigos de la sociedad
». Habían dado a su ejército como santo y seña los tópicos de la vieja sociedad: «
Propiedad, familia, religión y orden
», y gritado a la cruzada contrarrevolucionaria: «¡Bajo este signo vencerás!»
[24]
. Desde este instante, tan pronto como uno cualquiera de los numerosos partidos que se habían agrupado bajo aquel signo contra los insurrectos de junio, intenta situarse en el palenque revolucionario en su propio interés de clase, sucumbe al grito de «¡Propiedad, familia, religión y orden!». La sociedad es salvada cuantas veces se va restringiendo el círculo de sus dominadores y un interés más exclusivo se impone al más amplio. Toda reivindicación, aun de la más elemental reforma financiera burguesa, del liberalismo más vulgar, del más formal republicanismo, de la más trivial democracia, es castigada en el acto como un «atentado contra la sociedad» y estigmatizada como «socialismo». Hasta que, por último, los pontífices de «la religión y el orden» se ven arrojados ellos mismos a puntapiés de sus sillas píticas
[25]
, sacados de la cama en medio de la noche y de la niebla, empaquetados en coches celulares, metidos en la cárcel o enviados al destierro; de su templo no queda piedra sobre piedra, sus bocas son selladas, sus plumas rotas, su ley desgarrada, en nombre de la religión, de la propiedad, de la familia y del orden. Burgueses fanáticos del orden son tiroteados en sus balcones por la soldadesca embriagada, la santidad del hogar es profanada y sus casas son bombardeadas como pasatiempo, y en nombre de la propiedad, de la familia, de la religión y del orden. La hez de la sociedad burguesa forma por fin la
sagrada falange del orden
, y el héroe Krapülinski
[26]
se instala en las Tullerías como «
salvador de la sociedad
».

Capítulo II

Reanudamos el hilo de los acontecimientos.

La historia de la
Asamblea Nacional Constituyente
desde las jornadas de junio es la
historia de la dominación y de la disgregación de la fracción burguesa republicana
, de aquella fracción que se conoce por lo nombres de republicanos tricolores, republicanos puros, republicanos políticos, republicanos formalistas, etc.

Bajo la monarquía burguesa de Luis Felipe, esta fracción había formado la
oposición
republicana
oficial
y era, por tanto, parte integrante reconocida del mundo político de la época. Tenía sus representantes en las Cámaras y un considerable campo de acción en la prensa. Su órgano parisino, el
National
[27]
era considerado, a su modo, un órgano tan respetable como el
Journal des Débats
[28]
; a esta posición que ocupaba bajo la monarquía constitucional correspondía su carácter. No se trata de una fracción de la burguesía mantenida en cohesión por grandes intereses comunes y deslindada por condiciones peculiares de producción, sino de una pandilla de burgueses, escritores, abogados oficiales y funcionarios de ideas republicanas, cuya influencia descansaba en las antipatías personales del país contra Luis Felipe, en los recuerdos de la antigua república, en la fe republicana de un cierto número de soñadores, y sobre todo en el
nacionalismo francés
, cuyo odio contra los Tratados de Viena
[29]
y contra la alianza con Inglaterra atizaba constantemente esta fracción. Una gran parte de los partidarios que tenía el
National
bajo Luis Felipe los debía a este imperialismo recatado, que más tarde, bajo la república, pudo enfrentarse, por tanto, con él, como un competidor aplastante, en la persona de Luis Bonaparte. Combatía a la aristocracia financiera, como lo hacía todo el resto e la oposición burguesa. La polémica contra el presupuesto, que en Francia se hallaba directamente relacionada en la lucha contra la aristocracia financiera, brindaba una popularidad demasiado barata y proporcionaba a los
leading articles
[30]
puritanos materia demasiado abundante, para que no se la explotase. La burguesía industrial le estaba agradecida por su defensa servil del sistema proteccionista francés, que él, sin embargo, acogía por razones más bien nacionales que nacional-económicas; la burguesía, en conjunto, le estaba agradecida por sus odiosas denuncias contra el comunismo y el socialismo. Por lo demás, el partido del
National
era
puramente republicano
, exigía que el dominio de la burguesía adoptase formas republicanas en vez de monárquicas, y exigía sobre todo su parte de león en este dominio. Respecto a las condiciones de esta transformación, no veía absolutamente nada claro. Lo que, en cambio, vía claro como la luz del sol y lo que se declaraba públicamente en los banquetes de la reforma en los últimos tiempos del reinado de Luis Felipe, era su impopularidad entre los pequeños burgueses demócratas y sobre todo entre el proletariado revolucionario. Estos republicanos puros —los republicanos puros son así— estaban completamente dispuestos a contentarse por el momento con una regencia de la duquesa de Orleans, cuando estalló la revolución de febrero y asignó a sus representantes más conocidos un puesto en el Gobierno provisional. Poseían, de antemano, naturalmente, la confianza de la burguesía ay la mayoría de la Asamblea Nacional Constituyente. De la Comisión ejecutiva que se formó en la Asamblea Nacional al reunirse ésta, fueron inmediatamente excluidos los elementos
socialistas
del Gobierno provisional, y el partido del
National
se aprovechó del estallido de la insurrección desde junio para dar el pasaporte a la
Comisión ejecutiva
, y desembarazarse así de sus rivales más afines, los
republicanos pequeñoburgueses
o
republicanos demócratas
(Ledru-Rollin, etc.). Cavaignac, el general del partido republicano burgués, que había dirigido la batalla de junio, sustituyó a la Comisión ejecutiva con una especie de poder dictatorial. Marrast, antiguo redactor jefe del National, se convirtió en el presidente perpetuo de la Asamblea Nacional Constituyente, y los ministerios y todos los demás puestos importantes cayeron en manos de los republicanos puros.

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