El año que trafiqué con mujeres (5 page)

BOOK: El año que trafiqué con mujeres
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El político ultraderechista y abogado de ANELA me enseña, en su ordenador, la fotografía de una joven extremadamente hermosa. Rubia, de ojos azules, estilizada, aquella valkiria representaba perfectamente el ideal de belleza aria.

—Nosotros nos ocupamos del caso y la retiramos de la prostitución. Le hemos conseguido trabajo de modelo y llevamos su caso a nivel judicial.

Mientras hablaba, los ojos de Roberto tenían un brillo especial. No estoy seguro de poder transmitir al lector la sensación que me producía su mirada mientras hablaba de aquella muchacha, vendida como una esclava sexual y llegada a Valencia desde los países del Este, como miles de muchachas similares. Pero yo reconocía aquel brillo en los ojos. Era el mismo que tenían mis camaradas skinheads cuando me hablaban de sus sueños de grandeza, del nuevo mundo que pensaban construir y de la revolución nacionalsocialista. Era la mirada de los adolescentes skins al contemplar las antorchas y las cruces célticas ardiendo durante la celebración de los solsticios, al pronunciar sus juramentos solemnes. Era la mirada de quienes se consideran los nuevos templarios, los guerreros místicos de la raza aria. Estoy seguro de que Roberto, de alguna forma, también se sentía una especie de caballero teutón, de guerrero patrio, salvador de aquella desvalida valkiria nórdica que, por cierto, y según averigüé posteriormente, terminaría trabajando como modelo para su empresa. He conseguido algunas fotos de aquella joven e información de su relación con Roberto, pero finalmente he optado por no publicarla, ya que su identificación podría perjudicarla notablemente. Y bastante ha sufrido ya. Ojalá ella y su familia puedan olvidar el infierno que ha vivido en los últimos tres años.

La conversación con Roberto continúa durante casi dos horas. Sin saberlo, tras responder pacientemente a todas mis preguntas, me facilita infinidad de pistas para profundizar en el tráfico de mujeres. De nuevo surge el maldito deseo de tentar una vez más a la fortuna y me aventuro a poner sobre la mesa un tema clave:

—Verás, te voy a ser sincero. A mí no sólo me interesa tener el punto de vista de las prostitutas y de los empresarios. Para comprender globalmente el fenómeno de la prostitución creo que lo ideal es conocer también la opinión de los proveedores... o sea’ de los transportistas... o sea, de los que se ocupan de traer a España a las chicas que luego terminan trabajando en los clubes.

—O sea, de los traficantes... Eso es lo más complicado y lo más peligroso.

—Lo sé. Pero supongo que, aunque naturalmente ANELA no tenga nada que ver con las mafias, imagino que, al moveros en la noche, y hablar con tantas chicas, no sé, joder, a lo mejor conocéis a alguien que conozca a alguien que me pueda ayudar a Regar a los proveedores...

Y de pronto contesta algo que me coge desprevenido y termina de minar mis defensas psicológicas:

—Es que tú, entonces, lo que quieres es infiltrarte, ¿no?

—¡Hombre, no tanto!

—¡Coño!, pues entonces deberías leerte un libro que salió hace poco, de un tío con dos cojones que se infiltró en los cabezas rapadas, el muy cabrón. Diario de un skin, se llama. ¿Lo conoces?

No podía ser. Era demasiado fuerte para ser verdad. Soy consciente de que puede parecer increíble, pero prometo solemnemente que ocurrió exactamente así.

Estaba sentado en el despacho del presidente de un partido ultraderechista, en la planta superior de una empresa de seguridad llena de skins, y su director, con un revólver y varias balas sobre el estante, me recomendaba leerme mi propio libro para aprender a infiltrarme en un grupo de crimen organizado. Pensé que me había descubierto y mi primer impulso fue echarme a llorar y entregarle mi cámara oculta suplicándole que me perdonase la vida. El segundo fue el de salir corriendo. Pero era consciente de que no tendría ninguna posibilidad de llegar ni siquiera a la planta baja. Así que me tragué el arrebato de pánico, mientras apretaba las rodillas para contener las insoportables ganas de orinar y le respondí intentando que el sudor que empezaba a caerme por la frente no me delatase.

—¿Diario de un skin? Sí, ya, claro, lo conozco... pero... eso no es tan complicado. Lo jodido es meterse en las mafias, eso sí que tiene mérito...

No sabía si el intento de menospreciar el trabajo de Antonio Salas resultaba convincente y esperaba su reacción. Tal vez Sólo sospechaba de mí e intentaba ponerme a prueba. Tal vez esperaba que me arrodillase pidiéndole clemencia y confesándole que yo era Tiger88. Pero no ocurrió nada. No percibí en su mirada ningún indicio de desconfianza. Y cuando me invitó a comer con él, terminé por convencerme de que no sospechaba de mi verdadera identidad. Probablemente había consultado las webs de los nazis y sus colaboradores, como el periodista de El Como, y creía saber la identidad real de Antonio Salas, así que no podría ni imaginar que en ese momento tenía al verdadero Tiger 88 sentado en su despacho. Mi ángel guardián había vuelto a ganarse el sueldo, y además una paga extra. Comprendo que pida la jubilación anticipada.

Roberto me recomendó que visitase algunos prostíbulos valencianos y me indicó por quién debía preguntar en cada uno. Sus consejos terminarían siendo proverbiales para facilitar mi acceso a las mafias del tráfico de mujeres tiempo después y en lugares, es justo reconocerlo, aparentemente alejados de ANELA. Cuando decliné su invitación para comer juntos —no podía seguir aguantando tanta tensión— me acompañó hasta la salida, mostrándome todos los secretos de su empresa de seguridad y charlando conmigo como con un camarada más.

—La semana pasada dos moros intentaron entrar a robar aquí. Hace falta ser imbécil. Porque además de las cámaras de vigilancia que tenemos por todo el edificio y que se ven, tenemos cámaras ocultas que no se ven. Mira, ves aquel puntito negro, pues aquello es una cámara oculta, pero si no entiendes de esto es normal que no te enteres...

Confieso que, a pesar del nerviosismo que me inspiraba aquel lugar, tuve que contener una sonrisa. Roberto no se había dado cuenta de que yo mismo portaba una cámara oculta y había estado grabándole desde que entré en su local. Imagino que no le hará ninguna gracia el día que lea estas líneas, pero confío en que lo encaje con deportividad.

—Y mira, éste es el armero, aquí tenemos las pistolas y demás armamento con el que los chicos practican. ¡Abre ahí y enséñale a este amigo las armas!

A una orden de Roberto, el encargado de la recepción abrió el armero y pude calcular que en aquella caja de seguridad había no menos de treinta armas de fuego semiautomáticas. Eso fue la gota que colmó el vaso. Cada minuto que pasaba en aquel lugar crecía la posibilidad de que cualquiera de los skinheads o ultraderechistas que frecuentaban aquella empresa pudiese reconocerme por haber coincidido conmigo en algún acto nazi durante mi infiltración anterior. Aún hoy no quiero imaginar qué habría pasado si hubieran descubierto que aquel tipo del bigote y del peinado ridículo era Tiger88. Agradecí a José Luís Roberto sinceramente su colaboración y todas las pistas que me había dado. Agradecí también toda la documentación que me había facilitado: dossieres, revistas de ANELA, etc.

Salí del Pasaje de Rusafa tan rápido como pude. A partir de ese momento tenía mucho trabajo por delante para conseguir entrar en uno de los suburbios más crueles y despiadados del crimen organizado: el tráfico de mujeres, pero entonces sólo podía sentarme en algún bar —las piernas no dejaban de temblarme— para beber una tila y fumarme dos o tres cajetillas de cigarrillos.

Capítulo 2

El ¿oficio? más antiguo del mundo

El que determine, empleando violencia, intimidación o engaño, o abusando de una situación de superioridad o de necesidad o vulnerabilidad de la víctima, a persona mayor de edad a ejercer la prostitución o a mantenerse en ella, será castigado con las penas de prisión de dos a cuatro años y multa de doce a veinticuatro meses. En la misma pena incurrirá el que se lucre explotando la prostitución de otra persona, aun con el consentimiento de la misma.

Código Penal, art 188, 1

(Modificado según Ley Orgánica 11/2003, de 29 de septiembre)

Lo confieso sin pudor, sabedor del escepticismo con que los lectores varones encajarán esta afinación, pero jamás, antes de iniciar esta investigación, había visitado un local de alterne. Tenía una curiosidad morbosa, es verdad, y en muchas ocasiones, al avistar alguno de estos serrallos a un lado de la carretera, durante mis interminables viajes, había sentido la tentación de entrar a fisgar, pero nunca lo había hecho.

Ni siquiera para tomar una copa o comprar cigarrillos. Sus neones estridentes, sus nombres provocadores, sus aparcamientos atestados de vehículos llamaron muchas veces mi atención, como la de cualquiera, pero jamás se había dado la circunstancia propicia para que entrase en ninguno de ellos. Ahora, sin embargo, conozco casi todos.

Desde que Aspasia, la esposa de Pericles, inventara los prostíbulos ——del latín prostituire: comerciar, traficar— hasta nuestros días, el negocio del sexo ha evolucionado mucho. En el siglo XXI existen millones de Marías Magdalena y de Valerias Mesalina en todo el planeta. Hasta el punto de que, en los ambientes más doctos y eruditos, a las rameras, meretrices, prostitutas, lumis, Wanas, putas, nínfas, golfas, pelanduscas, cortesanas, suripantas, furcias, zorras, busconas y demás chicas de mala vida, se las denomina precisamente con el nombre de esa emperatriz romana, tercera esposa de Claudio 1, conocida por su vida licenciosa y promiscua. Su muerte, degollada por un soldado en el año 48, a los treinta y tres años de edad, refleja perfectamente la vida intensa, vertiginosa y con frecuencia corta, de muchas mesalinas actuales.

Sin embargo, y al margen de estas licencias históricas, yo no sabía nada sobre prostitutas, prostíbulos ni proxenetas, así que, como ocurre en cualquier investigación, primero debería familiarizarme teóricamente con el tema que iba a afrontar. Y como es cierto que no siempre el que va más deprisa llega antes a su objetivo, tenía claro que para acercarme a los mafiosos de la trata de blancas, debía dar un rodeo por las trastiendas de la prostitución. El contacto con ANELA no fue más que un primer paso, un primer aldabonazo para encontrar información; pero evidentemente no era el único. Hace falta llamar a muchas puertas para hacerse una idea, mínimamente aproximada, sobre el gigantesco y complejo mundo de la prostitución y esto probablemente se deba a que a pesar de sus descomunales proporciones, es en definitiva uno de los sectores más excluidos socialmente. Probablemente ningún otro colectivo social, salvo el religioso, haya influido tanto en la historia, y por supuesto, ningún otro ha movido tantas cantidades de dinero como el gremio del sexo profesional. Sin embargo, la colosal hipocresía social en la que nos movemos margina de tal forma este sector de la sociedad, que todavía en el siglo XXI, los varones ocultan el uso que hacen de estos servicios con un empeño tal que sólo es superado por el de las rameras que esconden a sus familiares y vecinos la labor que desempeñan.

Al consultar el término «prostitución» en los dos buscadores más populares de Internet, Google y Yahoo, aparecen 51.900 Y 57.300 entradas respectivamente. Y aunque son demasiadas puertas a las que llamar, yo lo intentaría en muchas de ellas. Desde fuentes policiales hasta ONG dedicadas a la inmigración, pasando por periodistas especializados, asociaciones empresariales, dientes adictos, ex rameras, psicólogos, criminólogos, etc., durante meses estuve dedicado a confeccionar un voluminoso archivo con todo tipo de información sobre el fenómeno de la prostitución y su relación con el crimen organizado.

Todos los expertos coinciden en que puede resultar factible, con un poco de esfuerzo, acceder a los testimonios de las profesionales del sexo, o a sus clientes. Sin embargo, llegar a las redes del crimen organizado, a las mafias del tráfico de seres humanos, era, en opinión de esos mismos especialistas, mucho más complejo y sobre todo peligroso. Quizá porque la mayoría de los traficantes de mujeres al mismo tiempo participan de otras «especialidades» delictivas como el tráfico de armas, el narcotráfico, la falsificación de documentos, la extorsión, el homicidio incluso... «Ten cuidado, éstos primero te pegan un tiro y luego preguntan», fue una de las frases que más veces escucharía en mí peregrinar por comisarías de Policía o cuarteles de la Guardia Civil, en busca de datos objetivos sobre la trata de blancas. De hecho, meses después de iniciar esta infiltración, me vi engarzando en un collar una bala, una 9 mm, que casi me vuela una rodilla. Pero desgraciadamente, a la hora de advertirme sobre los riesgos de esta investigación, nadie supo alertarme sobre el mayor peligro de todos, en definitiva mucho peor que el miedo constante a recibir una paliza o un tiro. Me refiero a los zarpazos letales en el alma que mutilan para siempre tu mente al conocer y convivir con el lado más siniestro y despiadado de la naturaleza humana: la profunda hipocresía social que margina a las samaritanas del amor, mientras continúa exprimiéndolas hasta que sólo son pedazos de carne vacía y reseca; la adicción desesperada de los consumidores del producto, capaces de hipotecar sus vidas y sus conciencias por una nueva dosis de pasión o de un cariño tan falso, de unas caricias tan ficticias y de unos besos tan traidores como los de judas, y sin embargo, tan imprescindibles como la dosis de heroína para las venas del drogadicto; y sobre todo, tantas mentiras, tantos engaños, tantos embustes. En ese profundo pozo oscuro y siniestro que es el mundo de la prostitución, todos mienten. Putas, puteros y proxenetas terminan siendo cofrades en la misma Hermandad de la Santa Patraña.

Ahora sólo puedo sonreír amargamente al leer los anuncios clasificados en cualquier periódico del país, donde supuestas jovencitas de dieciocho añitos, «aunque aparento menos», ofertan «griego», «francés sin» o «cubana», por 30 euros. O al observar, desde cualquier autovía española, los coches apiñados en el aparcamiento de tal o cual lupanar de carretera o al reconocer en las portadas de Cosmopolitan, Man, Interviú o Woman a las prestigiosas y respetables actrices, modelos y presentadoras que yo he visto en los catálogos de rameras de los prostíbulos más lujosos del país.

Si no sintiese una tristeza tan profunda y devastadora, me reiría de todos ellos. De los eruditos contertulios televisivos, de los políticos conservadores que exigen la expulsión de los inmigrantes ¡legales y que resultan ser propietarios de los burdeles que se nutren en un 95 por ciento de chicas extranjeras introducidas en España por las mafias; de los españolitos jóvenes, atractivos y seductores, que tienen que pagar a una fulana porque no tienen valor para compartir con sus novias o esposas sus fantasías sexuales; de los mafiosos del crimen organizado, que se creen genios del delito, situados por encima del bien y del mal, y que fueron burlados por mi cámara oculta; de las prostitutas absorbidas por la espiral del lujo y del dinero, que terminan vendiendo algo más que su cuerpo...

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