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Authors: Jordi Sierra i Fabra

Tags: #Infanill y juvenil, Intriga

El asesinato del profesor de matematicas (4 page)

BOOK: El asesinato del profesor de matematicas
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—El asesino es el tal Jones, seguro —rezongó.

No supo si leer la novela entera, viendo lo previsible que era, o si mirar directamente el final y, si acertaba, pasar de perder el tiempo. Como seguía deprimida por lo de las matemáticas hizo esto último.

Miró el último capítulo. El asesino era Jones.

—Lo sabía —suspiró.

Dejó el libro a un lado y se asomó a la ventana. Su padre estaba a punto de llegar y lo primero que haría sería preguntarle por el examen de matemáticas. ¿Qué le diría?

Estaba segura de haber aprobado el resto de las asignaturas. Si el Fepe cumplía su palabra y les daba una segunda oportunidad para redondear aquellos dichosos cuatros…

A lo mejor un día se acordaba con simpatía de sus casi trece años. A lo mejor. Pero lo que era ahora…

Frente a su casa, en la esquina, vio la luz de la habitación de Luc encendida. Lo imaginó haciendo lo mismo que ella: devorando una novela de ciencia ficción.

Pero no, Luc no leía en ese momento una novela de ciencia ficción, sino de fantasía. Un mundo imaginario poblado de seres extraordinarios se enfrentaba con la amenaza de un eclipse que congelaría el gran lago de la capital en segundos. Llevaba apenas treinta páginas de la historia.

—Construyen un espejo en lo alto de un monte lejos del eclipse, porque un eclipse no es total en todas partes, y envían los rayos solares reflejados hacia la ciudad para mantener caliente el lago.

Si tenía razón, el libro perdía interés. Y si no lo tenía…

Le costaba cada vez más encontrar buenas novelas de ciencia ficción y fantasía.

No estaba de humor para aguantar novelas idiotas, así que buscó el final directamente, arriesgándose según su instinto. No tardó en hallar la frase: «Gracias al monumental espejo construido en la cima de Pico de Gash, los mireianos pudieron salvarse y…»

—Si es que estaba chupado —cerró el libro, mitad orgulloso, mitad cansado, y agregó—: ¿Por qué no puedo ver las mates tan claro como veo todo lo demás?

La vida de un estudiante era un asco.

Alguien llamó a la puerta de su habitación y se puso en pie de un salto sentándose en su mesa de trabajo, en la que había un libro escolar abierto.

—¿Sí?

Su padre entró.

—¿Qué tal el examen de matemáticas? —le preguntó sin ambages.

—No sé. Justito, como siempre. Puede pasar cualquier cosa.

El hombre plegó los labios.

—¡Ay, Señor, Señor! —abatió sus hombros.

Cerró la puerta de nuevo, sin más, y lo dejó solo.

Luc pensó en Adela y en Nico.

Precisamente Nico estaba jugando con un videojuego que le había prestado su vecino. Era bastante sencillo, pero, como no lo conocía, todavía andaba luchando con los esqueletos del mundo de ultratumba para conseguir almacenar armas y talismanes con los que avanzar hasta el final. Ya le habían matado una vez.

En ese instante aparecieron dos esqueletos por la derecha, dio un salto atrás, chocó con la pared… y ésta se lo engulló sin dejar rastro.

Era otra trampa. Estaba muerto. Vuelta a empezar.

Una oportunidad más. Siempre.

Recordó a Felipe Romero.

—Vais a ver, sacos de huesos —se enfadó con su propia inexperiencia teniendo en cuenta lo simple que era el juego.

Pero seguía pensando en el examen de matemáticas y en la posibilidad de que el Fepe les diera una segunda oportunidad. Tal vez eso lo cambiara todo.

¿Quién dijo aquello de que en la vida lo último que se pierde es la esperanza?

Capitulo
(15/3 + 1/3 +1/3 + 1/3)
6

Se reunieron muy nerviosos en el patio tras las dos primeras horas de clase. Ni rastro del Fepe. La primera reunión de profesores para comentar las distintas notas y cotejar resultados alumno por alumno ya tenía que haberse celebrado. Ahora mantenían la secreta ilusión de que fuera posible enmendar sus errores.

—No creo que nos haga un nuevo examen —dijo Luc.

—No, eso no, pero a lo mejor nos monta unas pruebas rápidas aquí mismo, como hizo ayer —consideró Nico.

—Pareces de mejor humor —sonrió Adela—. ¿Sabéis una cosa? Ayer les hice lo de adivinar el número a mis padres, ¡y no fallé ni una vez! Se quedaron pasmados.

—Yo hice lo del número de monedas par o impar —la secundó Nico—. También me salió de fábula.

—Yo le puse a mi hermana la multiplicación del cero y me quedé con ella —recordó Luc.

Parecían satisfechos de sus pequeñas victorias.

—¿Por qué no nos contó esas cosas en clase? —lamentó Adela—. ¿Por qué en clase todo son problemas, fórmulas y cosas así? Si enseñaran matemáticas jugando sería diferente, seguro.

Luc y Nico asintieron con la cabeza. Estaban de acuerdo.

Felipe Romero apareció de pronto caminando a buen paso, con el rostro animado y mucho nervio en sus movimientos. Parecía buscarles también a ellos, porque al verles levantó una mano y fue en su dirección. Los tres se quedaron sin aliento viéndole avanzar con su largo pelo ondeando al viento y su aspecto desmadejado.

—La suerte está echada —proclamó Adela, repitiendo una frase del protagonista de una de sus novelas policiacas favoritas.

Felipe Romero se detuvo frente a ellos. No dejó de exhibir su sonrisa de triunfo. Mantuvo el suspense todavía unos segundos.

—¿Qué, qué? —le alentó Adela, muy nerviosa.

—Voy a daros esa segunda oportunidad —proclamó.

—¿En serio? —se quedó pálido Nico.

—¿Hemos aprobado todo lo demás? —abrió la boca Luc.

—Sí, pero esto es un secreto entre los cuatro, ¿de acuerdo? Oficialmente yo no os he dicho nada. No puedo hacerlo.

—¿Y qué les ha dicho usted cuando le han preguntado por nuestras notas en matemáticas? —quiso saber Adela.

—Pues que anoche estaba enfermo y no pude corregir los exámenes —se resignó—. Ni que decir tiene que me han puesto a caldo.

—Se la ha jugado por nosotros —exclamó Adela emocionada.

—¿Vale la pena o no? —la interrogó el maestro.

—Desde luego es un tío legal —dijo Nico.

—Nadie ha hecho nunca algo así por mí —atestiguó Luc.

—Pues ahora depende de vosotros que la jugada me salga bien o no. ¿Queréis la segunda oportunidad?

—Sí —manifestaron los tres sin dilación.

—Os advierto que no será fácil —les previno—, pero también os digo que será lo que os dije ayer: un juego.

—¿No nos hará un examen?

—No, Adela. Los exámenes os bloquean, ¿no? Pues nada de exámenes. Esto va a ser distinto, aunque también habrá un límite de tiempo y os juro que os haré sudar la gota gorda. Nada de cinco problemas. Van a ser quince.

—¿Quince? —casi gritaron al unísono.

—Habrá ocho pruebas matemáticas y siete de ingenio, de aprender a pensar y a razonar. Si no resolvéis una prueba de ingenio, no podréis llegar a la siguiente pista y al siguiente problema. Ése es el truco. Pero, desde luego, para una experta en criminales —miró a Adela—, un experto en máquinas y batallas galácticas —miró a Luc— y un resolutivo y rápido jugador de videojuegos —miró a Nico—, esto debería ser pan comido. Coser y cantar.

Alucinaban. Primero por lo de la segunda oportunidad, después por el entusiasmo del Fepe y tercero por lo de las quince pruebas.

O se había vuelto loco… o hablaba en serio.

Y daba toda la impresión de ser esto último.

—¿Cuándo lo haremos? —preguntó Adela.

—Mañana sábado nos veremos en el descampado a las nueve de la mañana y os llevaré la primera pista y el primer problema. He de poner el resto en las distintas partes de la
gymkhana
matemática que vais a llevar a cabo.

—¡Ay, Dios! —gimió Nico.

—¿No puede adelantarnos algo? —propuso Luc.

—Está bien —se resignó el profesor—. Venid aquí.

Fueron a un rincón del patio. Había demasiada animación en todas partes por el fin de los exámenes, la inminencia del fin de semana que empezaba por la tarde y la aún más fuerte de las vacaciones de verano a la vuelta de la esquina.

Cuando estuvieron tranquilos y apartados de todo el mundo, Felipe Romero comenzó su exposición:

—Imaginaos que me matan —dijo con una sonrisa irónica—. ¿Qué se hace en estos casos?

—Se interroga a los sospechosos —fue rápida Adela.

—¿Por qué no resolver el caso con matemáticas? A fin de cuentas todo es cuestión de ellas, además de física y química. Sólo el asesino ha estado a la misma hora y en el mismo lugar que el asesinado. Hay un motivo, una emoción, una energía. Lo que os propongo es simple: me inventaré a alguien que quiera matarme, lo cual no es difícil teniendo en cuenta la de gente que me tiene manía.

—Y que lo diga —apostilló Nico.

Adela le dio un codazo.

—No, no te preocupes, Adela. Nico tiene razón —se encogió de hombros—. No podemos gustar a todo el mundo por igual, ni caerles bien a los demás al cien por cien. Es ley de vida —recuperó el hilo de su explicación—. Así pues, una persona me asesina. Yo os dejaré pistas en diversas partes que conozcáis para dar con los ocho problemas matemáticos que os darán las ocho respuestas de cuya combinación saldrá el nombre de mi asesino. Es muy sencillo.

—¿Sencillo? —puso cara de espanto Nico.

—Si fallamos en una pista no daremos con el siguiente problema. O sea, que si no resolvemos la primera ya ni vamos a llegar al segundo punto —dejó sentado Luc.

—Ése es el reto —dijo Felipe Romero.

—Pero serán sencillas, ¿no? —manifestó insegura Adela.

—Creo que sí, pero todo depende de vosotros. Hemos pasado un curso entero haciendo esas cosas más o menos igual —insistió el maestro—. En este caso, sin embargo, no perdáis de vista lo esencial: jugad. No penséis en problemas, sino en acertijos y adivinanzas.

Las pistas para dar con los problemas son de pura deducción, no de matemáticas.

—Pero entonces…

—Las reglas son mías —recordó él—. ¿O creéis que porque me caéis simpáticos voy a ponéroslo fácil?

¿A cuántos conocéis que hayan tenido una segunda oportunidad para aprobar matemáticas en junio?

Eso sí era de una lógica aplastante.

Era todo o nada. Jugar o… suspender.

—Usted disfruta con esto, ¿vale? —dijo Adela con los ojos brillantes.

—Como un enano —reconoció Felipe Romero.

—La persona que le habrá matado, ¿la conoceremos? Lo digo porque a lo peor no sabemos quién es y pensamos que nos hemos equivocado y… —vaciló Luc.

—No os preocupéis por ello. No es importante, pero… sí, voy a poner a alguien que conozcáis para darle más emoción al asunto.

—El Palmiro o su ex —aventuró Nico.

Adela volvió a darle un codazo.

—¡Vale ya, tía! —se enfadó su amigo—. ¿Qué he dicho?

Sonó el timbre del final del recreo. El profesor de matemáticas se separó de su lado.

—¿De acuerdo entonces?

—De acuerdo —aceptó Luc.

Felipe Romero les enseñó todos sus dientes, de abierta que fue su sonrisa final.

Capítulo
(Mitad de 12 en números romanos)
7

Se reunieron en el solar inmediatamente después de comer. Era viernes, cerca de las tres de la tarde. No sabían si ir a estudiar o ponerse a jugar para bajar la tensión y los nervios. No había nadie por allí, estaban solos.

—¿Qué hacemos?

La pregunta de Luc no tuvo respuesta inmediata por parte de Adela y Nico. No tenían ni idea.

Estudiar en viernes por la tarde después de acabados los exámenes haría que sus padres se preguntaran si estaban enfermos, o locos, o las dos cosas a la vez.

Pero perder el tiempo cuando al día siguiente se jugaban el ser o no ser en aquella extraña competición de pruebas matemáticas y lógicas…

—¿Qué nos estará preparando? —musitó nerviosa Adela.

—Ya visteis los juegos de ayer —dijo Nico—. Eso del cero en una multiplicación, lo del tercio y medio, lo de los lados que suman quince… Seguro que se sabe un montón de trucos así.

—Pues como se nos crucen los cables, vamos listos —recordó Luc.

—¿Crees que nos vamos a bloquear los tres? —dudó Adela.

—Por lo menos estaremos juntos, tendremos tres cabezas para pensar, nada de estar sentados y con la tensión de un examen normal, y además podemos hablar, incluso ir a casa, coger el libro, los apuntes y resolver cada problema con calma —se animó Nico.

—Ha dicho algo de un límite de tiempo —insistió en ser agorero Luc.

—Vamos a ser optimistas, ¿vale? —protestó Adela—. No será sencillo, habrá trampas, pero el Fepe ha demostrado que está de nuestra parte y que es un tío legal. Si suspendemos será porque somos burros y ya está. Pero algo me dice que vamos a conseguirlo. ¡Es un juego! —abrió los brazos tratando de insuflarles ánimo.

Luc y Nico la miraron con poco entusiasmo.

—No, si jugar, jugaremos —reconoció el segundo—. Pero ganar…

Se sentaron en sus respectivas piedras.

—Bueno, venga, ¿qué hacemos? —repitió la pregunta inicial Luc.

El silencio fue la respuesta. Por lo menos durante los siguientes cinco segundos.

Ni siquiera podían imaginar que iban a ser los últimos segundos de paz en las horas siguientes.

Porque entonces apareció él. Felipe Romero.

Y comenzó todo.

—¿Qué hace ahí el profe? —se extrañó Adela.

—¿Qué le pasa? —se extrañó Luc.

—¿Por qué anda de esa forma? —se extrañó Nico.

El profesor de matemáticas avanzaba hacia ellos medio doblado hacia adelante, con el cabello aún más alborotado de lo normal, trastabillando por entre el irregular suelo del solar, con la mano derecha en el pecho.

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