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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (10 page)

BOOK: El bokor
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—Y supongo que un niño tan inteligente como tú las conoce todas.

—Creo que sí, aunque no es algo que se vaya diciendo por ahí.

—Pero a mí que soy tu amigo quizá puedas decírmelas.

—Creo que no será problema, en el tanto que no le diga nada a mama Candau.

—Dime las que te acuerdes, que tu abuela jamás se enterará de que me las hayas dicho.

—Leguas, Ogunes, Rodas, Loco…

—Para, respira niño que te vas a ahogar.

—Si no las digo de corrido se me olvidan, prefiero hacerlo como si fuera una canción, así me la enseñó mama Candau.

—Déjame oir esa canción.

—No la entendería, está en creole.

—¿Pero sabes lo que dice?

—Algo así:

Vienen los espíritus Guedes, Petros, Simbis, Locomis, escondan a los niños de los zombis, Indios, Nagos, Congos, que los llevan al infierno Guines, Niñillos, Caes, Dangueles, donde no habitan ángeles, solo Shuques, Piues, Difemayos, Petifones, y Marasas.

—No creo que sea una buena canción.

—En creole suena mejor.

—Luego me la cantarás en Creole.

—Merite, Pa gen pwoblem.

—¿Qué dices?

—Como usted guste, padre Kennedy.

—Bien, Háblame más de los espíritus ya luego me hablarás del creole.

—Los luases femeninos se llaman metresas.

—Interesante.

—Ogún Balenyó es un jefe importante, pero el jefe supremo, el más poderoso, es Legba manosé. Tengo una imagen suya —dijo sacando del bolsillo de su pantalón varias cartas y mostrándosela al sacerdote.

—Es San Antonio Abad.

—No, es Legba manosé.

—Déjame ver el resto —dijo estirando la mano y tomando las cartas.

—Ese es Legba Carfó —dijo el niño.

—Realmente es San Antonio de Padua y este otro es Santiago.

—No, ese es Ogun Balenyó, lo dice atrás.

Kennedy repasó la lista de santos y sus correspondientes en aquella especie de mitología que reinaba en la isla: Ogun Badagrig en la imagen de San Jorge, Ogun Panamá personificado por San Wenceslao, Ogun Negué representado por San Martín, Piel Básica vistiendo la imagen de San Pedro.

—Este que está aquí es San Elías, aunque claro, tú lo preferirás como el Barón del cementerio —dijo volteando la figura.

—El Barón del cementerio es la primera persona en ser enterrada en un camposanto. Si es hombre adquiere el nombre de «Barón»; si es mujer, el de «Baronesa».

—Tienes muchas imágenes.

—Las colecciono.

—Espero que no les rindas culto.

—¿Qué quiere decir?

—Que le pidas favores, que les reces y esas cosas.

—Solo cuando me pierdo.

—¿Cuándo te pierdes?

—Mama Candau dice que dejo de ser yo, para ser alguien más.

—¿Y quien se supone que eres?

—Un caballo…

—¿Quieres decir que un espíritu toma tu cuerpo?

—Muchos.

—¿Y cómo lo sabes?

—Porque mama Candau me lo dice. No me gusta que me sucedan estas cosas. Lo peor es que no me acuerdo de nada y son mis amigos o la mama la que me dicen que pasó.

—¿Y si no te gusta lo que te pasa, para qué cargas estas imágenes?

—Me las ha regalado Doc y no se desprecia a un babalao.

—Ese tipo parece ser el centro de todas las creencias de este pueblo. Eres solo un niño…

—Existen luases infantiles: Los Marasás. Estos al manifestarse por medio de su caballo, se comportan como niños, usted sabe, son divertidos…

—¿Y a ti te… te pasan esas cosas con los Marasás?

—No lo sé, mama dice que cuando un lua posee, monta o sube a cabeza de una persona, la personalidad de esta desaparece y es entonces el lua quien se expresa, es la personalidad de éste la que se adueña del cuerpo del caballo.

—¿Y exactamente qué te pasa cuando dices que un lua te toma como caballo?

—Es costumbre que cuando un ser se manifiesta por medio de su caballo o servidor en un templo, lo primero que debe hacer es saludar al altar mediante una ceremonia especial, en el que se usan ciertos objetos, tales como la maraca, la campanita, los pañuelos, las banderas, los tambores, el pito o silbato.

—Ya veo que estás bien enterado de todo Nomoko.

—Los «bacá» comen personas, animales de diferentes especies; roban a los comerciantes cuando su «dueño» lo envía a cualquier comercio para aumentar el de él. También están las «brujas» y los «Zánganos», que son personas que utilizan muertos para hacer daños; chupan la sangre a los niños desde el embarazo de su madre hasta los nueve años de edad.

—Suena tenebroso.

—Lo es, para comprobar si una persona es de esa clase se le ponen dos agujas en cruz debajo de la silla; así no puede salir de la casa o se le escupe el café y no se lo bebe. Una última forma de saberlo es poniéndole tres granos de sal detrás de donde esté sentado.

—Todo un ritual.

—Hay muchas cosas más.

—Por lo pronto dejaré de tomar café.

—No tiene de que preocuparse, usted no es caballo de nadie.

—Nunca se sabe —dijo Kennedy divertido.

—Es verdad, nunca se sabe.

—Hablar contigo es muy entretenido, hablas como Jean o como mama Candau, solo que contigo no me puedo enojar porque comprendo que eres un niño.

—No debería enojarse con Jean o con mama Candau, ellos solo desean protegerlo de la Mano.

—No necesito que nadie me proteja, ya estoy mayorcito.

—Cuando conozca a la Mano comprenderá muchas cosas.

—Tú le temes.

—Mucho o nada dependiendo de su estado.

—¿Su estado? ¿A qué te refieres con eso?

—La mano suele ser dos personas, algunas veces es tan solo uno más del pueblo, es afable e incluso bondadoso, cuando está así le llamamos Doc. Pero a veces es violento y la gente le tiene miedo, se convierte en La Mano de los Muertos y es capaz de muchas cosas.

—¿Cosas como qué?

—Tiene una fuerza descomunal, capaz de levantar un coche el solo y además, habla en todas las lenguas conocidas.

—Si tuvieras más edad te explicaría que eso es tan solo un desorden mental y que está muy lejos de ser un dios o algo por el estilo.

—¿Desorden mental?

—Una enfermedad, son personas bipolares.

—No sé qué pueda significar eso.

—Para que un niño como tú lo comprenda, tendría que decirte que es una enfermedad que hace que las personas se puedan comportar de una manera en un momento y de otra completamente diferente al siguiente. Imagínate a alguien que está riendo y saltando de la alegría, con gran energía, como tu mismo dices, alguien capaz de levantar un coche por si mismo, pero un momento después se aflige, se sienta en una esquina y comienza a llorar como un crío.

—No imagino a ese hombre llorando como un crío.

—Es solo una forma en que se manifiesta la depresión, igual podría tratarse de alguien que sin más se queda callado o se vuelve perezoso, no sé cómo explicarlo para que alguien como tú entienda.

—Es usted algo complicado para explicar las cosas, padre Kennedy, quizá por eso a nadie le gusta ir a la iglesia.

—¿A qué te refieres?

—A que a nadie le gusta que lo traten como a un tarado.

—No he pretendido tal cosa…

—Me ha preguntado por los demonios y se lo he explicado sin insinuar que usted es poco inteligente, pero le pregunto algo y…

—Nomoko, te he pedido perdón, la verdad, no deja de maravillarme que un niño tenga tanta coherencia en las cosas que dice.

Nomoko ya no habló más, parecía que el estado de bipolaridad de que hablaba Kennedy se había apoderado de él y que luego de una locuacidad exultante pasaba a un mutismo absoluto. Así caminaron un par de millas más, hasta dejar muy atrás la última casa del pueblo y adentrándose en una especie de pantano por el que Nomoko caminaba como si lo conociera a la perfección, cualquiera diría que incluso podría ir con los ojos vendados y esquivar todos los obstáculos que aparecían en el camino. Luego de treinta minutos de caminar, ambos llegaron a la mansión de La Mano de los Muertos.

Capítulo VI

Volvamos a lo nuestro, padre Kennedy —dijo Bronson que intentaba ligar todo aquello narrado por el sacerdote con la declaración de la señora Bonticue— vistas así las cosas, ¿cree usted que los muertos encontrados en la iglesia son obra de un adorador de Satanás?

—Le puedo asegurar, detective, que no se trata de un seguidor de Jesucristo, el simple hecho de haber matado a esos hombres de esa manera ya debería decirle que estamos ante un desquiciado que probablemente cree servir al demonio mismo.

—¿Conoce a alguien con ese perfil?

—En Haití conocí varios y en lo que respecta a América, tengo algunos feligreses con problemas, pero ninguno de ellos llegaría a tanto.

—¿Se refiere a sujetos con doble personalidad?

—Personas bipolares, víctimas de un trastorno que las hacen comportarse de maneras opuestas en cuestión de segundos.

—Supongo que no me dará una lista.

—Sabe bien que no, eso arruinaría la confianza de mis feligreses.

—Pero de paso está encubriendo a un posible criminal —dijo Johnson que evidentemente no simpatizaba con el sacerdote.

—Ustedes hacen su trabajo y yo hago el mío.

—Aun así padre —dijo Bronson— agradeceríamos cualquier ayuda, la verdad es que no sabemos por donde empezar.

—Y han decidido empezar conmigo.

—A decir verdad, padre Kennedy, usted es nuestro único sospechoso.

—No tiene ni que decírmelo, la actitud de su compañero es más que suficiente para entenderlo.

—No lo puede culpar, tenía usted motivos para estar molesto con esos hombres…

—Creo que más bien ellos tenían motivos para estar molestos conmigo.

—Claro, después de que los aporreara como lo hizo.

—Solo me defendí de un ataque.

—Padre, supongamos por un momento que esos hombres, como usted mismo dice, quisieran vengarse y lo hubieran buscado de nuevo. ¿Volvería a enfrentarlos como lo hizo?

—Defendería mi vida, aunque ustedes piensen que a mi edad y en mi estado eso valga poca cosa…

—Nunca pensaríamos tal cosa —dijo Bronson.

—Sin embargo creen que alguien que es atacado, debería dejarse asaltar y luego poner la denuncia en la policía.

—Eso es verdad, sería lo que recomendaría a una persona normal.

—¿Normal?

—Me refiero a un simple paisano.

—No creerá que tengo súper poderes.

—Por supuesto que no, pero he escuchado que esos bipolares de que me hablaba pueden tener gran fuerza cuando están en uno de esos estados.

—No soy bipolar si es lo que insinúa.

—No insinúo nada, pero dígame, ¿A qué se debe este comportamiento bipolar?

—Su cerebro está descontrolado, segrega hormonas cuando no debe y la electricidad de su cerebro parece hacer corto circuito.

—¿Pero podría adquirir gran fuerza?

—Podría hacer que una mujer débil, que no alcanza los cincuenta kilos pudiera levantar un camión. Ya deben haber escuchado de casos como cuando una mujer siente que su hijo está en peligro y lo que puede hacer por salvarlo, algo que a ella misma le parecería imposible.

—¿Y que hay de un hombre fuerte como usted?

—Si se refiere a que si en uno de esos estados sería capaz de levantar a esos hombres y colgarlos de la viga del techo, tendría que decir que sí, claro, ayudaría mucho un sistema de poleas.

—Veo que sabe de esas cosas.

—Creo que todos lo sabemos y eso no hace sospechoso a nadie.

—¿Padre, tendría usted algunos minutos?

—Salía a hacer una visita…

—¿Podríamos saber a quién?

—Nadie que sea de su interés, tan solo una viuda que necesita algo de consuelo —mintió Kennedy que no quería llamar más la atención diciendo que pensaba repetir el viaje de la noche anterior para hablar con la señora McIntire.

—Quizá pueda llamarla y hacer un pequeño espacio en su agenda para nosotros.

—¿Qué es lo que desean de mí?

—Que nos acompañe a la iglesia, los chicos de la científica ya terminaron de recabar huellas y nos gustaría que viera el sitio con una perspectiva siquiátrica.

—Bueno, creo que ha despertado mi interés. Los acompañaré.

—¿Desea llamar a la viuda…?

—No será necesario, mi visita no era anunciada.

—Vamos entonces —dijo Bronson cediendo el paso al sacerdote hacia el auto.

Kennedy se instaló en la parte trasera del Ford que conducía Johnson, ante la mirada curiosa de algunos transeúntes.

Bronson fue el primero en hablar:

—Padre, ¿conocía usted a esos hombres…?

—Si se refiere a antes de que me asaltaran, no, no los conocía.

—Entonces no eran visitantes de la iglesia.

—Eso se lo podría decir mejor el padre Ryan, yo no estoy oficiando.

—Disculpe, lo olvidaba, usted tan solo se dedica a dar terapia.

—Se puede decir que sí, mi labor como oficiante de misas está, por decirlo así, en un impasse.

—¿Por su voluntad o algo se lo impide?

—Luego de estar en Haití por tantos años, decidí no oficiar hasta no estar restablecido completamente.

—No sabía que había vuelto usted enfermo.

—No se trata de mi cuerpo, detective, de salud me encuentro bien. Se trata de mi fe.

—No me dirá que flaquea en su fe, padre Kennedy.

—Quizá si usted viajara a Haití y conociera las cosas que allí suceden, podría comprenderme de mejor manera.

—Supongo que la pobreza es extrema.

—Más de lo que usted pueda imaginar.

—Y con ella vendrá el vandalismo.

—Por supuesto y muchos otros problemas de personas que buscan vías de escape para su realidad.

—¿Qué tipo de escapes?

—Alcohol, drogas, prostitución…

—Vamos, que la pobreza lleva a los vicios…

—Y a la religión mal entendida.

—¿A qué se refiere con eso?

—A que ante la falta de interés que estas personas suponen en su Dios, terminan abrazando ídolos y realizando cultos paganos y hasta diría que satánicos.

—Algo como el vudú.

—Entre muchas otras cosas.

—Supongo que la población de Haití está muy polarizada en lo que respecta a la religión.

—No sabría decirle, creo que las ideas se han mezclado tanto, que el haitiano ya no sabe a ciencia cierta si le reza a un santo o un demonio.

—Hemos llegado —dijo Johnson apagando el coche.

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