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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (2 page)

BOOK: El bokor
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Se había acostumbrado al olor a naftalina y orines secos dentro de la habitación y se le había quitado la nausea que sintió al entrar, puso un poco de agua a calentar en la hornilla de gas y buscó un poco de café soluble en una lata herrumbrada. Tomó el viejo jarro en el que preparaba su café y esperó a que el poco de agua hirviera. Pronto la cafetera empezó a silbar alegremente y el sacerdote la retiró del fuego, vertió su contenido en el jarro con el café y lo movió hasta disolverlo. Lo probó así sin más, sin azúcar y sin crema, nada que le quitara el sabor amargo que lograba hacer desaparecer el sabor del aguardiente ingerido. Despacio caminó de nuevo hasta el sillón reclinable y se tendió con desgano. Cerró sus ojos por unos instantes y al abrirlos se clavaron en uno de los tantos recuerdos que había traído de la isla, un viejo fetiche de largas trenzas tallado sobre madera de sauce, un monigote con un falo gigantesco sostenido por una especie de garra. Cerró de nuevo los ojos y la imagen de Nomoko levitando con los ojos en blanco se apoderó de su mente. Necesitaba dormir, caer en ese estado tan cercano a la muerte que lo liberaba de todas las cargas acumuladas por tantos años, sintió los ojos pesados y la marea que invadía su cerebro intentando correr el velo de la conciencia. Bostezó lenta y pesadamente mientras se autoarrullaba como solía hacer cuando necesitaba conciliar el sueño. Pronto los arrullos fueron cediendo lugar a un ronquido sordo, grave, monótono. La voz de Jenny McIntire aun resonaba en sus oídos y la imagen del chico amortajado, envuelto en vendas asedadas ocupó sus sueños como lo había hecho muchas otras noches, a pesar de que nunca llegó a verlo de esa manera. Jeremy se levantaba de su lecho mortuorio, sus ojos en blanco como los de Nomoko y una voz gutural que le pedía salvar su alma, luego, un ruido de ranas croando, miles de ellas que empezaban a salir del ataúd de Jeremy y brincaban por todos sitios mientras inflaban sus gargantas hasta casi hacerlas reventar, después silencio total, como si alguien hubiese desconectado las bocinas al mundo, un silencio ensordecedor que se apoderaba de todo y el niño haitiano levitando por sobre la estancia, su cuerpo en cruz parecía flotar en una piscina de aire, su boca se abría e intentaba hablar, pero de su boca solo salían orugas sin color que poco a poco llenaban toda la habitación, luego, alguien apagaba la luz y todo era oscuridad, la más absoluta penumbra, donde solo los ojos en blanco de Nomoko podían distinguirse.

Capítulo I

Puerto Príncipe, Haití, 1971

Las campanas repiqueteaban alegremente, el día de todos los santos se celebraba con gran fervor por la población mayoritariamente negra, en medio de un gran alborozo. El joven sacerdote Adam Kennedy había llegado a Puerto Príncipe buscando su identidad como siervo de Cristo y había decidido hacerlo en la nación más pobre de América, una prolongación de las miserias en las que se sumían los pueblos del África donde algunos de sus amigos habían marchado como misioneros. Haití apenas iniciaba el mandato de Baby Doc, el segundo Duvalier había ascendido al poder en el mes de abril de aquel año y no era mayor que Adam. Jean Claude Duvalier apenas superaba los veinte años y ya tenía en sus manos una nación que se debatía en la más cruel de las pobrezas. Adam pudo palpar lo que ya le habían anticipado, Haití era lo más cercano al total abandono de Dios que podía encontrarse en el patio trasero de América.

La economía empobrecida hasta la miseria, el desempleo, la ausencia de condiciones sanitarias y un pueblo sumergido en una religión que mezclaba el paganismo, la idolatría y el cristianismo, hacían de Haití un sitio del que todos querían escapar y muy pocos estuvieran dispuestos a tomar como su hogar. Las enfermedades, las drogas y la prostitución campeaban en el país atormentado por un largo gobierno de Papa Doc y la reciente sucesión de su hijo, que no daba muestras de ser diferente a su padre.

Adam caminó por las calles repletas de vendedores ambulantes que eructaban sus ofertas en busca de vender gallinas vivas que colgaban de un palo o productos del mar bien muertos que comenzaban a oler mal. Hacía un calor asfixiante y su camisa estaba empapada de sudor por ambos lados, al punto que la carta que Pietri le diera para presentarlo ante Duvalier y que llevaba en la bolsa de la camisa, se hallaba casi ilegible. Llevaba un sombrero de ala ancha para cubrirse del sol, regalo de su amigo Juan Domingo Valenzuela, un cubano que prestaba sus servicios en la curia de Nueva Orleans y que no se había cansado en sus intentos por hacerlo desistir de su viaje a la isla. Juan Domingo conocía de primera mano las miserias que se vivían en aquel sitio y como ferviente católico fustigaba la forma de practicar la religión en aquel lugar del Caribe tan cercano a su Cuba de la que salió siendo apenas un jovencito, luego de la revolución comunista que se apropió de la isla.

Adam miró con desazón a los indigentes que se arremolinaban en torno a él buscando algún regalo con que pasar el día o simplemente alguna bendición del Dios de aquel hombre a quien se le distinguía por la vestimenta. Adam había aprendido el francés y se defendía bien en aquella lengua que mayoritariamente se hablaba en la parte occidental de aquella isla conocida como la Española en tiempos de la conquista y que se había polarizado en su desarrollo, la parte oriental ocupada por hispanos en República Dominicana y la occidental por descendientes de esclavos negros traídos por los españoles y franceses que gobernaron la isla.

Un joven negro, un tanto mayor que Adam se abrió paso entre la gente y se presentó ante el sacerdote:

—Buenos días padre Kennedy, mi nombre es Jean Renaud y estoy para servirle —dijo besándole la mano sin que Adam lograra detenerlo— espero que su viaje haya sido confortable.

—Buenos días Jean, en verdad no ha sido lo que esperaba.

—¿Esperaba usted un mejor recibimiento?

—No esperaba tanta pobreza en Puerto Príncipe.

—La hay más en las afueras si es lo que busca…

—No, no… —dijo Adam con un gesto de pesadumbre que no logró ocultar.

—Haití no es como América ¿No es cierto?

—Quizá sea totalmente lo opuesto.

—Se acostumbrará al calor y a las moscas, a la pobreza es algo más difícil.

—No necesito de muchas cosas para vivir.

—Créame padre, pronto echará de menos esas pocas cosas que tenía en América.

—¿Celebran el día de todos los santos?

—Es un día importante para los haitianos, aunque difícilmente podría decir que celebran a los santos católicos.

—He visto algunas imágenes de santos y muchos puestos de ventas con material religioso.

—No todo es lo que parece, padre Kennedy.

—Si te refieres a la santería ya estoy enterado de esas costumbres.

—¿Si? ¿Qué sabe de la santería padre Kennedy? —dijo tomando ambas maletas del sacerdote que no pesaban tanto como esperaba.

—Lo poco que he podido leer. Su descendencia de los Yorubas y cómo fue traído a América por los esclavos africanos.

—Nació, como tantas otras cosas, como una forma de evitar la represión por practicar la religión de sus ancestros. Fue más fácil identificar a sus divinidades con algún santo que prestara su imagen y así poder adorarlo en público. ¿Ve esas imágenes? —dijo señalando a un puesto al lado de la carretera donde parecía venderse desde animales hasta filtros de amor.

—Puedo distinguir a algunos santos —dijo presumiendo de su buena visión. —San Lázaro, el niño de Atocha, Santa Bárbara, los arcángeles Rafael y Miguel.

—Todos tienen su equivalencia en algún dios Yoruba. San Lázaro es en realidad Babalu Aye, el santo de los pobres, que como puede ver, aquí abundan. Eleguá es el Santo Niño y Changó la divinidad del trueno, es a quien usted llama Santa Bárbara.

—Le viene bien su vestimenta guerrera, pero dudo mucho que haya prestado su imagen como usted sugiere.

—Hicieron la elección de los santos lo más cercano posible a sus creencias. Ogún por ejemplo es el dios de la guerra, maneja el fuego y las armas y por supuesto ante un dios tan importante, fue necesario asociarlo a varios santos como los arcángeles que mencionó, además de san Pedro, san Pablo y san Juan Bautista.

—Había oído que en el candomblé brasileño se le identificaba con san Antonio de Padua y san Jorge.

—El que luchó contra el dragón —dijo Jean que parecía agradado con la presencia de Adam.

—Hemos llegado —dijo mostrando un jeep destartalado— lo trasladaré hasta su residencia, está un poco lejos de aquí.

—No espere algo demasiado suntuoso, padre —dijo después de un silencio incómodo.

—Con poco tendré.

—Y es lo que tendrá, aquí nada abunda más que las necesidades —dijo poniendo en marcha el auto.

—Siga hablándome de la santería, estoy realmente interesado en conocer el ambiente.

—Entre las divinidades está Agayú, que usted lo identificará con San Cristóbal.

—El poder de la tierra y el fuego.

—Así es, padre Kennedy.

—Llámame Adam.

—Oh no, señor, el respeto ante todo, no me permitiría tratarlo como a un igual.

—Es que lo somos.

—Será mejor que deseche esas ideas, en Haití será preciso que usted adopte una posición de jerarquía o no será respetado.

—Demasiado tiempo bajo un régimen autoritario.

—También será mejor que no hable en contra de Papa Doc o Baby Doc, a no ser claro que quiera convertirse en mártir.

—¿Ha habido algún cambio con Jean Claude Duvalier?

—Ninguno que se note hasta ahora, parece ser que seguirá la línea de su padre.

—Tengo una entrevista con él en los próximos días.

—Estoy enterado, me han comisionado para que arregle los detalles. Espero que la gripe que aqueja a Baby Doc no interfiera en sus planes.

—No sabía que se hallaba enfermo.

—Nada de cuidado, ya debe haber sido puesto en las manos de Inle, usted lo conocerá como san Rafael.

—El Arcángel que cura.

—Se necesita de muchos de ellos en la isla.

—La pobreza y las enfermedades vienen juntas —dijo Kennedy echando un vistazo alrededor del camino que transitaban, donde solo se veía miseria.

—Y la religión, si me lo permite.

—Es verdad, la religión parece estar más presente entre más problemas tenga la comunidad.

—Es una forma de huir de la realidad.

—Eso no suena muy cristiano de tu parte, Jean.

—Quizá es lo más cristiano que escuche en este lugar.

—¿Intentas prevenirme?

—Solo quiero que sepa que Haití no es en nada parecido a lo que usted haya conocido con anterioridad.

—La pobreza es la misma aquí, en el África e incluso en América, solo que aquí practican la santería.

—No sea usted despectivo al hablar de las creencias de esta gente, el término «santería» no está bien visto, aunque conmigo no tendrá problema. El término fue utilizado por los españoles de manera ofensiva para burlarse de la aparente devoción excesiva que mostraban los seguidores a los santos, en perjuicio de sus ideales del Dios judeocristiano Yahvé. Recuerde que los amos cristianos no permitían que sus esclavos practicasen sus diversas creencias animistas de África occidental. Los esclavos, como le decía, encontraron una forma de burlar esta prohibición, y pronto hicieron que los santos cristianos no fueran más que manifestaciones de sus propios dioses. Los amos pensaron que sus esclavos se habían convertido en buenos cristianos y estaban rezando a los santos, cuando en realidad estaban siguiendo sus creencias tradicionales —Jean sonrió y Adam pudo ver que tenía los dientes muy maltratados para alguien tan joven.

—No ha sido mi intención menospreciar, pero es claro que todos esos dioses son…

—Tan reales para ellos como los nuestros para nosotros, negarlos aquí sería un error que los babalaos agradecerían.

—¿Babalaos?

—¿No ha escuchado el término?

—La verdad es que no.

—Tenemos tiempo, si desea escuchar…

—Por favor.

—La santería como usted la llama, tiene una jerarquía sacerdotal —dijo mientras tomaba una curva en el camino que casi saca al sacerdote del Jeep— aunque se considera a la Oshá e Ifá como ramas separadas, los máximos sacerdotes de la santería o Regla de Osha-Ifá son los babalawos o babalaos, sacerdotes de Ifá y su profeta Orunmila. Luego se encontrarían los babalorishas e iyalorishas, que son santeros con ahijados consagrados, siguiendo el orden los Iyalorishas y Babalorishas, santeros que no tienen ahijados, luego los Iyawos, santeros en su primer año de consagrados, y por último los Aleyos, que son creyentes pero que aún no han sido consagrados.

—Un poco complicado.

—No si se le compara con Papas, Cardenales, Obispos, Curas, Diáconos…

—Entiendo tu punto.

—Todos ellos son santeros, iniciados mediante ritos específicos, el primero de los cuales es un ritual de purificación y la entrega de cinco collares, representando a Shangó, Obbatalá, Yemayá, Oshún y Eleggua o recibiendo a los orishás guerreros, que son Elegguá, Oggún, Oshosi y Ozun, que son santos consagrados en otanes o piedras.

—Parece que estás muy bien enterado.

—He hecho mis estudios sobre el tema.

—¿Desde cuando estás trabajando para la iglesia?

—No más de tres años.

—Y antes eras…

—Si se refiere a mi trabajo, un desempleado más, si es a mi religión, tengo que admitir que no era muy creyente de ninguno de los dioses que se adoran en la isla.

—Supongo que eso incluye al Dios verdadero.

—Ese es un tema en debate, si la democracia existiera en Haití, el culto predominante sería el Yoruba y usted miembro de una minoría que no ha alcanzado la iluminación.

—Cuéntame más de esos dioses que parecen haberse fundido con los santos.

—Tengo mucho para contarle, pero el camino no será tan largo.

—Haz un intento.

—Los pilares fundamentales de la religión se basan en el culto a los ancestros muertos que son llamados egúns y en el conocimiento de que existe un Dios único solo que para ellos no se trata de Yahvé sino de Olodumare, aunque también hay otras divinidades a través de las que se relaciona con los seres humanos, extensiones podría decirse —dijo volviendo a sonreír con sus dientes amarillentos— que también son divinidades, a las cuales los yorubas denominaron orishás. Otra cosa padre, le he dicho que no utilice el término santería, lukumi o Regla de Ocha, sería mejor.

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