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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil

El bosque encantado (10 page)

BOOK: El bosque encantado
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Vieron a muchas personas extrañas, con cojines de todos los colores, tamaños y formas, que caminaban cuidadosamente por las veredas. Un hombre iba envuelto en un enorme edredón de plumas, lo que a Bessie le pareció una buena idea.

—Creo que el País de Tembleque al fin se ha calmado —comentó Fanny. Pero no hizo más que decirlo, cuando la tierra empezó a moverse, primero a un lado y luego a otro. De nuevo todos rodaron sin parar.

—¡Aaaaay! —gritaban los chicos.

—¡Cuánto me gustaría tener ahora unos cojines! —gimió Cara de Luna, al que se le había aplastado la nariz, de tanto rodar.

«¡Crach! ¡Clanc! ¡Bang!», se oía mientras Cacharros rodaba sobre sus cacerolas y cazos.

—¡Oooh, mirad! —exclamó de repente Bessie, muy contenta, y señaló al bosque en donde estaba la tienda. La tierra se había levantado por allí y todos los cojines venían rodando hacia ellos.

—¡Cogedlos! —gritó Tom, y todos se apresuraron a recoger los cojines, y se los ataron firmemente. ¡Qué alivio sintieron al rodar de nuevo!

—Esa vieja malvada se lo merecía —comentó Cacharros, mientras trataba de ponerse los cojines entre las cacerolas.

De pronto uno de los habitantes del País de Tembleque dio un grito de terror y se agarró a un árbol. Un fuerte viento comenzó a soplar emitiendo un sonido grave, como una baja melodía.

—¿Qué pasará ahora? —preguntó intrigado Cara de Luna.

—¡Sujetaos a un árbol! ¡Sujetaos a un árbol! —gritaba la gente—. Cuando el viento sopla tan fuerte, significa que todo el país se va a poner de lado para tratar de deshacerse de todos los habitantes. La única esperanza es agarrarse a un árbol.

Era cierto. Lentamente, la tierra comenzó a inclinarse, no por partes, como antes, sino todo el país a la vez. Era muy raro. Cara de Luna se asustó. Trató de agarrarse a un árbol y gritó a los otros:

—¡Deprisa, agarraos a un árbol! ¡Vamos!

Pero ninguno lo consiguió, porque ya habían dejado atrás el bosque y estaban en un campo.

Lento pero seguro, el país se puso de lado, y los chicos, Cara de Luna y Cacharros empezaron a rodar cuesta abajo sobre sus cojines. No se lastimaron pero sintieron mucho miedo. ¿Qué les sucedería si rodaban fuera de la tierra?

Fueron acercándose al final del País de Tembleque y, de repente, Cara de Luna desapareció. Todo sucedió en un instante. Era inexplicable.

No había transcurrido ni medio minuto, cuando oyeron su alegre voz:

—¡Escuchad, escuchad todos! He caído por el agujero de la escalera que lleva al Árbol lejano. Tiraré mis cojines por el agujero para que podáis saber dónde está. ¡Acercaos rodando si podéis! ¡Daos prisa!

Entonces los chicos y Cacharros vieron dos cojines y supieron dónde estaba el agujero. Se esforzaron por rodar hacia él, y uno por uno se fueron acercando.

Bessie rodó directamente y se agarró a la escalera. Tom entró después, pero no consiguió sujetarse a la escalera y cayó, dándose un buen golpe, en una rama del Árbol Lejano.

Cacharros fue el siguiente en acercarse rodando, pero se quedó atascado en el agujero, porque estaba muy gordo, con tantas cacerolas y cojines alrededor del cuerpo.

—Venga, rápido, daos prisa! —gritó Tom—. ¡Entra, Cacharros, entra! ¡La pobre Fanny pasará de largo por el agujero si no te apresuras!

Cacharros vio a Fanny pasar rodando. ¡Pobre Fanny! No podría regresar al agujero porque todo estaría cuesta arriba. Como una centella, Cacharros estiró la mano y agarró una de las cuerdas del cojín que Fanny llevaba en la espalda. Se detuvo de inmediato.

Se le desprendió una de las cacerolas y cayó por el agujero hacia la escalera, haciendo un ruido tremendo. Cara de Luna lo agarró, y Cacharros tiró de la soga de Fanny hasta que consiguió que la niña entrara por el agujero. Cayó suavemente sobre la última rama del Árbol Lejano porque estaba bien protegida por sus cojines.

—Cara de Luna, ¡qué suerte que has encontrado el agujero! —todos tenían cara de susto—. ¡Menuda aventura hemos corrido!

La invitación de Cara de Luna y Seditas

Ninguno disfrutó de la visita al País de Tembleque. Fue un error ir hasta allí. Entraron en la casa de Cara de Luna y se desataron los cojines del cuerpo, mirándose todos los cardenales que se habían hecho.

—¿Qué hacemos con estos cojines? —preguntó Bessie.

—Me imagino que Cara de Luna los podrá utilizar —dijo Fanny—. Cara de Luna, ¿no te sirven para bajar por el Resbalón-resbaladizo?

—Sí, me vendrán muy bien —sonrió, como siempre, Cara de Luna—. Algunos de los míos ya están viejos y gastados. Como no podemos devolvérselos a esa vieja gruñona del País de Tembleque, los usaremos nosotros.

—Me parece muy bien —aceptó Tom, y le entregó sus dos cojines. Todos hicieron lo mismo. Cara de Luna se puso muy contento. Sirvió a todos una limonada y les ofreció unos dulces.

—Creo que nunca volveré a los países que están en la copa del Árbol Lejano —dijo Tom, mientras se comía un caramelo que parecía que cada vez se hacía más grande.

—Yo tampoco —añadió Bessie.

—¡Ni yo! —exclamó Fanny—. Parece que nunca hay países que merezca la pena visitar. Todos son muy desagradables.

—Excepto mi país —dijo Cacharros con tristeza—. Siempre fue un lugar muy grato.

El caramelo de Tom creció tanto que ya no podía hablar. De repente le explotó en la boca y desapareció. Él se quedó asombrado.

—Cielos, ¿te has comido un caramelo gafe? —preguntó Cara de Luna, viendo la cara de susto que ponía Tom—. Lo siento. Toma otro.

—No, gracias —contestó Tom. Le pareció que con un caramelo gafe tenía suficiente—. Además, ya tenemos que irnos. Es tarde.

—¿Qué pasará con Cacharros ahora que ha perdido su país? —preguntó Bessie, tomando un cojín amarillo y preparándose para descender por el tronco del árbol.

—De momento vivirá con el señor Cómosellama —dijo Cara de Luna—. Ay, sin darse cuenta, ha cogido un caramelo gafe. ¡Fijaos!

Todos miraron a Cacharros. El caramelo gafe se hizo enorme y estaba a punto de explotar. Después, desapareció de la boca. Cacharros parpadeó y se asustó tanto que todos se echaron a reír.

—¡Te has comido un caramelo gafe! —le explicó Cara de Luna.

—¿Un café glassé? —preguntó Cacharros, aún más sorprendido—. ¡Madre mía!

—¡Vamos! —se rió Bessie—. Es hora de irnos. ¡Cara de Luna, te veremos otro día! ¡Cacharros, adiós!

Salió disparada por el Resbalón-resbaladizo, dando vueltas y vueltas hasta salir por la puertecita de abajo. La siguió Fanny y después Tom.

La madre se asombró al verlos tan magullados.

—¿Qué os ha pasado? —preguntó, alarmada—. No os dejaré ir a tomar el té otra vez con Cacharros si regresáis a casa en estas condiciones. ¡Qué sucia traéis la ropa!

Tom estaba deseando contarle a su madre todo lo sucedido en el País de Tembleque pero estaba seguro de que ella no se lo creería, así que no dijo nada y fue a cambiarse de ropa.

A la semana siguiente hubo problemas en la familia. El padre perdió dinero una noche, y la madre no consiguió mucha ropa para lavar. No tenían, pues, mucha comida que dar a sus hijos.

—¡Si tan sólo tuviéramos unas gallinas! —se lamentó la madre—. Por lo menos tendríamos huevos. Y con una cabra tendríamos leche.

—Lo que necesito es una pala nueva para la huerta —dijo el padre—. La mía se rompió ayer y ya no puedo trabajar. Tenemos que cultivar todas las verduras que podamos, porque no tenemos dinero para comprarlas.

Para colmo de males, el padre se enfadó al ver que los niños se habían estropeado la ropa cuando fueron a tomar el té a casa de Cacharros.

—Si cuidáis vuestra ropa de esa manera, no tendréis más remedio que quedaros en casa, sin salir —les reprendió.

Los niños se entristecieron. Bessie remendó la ropa lo mejor que pudo. Pasaron dos semanas y ni siquiera tuvieron dos horas libres para ir a visitar a Cara de Luna.

—Pensará que nos ha pasado algo —dijo Fanny.

Así era. Estuvo esperándolos día y noche. Él y Seditas estaban preocupados.

—Vamos a enviar al búho con una nota para decirles a los chicos que vengan enseguida —propuso Seditas. Bajó al agujero en el Árbol Lejano, donde vivía el búho. Llamó a la puerta y éste la abrió con el pico.

—¿Qué quieres? —preguntó con voz ronca.

—Oh, búho, ¿podrías llevarle esta nota a los chicos que viven en la casita que está al lado del bosque? —preguntó Seditas con una voz muy dulce—. Saldrás a cazar esta noche, ¿verdad?

—Sí —contestó el búho agarrando la nota con una de sus enormes patas—. Se la llevaré.

Tiró de la puerta al salir y echó a volar con sus enormes alas de color crema. Voló en silencio hacia la casita de los chicos, que estaban acostados, durmiendo.

El búho se posó sobre un árbol que daba a la ventana y comenzó a ulular. Los niños se despertaron de un sobresalto.

—¿Qué pasa? —se asustó Bessie.

Tom entró en la habitación de las chicas.

—¿Habéis oído eso? —preguntó—. ¿Qué será?

El búho ululó de nuevo. No era muy agradable. Los chicos tenían miedo, pero Tom se armó de valor y se acercó a la ventana.

—¿Hay algún herido? —preguntó.

—«¡Buuuuuuuuu!» —ululó el búho. Tom casi se cae de la ventana, del susto. El búho extendió sus alas y voló hacia donde se encontraba Tom. Dejó caer la nota, ululó otra vez, y se fue volando para cazar ratas y ratones.

—¡Era un búho! —exclamó Tom—. ¡Ha dejado una nota! ¡Rápido, encended una vela para ver lo que dice!

Encendieron la vela y todos se acercaron para leer la nota.

Queridos Tom, Bessie y Fanny:

¿Por qué no habéis venido a vernos? ¿Estáis enfadados? Por favor, venid pronto. Hay un país maravilloso en la copa del árbol. Es el País de Toma Loquequieras. Si quieres algo, lo puedes conseguir allí gratis. Por lo que más queráis, venid para que vayamos todos juntos. Saludos.

Cara de Luna y Seditas

—¡Qué bien! —suspiró Fanny—. ¡El País de Toma Loquequieras! A mí me gustaría conseguir gallinas.

—¡Y a mí una cabra! —añadió Bessie.

—¡Y a mí me gustaría una pala para papá! —se le ocurrió a Tom. Pero entonces se entristeció y dijo—: Yo había decidido no volver jamás a visitar esos países extraños. Uno nunca sabe lo que puede suceder. Será mejor que no vayamos.

—¡Oh, Tom! —exclamó Bessie—. ¡Vamos! Si hay un país agradable, sería bueno aprovechar la oportunidad.

—¡Ssssh! ¡Vas a despertar a mamá! —le indicó Tom—. A ver qué pasa mañana. Si nos dan tiempo libre, iremos a preguntarle a Cara de Luna si en ese país no corremos ningún riesgo. Ahora será mejor que volvamos a la cama y nos durmamos.

Pero no lograron conciliar el sueño. No hacían más que pensar en el País de Toma Loquequieras. ¿Podrían visitarlo al día siguiente?

El país de Toma Loquequieras

Al día siguiente hacía un tiempo espléndido. Los chicos ayudaron a su madre a limpiar toda la casa, y Tom trajo, con mucho orgullo, unos guisantes y lechugas de a huerta que él mismo había sembrado. Su madre se uso muy contenta.

—Si os apetece, podéis iros de excursión después de comer. Os habéis portado muy bien hoy.

Los niños se miraron unos a otros llenos de alegría. Era justo lo que deseaban! ¡Qué bien!

—¡Vamos! —susurró Tom—. ¡No perdamos tiempo!

—¿Llevamos merienda? —preguntó Bessie.

—Creo que podremos conseguir la merienda en el País de Toma Loquequieras —sonrió Tom.

Le dijeron adiós a su madre con la mano y se fueron al Bosque Encantado. Como siempre, los árboles no dejaban de susurrar:

—«¡Uich-uich-uich!».

Echaron a correr entre los arbustos hasta llegar al Árbol Lejano, y subieron rápidamente. Al pasar junto a la ventana del duende Furioso, Tom se asomó, pero se arrepintió ya que el duende Furioso se dio cuenta y le volcó en la cabeza una olla de sopa.

—¡Ay! —Tom se miró entristecido la camisa empapada de sopa—. ¡Eres un duende malvado!

El duende Furioso, muerto de risa, cerró la ventana de golpe.

—¡Uff, Tom, hueles a cebollas! —Bessie arrugó la nariz—. Espero que ese olor se vaya pronto.

Tom se limpió con el pañuelo. Se propuso vengarse algún día del duende Furioso.

—¡Vamos! —Fanny estaba impaciente—. A este paso no vamos a llegar nunca.

Pasaron por la puerta del búho y lo vieron dentro, profundamente dormido.

Llegaron a la puerta amarilla de Seditas, pero no estaba en casa. Había una nota sobre la puerta que decía: «
HE SALIDO. VOLVERÉ PRONTO
».

—Debe estar con Cara de Luna —dijo Tom—. Tened cuidado con el agua de la señora Lavarropas.

Poco después cayó una catarata de agua jabonosa. Fanny gritó y se agachó, y lo mismo hizo Bessie, pero el pobre Tom se empapó la camisa.

—No te preocupes —se rió Fanny—. Así te limpiará un poco la sopa de cebolla.

Siguieron subiendo y llegaron adonde estaba el señor Cómosellama. Como de costumbre, estaba sobre su hamaca, profundamente dormido, con la boca abierta. A su lado, durmiendo también, estaba Cacharros. No parecía que estuviera muy cómodo, debido a sus cazos y cacerolas.

—No lo despertéis —dijo Tom en voz baja—. Será mejor que no nos detengamos ni hablemos.

Pasaron silenciosamente pero, cuando llegaron a la siguiente rama, Cacharros se despertó. Se puso a olfatear, y golpeó al señor Cómosellama.

—¿Qué sucede? —se asustó su amigo.

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