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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil

El bosque encantado (16 page)

BOOK: El bosque encantado
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—Tendremos que decírselo a mamá —dijo Fanny—. A lo mejor no nos deja ir.

La madre les dio permiso, encantada.

—Será una broma de cumpleaños que vuestros amigos del bosque os quieren gastar —sonrió—, pero id si os apetece. Nuestra casa es demasiado pequeña para recibir a tanta gente.

—Me pondré mi mejor vestido —dijo Bessie contenta—, el que mamá me hizo la semana pasada, que tiene una cinta azul.

Pero la madre no se lo permitió.

—No. Todos iréis con la ropa vieja. Recuerdo muy bien cómo regresasteis cuando fuisteis a tomar el té con ese extraño amigo vuestro, Cacharros. Por supuesto que no voy a consentir que estropeéis vuestra ropa buena el próximo miércoles.

Bessie estaba a punto de echarse a llorar.

—Pero, mamá, no puedo ir a mi cumpleaños con ropa vieja —se quejó, pero no le sirvió de nada. La madre dijo que o se ponían esa ropa o no iban. No hubo forma de convencerla.

—No sé lo que pensarán de nosotros si vamos al País de los Cumpleaños con esa pinta —Tom se puso muy triste—. Estoy pensando en no ir.

Pero cuando llegó la tarde del miércoles todos cambiaron de opinión. Irían de todas formas, no importaba cómo fueran vestidos.

—¡Vamos! —gritó Tom—. ¡Es hora de ir al País de los Cumpleaños!

El país de los Cumpleaños

Los chicos fueron una vez más al Bosque Encantado. Ya conocían muy bien el camino hacia el Árbol Lejano.

—«¡Uich-uich-uich!» —susurraron los árboles, mientras los chicos corrían entre ellos. Bessie pegó el oído a un tronco.

—¿Qué secreto quieres contarnos hoy? —preguntó.

—Te deseamos feliz cumpleaños —susurraron las hojas. Bessie se rió. ¡Qué divertido era cumplir años!

—Cuando llegaron al Árbol Lejano, vieron que estaba precioso, todo decorado con banderas que los habitantes del árbol habían colgado en honor de Bessie.

—¡Oooh! —Bessie se quedó boquiabierta—. Qué contenta estoy. Lástima que no lleve un vestido de fiesta en lugar de esta ropa vieja.

Pero eso no ya no tenía remedio.

Cuando se disponían a subir, la enorme cesta de la señora Lavarropas descendió atada a la soga de Cara de Luna, para que los chicos subieran.

—Estupendo —aplaudió Tom—. Chicas, subid.

Todos se montaron y fueron subiendo por el árbol, muy deprisa.

—Alguien debe estar ayudando a Cara de Luna —comentó Tom.

Así era. El señor Bigotes, el señor Cómosellama y Cacharros tiraban furiosamente de la soga. ¡Con razón la cesta subió disparada!

—Felicidades —gritaron todos, y dieron un beso a Bessie.

—¡Me parece muy bien que hayáis venido con esa ropa! —sonrió Cara de Luna—. Nos preguntábamos si haríais una fiesta de disfraces.

—¡A mí me gustaría mucho! —dijo Bessie—. Pero no tenemos disfraces.

—Podemos conseguirlos fácilmente en el País de los Cumpleaños —aplaudió Seditas, entusiasmada—. ¡Qué bien, qué alegría! Me encantan las fiestas de disfraces.

—Ya estamos listos —dijo Cara de Luna—. Los duendes están debajo de nosotros. ¿Dónde está Cacharros? Oye, Cacharros, ¿dónde te has metido?

—Sin querer se cayó por el Resbalón-resbaladizo —señaló un duende, que salía de casa de Cara de Luna—. ¡Menudo ruido hizo! Me imagino que ya habrá llegado abajo.

—¡A Cacharros siempre le pasan esas cosas! —se rió Cara de Luna—. Será mejor que le lancemos la cesta, o nunca subirá.

Cacharros se metió en la cesta y subió por el árbol en medio del estruendo de sus cazos y cacerolas.

—¿Estáis todos preparados? —preguntó Cara de Luna—. Seditas, Cómosellama, Cacharros, duende Furioso, señora Lavarropas, señor Bigotes, duendes…

—¡Qué agradables son todos! —sonrió Bessie, mientras veía subir a todos los duendes y habitantes del Árbol Lejano—. ¿Es ésa la señora Lavarropas? ¡Qué simpática!

La señora Lavarropas lucía una amplia sonrisa. Por una vez no llevaba su pila de lavar. ¡Ir al País de los Cumpleaños era algo que no se podía perder!

—Vamos —Cara de Luna subió la escalera. Fue hasta arriba, metió la cabeza para asegurarse de que era el País de los Cumpleaños, y entró de un salto.

Todos fueron tras él.

—Creo que estamos todos —dijo Cara de Luna mirando hacia abajo—. Ah, no, falta alguien. ¿Quién es? Pensé que no faltaba nadie.

—¡Ahí va! ¡Pero si es mi reloj! —exclamó Seditas—. ¡El que traje del País de Toma Loquequieras!

—«¡Ding-dong-ding-dong!» —sonó, muy indignado, mientras subía con sus pies planos.

—¡Está bien, está bien, te esperaremos! —suspiró Seditas—. Sube la escalera despacio. Ya sabes que nadie te ha invitado.

—Huy, lo siento. Me encantaría que tu reloj viniera a mi fiesta —se apresuró a decir Bessie—. Reloj, ven.

—«Ding-dong» —se alegró el reloj, y al fin logró subir la escalera.

El País de los Cumpleaños era encantador. Para comenzar, siempre había un clima digno de un cumpleaños: sol brillante, cielo azul y brisa suave. Las hojas de los árboles siempre estaban verdes, y los campos sembrados de margaritas y amapolas.

—¡Qué bonito, qué lindo! —exclamó Bessie saltando de alegría—. Cara de Luna, ¿dónde están los disfraces? ¿dónde podemos conseguirlos?

—Ah, sí, los encontraréis en aquella casa —señaló Cara de Luna. Todos caminaron en esa dirección. Mientras tanto, pequeños conejos de color marrón salían de sus madrigueras y decían a Bessie: ¡Feliz Cumpleaños! Luego se volvían a meter. Todo era muy agradable.

Entraron en la preciosa casita. Había muchos armarios, llenos de los disfraces más divertidos y originales.

—¡Huy, fijaos! —exclamó Tom, muy sonriente, al ver un disfraz de indio, con un exquisito tocado de plumas brillantes—. ¡Y es justamente de mi talla!

Bessie escogió un disfraz de hada, y Fanny uno de payaso con un sombrero puntiagudo. Estaba graciosísima.

Cara de Luna se disfrazó de pirata y Seditas de flor de narciso. Cómosellama de policía, y Cacharros no pudo encontrar un disfraz que le quedara bien, porque los cazos y cacerolas abultaban mucho.

¡Qué bien les sentaba a todos el disfraz! El de Bessie tenía alas, pero ella se llevó una desilusión al ver que no le servían para volar.

—¡Ahora, a buscar los globos! —gritó Seditas, echando a correr a pleno sol hacia donde estaba sentada una mujer rodeada por una nube de globos de todos los colores. Cada uno escogió el color que más le gustaba, ¡y cómo se divirtieron jugando!

Entonces sonó la campana para tomar el té, y Cara de Luna dio un grito de alegría.

—¡El té! ¡El té para festejar el cumpleaños! ¡Venid todos!

Corrió hacia una mesa muy larga que estaba situada en el campo. Bessie se sentó presidiendo la mesa. Pero cuál sería su sorpresa al ver que no había nada de comida; sólo platos, vasos y tazas.

—¡No te pongas triste! —le susurró Seditas—. ¡Tienes que pedir un deseo y tendrás lo que quieras!

Bessie se puso muy contenta. ¡Pedir un deseo! ¡Eso sería lo más divertido del mundo!

—¡No pidas pan con mantequilla! —le aconsejó Cara de Luna—. Pide un pudín de naranja. ¡A mí me encanta!

—¡Deseo pudín de naranja! —dijo Bessie enseguida. Al momento uno de los platos apareció lleno de pudín de naranja. Cara de Luna se sirvió un buen trozo.

—¡Pide fresas con nata! —exclamó Fanny, que estaba deseando tomarlas.

—¡Deseo fresas con nata! —dijo Bessie, y apareció un enorme plato de fresas, junto con una jarra inmensa llena de nata—. Y también deseo galletas de chocolate, y limonada con hielo, y pudín de chocolate, y helado de fresa, y, y, y…

—¡Ensalada de frutas! —se oyó decir a alguien.

—¡Bocadillos de salchicha! —gritó el señor Cómosellama.

—¡Tarta rellena de mermelada! —rogó el señor Bigotes.

—«¡Ding-dong-ding-dong!» —sonó el reloj de Seditas con el mayor entusiasmo. Todos se rieron.

—¡No pidas un ding-dong! —dijo Tom—. Tenemos muchos mientras esté aquí el reloj de Seditas.

El reloj dio catorce campanadas sin detenerse. Comenzó a caminar por todos lados, muy alegre.

Todos empezaron a comer. ¡Qué merienda tan maravillosa! Las fresas con nata y el helado se acabaron enseguida, porque al señor Bigotes y a los cincuenta duendes les gustaba mucho. Bessie tuvo que pedir más deseos.

—¿Dónde está la tarta? —le preguntó a Seditas—. ¿También tengo que pedirla formulando un deseo?

—No. Viene por sí sola —le explicó Seditas—. Aparecerá en el centro de la mesa. Observa.

Entonces Bessie vio que había una bandeja maravillosa de plata en el centro de la mesa, con una curiosa niebla sobre ella.

—¡Ya está aquí la tarta de cumpleaños! —gritó Tom, y todos miraron la bandeja de plata. Poco a poco se formó una enorme tarta, exquisita, bañada con nata de color rojo, rosa, blanco y amarillo. Por los lados había flores de confitura, y en medio ocho velas encendidas, porque Bessie cumplía ocho años. Unas grandes letras decían: «
BESSIE: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!
»

Bessie estaba muy emocionada. Tuvo que cortar la tarta, naturalmente. Fue un trabajo difícil, porque había muchos invitados.

—¡Ésta es una tarta de deseos! —le explicó Cara de Luna, una vez que todos quedaron servidos—. Así que pedid un deseo. Pedid mientras coméis, y vuestro deseo se cumplirá.

Los chicos miraron boquiabiertos. No se les ocurría ningún deseo. Fanny tenía la tarta en la mano, pensando en lo que pediría, cuando Cacharros lo estropeó todo. ¿Qué creéis que hizo?

La pequeña isla perdida

—¿Qué vas a desear? —le preguntó Cara de Luna a Cacharros, que estaba a punto de morder su pedazo de tarta.

—¿Pescar? —dijo Cacharros entusiasmado—. ¡Sí, me encantaría pescar! Cuánto desearía que todos estuviésemos en medio del mar pescando hermosos peces.

¡Vaya un deseo que fue a formular! En ese momento mordió su tarta de los deseos, porque no había oído bien a Cara de Luna.

De todos modos, el deseo se cumplió al instante. Sopló el viento, y levantó a todos los invitados de la mesa. Sentados en sus sillas, fuertemente agarrados, volaron muchos kilómetros por el aire.

¿Qué era aquello? Las sillas volaron hacia abajo en medio del fuerte viento. Una ola de agua salada los empapó. Tom miró hacia abajo, jadeando. ¡Clonc! Todos aterrizaron en la suave arena, se cayeron de sus sillas, y se pusieron de pie, parpadeando sorprendidos.

Los duendes de las barbas largas estaban asustados. Cara de Luna estaba tan asombrado que abría y cerraba la boca como un pez. Tom estaba enfadado, lo mismo que el duende Furioso.

—¿Qué ha sucedido? —preguntó la señora Lavarropas a media voz—. ¿Por qué hemos venido a parar aquí?

—¡Mirad todas esas cañas de pescar! —señaló Seditas. Había una fila de cañas de pescar colocadas en la arena, con los sedales en el agua.

—¡Nos están esperando! —se quejó Cara de Luna—. El tonto de Cacharros no oyó que dije desear, y no pescar, y formuló el deseo de venir a pescar al mar.

—¡Ay! —gritó Bessie—. Entonces, ¿dónde estamos?

—Creo que estamos en la pequeña Isla Perdida —contestó Seditas mirando en derredor suyo—. Es un lugar extraño, que siempre va flotando y perdiéndose. Pero todo el tiempo hay buena pesca.

—¡Pescar! —Tom hizo una mueca—. ¿Quién quiere pescar en una fiesta de cumpleaños? Vámonos de aquí ahora mismo.

—«Ding-dong-ding-dong» —sonó el reloj de Seditas mientras caminaba por la orilla del mar y se mojaba los pies.

—¡Reloj, regresa! —dijo Seditas—. Sabes muy bien que no puedes nadar.

El reloj regresó adonde estaban los otros y se secó los pies, que se había mojado en el césped que por allí crecía. Bessie pensó que era un reloj muy inteligente, y deseó tener uno igual.

—Tenemos que encontrar la forma de regresar al País de los Cumpleaños —Tom se puso de pie y miró la pequeña isla—. ¿Qué podemos hacer? ¿Habrá algún barco por aquí?

No había nada más que las cañas de pescar. Nadie las tocó, porque no sentían deseos de pescar. La pequeña Isla Perdida no era más que unas pequeñas colinas con césped verde.

—En realidad no sé qué hacer —dijo Cara de Luna, frunciendo el ceño—. ¿Y tú, señor Bigotes?

El señor Bigotes estaba disfrazado de Papá Noel. Era un disfraz muy apropiado para su larga barba. Se frotó la nariz mientras pensaba y después sacudió la cabeza.

—El problema está en que no hemos traído nuestra magia —se lamentó—, porque todos estamos con disfraces y hemos dejado nuestra ropa en el País de los Cumpleaños. Y los conjuros y la magia los tenemos guardados en los bolsillos.

—Bueno, al menos no nos moriremos de hambre —comentó el señor Cómosellama—. Podemos pescar.

—Sí pero comer pescado, y nada más que pescado durante toda la vida… —Tom puso cara de asco—. Cuando pienso en todas las cosas deliciosas que Bessie había deseado, y ahora nadie podrá comérselas. Es como para echarse a llorar.

Fanny tenía algo en la mano y lo levantó para ver lo que era. Era un pedazo de tarta de cumpleaños. ¡Qué bien! Por lo menos podía comer tarta. Se metió la deliciosa tarta en la boca y la mordió.

—¿Qué comes? —preguntó Cara de Luna, inclinándose para ver.

—Un poco de tarta de cumpleaños —contestó Fanny con la boca llena.

—¡No te la comas! ¡No te la tragues! —gritó de pronto Cara de Luna, saltando alrededor de Fanny como si se hubiera vuelto loco—. ¡Espera!

Fanny lo miró asombrada, al igual que todos los demás.

—¿Qué le pasa a Cara de Luna? —preguntó Seditas, preocupada. Fanny dejó de masticar y miró sorprendida a Cara de Luna.

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