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Authors: Enid Blyton

Tags: #Aventuras, #Fantástico, #Infantil y Juvenil

El bosque encantado (2 page)

BOOK: El bosque encantado
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—¡Verdaderamente es mágico! —Fanny no salía de su asombro—. ¡Siento que por aquí hay algo muy especial! ¿Tú no, Bessie? ¿Lo sientes tú, Tom?

—Sí —susurraron ambos, llenos de curiosidad—. ¡Vamos!

Descendieron por un camino de color verde, que era tan pequeño y angosto que parecía hecho para conejos.

—No nos alejemos demasiado —dijo Tom—. Será mejor esperar hasta que conozcamos bien los caminos antes de penetrar en el bosque. Chicas, buscad un buen lugar para sentarnos a comer los sándwiches.

—¡Mirad, fresas silvestres! —exclamó Bessie, mientras se agachaba y apartaba unas hojas, mostrando a sus hermanos unas fresas de un intenso color rojo.

—Podemos coger algunas para comerlas con la merienda —sugirió Fanny.

Así que se pusieron a cogerlas hasta que tuvieron suficientes como para hartarse.

—Vamos a sentarnos bajo ese viejo roble —propuso Tom—. Por abajo está cubierto de musgo. Será como sentarnos en un cojín de terciopelo verde.

Inmediatamente se sentaron y sacaron la merienda. Se la comieron con gusto, mientras escuchaban las hojas verdes de arriba, que decían:

—«Uich-uich-uich».

Mientras tomaban la merienda observaron algo muy extraño. Fanny fue la primera en verlo.

No muy lejos de ellos había un claro con césped suave. Mientras lo contemplaba, Fanny notó que aparecían unos montículos pequeños. Se quedó mirándolos, sorprendida. Los montículos crecieron. De pronto, se abrió la tierra en seis puntos diferentes.

—¡Mirad! —dijo Fanny en voz baja, señalando el lugar en el césped—. ¿Qué sucede ahí?

Los tres miraron en silencio. Entonces descubrieron lo que era. ¡Seis hongos grandes estaban saliendo rápidamente del suelo, abriéndose camino, sin dejar de crecer!

—¡Es increíble! —se asombró Tom.

—¡Silencio! —susurró Bessie—. No hagáis ruido. Parece que se oyen pisadas.

Sí, se escuchaba el ruido de unas pisadas y un murmullo de agudas vocecillas.

—Rápido, escondámonos detrás de un arbusto —sugirió Bessie—. Quienquiera que venga se asustará si nos ve. ¡Aquí hay magia, y nosotros queremos verla!

Echaron a correr, con la cesta de la merienda, y se escondieron detrás de un arbusto muy denso. Tuvieron el tiempo justo porque, nada más ocultarse, llegó un grupo de hombres pequeños cuyas barbas, muy largas, casi les llegaban hasta el suelo.

—¡Duendes! —susurró Tom.

Los duendes fueron hacia los hongos y se sentaron. Se trataba de una reunión. Uno de ellos llevaba una bolsa, que colocó detrás del hongo en el que estaba sentado. Los chicos no podían escuchar lo que decían, aunque sí oían el murmullo, y captaron alguna que otra palabra.

De pronto Tom dio un codazo a sus hermanas. Había visto algo más. Ellas también lo percibieron. Un gnomo, con cara de pocos amigos, se estaba acercando silenciosamente a los duendes, sin que ellos se dieran cuenta.

—¡Va a robar la bolsa! —susurró Tom.

¡Y así fue! Estiró su largo brazo y con sus dedos delgados la cogió y comenzó a arrastrarla hacia un arbusto.

Tom dio un salto. ¡No iba a permitir que les robaran a los pobres duendes! Gritó muy fuerte:

—¡Detened al ladrón! ¡Mirad, ese gnomo que está detrás de vosotros!

Todos los duendes se sobresaltaron. El gnomo se puso de pie y echó a correr con la bolsa. Los duendes se quedaron mirando desconcertados, y ninguno fue tras él.

El ladrón corrió hacia el arbusto donde estaban los chicos. No sabía que estaban allí.

Rápido como una centella, Tom estiró la pierna y le puso la zancadilla al gnomo, que instantáneamente se cayó de bruces. Soltó la bolsa y Bessie aprovechó para cogerla y la lanzó a los duendes, que aún estaban de pie, junto a los hongos. Tom trató de atrapar al gnomo, pero éste salió disparado.

Los niños echaron a correr tras él. Atravesaron el bosque hasta que al fin el gnomo se subió a un inmenso árbol para esconderse entre las hojas. Los niños, agotados, se dejaron caer al pie del árbol, tratando de recuperar el aliento.

—¡Ya lo tenemos! —susurró Tom—. ¡Lo atraparemos en cuanto baje!

—Ahí vienen los duendes —señaló Bessie mientras se secaba el sudor de la frente. Los hombrecillos de larga barba llegaron corriendo y se inclinaron.

—Habéis sido muy buenos con nosotros —dijo el más grande de ellos—. Gracias por haber recuperado nuestra bolsa. En ella tenemos documentos muy valiosos.

—También sabemos dónde está el gnomo —sonrió Tom, satisfecho—. Se ha subido a este árbol. Si esperan, lo podrán atrapar cuando descienda.

Pero los duendes no se atrevían a acercarse al árbol. Se quedaron observando, muy asustados.

—No descenderá hasta que quiera —dijo el duende más grande—. Ése es el árbol más viejo y mágico del mundo. Es el Árbol Lejano.

—¡El Árbol Lejano! —repitió Bessie, maravillada—. ¡Qué nombre más extraño! ¿Por qué tiene ese nombre?

—Es un árbol muy raro —explicó otro duende—. Nadie sabe cómo pero a su copa llegan países de los lugares más lejanos. A veces está el País de las Brujas, otras veces son lugares desconocidos, de los que nadie ha oído hablar. ¡Nunca subimos porque no sabemos lo que nos encontraremos en la copa!

—¡Qué extraño! —exclamaron los chicos.

—El gnomo ha ido al lugar que hoy se encuentra en la copa del árbol —aseguró el duende más grande—. Tal vez se quede a vivir allí y no regrese jamás. En ese caso, de nada servirá esperar. Se llama Escurridizo, porque siempre anda escurriéndose de todos lados.

Los chicos miraron las anchas ramas del árbol. Estaban muy intrigados. ¡El Árbol Lejano en el Bosque Encantado! ¡Hasta los nombres parecían mágicos!

—¡Ojala pudiéramos subir al árbol! —a Tom le brillaban los ojos.

—No lo hagáis —aconsejaron los duendes a coro—. Es peligroso. Tenemos que irnos, pero os estamos muy agradecidos. Si alguna vez necesitáis nuestra ayuda, venid al Bosque Encantado y silbad siete veces bajo el roble que está al lado de nuestros hongos.

—Gracias —sonrieron los chicos, mirando cómo los seis duendecillos echaban a correr por entre los árboles. Tom pensó que ya era hora de regresar a casa, así que siguieron a los duendes por un camino angosto de color verde hasta que llegaron a la parte del bosque que tan bien conocían. Recogieron la cesta y se fueron a casa, todos con el mismo pensamiento: «Hay que subir al Árbol Lejano para visitar los lugares que están en la copa».

La subida al árbol lejano

Los chicos no contaron a sus padres lo que les había sucedido en el Bosque Encantado, porque temían que les prohibieran ir. Pero, a solas, no hablaban de otra cosa.

—¿Cuándo pensáis que podremos subir al Árbol Lejano? —preguntaba Fanny a cada momento—. Tom, tenemos que regresar.

Tom estaba deseando ir, pero tenía miedo de lo que les pudiera suceder, y sabía que tenía que cuidar de sus dos hermanas. ¿Y si subían al Árbol Lejano y no regresaban jamás? Entonces se le ocurrió una idea.

—Escuchad. ¿Sabéis lo que podemos hacer? Subiremos al árbol sólo para ver lo que hay en la copa. No hace falta que lleguemos arriba del todo, simplemente echaremos un vistazo. Esperaremos hasta que dispongamos de un día entero, y entonces iremos.

Las niñas estaban entusiasmadas. Trabajaron duro arreglando la casa, esperando que su madre les diera el día libre para jugar. Tom también trabajó con ahínco en el jardín, arrancando todas las malas hierbas. Sus padres quedaron muy satisfechos.

—¿Os gustaría ir al pueblo más cercano y pasar el día allí? —preguntó la madre al fin.

—No, gracias —contestó Tom inmediatamente—. Mamá, ya estamos cansados de pueblos. Lo que nos gustaría sería pasar todo un día de excursión en el bosque.

—Muy bien —aceptó su madre—. Podéis ir mañana, si hace buen tiempo, y llevaros la comida y la merienda al bosque. Vuestro padre y yo pasaremos todo el día fuera, comprando algunas cosas que necesitamos.

¡Cuánto deseaban los chicos que hiciera buen tiempo! Se despertaron muy temprano y bajaron de la cama de un salto. Después apartaron las cortinas para mirar afuera. El cielo estaba tan azul como el mar. El sol brillaba entre los árboles, proyectando unas sombras largas en el césped. El Bosque Encantado se veía, a lo lejos, más oscuro y misterioso que nunca.

Todos desayunaron, y después la madre preparó unos sándwiches, puso unos pastelitos en una bolsa y tres galletas para cada uno. Envió a Tom a coger unas ciruelas del jardín y dijo a Bessie que llevara dos botellas de limonada. Los niños estaban locos de alegría.

Los padres se fueron al pueblo. Los niños les dijeron adiós desde el portón. Luego, echaron a correr para agarrar la bolsa de la comida y salieron dando un portazo. ¡Presentían que esa mañana estaría llena de aventuras! Fanny se puso a cantar.

Al Árbol Lejano iremos.

Tom, Bessie y yo aventuras tendremos.

—¡Calla! —protestó Tom—. Aún no estamos lejos, no queremos que sepan adonde vamos.

Atravesaron el jardín corriendo y salieron por el portón trasero. Se detuvieron en el caminito angosto y se miraron entre sí. ¡Era la primera aventura de su vida! ¿Qué verían? ¿Qué pasaría?

Saltaron la zanja y entraron en el bosque. De inmediato se sintieron diferentes. La magia les rodeaba. Incluso los cantos de los pájaros sonaban distintos. Los árboles, una vez más, se susurraban sus secretos:

—«Uich-uich-uich».

—¡Oh! —exclamó Fanny.

—Vamos directamente hacia el Árbol Lejano —sonrió Tom, mientras bajaba por el caminito de color verde.

Las niñas fueron tras él. Caminaron hasta llegar al roble junto al que se habían sentado. Ahí estaban los seis hongos, donde se habían reunido los duendes, aunque ahora se veían secos y viejos.

—¿Adónde vamos? —preguntó Bessie.

Ninguno sabía por dónde ir. Fueron por un caminito pequeño, pero pronto se detuvieron al llegar a un lugar extraño donde los árboles eran tan tupidos que no podían avanzar más. Regresaron al roble.

—Vamos en esta otra dirección —propuso Bessie. Todos aceptaron, pero esa vez llegaron a un estanque muy raro, cuyas aguas eran de color amarillo pálido y brillaba como la mantequilla. A Bessie no le gustó nada el estanque, y los tres regresaron inmediatamente al roble.

—¡Qué lata! —se quejó Fanny, a punto de echarse a llorar—. ¡Cuando al fin tenemos un día libre, resulta que no encontramos el árbol!

—Ya sé lo que vamos a hacer —dijo Tom de repente—. Llamaremos a los duendes. ¿No os acordáis de que se ofrecieron a ayudarnos cuando lo necesitáramos?

—¡Es verdad! —se animó Fanny—. Tenemos que ponernos bajo este roble y silbar siete veces.

—Vamos, Tom, silba —le pidió Bessie.

Enseguida Tom se puso bajo las tupidas y verdes hojas del viejo roble y silbó fuertemente siete veces.

Todos esperaron en silencio. No había pasado ni medio minuto, cuando un conejo salió de su madriguera y los miró fijamente.

—¿A quién buscáis? —preguntó el conejo con una voz ronca.

Los chicos lo miraron sorprendidos. Nunca habían visto hablar a un animal. El conejo alzó las orejas, las bajó y habló de nuevo, algo enfadado.

—¿Estáis sordos? Os he preguntado que a quién buscáis.

—Buscamos a uno de los duendes —replicó Tom, recuperando la voz.

El conejo se dio la vuelta y llamó dentro de su madriguera:

—¡Señor Bigotes, señor Bigotes! Hay alguien aquí que le está buscando.

Se escuchó una respuesta a voz en grito, y entonces uno de los seis duendes salió de la madriguera del conejo y se acercó a los niños.

—Perdonad por mi tardanza —se disculpó—. Uno de los hijos del conejo tiene sarampión y lo estaba atendiendo.

—No sabía que a los conejos les daba sarampión —se asombró Bessie.

—Sí, y también les da a las comadrejas —explicó el señor Bigotes—. Pero las comadrejas prefieren los conejos al sarampión.

Sonrió como si hubiera contado un buen chiste pero, como los chicos no sabían que las comadrejas son animales salvajes que se comen a los conejos, no se rieron.

—Queríamos preguntarle qué camino debemos tomar para llegar al Árbol Lejano —explicó Bessie—. Se nos ha olvidado.

—Yo os llevaré —se ofreció el señor Bigotes, cuya barba le llegaba hasta los pies. A veces, al andar, se la pisaba y entonces su cabeza se inclinaba bruscamente hacia adelante. A Bessie le entró la risa, pero no le pareció oportuno reírse en ese momento, así que se la aguantó. Se preguntaba por qué no se ataba la barba a la cintura para no tropezar con ella.

El señor Bigotes los guió a través de los árboles oscuros. Por fin llegaron al enorme Árbol Lejano.

—¡Ahí lo tenéis! —señaló—. ¿Esperáis a alguien que baje?

—Bueno, no —empezó Tom—. Queríamos subir a la copa.

—¿Vais a subir? —preguntó el señor Bigotes, horrorizado—. No seáis tontos. Es peligroso. No sabéis lo que os encontraréis en la copa. Hay un país diferente casi todos los días.

—Pues vamos a subir —insistió Tom, y puso el pie en el tronco del inmenso árbol y con una mano se agarró a una de las ramas—. ¡Vamos, chicas!

—Voy a buscar a mis hermanos para que os bajéis de ahí —dijo el señor Bigotes, asustado, y echó a correr—. ¡Es demasiado peligroso! ¡Demasiado peligroso!

—¿Creéis que tendremos problemas? —preguntó Bessie, que era la más prudente de los tres.

—¡Vamos, Bessie! —Tom estaba impaciente—. Sólo vamos a ver lo que hay en la copa. ¡No seas miedosa!

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