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Authors: Chris Bradford

El camino del guerrero (9 page)

BOOK: El camino del guerrero
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Arigato
repitió Jack, señalando su brazo roto, e inclinándose tanto como el brazo pudo permitirle. Esto pareció complacer a Masamoto, quien reconoció el respeto mostrado con una leve inclinación de cabeza.

—¿Entonces ésta es la casa de Masamoto?

—No, es la casa de su hermana Hiroko. Vive aquí con su hija Akiko. —El sacerdote empezó a toser de nuevo violentamente y tardó unos instantes en recuperarse—. ¡Ya basta de preguntas por tu parte, muchacho! ¿Qué hay del resto de tu tripulación?

—Están muertos.

—¿Muertos? ¿Todos ellos? No te creo.

—Una tormenta nos desvió de nuestro rumbo. Nos vimos obligados a buscar socaire en una cala, pero el
Alexandria
rozó un escollo. Tuvimos que hacer reparaciones, pero fuimos atacados por... No estoy seguro... Una especie de sombras.

Mientras el sacerdote traducía la historia de Jack, el interés de Masamoto aumentó.

—Describe esas sombras —le pidió el padre Lucius traduciendo las palabras de Masamoto.

—Creo que eran hombres... Vestidos de negro. Sólo pude verles los ojos. Tenían espadas, cadenas, cuchillos que arrojaban... Mi padre pensaba que eran
wako.


Ninja
susurró Masamoto.

—¡Fueran lo que fuesen, uno de ellos mató a mi padre! —exclamó Jack con la voz cargada de emoción y el recuerdo de aquella noche quemándole el pecho—. ¡Un ninja con un único ojo verde!

Masamoto se inclinó hacia delante, tenso y claramente perturbado por la traducción que el padre Lucius había hecho del estallido de furia de Jack.

—Repite exactamente lo que acabas de decir —le exigió el padre Lucius de parte de Masamoto.

Jack reprimió las lágrimas: la imagen del rostro encapuchado del ninja y la muerte de su padre habían vuelto a formarse en su cabeza. Deglutió con dificultad antes de continuar.

—El ninja que asesinó a mi padre tenía un solo ojo. Verde como el de una serpiente. Nunca lo olvidaré.


Dokugan Ryu
—escupió Masamoto, como si hubiera tragado veneno.

Los guardias samuráis se envararon visiblemente ante sus palabras. El rostro del chico de pelo negro se ensombreció por el miedo. Akiko se volvió hacia Jack con los ojos llenos de pesar.

—¿Doku qué? —preguntó Jack, sin comprender lo que había dicho Masamoto.


Dokugan Ryu.
Significa Ojo de Dragón —explicó el padre Lucius—. Dokugan Ryu fue el ninja responsable del asesinato de Tenno, el hijo mayor de Masamoto. De eso hace dos años. Masamoto-sama había frustrado un atentado que pretendía acabar con la vida de su
daimyo
, e iba tras los responsables. Enviaron a Dokugan Ryu a asesinar a su hijo como advertencia para que detuviera su búsqueda. No se ha vuelto a ver al ninja desde entonces.

Masamoto le habló a Lucius gravemente.

—Masamoto quiere saber el paradero del resto de tu familia. ¿Qué hay de tu madre? ¿Iba a bordo?

—No, murió cuando yo tenía diez años. Neumonía. —Jack miró significativamente al padre Lucius, reconociendo en la tos del sacerdote el síntoma de lo que era—. Por eso yo iba en el barco. Mi padre dejó a mi hermana pequeña, Jess, al cuidado de una vecina, la señora Winters, pero la mujer era demasiado mayor y su casa demasiado pequeña para poder hacerse cargo también de mí. Por eso yo iba a bordo. Además, yo ya era lo bastante mayor para trabajar, así que mi padre me consiguió un puesto de gaviero a bordo del
Alexandria.

—Has sufrido mucho. Lamento la muerte de tu madre. Y la de tu padre —dijo el padre Lucius, con evidente sinceridad.

Entonces le contó la historia de Jack a Masamoto, quien escuchó solemnemente. Masamoto le indicó a Akiko que le sirviera un poco más de
sencha.
Estudió la taza antes de sorber lentamente su contenido.

Nadie rompió el silencio.

Masamoto depositó la taza y se dirigió a la sala. Mientras hablaba, el color fue desapareciendo del rostro ya pálido del sacerdote. El chico del pelo negro se quedó rígido como una piedra y su expresión se ensombreció con malicia apenas contenida.

Con un leve temblor en la voz, el padre Lucius tradujo las palabras del samurái.

—El señor Masamoto considera que tú, Jack Fletcher, debes quedar a su cuidado hasta que «cumplas la edad». Siendo éste el segundo aniversario de la muerte de su hijo, considera que eres un «regalo de los dioses». Y ambos habéis sufrido el azote de la mano de Dokugan Ryu. Por tanto, ocuparás junto a Masamoto el lugar que había ocupado Tenno y, a partir de ahora, serás tratado como uno de los suyos.

Jack estaba aturdido. Ante la idea de ser adoptado por un señor samurái no sabía si reír o llorar. Pero antes de que tuviera oportunidad de responder, Masamoto solicitó la presencia de Taka-san en la habitación. Taka-san llevaba un paquete envuelto en tela de arpillera, y lo colocó a los pies de Jack.

Masamoto se dirigió a Jack. El padre Lucius fue traduciendo las palabras del samurái.

—Masamoto-sama te encontró agarrando esto cuando te sacó del mar. Ahora que te has recuperado, te devuelve tus legítimas pertenencias.

Masamoto le indicó a Jack que desenvolviera el objeto rectangular. Jack tiró de los lazos y la tela cayó para revelar un paquete envuelto en una tela oscura. Toda la sala esperó con interés. El padre Lucius se acercó.

Jack sabía exactamente qué era antes de retirar la tela: era el cuaderno de ruta de su padre.

Toda la habitación giró a su alrededor y de repente Jack vio claramente el rostro de su padre. Yacía en cubierta, con la cabeza ladeada y la sangre manándole de la boca, y le miraba fijamente a los ojos.

—Jack... El cuaderno de ruta... Cógelo... A casa... Te llevará a casa...

Entonces exhaló su último suspiro.

—¿Jack? ¿Te encuentras bien? —preguntó el padre Lucius, devolviéndolo al presente.

—Sí —respondió Jack, recuperándose rápidamente—. Estoy un poco trastornado. Esto pertenecía a mi padre.

—Comprendo. ¿Son quizá las cartas de tu padre? —dijo con aire despreocupado el padre Lucius, sin apartar, sin embargo, su mirada codiciosa del libro.

—No... No... Es el diario de mi padre —mintió Jack, agarrando el cuaderno de ruta.

El padre Lucius no pareció convencido, pero no insistió.

Tras la devolución del libro, Masamoto dio por terminada la reunión y se puso en pie. Todos se inclinaron cuando se puso a hablar.

—Masamoto-sama te ha ordenado descansar —tradujo el sacerdote—. Se reunirá de nuevo contigo mañana.

Todos volvieron a inclinarse y Masamoto salió de la habitación, seguido por sus dos guardias y el silencioso muchacho del pelo negro.

El padre Lucius se levantó también para marcharse, pero un violento ataque de tos se lo impidió. Cuando la tos por fin remitió, se secó el sudor de la frente y se volvió hacia Jack.

—Una advertencia, Jack Fletcher. Nunca olvides que tu salvador es un samurái. Los samuráis son brillantes, pero completamente despiadados. Apártate del camino y te cortará en ocho pedazos.

14
La convocatoria

Jack se pasó la tarde en el jardín.

Jack no podía quitarse de la cabeza que había sido adoptado por un samurái. Suponía que debía estar agradecido. Tenía comida, refugio y el personal de la casa ya no lo trataba como si fuera un perro extraviado. Jack se sentía ahora como un huésped de honor. ¡Taka-san incluso se había inclinado ante él!

Sin embargo, él no encajaba allí. Era un extraño en una tierra de guerreros, quimonos y
sencha.
La cuestión era: ¿adónde pertenecía?

Sus padres habían fallecido, y ya no le quedaba ningún sitio que pudiera considerar su hogar. Su hermana estaba viviendo con la señora Winters, pero ¿qué sucedería cuando a la pobre mujer se le acabara el dinero que su padre le había entregado? ¿O cuando la anciana falleciera? Jack tenía que encontrar un modo de regresar a casa para hacerse cargo de su hermana. Pero Inglaterra estaba al otro lado del mundo y era imposible que un chico de doce años pudiera navegar hasta tan lejos, aunque tuviera el cuaderno de ruta de su padre.

A pesar del calor del día, Jack se estremeció: se sentía totalmente indefenso ante la situación. Estaría atrapado en Japón hasta que encontrara un barco con destino a Inglaterra, o hasta que fuera lo bastante mayor para marcharse.

Quedarse no era una elección, sino una cuestión de supervivencia.

Jack se sentó bajo el cerezo en flor, al abrigo del sol, y contempló durante un buen rato la frágil esperanza que le ofrecía el cuaderno de ruta de su padre.

Jack recordaba claramente la intensidad de la emoción que había sentido cuando su padre le mostró por primera vez el cuaderno de ruta. El libro parecía repleto de conocimientos y secretos, y cuando lo abrió, sintió el aroma del océano en sus páginas.

El libro contenía intrincados mapas dibujados a mano; brújulas magnéticas entre puertos y penínsulas; observaciones sobre la profundidad y la naturaleza del lecho marino, y los colores del océano; informes detallados de viajes de éxito; indicaciones de los lugares donde había amigos, y los puertos donde había enemigos. Los arrecifes estaban marcados con puntos; las mareas, con cruces; los refugios, con círculos; y en cada página había números cifrados secretos que protegían de ojos enemigos el conocimiento de las rutas seguras.

—Para un piloto, el cuaderno de ruta es como la Biblia para un sacerdote —le había informado su padre.

Jack había escuchado embelesado las explicaciones de su padre. Era fácil calcular la latitud por la posición de las estrellas, le había dicho, pero resultaba imposible determinar con certeza la longitud. Esto significaba que cuando un barco dejaba de avistar tierra, estaba perdido en todos los sentidos. Cualquier viaje por mar era por tanto un peligro seguro. A menos...

—¡A menos que tengas un cuaderno de ruta! —exclamó su padre—. Este libro, hijo mío, contiene todo el conocimiento que necesitarás para guiar un barco por los mares. En estas preciosas páginas encontrarás las observaciones personales de un gran piloto que surcó todos los mares conocidos antes que yo. Para conseguir este libro se perdieron vidas y muchos hombres resultaron heridos. Ahora, cada vez que completo una singladura, añado mis propias observaciones. ¡Este cuaderno de ruta no tiene precio, te lo aseguro! Pueden contarse con los dedos de una mano los cuadernos verdaderamente precisos. ¡Quien tenga este libro, hijo mío, dominará los mares! Por eso nuestros enemigos, los españoles y portugueses, darían cualquier cosa por conseguir un cuaderno de ruta como éste... Cualquier cosa...

Y ahora era suyo.

El cuaderno de ruta era el único eslabón que lo conectaba con su vida anterior. Con su padre. De hecho, era su única esperanza de volver a casa, un tenue hilillo de direcciones que recorría el mundo por los mares.

Mientras hojeaba sus páginas, un trozo de pergamino suelto cayó al suelo. Jack lo recogió. Se quebraba por el efecto de la sal marina y tenía los bordes ajados y rotos por haber sido manipulado infinitas veces. Jack lo desplegó, y el pergamino reveló un dibujo infantil que representaba a cuatro figuras en un pequeño jardín con una casa cuadrada. Jack reconoció inmediatamente las figuras.

Eran su padre, alto y con el pelo negro y agitado por el viento, él mismo, con la cabeza enorme y una maraña de pelo amarilla, su hermana pequeña, con su vestido y saludando con una mano, mientras sujetaba con la otra la mano de Jack, y, en el centro del dibujo, su madre, ataviada con alas de ángel.

Jess había hecho aquel dibujo y se lo había entregado a su padre el día en que zarparon de Inglaterra hacia Japón. Jack reprimió las lágrimas, tratando de no llorar. ¿Cómo se sentiría Jess cuando supiera que su padre había muerto también?

Jack alzó la cabeza, súbitamente consciente de que lo estaban mirando. El chico del pelo negro lo observaba desde la casa. «¿Cuánto tiempo debe de llevar ahí?»

Jack se secó los ojos y lo saludó con una breve inclinación de cabeza. Era lo educado. El chico ignoró el saludo de Jack.

¿Qué tenía ese chico contra él?, pensó Jack. Sin duda disfrutaba de cierta posición, pues había llegado con Masamoto, pero aún no se había presentado y desde un principio se había mostrado muy hostil con Jack.

Akiko rodeó entonces la casa con Jiro, que agitaba emocionado un papel, y el chico del pelo negro cerró en silencio la
sho-ji.
Jack dobló el dibujo de su hermana y lo colocó con cuidado dentro del cuaderno de ruta.

Akiko se inclinó ante Jack, y a continuación cogió el papel que sostenía Jiro y se lo entregó respetuosamente con ambas manos.


Arigatô
—dijo Jack, dándole las gracias.


Domo
—respondió ella.

Jack se sentía frustrado por no poder comunicarse más con ella. Había muchas cosas que quería decir, preguntas que necesitaban respuesta. Estaba rodeado por extraños amables, pero se sentía completamente aislado por el idioma. La lección improvisada que Akiko le había dado la tarde anterior había sido el intercambio de palabras más parecido a una conversación que había tenido desde que se había recuperado de sus fiebres hacía dos semanas.

Jack abrió la nota y leyó el mensaje.

Se solicita tu presencia. Por favor, ven a verme directamente después del desayuno mañana. Vivo en la cuarta casa a la izquierda del malecón.

Padre Lucius

Jack se apoyó contra el árbol. ¿Qué podía querer de él el padre Lucius?

15
Yamato

La casa del padre Lucius era un edificio pequeño, apartado del camino principal. Taka-san, el samurái de la casa de Jack, llamó a la campana que colgaba de la puerta y esperó una respuesta.

Jack oyó pasos y la puerta se abrió. Tras ella apareció el padre Lucius, con los ojos hinchados y sin parar de toser.

—Bienvenido a mi humilde hogar, hereje. Pasa.

Jack atravesó la puerta y entró en un pequeño jardín que guardaba poco parecido con el paraíso de Uekiya. Había una parcela de verduras y hierbas, y un manzano solitario con unos pocos frutos en un extremo. Jack no vio ni adornos ni hermosos arroyuelos: sin duda era un jardín para cultivar, no para reflexionar.

Tras haber escoltado a Jack, Taka-san se inclinó y se marchó.

El padre Lucius condujo a Jack a una habitación pequeña amueblada escuetamente con una mesa, dos sillas y un altar improvisado. Un gran crucifijo de madera adornaba la pared del fondo.

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