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Authors: Montesquieu

Tags: #Clásico, #Filosofía, #Política

El espíritu de las leyes (7 page)

BOOK: El espíritu de las leyes
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Un contemporáneo de Montesquieu, el frívolo abate Voisenón, tuvo hablando de él algunos rasgos felices: "Era tan buen padre, que estaba convencido de que su hijo valía más que él. Era un excelente amigo. Su conversación era como sus obras; razonaba conversando…".

Montesquieu murió en París el 10 de febrero de 1755. Las circunstancias de su muerte han sido muchas veces referidas; lo que quizá se ignore es que a su entierro no fue casi nadie. El único literato que asistió, si hemos de creer a Grimm, fue Diderot. El siglo XVIII, que muy pronto iba a marchar con verdadero proselitismo como un solo hombre y que todo él se iba a dar cita, la última cita, en los funerales de Buffón (abril de 1788), no estaba alistado, ni aun en pie, a la fecha en que Montesquieu murió.

Prefacio del autor

Si entre el infinito número de cosas que contiene este libro se encuentra alguna que pueda ofender, lo cual no creo, sépase que no la puse en él con mala intención. La naturaleza no me ha dado un espíritu descontentadizo. Así como Platón daba las gracias al cielo por haberle hecho nacer en tiempo de Sócrates, yo se las doy por haber nacido en el régimen vigente, por haber querido que yo viva con el gobierno actual y que obedezca a los que amo.

Pido una gracia, y temo que no se me conceda: la de que no se juzgue por una lectura rápida un trabajo de veinte años; la de que se apruebe o se condene el libro entero, no un pasaje cualquiera o algunas frases. Quien desee buscar el designio del autor, no lo descubrirá sino en el conjunto de la obra.

He examinado antes que nada los hombres; he pensado que en esta diversidad de leyes y costumbres no eran conducidos únicamente por sus fantasías.

He sentado los principios; he visto los casos particulares ajustarse a ellos, ser consecuencia de ellos las historias de todas las naciones, y cada ley particular relacionada con otra o dependiente de Otra más general.

Cuando me he referido a la antigüedad, he tratado de fijarme en el espíritu para no tornar por semejantes casos en realidad diferentes y para que no se me escaparan las diferencias de los que parecen semejantes.

No he deducido mis principios por mis prejuicios; los he sacado de la naturaleza de las cosas.

Aquí se dejarán sentir muchas verdades, cuando se haya visto la cadena que las une a otras. Cuanto más se reflexione sobre los detalles, se comprenderá mejor la certidumbre de los principios. Pero esos detalles, claro es que no los he dado todos: ¿quién podría decirlo todo sin mortal fastidio?

No se verán aquí esos rasgos salientes que caracterizan las obras modernas. Abarcando el conjunto de las cosas los rasgos efectistas se desvanecen; ordinariamente se producen por inclinarse el espíritu hacia un lado abandonando los otros.

Yo no escribo para censurar lo que se halle establecido en un país cualquiera. Cada nación encontrará aquí las razones de sus máximas; y se sacará naturalmente la consecuencia de que, proponer cambios, corresponde solamente a los privilegiados que pueden penetrar con un rasgo de genio en la constitución entera de un Estado.

Que el pueblo se ilustre no es cosa indiferente. Los prejuicios de los magistrados empezaron siendo prejuicios de la nación. En época de ignorancia, no se vacila aunque las resoluciones produzcan grandes males; en tiempo de luces, aun los mayores bienes se resuelven temblando. Se ven los abusos antiguos, se comprende la manera de corregirlos; pero también se ven o se presienten los abusos de la corrección. Se deja lo malo si se teme lo peor; se deja lo bueno si no se está seguro de mejorarlo. No se miran las partes si no es para juzgar del todo; se examinan todas las causas para ver todos los resultados.

Si yo pudiera hacer de modo que todo el mundo tuviera nuevas razones para amar sus deberes, su príncipe, su patria, sus leyes; que todos se sintieran más contentos en el país, el gobierno, el puesto que a cada uno le ha tocado, yo me creería el más feliz de los hombres.

Si pudiera hacer de suerte que los que mandan aumentasen sus conocimientos en lo que deben mandar, y los que obedecen hallaran un placer en la obediencia, me creería el más feliz de los hombres.

Y me creería el más feliz de los hombres si pudiera conseguir que todos los hombres se curasen de sus preocupaciones. Llamo aquí preocupaciones, no a lo que hace que ignoremos ciertas cosas, sino a lo que hace que se ignore uno mismo.

Procurando instruir a los hombres es como puede practicarse la virtud general que comprende el amor de todos. Plegándose el hombre, ser flexible, a los pensamientos y a las impresiones de los demás, es igualmente capaz de conocer su propia naturaleza cuando se le hace ver y de no sentirla siquiera cuando la desconoce.

He comenzado varias veces y he abandonado otras tantas esta obra: mil veces he abandonado a los vientos las hojas que había escrito; perseguía mi objeto sin un plan; no conocía ni las reglas ni las excepciones; encontraba la verdad para perderla; pero cuando al cabo he descubierto mis principios, todo lo que yo buscaba me ha salido al encuentro, y en el curso de veinte años he visto empezar, crecer y terminar mi obra.

Si este libro llega a tener éxito, lo deberé en gran parte a la majestad del tema; sin embargo, no creo haber carecido totalmente de genio. Cuando he visto lo que tantos grandes hombres han escrito antes que yo, en Francia, en Inglaterra y en Alemania, he sentido admiración, pero sin desalentarme. Como el Correggio, he dicho:
Yo también soy pintor
.

ADVERTENCIA

Para mejor inteligencia de los cuatro primeros libros de esta obra, hay que tener en cuenta:

  1. Que lo que llamo
    virtud
    en la república es el amor de la patria, es decir, el amor de la igualdad. No es una virtud moral ni cristiana, es la virtud
    política
    . Y ésta es el resorte que hace mover la republica, como el honor es el resorte que hace mover la monarquía. Así pues he llamado
    virtud política
    al amor de la patria y de la igualdad. He concebido nuevas ideas y ha sido necesario encontrar nuevas palabras o dar a las antiguas nuevos significados. Los que no han comprendido esto, me han atribuido ideas absurdas que serían escandalosas en todos los países del mundo, porque en todos los países se desea la moral.
  2. Es necesario observar que hay una gran diferencia entre decir que una cierta cualidad, modificación del alma o virtud, no es el resorte que hace obrar un gobierno, y decir que esta cualidad o virtud no existen en él. Si dijese que tal rueda o piñón no son el resorte que mueve el reloj, ¿habría que creer por esto que no forman parte de él? A tanto equivaldría decir que las virtudes morales y cristianas están excluidas de la monarquía, o que la virtud política no existe en ella. En una palabra, el honor existe en la república, aunque la virtud política es su resorte; la virtud política existe en la monarquía, aunque su resorte sea el honor.
  3. En fin, el hombre de bien, de que trata el libro III, capítulo V, no es el hombre de bien cristiano, sino el hombre de bien político, que posee la virtud política de que he hablado. Es el hombre que ama las leyes de su país y que obra por amor a estas leyes. He dado un nuevo aspecto a todas estas cosas en esta edición, fijando todavía más las ideas. Y la mayor parte de las veces que me he servido de la palabra virtud, he escrito
    virtud política.
LIBRO I
De las leyes en general
CAPÍTULO I
De las leyes en sus relaciones con los diversos seres

Las leyes, en su significación más extensa, no son más que las relaciones naturales derivadas de la naturaleza de las cosas; y en este sentido, todos los seres tienen sus leyes: la divinidad tiene sus leyes
[1]
, el mundo material tiene sus leyes, las inteligencias superiores al hombre tienen sus leyes, los animales tienen sus leyes, el hombre tiene sus leyes.

Los que han dicho que
todo lo que vemos en el mundo lo ha producido una fatalidad ciega
, han dicho un gran absurdo; porque ¿hay mayor absurdo que una fatalidad ciega produciendo seres inteligentes?

Hay, pues, una razón primitiva; y las leyes son las relaciones que existen entre ellas mismas y los diferentes seres, y las que median entre los seres diversos.

Dios tiene relación con el universo como creador y como conservador; las leyes según las cuales creó, son las mismas según las cuales conserva; obra según las reglas porque las conoce; las conoce porque él las hizo; las hizo porque están en relación con su sabiduría y poder.

Como vemos que el mundo, formado por el movimiento de la materia y privado de inteligencia, subsiste siempre, es forzoso que sus movimientos obedezcan a leyes invariables; y si pudiéramos imaginar otro mundo que este, obedecería a reglas constantes o sería destruído.

Así la imaginación, aunque parezca ser un acto arbitrario, supone reglas tan inmutables como la fatalidad de los ateos. Sería absurdo decir que el creador podría gobernar el mundo sin aquellas reglas, puesto que el mundo sin ellas no subsistiría.

Esas reglas son una relación constantemente establecida. Entre un cuerpo movido y otro cuerpo movido, todos los movimientos son recibidos, aumentados, disminuidos, perdidos según las relaciones de la masa y la velocidad: cada diversidad es uniformidad, cada cambio es constancia.

Los seres particulares inteligentes pueden tener leyes que ellos hayan hecho; pero también tienen otras que ellos no han hecho. Antes que hubiera seres inteligentes, eran posibles: tenían pues relaciones posibles y por consiguiente leyes posibles. Antes que hubiera leyes, había relaciones de justicia posibles. Decir que no hay nada justo ni injusto fuera de lo que ordenan o prohíben las leyes positivas, era tanto como decir que los radios de un círculo no eran iguales antes de trazarse la circunferencia.

Es necesario por lo tanto admitir y reconocer relaciones de equidad anteriores a la ley que las estableció; por ejemplo, que si hubo sociedades de hombres, hubiera sido justo el someterse a sus leyes; que si había seres inteligentes, debían reconocimiento al que les hiciera un beneficio; que si un ser inteligente había creado un ser inteligente, el creado debería quedar en la dependencia en que estaba desde su origen; que un ser inteligente que ha hecho mal a otro ser inteligente, merece recibir el mismo mal; y así en todo.

Pero falta mucho para que, el mundo inteligente se halle tan bien gobernado como el mundo físico, pues aunque también aquél tenga leyes que por su naturaleza son invariables, no las sigue constantemente como el mundo físico sigue las suyas. La razón es que los seres particulares inteligentes son de inteligencia limitada y, por consiguiente, sujetos a error; por otra parte, está en su naturaleza que obren por si mismos: No siguen, pues, de una manera constante sus leyes primitivas; y las mismas que ellos se dan, tampoco las siguen siempre.

No se sabe si las bestias están gobernadas por las leyes generales del movimiento o por una moción particular. Sea como fuere, no tienen con Dios una relación más íntima que el resto del mundo material; y el sentimiento no les sirve más que en la relación entre ellas, o con otros seres particulares, o cada una consigo.

Por el atractivo del placer conservan su ser particular, y por el mismo atractivo conservan su especie. Tienen leyes naturales, puesto que están unidas por el sentimiento; carecen de leyes positivas, porque no se hallan unidas por el conocimiento. Sin embargo, las bestias no siguen invariablemente sus leyes naturales; mejor las siguen las plantas, en las que no observamos ni sentimiento ni conocimiento.

Y es que los animales no poseen las supremas ventajas que nosotros poseemos, aunque tienen otras que nosotros no tenemos. No tienen nuestras esperanzas, pero tampoco tienen nuestros temores; mueren como nosotros, pero sin saberlo; casi todos se conservan mejor que nosotros y no hacen tan mal uso de sus pasiones.

El hombre, como ser físico, es, como los demás cuerpos, gobernado por leyes invariables; como ser inteligente viola sin cesar las leyes que Dios ha establecido y cambia las que él mismo estableció. Es preciso que él se gobierne; y sin embargo es un ser limitado: está sujeto a la ignorancia y al error, como toda inteligencia finita. Los débiles conocimientos que tiene, los pierde. Como criatura sensible, es presa de mil pasiones. Un ser así, pudiera en cualquier instante olvidar a su creador: Dios lo retiene por las leyes de la religión; semejante ser pudiera en cualquier momento olvidarse de sí mismo: los filósofos lo previenen por las leyes de la moral; creado para vivir en sociedad, pudiera olvidarse de los demás hombres: los legisladores le llaman a sus deberes por medio de las leyes políticas y civiles.

CAPÍTULO II
De las leyes de la naturaleza

Antes que todas las leyes están las naturales, así llamadas porque se derivan únicamente de la constitución de nuestro ser. Para conocerlas bien, ha de considerarse al hombre antes de existir las sociedades. Las leyes que en tal estado rigieran para el hombre, esas son las leyes de la naturaleza.

La ley que al imprimir en el hombre la idea de un creador nos impulsa hacia él, es la primera de las leyes naturales; la primera por su importancia, no por el orden de las mismas leyes. El hombre, en el estado natural, no tendría conocimientos, pero si la facultad de conocer. Es claro que sus primeras ideas no serían especulativas: antes pensaría en la conservación de su ser que en investigar el origen de su ser. Un hombre en tal estado, apreciaría lo primero su debilidad y sería de una extremada timidez; si hiciera falta la experiencia para persuadirse de esto, ahí están los salvajes encontrados en las selvas
[2]
, que tiemblan por cualquier cosa y todo les hace huir.

En ese estado, cualquiera se siente inferior; apenas igual. Por eso no se atacan, no se les puede ocurrir, y así resulta que la paz es la primera de las leyes naturales.

El primer deseo que Hobbes atribuye a los hombres es el de subyugarse unos a otros, pero no tiene razón: la idea de mando y dominación es tan compleja, depende de tantas otras ideas, que no puede ser la primera en estado natural.

Hobbes pregunta por qué los hombres van siempre armados, si su estado natural no es el de guerra; y por qué tienen llaves para cerrar sus casas. Pero esto es atribuir1es a los hombres en estado primitivo lo que no pudo suceder hasta que vivieron en sociedad, que fue lo que les dió motivo para atacarse y para defenderse.

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