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Authors: Francisco J. de Lys

Tags: #Misterio, Intriga

El laberinto de oro (10 page)

BOOK: El laberinto de oro
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—¿Cómo supiste lo del vitriolo?

—Cuando entré contigo en esta sala, no se me ocurrió pensar que tú hubieses podido estar aquí antes. Observé que la totalidad de los volúmenes estaban sistemática y concienzudamente bien colocados. Todos menos tres. De uno de ellos, del que estaba situado en el centro, pendía esto. —Grieg tomó entre sus dedos la tira roja de tela a modo de marcapáginas del volumen que descansaba sobre la mesa—. Un detalle extraño en una biblioteca tan pulcramente ordenada como ésta.

—Eso no significa nada.

—Así es, y para asegurarme, con el pretexto de que examinaras el cuadro de la pared, quise averiguar qué dos hojas seleccionaba el marcapáginas… y ¡tachán! —Grieg movió en círculo su mano derecha—, descubrí la marca que había dejado la moneda junto al término vitriolo.

—¿Y qué te hizo sospechar de mí?

—Esas dos pequeñas gotas de color parduzco. ¿Las ves?

Lorena se aproximó hasta observar cómo en la página de la izquierda se podía apreciar claramente la superficie abultada, rugosa y aún húmeda del papel que habían dejado las dos gotas.

—En cuanto abrí el volumen noté un olor que por mi trabajo conozco muy bien.

—¿Qué olor?

—Ácido nítrico mezclado con algo de amonio. Sin duda, un reactivo que empleaste hace menos de media hora para comprobar que la moneda fuera de oro. —Grieg la miró fijamente a los ojos—. Sé que no pudo transcurrir más tiempo porque las gotas ya se habrían secado. Veo que vienes bien preparada. ¿Realmente la moneda era de oro? ¿Quizás una pieza única? —preguntó con una sonrisa burlona en el rostro.

Lorena recordó que cuando entró en la sala sellada por el espejo, tras golpear con el bastón la cabeza de la hidra, sacó el volumen de una de las estanterías sabiendo de antemano dónde lo encontraría. Después extrajo la moneda, leyó la definición de vitriolo, lo depositó sobre la mesa hexagonal y lo abrió por la misma página en la que estaba abierto en esos momentos.

«Grieg dice la verdad. Cuando para asegurarme si la moneda era de oro empleé el frasquito de reactivo y froté la moneda sobre la piedra abrasiva, debieron caerse esas pequeñas gotas; y después no me aseguré de que los libros quedasen perfectamente alineados. Además, no me percaté de que el marcapáginas quedaba colgando de la estantería.»

Lorena abrió muy lentamente el puño y mostró la moneda dorada que atesoraba en la palma de la mano. Grieg no pudo evitar su asombro.

13

—¿Ésta es la moneda que dejó grabadas las dos marcas circulares en el libro que está sobre la mesa? —preguntó Grieg, muy sorprendido—. No puedo creerlo.

—Así es —contestó Lorena, complacida al comprobar que a él le había extrañado tanto como a ella encontrar una moneda así en un lugar tan especial.

—Pero si esta moneda carece de valor… Forma parte de una colección tan ramplona y vulgar, que fue rechazada incluso por los numismáticos.

—Ya lo sé —afirmó ella mientras se sentaba en uno de los brazos del gran butacón—. Alguien me dijo que encontraría en el interior del libro una moneda muy especial…

—Y esperabas encontrar un magnífico doblón de oro, en vez de esto… —bromeó Grieg.

De repente, a Lorena se le ensombreció el rostro.

—¿Has oído hablar alguna vez de un camino iniciático que se conoce como «la senda esencial»? —preguntó.

—Sí —contestó Grieg torciendo el gesto—. Según la Theosophia, es una ruta que partiendo de una angosta y augusta puerta denominada
Sephira hochma…

—Gabriel… —Lorena abrió los ojos e inclinó la cabeza para que abreviara.

—Según la leyenda, hay un «objeto inicial» que encierra un secreto, y a quien sea capaz de descubrirlo, le conducirá hasta otro objeto…, y así sucesivamente, hasta obtener, en el último eslabón de la cadena, la fórmula del oro alquímico.

Lorena sonrió al tiempo que lanzaba varias veces la moneda al aire.

—Esta moneda que ves bailar ante tus ojos es ese objeto inicial.

—¿Qué sabes de ella? —preguntó Grieg.

—Que es la primera de una serie de monedas que conforman la senda esencial y que nadie ha sido capaz de recorrerla hasta ahora… —Lorena colocó el tomo de la enciclopedia en la estantería, asegurándose de que todo quedaba en su lugar—. Y que conduce finalmente hasta «la Piedra», la joya que estoy buscando.

—Y según la información de que dispones, ¿qué características tiene esa supuesta senda esencial?

—Pues que debemos apresurarnos, puesto que la senda únicamente se puede recorrer una vez al año, durante el transcurso de la noche de Todos los Santos… —reveló Lorena mirando su reloj—. Y ya son casi las dos.

—Pero, ¿cómo explicas que esta moneda pueda conducirnos hasta un lugar en concreto? —preguntó Grieg mirando la moneda, sin encontrar ninguna pista.

—Esta aparentemente vulgar moneda encierra todas las claves que inician una «reacción en cadena» que aún nadie ha podido descubrir y que nosotros debemos descifrar ahora mismo. —Lorena se detuvo ante Grieg y lo miró fijamente a los ojos con una expresión entre turbada y amable—. ¿O prefieres olvidar el tema de la moneda, para acompañarme al lugar que te han encomendado, y entregarme allí la caja que tan celosamente guardas en tu bolsa?

Lorena ya había detectado que Grieg no estaba dispuesto a desprenderse de la caja de las
auques
, y utilizaba aquel recurso en su propio beneficio.

Éste optó por seguir el que parecía el único camino que le llevaría a su propia salvación.

—Creo recordar que esta moneda formaba parte de una colección compuesta por trece piezas que tenía un nombre parecido a «La maravillosa alquimia».

—«El maravilloso mundo de la alquimia» —puntualizó Lorena—. Fueron acuñadas en Barcelona hace unos veinticinco años por una empresa que se dedicaba a tirajes numismáticos de baja gama, especialmente centrados en enigmas esotéricos. Se llamaba Hyele, como el pájaro mitológico que crece en el fuego y pone huevos transparentes.

—Veamos… —Grieg situó la moneda bajo la luz de la lámpara y sobre la mesa hexagonal, y a continuación extrajo su pequeña navaja de cachas nacaradas del bolsillo.

Apretó fuertemente el pulgar sobre la moneda y realizó una profunda muesca en su anverso.

—Esta moneda es de latón chapado con oro plaqué, lo conozco muy bien porque me encuentro muy a menudo con él en mi trabajo. Descarto absolutamente que contenga otro tipo de metal en su interior. Se trata de una moneda idéntica a las del resto de la serie.

—Me lo temía… —dijo Lorena—. El misterio debe de estar en los símbolos y en el texto grabados en ella, aunque ya te adelanto que no encontré nada útil en el reverso de la moneda.

—El anverso es complejo… —apuntó Grieg al observar el cráter de un volcán, casi oculto por un sol que irradiaba intensamente sus rayos.

Tras unos segundos de reflexión leyó en voz alta la frase en latín que había grabada en la moneda.

ITA VITRIOLUM NONNE OCCULO

—Es una máxima alquímica que aparece en algunos tratados espagíricos y que significa «¿acaso el vitriolo no está oculto?» —reveló Lorena.

—Esa frase en latín encierra todos los misterios —dijo Grieg—. El vitriolo era sulfato cristalino, mezclado con otras sustancias que contenían azufre, y que suponía el verdadero punto de partida, la primera materia caótica, en los trabajos de los alquimistas medievales. Es un término que nos daría para estar hablando hasta el amanecer.

—Probablemente, y si somos selectivos en el tema, lleguemos hacia algún punto en concreto. El vitriolo en latín se escribe
vitriolum
—continuó Lorena—. Y es el acrónimo de
«visitabis interiora terrae rectificando invenies occultum lapidem veram medicinam».

—¡Te lo sabes de memoria! —exclamó, asombrado, Grieg.

—Ese acrónimo resume los conceptos más puros de la alquimia y significa «visita el interior de la tierra y cuando lo perfecciones encontrarás la piedra (la piedra filosofal), la verdadera medicina».

Los dos se quedaron en silencio durante algunos segundos, al tiempo que intentaban recordar sus conocimientos acerca del tema.

—No lograremos nada dando vueltas al término vitriolo —se lamentó Grieg—. El vitriolo era un término muy cotidiano en los tratados secretos y los alquimistas lo disolvían y lo calcinaban una y otra vez, aplicando la ley primordial del
solve et coagula.

—Tienes razón… —asintió ella, apenada—. En esos dos términos se encierra gran parte del conocimiento inicial de la alquimia y significaría que «no se puede constituir algo nuevo si previamente no nos hemos deshecho de lo anterior». ¿Qué hacemos ahora?

—Precisamente eso, continuar por otro camino —contestó Grieg—. Tenemos la figura del volcán potenciada por el sol espagírico. El volcán y el fuego están presentes en todo proceso alquímico. En primer lugar volcán es
vulcano
en latín y no creo que tenga nada que ver con este gesto.

Grieg sonrió y acercó la mano al rostro de Lorena. Los dedos estaban separados de dos en dos formando el saludo de los originarios del planeta Vulcano de la popular serie
Star Trek.

Lorena, por primera vez desde que Grieg la había conocido, soltó una carcajada sincera.

—Deja de bromear.

—La broma y la risa contribuyen a expandir el conocimiento, no lo olvides —dijo Grieg, y volvió al tema—: ¿Qué otro significado puede tener la palabra volcán o
vulcano?

—Lo primero que me viene a la cabeza es la isla Eólea del mar Egeo —respondió de inmediato Lorena—, donde según la mitología romana estaba situada la fragua del dios del fuego Vulcano, que contaba entre sus ayudantes a cíclopes y a gigantes, y era hijo de Júpiter y Juno, esposo de Venus y corresponde al Hefestos de la mitología griega.

—Teniéndote cerca ya no es necesario estar conectado a Internet —bromeó Grieg impresionado, de nuevo, por los conocimientos de aquella mujer—. ¿Se te ocurre algo más?

—Quizás en la frase
«ta vitriolum nonne occulo»
haya oculto un anagrama.

—¿Pero tienes idea de la cantidad de palabras y frases en todos los idiomas que podrían llegar a formarse con esas letras? —preguntó Grieg.

—Podríamos empezar por el nombre del dios romano del que estábamos hablando.

Lorena extrajo de su bolso un bloc y un bolígrafo e invitó a Grieg a sentarse en el sillón. Inmediatamente se puso a escribir en cuclillas apoyando la libreta sobre la mesa.

—Mira, de la frase
«Ita vitriolum norme occulo»
podemos formar la palabra
Vulcano.

A continuación lo escribió en el papel.

ITA VITRIOLUM NONNE OCCULO

VULCANO

—Y nos quedarían las siguientes letras.

IT ITRIO M NNE OCULO

—Para que un anagrama adquiera significado, debes saber el objetivo final, porque si no es así, carece de sentido. Se pueden llegar a formar demasiadas palabras y frases diferentes —se lamentó Grieg—. ¿Qué hacemos con las dieciséis letras que han sobrado?

—No lo sé… —dijo ella.

—Tal vez… —Grieg la miró fijamente y apartó el bolígrafo de la libreta—. ¿Esa senda esencial de la que me has hablado, y que únicamente puede recorrerse durante esta noche, está relacionada con Barcelona?

—Sí. Está absolutamente relacionada con Barcelona —contestó Lorena sin titubear.

—Veamos. Tú buscas una joya que para su elaboración fue sometida a intensos procesos de calorificación capaces de exaltar la materia. Para llevar a cabo esas técnicas en el siglo XIX, únicamente había dos altos hornos en Barcelona, y uno de ellos se llamaba Talleres Nuevo Vulcano.

—¡Claro! —exclamó Lorena—. Entonces ¿qué significarían las letras que nos han sobrado?

IT ITRIO M NNE OCCULO

—Se trata de una idea descabellada, pero si nos fijamos en esos dos cuadros que están colgados en la pared —Grieg señaló el plano original del Ensanche de Barcelona—, nos remiten a Ildefons Cerda y Anselm Clavé, que eran cabetianos, partidarios de una misma doctrina política utópica, al igual que un tercer personaje que está relacionado con el término
vulcano.

—Lo siento, pero no sigo tu razonamiento —repuso Lorena— ni qué puede tener que ver con el término
vulcano.

—Ese tercer personaje fue un inventor que en el siglo XIX diseñó y fabricó, con grandes problemas de financiación, el primer submarino que navegó bajo las aguas del puerto de Barcelona y que se construyó en el Taller Vulcano. El mismo lugar que pudieron llevarse a cabo experimentos alquímicos, al someter a elevadas temperaturas el plomo y el mercurio. Es sólo una suposición, pero creo que…

Mientras Gabriel Grieg formulaba en voz alta sus propios razonamientos, fue bruscamente interrumpido por Lorena.

—¡Fíjate lo que acabo de descubrir con las letras que sobran! —exclamó—. He utilizado estas siete letras para componer el nombre que le puso, su propio inventor, al primer submarino que navegó en la ciudad.

ICTÍNEO

—Y ya únicamente nos quedan ocho letras. —Lorena las señaló sobre el papel.

TIROMNULO

—Con las que se puede formar… —Grieg intentaba ordenar rápidamente las letras en su mente—, sorprendentemente… el nombre de la persona que ideó el submarino…

Los dos gritaron a la vez un apellido.

MONTURIOL

—Las leyes de la probabilidad no contemplan el hecho de que se trate de una casualidad —exclamó Grieg—. Parece que ya has encontrado el detonante que activa tu anhelada senda esencial que conduce hasta la joya que buscas.

Lorena se puso en pie y se guardó la libreta y el bolígrafo en su bolso.

—No te equivoques Gabriel, «hemos encontrado». Y ahora mismo tengo la necesidad de comunicarte una evidencia, una advertencia y una pregunta.

—Adelante —se avino Grieg.

—La evidencia es que creo que no nos ayudaría buscar la colección completa de las trece monedas en una numismática, porque no sabríamos cuál es la siguiente en la serie.

—Es verdad —admitió Grieg sin titubeos.

—La advertencia —continuó Lorena— es que acabamos de descubrir una vía que nos conduce a un lugar donde pueden producirse hechos prodigiosos, pero donde también existe el peligro. Un peligro extremo.

Grieg miró fijamente a Lorena.

—¿Y cuál es la pregunta?

—La pregunta es si vas a venir conmigo a tratar de averiguar el misterio hacia el que nos conduce esa moneda, o prefieres llevarme al lugar que tenías marcado para hacerme entrega de la caja que llevas en tu bolsa.

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