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Authors: Francisco J. de Lys

Tags: #Misterio, Intriga

El laberinto de oro (23 page)

BOOK: El laberinto de oro
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Grieg le pasó la linterna a Lorena con la intención de abrir una pequeña trampilla en la pared. Tras un leve forcejeo, pudo abrir un hueco y un estrecho rayo de nacarada luz atravesó la pequeña cripta semicircular. Lorena se aproximó al sarcófago y leyó el texto que estaba grabado en forma de espiral sobre la gruesa lápida de piedra.

—«Lo de abajo tiende a equilibrarse con lo de arriba y lo de arriba con lo de abajo, hasta permitir que la unidad lleve a cabo sus portentosos prodigios.» —Lorena miró a Grieg al intuir que aquél era el sarcófago que estaban buscando—. «Toda la materia procede de esa misteriosa aunque tangible unidad. El Sol es su padre. La Luna es la madre. El viento la transportó en su regazo. La Tierra es su aya y su fuerza es plena si se transmuta en tierra y se logra separar del fuego. Por este medio, poseerás toda la gloria del mundo y toda la oscuridad se alejará de ti.»

Tras leer el enigmático texto, meditó unos segundos.

—Es uno de los principales axiomas que encierra la más secreta de las alquimias: la transmutación de la materia en el ser humano.

—¿Te refieres al ocultismo relacionado con el mito de la piedra filosofal y la vida eterna? —preguntó Grieg, alzando las cejas y dándole a la palabra «mito» un tono muy especial—. ¿Qué debe de haber dentro de ese sarcófago?

—Será mejor que salgamos de dudas —concluyó Lorena, que subió por una estrecha escalera de piedra que conducía hasta la parte superior de la cámara mortuoria.

A medida que ascendía comprobó que el sonido del tictac iba en aumento, y que el sarcófago tenía arrancado uno de sus laterales, de tal manera que resultaba un receptáculo de tres paredes.

—¡Ven a ver esto! —rió ella cuando vio el interior de la tumba—. ¡Ya sé de dónde proviene el monótono ruidito que nos tenía tan intrigados!

Grieg se acercó a Lorena y no pudo evitar la sorpresa cuando observó el insólito contenido del sarcófago. El ruido provenía de un despertador de cuerda con dos campanas. Además, dentro del receptáculo había una mullida colchoneta de color rojo y varias cajas de medicamentos.

—¿Para qué están indicadas? —preguntó Lorena, que entregó una de aquellas medicinas a Grieg.

—Es Eritropoyetina. Se trata de un medicamento muy peligroso y hay que tomarlo con extrema precaución; y a no ser que en este mausoleo haya un muerto que padezca una anemia muy grave, no tengo ni idea de qué hace esto aquí.

Grieg analizó el resto de los objetos que había en el sarcófago: un transistor de los años ochenta con las pilas gastadas, un bolígrafo Bic verde con la capucha mordisqueada, una botella de agua vacía, un candado con la llave puesta y que parecía ser el que cerraba la puerta del cementerio, y una caja de puros habanos de la marca Romeo y Julieta que Lorena cogió.

—La caja de puros contiene justificantes bancarios —indicó ella—. Todos los ingresos se han hecho efectivos al mismo número de cuenta del mismo banco, y en el mismo día a lo largo de muchos años.

—¿Qué día?

—El 2 de noviembre.

—O sea, que el anémico que pasa la noche en este sarcófago ha estado viniendo aquí cada noche de Todos los Santos en espera de que alguien le trajera las tres monedas.

—Eso me temo. Y parece haber estado haciéndolo desde… —Lorena miró los justificantes más antiguos—… finales de los años setenta. Y alguien le ha pagado muy bien por hacerlo. Quizá por eso el recorrido de las monedas votivas únicamente era válido durante esta noche.

—Lo que dices tiene lógica.

—También hay un papel con números de teléfono —dijo Lorena, tendiéndole el papel para que él mismo lo comprobara.

Gabriel Grieg analizó un amarillento papel que tenía apuntado un número de teléfono que en los años setenta era de siete cifras y que empezaba por 2. Posteriormente, el número fue tachado para escribir debajo el mismo número, salvo por el detalle de que se reemplazaba el 2 por un 4, y al que más recientemente alguien añadió, con bolígrafo de otro color, el prefijo obligatorio correspondiente a cada llamada, o sea el 93. Nuevamente todos los números aparecían tachados al transformarse el viejo número de teléfono en el de un móvil.

—Sospecho que éste es el número de teléfono al que tenía que llamar el destinatario de los ingresos bancarios, una vez que le hubiésemos entregado las tres monedas. O sea: la persona que ha montado aquí el campamento base —dedujo Grieg—. Pero, por razones que desconozco, la espera se demoró mucho más de lo previsto.

—El anémico ha venido esta noche, pero algo le habrá pasado. Esta caja de medicamentos está casi llena y al despertador alguien le ha dado cuerda esta misma noche, porque de lo contrario estaría parado —exclamó Lorena mirando por las junturas exteriores del sarcófago—. Tenemos que andarnos con mucho ojo… ¡Mira, ahí hay otra caja!

Lorena tomó la caja de madera y la abrió de inmediato.

—¿Qué hay dentro? ¿Un tesoro con el que podamos abandonar de una maldita vez esta odiosa pobreza? —bromeó Grieg.

—Sí. Creo que nos permitiría salir de la pobreza, pero saltándonos la ley.

—¿Qué quieres decir?

—La caja contiene una magnífica Lupara.

—¿Qué diablos es eso?

—Una reluciente escopeta de cañones recortados.

37

Grieg y Lorena descendieron por las escaleras de mármol del suntuoso mausoleo hasta pisar de nuevo la entrada.

Grieg llevaba en la mano una copia de los números de teléfono. Lorena, por su cuenta, había cogido los comprobantes bancarios, la escopeta de cañones recortados y una caja de cartuchos.

—¿Para qué diablos quieres eso? —exclamó Grieg—. ¿Acaso crees que somos Bonnie
and
Clyde?

—¿Te refieres a esto? Hemos perdido de vista al dueño de esta escopeta. —Lorena la sostuvo con energía entre sus manos—. Prefiero que la tengamos nosotros a que la tenga él. ¿No crees?

—¿Cómo es posible que entiendas tanto de armas? No me saldrás ahora con que eres policía o algo por el estilo.

—No hace falta ser policía para saber que una Lupara es un arma ilegal —dijo Lorena.

—No pienso tocar ninguna arma.

—El anémico que duerme en el sarcófago de piedra temía alguna visita no deseada. Fíjate en estos cartuchos. Son completamente nuevos, tienen cierre de ocho puntas de tipo Steel, e incorporan bolas de acero en vez de las antiguas de plomo. Esta arma, a menos de un metro de distancia, es capaz de derribar a un mulo. La persona que nos estaba esperando no se andaba con chiquitas.

—Yo soy arquitecto y restaurador de monumentos históricos. Y tú, Lorena, ¿a qué te dedicas? ¿Eres una nueva variante de detective? ¿Tal vez una bruja-policía?

—Mi trabajo es vivir peligrosamente, ya habrás podido darte cuenta de ello.

—De acuerdo, dejemos el tema por el momento. —Grieg hizo una mueca—. Mientras tanto, nos ocuparemos de pensar en el motivo por el cual el despertador estaba en funcionamiento. Eso significa que el tipo no debe de andar muy lejos. Incluso hemos podido cruzarnos con él cuando veníamos hacia aquí.

—Quizás era alguno de los clientes del «bar de las fumarolas».

—Puede ser.

Lorena miró de nuevo los justificantes bancarios.

—¿En qué piensas? —preguntó Grieg.

—Sea quien sea el príncipe de las tinieblas que duerme en el sarcófago de piedra, tiene una auténtica obsesión por las calabazas.

—¿Calabazas? —exclamó, extrañado.

—Esas que se representan con los ojos y la nariz triangulares y con la boca que sonríe intrigante y desdentada.

—O sea, las calabazas de Halloween.

—¡Este tío debe de estar loco! —comentó Lorena—. Está obsesionado con ellas. Están dibujadas en todos los justificantes del banco, incluso los más viejos. Fíjate en la tinta… Está seca y difuminada.

—Déjame ver eso.

Grieg miró un recibo fechado en los años ochenta, y junto a una de aquellas calabazas descubrió otro signo que le resultó vagamente familiar.

—Quizás es algo más que una obsesión y hayamos encontrado una nueva vía para dar con la solución del problema —indicó Grieg—. Espera un momento… Acabo de acordarme de algo que nos puede resultar muy útil.

Grieg sacó de su bolsa el collar de monedas doradas que le entregó la señora de las queimadas en el Teatro Griego, y lo extendió delicadamente sobre el sofá.

—¿De dónde has sacado la colección completa de las monedas votivas? —preguntó Lorena, que por primera vez se mostraba perpleja—. ¿Por qué no me habías dicho nada?

—Te propongo un trato, Lorena. Tú me dices cuál es tu trabajo y qué buscas realmente, y yo te cuento la historia del collar de inmediato. ¿Aceptas? —preguntó Grieg retóricamente, mientras buscaba una moneda concreta de entre todas las que conformaban el collar.

—Mira, aquí hay una moneda que tiene grabada en el reverso una calabaza —comprobó Grieg con satisfacción.

—Así es, pero eso no quiere decir nada. Calabazas y Halloween… ya sabes.

—Fíjate en este otro símbolo que hay dibujado en este justificante bancario junto a la calabaza.

Lorena tomó el recibo y observó el extraño dibujo que Grieg había señalado. Luego comprobó que aparecía varias veces en el resto de justificantes.

—Parece como si fuese la entrada de una casa…

Lorena se calló en secó cuando comprobó que en la otra cara de la moneda donde aparecía la calabaza podía verse el mismo dibujo que ella trataba de describir.

—¡Es fantástico! —exclamó Lorena—. Creo que ésta era la moneda que debían canjearnos al entregar nosotros las otras tres. El tipo no debía comprender por qué una moneda de baratija era tan importante, y la dibujó una y otra vez, quizá tratando de desentrañar su misterio… Y lo entiendo, porque yo tampoco sé qué significa ese dibujo. ¿Y tú?

—Podría ser. Creo que se trata de un símbolo muy poco común que se solía emplear en planos de arquitectura durante los siglos XVIII y XIX —respondió Grieg—. Con este símbolo se indicaba en el plano que aquella estancia debía ser construida por obreros especializados, que juraban por su honor, antes de empezar la obra, que guardarían para siempre el secreto de su ubicación.

—Restos de cuadrillas masónicas, ligadas a antiguos y arcanos gremios medievales… ¡qué interesante! —exclamó Lorena, dándole un tono teatral a sus palabras mientras se probaba el collar.

—Sí, algo así. Es una forma muy gráfica de llamarlo. Grieg extrajo de su bolsa el libro de símbolos que tomó de su biblioteca poco antes de salir de su casa aquella noche, y se lo mostró a Lorena para que lo leyese.

Símbolo masónico secreto que hace alusión a la
CÁMARA DE LA VIUDA
. Lugar del panteón donde el elegido podía observar y escuchar la reacción de los deudos ante el cadáver del finado, sin ser visto por ellos. En alguna ocasión, había sido utilizado por el presunto difunto para fingir su propia muerte y ver la reacción de sus familiares ante el ataúd, para modificar, si era necesario, su testamento.

—¡Puede que la solución al misterio la tengamos a escasos metros! —exclamó Lorena, y empezó a mirar con curiosidad las paredes de mármol.

Grieg observó la moneda que supuestamente debería haberles entregado el vigilante del sarcófago y dijo:

—Tú desconoces por qué he querido recorrer contigo esta noche el tortuoso camino que nos ha traído hasta aquí. Puedo intuir que seguimos el rastro de un asunto extraordinariamente grave. —Habla más claro —le animó ella.

—La persona que hay detrás de todo esto nos está dejando señales relacionadas con la alquimia… Sin duda, tú eres mucho más experta que yo en el tema, así que podrás ayudarme…

Grieg hizo una pausa; Lorena guardó silencio para animarle a seguir.

—Verás… —continuó Grieg—. Mis conocimientos en el tema alcanzan lo suficiente como para saber que en todo proceso alquímico existen seis fases. —Así es —le confirmó Lorena.

—¿Cuál es la primera?

—La calcinación —respondió de inmediato ella, y se sentó junto a Grieg en el sofá—. Significa la muerte simbólica del alquimista y supone la obligación de dejar atrás definitivamente el terreno falso e ilusorio en el que hasta entonces ha transcurrido su vida.

—Según mi hipótesis, esa primera fase de calcinación correspondería al escenario hasta el que nos condujo la primera moneda, en el horno del Vulcano. ¿Cuál es la segunda fase?

—La putrefacción, o sea, el continuado proceso natural que hace desaparecer la totalidad de los restos tras la muerte —dijo Lorena, que estaba deseosa de saber cómo seguía la hipótesis de Grieg.

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