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Authors: Francisco J. de Lys

Tags: #Misterio, Intriga

El laberinto de oro (24 page)

BOOK: El laberinto de oro
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—Recuerda que el texto grabado en la tercera moneda que encontramos en el Teatro Griego y que nos ha conducido hasta aquí era
«tumulus Mortem»,
es decir, «la tumba de la Muerte» —continuó Grieg.

—Ya veo… —musitó Lorena.

—Luego, siguiendo esta lógica, nos encontramos en el escenario del tercer proceso alquímico.

—La destilación —añadió Lorena—, que significa reunir la materia una vez purificada.

—Y la moneda de la calabaza dorada nos remite a la «Cámara de la Viuda» en su reverso.

—Tienes razón, Gabriel. ¡Debemos encontrarla inmediatamente!

—Estoy seguro de que nos enfrentamos a una mente culta y astuta… —indicó Grieg mientras se dirigía al gran muro que tenía delante—. Debo reconocer que, aunque parecía insignificante, la moneda que nos hizo comenzar este itinerario guardaba en su interior un auténtico viaje iniciático alquímico.

—Y las piezas encajan, aunque vamos a tener que emplearnos a fondo —dijo Lorena, entregándole el collar.

—Quizá no tanto, ya que nos han dejado pistas adrede. Fíjate en los relieves que hay grabados en este mármol. ¿Puedes deducir algo de ellos?

—El cuervo, en lenguaje alquímico, simboliza el plomo —murmuró Lorena, visiblemente fascinada—. El águila blanca representa la sal amoniacal; la flor del sol, el elixir rojo. Estas siete pequeñas figuras humanas evocan a un rey, al príncipe y a los cinco servidores que en todo momento les atienden y que representan el azufre, el mercurio y los cinco metales de la alquimia.

Lorena se detuvo en seco al observar, junto a un rincón, un símbolo que ya habían encontrado esa misma noche: el león que llevaba un sol en la boca.

—De nuevo el león espagírico —dijo Grieg.

—Así es —admitió ella con un hilo de voz—. El distintivo que simboliza el tan ansiado oro alquímico.

Grieg examinó la semioculta losa en la que se encontraba grabada la figura del león. Mientras tanto, Lorena presionó fuertemente un dosel de piedra y una de las losas de mármol se abrió.

—¡Fíjate qué magnífico trabajo! —exclamó Grieg.

—Deja de fijarte ahora en cuestiones técnicas. ¡La Cámara de la Viuda nos espera!

38

Lorena se apresuró a entrar en el nuevo espacio al que daba acceso la losa que se había abierto, mientras Grieg aún seguía analizando la complicada tarea de albañilería de la losa del león.

Cuando Grieg entró en la sala, comprobó que se trataba de una auténtica Cámara de la Viuda, una de las escasísimas que se llegaron a construir. Se trataba de una estancia forrada de tela acolchada negra que tenía el suelo de mármol del mismo color. De las paredes colgaban elegantes candelabros de bronce, y en el centro de la cámara había una pequeña mesa de caoba y un sillón también negro. Dos pequeños orificios se abrían al tirar de una palanca de bronce, y permitían ver sin ser visto la entrada del suntuoso panteón.

—¡Es un trabajo maravilloso! —reconoció Grieg—. Nunca vi nada parecido, y hasta dudaba que este tipo de recintos hubiesen existido realmente.

Lorena abrió el cajón de la pequeña mesa de caoba y dijo:

—Fíjate en lo que hay aquí.

En el interior del cajón había un manojo de llaves oxidadas que estaban insertadas en una cinta de color rojo deshilachada. La cinta roja tenía en su extremo una cartulina blanca con manchas negruzcas, sin duda de sangre. Lorena vio que en la cartulina aparecía el nombre y alias de un asesino, con su historial delictivo completo: los robos que había cometido, los crímenes y hasta las armas que empleó para llevar a cabo sus crueles asesinatos.

—Estoy muy aliviada al saber que hemos logrado completar a tiempo el recorrido de esta noche —reconoció Lorena—. Esta cinta estuvo colgada del cuello de don Germán, el monje bibliómano y asesino que está relacionado con la joya que busco.

Grieg comprobó que en la parte posterior de la cartulina estaba pegada una vieja estampa de una cofradía medieval y una dirección.

De pronto, se oyó junto a la puerta del cementerio el rugido de los motores de varios vehículos de gran potencia, que habían irrumpido de un modo violento en el solar donde se había edificado la vieja ermita.

A continuación, se oyeron unos gritos que alarmaron a Grieg.

—¡Recoge inmediatamente las bolsas y todo lo que haya en el panteón y vuelve aquí lo antes posible! Voy a comprobar si alguna de estas llaves abre esa puerta forrada de tela negra.

Grieg probó las distintas llaves en la cerradura, mientras de fondo podía oír la voz lastimera de un hombre que, apremiado por otro, repetía una y otra vez: «¡Yo no he atrancado la puerta! ¡No lo comprendo! ¡Debe de haber entrado alguien mientras yo estaba fuera!»

Cuando Lorena regresó, comprobó que Grieg había logrado acertar con la llave y la puerta forrada de negro estaba abierta. Rápidamente ejerció una leve presión sobre la losa de mármol y la Cámara de la Viuda volvió a quedar cerrada, aunque esta vez con ellos dentro.

Los gritos subieron de tono y oyeron unos fuertes golpes que intentaban doblegar la barra de acero con la que Grieg había atrancado la puerta.

La portezuela forrada de negro daba a un estrecho y húmedo pasadizo que acababa en un portón, detrás del cual se podían oír cánticos de misa. Grieg volvió a usar las llaves, hasta que una logró girar la cerradura y la puerta se abrió. Ante él vio una elaborada celosía de madera.

Una de las feligresas que se encontraba en ese momento rezando de rodillas se alarmó hasta el extremo de santiguarse compulsivamente, cuando vio que del mismo confesionario en el que se había confesado hacía escasos minutos surgían un hombre y una mujer.

En la calle, Grieg y Lorena comprobaron que la mañana había vuelto a ensombrecerse bajo una gigantesca cúpula gris. Recorrieron un tramo de calle, giraron hacia la izquierda y pasaron junto al mismo descampado que daba acceso al cementerio que acababan de abandonar. Junto al solar, estaban aparcados tres Land Rover Defender.

Lorena y Grieg observaron que de la pared cubierta por las buganvillas surgía una catarata de chispas de tonos rojizos, y dedujeron que estaban cortando la barra de acero con algún instrumento eléctrico.

Junto al viejo portón, un sexagenario de pelo cano, vestido con camisa blanca y pantalones azul claro, era hostigado por tres hombres mucho más jóvenes y corpulentos que él. Un tipo calvo que lucía un traje gris y unas gafas de montura amarilla contemplaba la escena a escasos metros.

«Estos tipos que zarandean al que parece ser el cuidador del secreto cementerio seguro que forman parte, como presagió el viejo del Liceo, del grave problema en que me metería si entrego la caja de las
auques
a la persona equivocada», pensó Grieg. «No dudo que habrán torturado a ese pobre hombre. Tenemos que llegar al lugar que indica la tarjeta de las llaves antes que esos matones, pero debo asegurarme de una cosa…»

Lorena tiró del brazo a Grieg para que continuara caminando, al ver que él parecía compadecerse de aquel pobre infeliz.

—¿Por qué te has llevado los cartuchos y la escopeta de cañones recortados? —preguntó Grieg.

—Por dos razones: la primera es porque con toda seguridad acabará haciéndonos falta; y la segunda, para que no trates de apiadarte nunca —y señaló al hombre acribillado a preguntas por los desconocidos— de aquel que hubiese podido apuntarte a la cabeza con una Lupara.

39

Grieg y Lorena caminaban por la calle Petritxol, una estrecha calle del centro histórico de Barcelona, flanqueada por elegantes edificios de los siglos XVIII y XIX, que fue la primera calle peatonal de Europa.

A esa hora, las nueve de la mañana, la ciudad empezaba a dar muestras de actividad bajo un cielo gris delimitado por la estrechez de las callejas del Barrio Gótico.

Grieg se detuvo ante un escaparate adornado con visillos en el que se exponían varias bandejas llenas de pastas de hojaldre y cruasanes y en el que figuraba, pintado sobre el cristal, del mismo modo que antiguamente los artistas decoraban las cristaleras de los comercios, varias tazas de chocolate y platos de nata.

Grieg y Lorena entraron en la pequeña granja y escogieron una mesa situada al fondo.

—Te sugiero que pidas un
suís,
ya sabes, chocolate con nata. ¿No te hace pensar en los Land Rover Defender? —preguntó irónicamente Grieg.

—Muy gracioso —contestó Lorena—. Empiezo a conocerte lo suficiente como para saber que si ahora mismo estamos aquí, es por alguna razón, y quiero saber cuál es.

—¿Te parece poco las pastas y el intenso aroma a chocolate a la taza que nos rodea? Se diría que estamos en un salón de la República Helvética —continuó él sarcásticamente.

—Si estás insinuando que conozco a los tipos de los Land Rover con matrícula suiza, te equivocas de medio a medio. ¿Por qué hemos venido aquí, Gabriel? —insistió ella.

—Porque está situado en un punto equidistante entre los dos lugares adonde podemos dirigirnos —respondió tras hacer el pedido al camarero.

A Lorena se le iluminó el rostro.

—Eso significa que conoces el lugar al que remite el manojo de llaves que estaba en el interior de la Cámara de la Viuda.

Grieg extrajo de su bolsa la caja de las
auques
, que continuaba envuelta en papel, y la depositó sobre la mesa.

—Como muy bien sabes, tengo el encargo de entregarte esta caja y no voy a engañarte, tengo ganas de acabar cuanto antes con todo este asunto —reveló Grieg en voz baja y acercándose a Lorena—. También es verdad que tengo mucha curiosidad en seguir para conocer adonde conducen estas llaves, pero soy un tipo eminentemente práctico… y creo que ese camino está lleno de peligros. Así que puedo entregarte la caja y marcharme, salvo…

—¿Salvo qué…? —repuso ella de inmediato.

—Salvo que me convenzas de que vale la pena continuar. Aun a pesar de saber que nos pueden aplastar los Land Rover de matrícula suiza.

—¿Y de cuánto tiempo dispongo para convencerte?

—No lo sé exactamente —contestó Grieg mientras el camarero llenaba la mesa con pastas, un aromático
suís
y un café doble—. Entre quince minutos y media hora.

—¿Puedo saber por qué me restringes el tiempo de un modo tan severo?

Grieg miró su reloj.

—Está a punto de entrar en esta granja una persona que está relacionada con el lugar hacia el que conducen las llaves.

—Y sería muy conveniente para mis intereses que yo te hubiese convencido de que continúes la búsqueda conmigo, antes de que esa persona vuelva a salir de aquí. ¿A que sí, mi ruin y vil aliado? —dijo ella con un tono cantarín.

—Lo has entendido perfectamente, «Samantha» —respondió Grieg dando un sorbo al humeante café.

—Muy bien. Tú lo has querido. —Lorena se llevó a la boca una gran nube de nata—. Es obvio que nuestra relación es muy extraña, pero yo juego un papel mucho más coherente que tú, y el mirón de la Font del Gat tenía razón respecto a ti.

—¿Razón en qué? —preguntó Grieg mientras partía en dos un cruasán.

Lorena continuaba mirando la caja cuando contestó.

—A causa de mi profesión, que aún no puedo decirte porque no sé si te irás dejándome sola, estoy buscando una cosa, es evidente. Pero tú tratas de huir desesperadamente de algo. Yo, en este asunto que nos une, estoy en el mundo, mientras que tú das claras señales de encontrarte fuera. ¿A qué te comprometiste para verte obligado a hacer las cosas que has hecho esta noche?

—Hace años establecí un pacto aparentemente ridículo con una persona, que en aquel momento creí engañosamente fácil y muy beneficioso para mis proyectos —confesó Grieg con el rostro muy serio.

—Desgraciadamente, a la larga —Lorena tomó la taza—, se ha demostrado que era de una naturaleza muchísimo más tenebrosa de lo que en un principio creías. ¿No es así?

—Dejemos por el momento este asunto. Recuerda que está a punto de entrar una persona que te puede ser de gran ayuda en el tema de las llaves —dijo enigmáticamente Grieg mientras dos nuevos clientes hacían sonar la campanilla de la puerta al entrar en la granja—. Pero con una sola condición: tú tienes que salir de aquí antes que ella.

Lorena volvió la cabeza y vio a una pareja de ancianos. Era consciente de que tenía que convencer al hombre que tenía delante para que la ayudase, especialmente después de que nadie había atendido la llamada telefónica que realizó desde el Teatro Griego esa misma noche.

Entonces pidió algo que el camarero trajo en una bandeja, de una manera rápida y solícita. Era un lingote alargado y triangular de chocolate: un Toblerone. Sus características secciones triangulares están inspiradas en la forma del monte Matterhorn, también conocido por los italianos como Cervino.

—Eres escalador. Así que hay en ti una pulsión que te obliga a ascender hacia la cima sin una recompensa económica directa —musitó Lorena mientras abría la chocolatina—. Sabes perfectamente que en el alpinismo no se trata de ver quién llega primero, ni quién tiene más fuerza, sino de la aplicación meticulosa de la técnica, hasta comprobar quién es capaz de sacar mayor partido de sus propios recursos, superando así el cansancio, el vértigo, el miedo a las caídas, y por supuesto el innato temor a la muerte…

Grieg miró los ojos negros de aquella mujer; le sorprendió intuir en ellos una sabiduría que lograba sobreponerse a su belleza.

—El alpinismo —continuó ella— es un deporte frío, cerebral, donde no se emplean esferas de cuero, ni dardos, ni gana quien saca más puntos que el rival. Los escaladores poseéis un conocimiento que los demás desconocen, y estáis acostumbrados a que la gente os llame locos… Por eso os refugiáis y confiáis en el jefe de la cordada, al que seguís ciegamente tanto por su experiencia como por su maestría… Así que no creo equivocarme si te digo que tú, Gabriel Grieg, nunca dejarías tirado a nadie en la mitad de una ascensión, y mucho menos a una compañera.

Lorena dio un mordisco a su Toblerone.

—Si lo dices por ti… —contestó Grieg, que sabía que ella estaba pulsando sus puntos sensibles de manera interesada—, te diré que no eres exactamente una compañera.

—Eso no se sabe nunca —repuso ella—. En los verbos, los presentes de indicativo suelen ser muy cambiantes con relación al futuro.

—Eres una mujer muy inteligente, Lorena, lo reconozco. Además, es indudable que eres experta en muchos campos, como por ejemplo el camuflaje brujeril, la balística de las Luparas… Por no hablar de tus conocimientos sobre la Inquisición y la gran obra de la alquimia… Además de una devoradora de chocolate suizo.

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