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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

El legado de la Espada Arcana (4 page)

BOOK: El legado de la Espada Arcana
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—Sí —respondió Saryon en voz baja, estremeciéndose.

—Era uno de ellos. Los conozco bien —añadió—. Yo fui uno de ellos.

Mi señor lo contempló, pasmado, incapaz de hablar. Fui entonces yo —el mudo— el encargado de comunicarse. Hice un gesto, señalando de Mosiah a Saryon y a mí mismo, preguntando mediante el lenguaje de signos por qué había venido Mosiah a vernos con aquella información ahora, en este momento, y qué tenía todo aquello que ver con nosotros. Y él, o bien comprendió mis gesticulaciones, o leyó la pregunta en mi mente.

—He venido —respondió— porque vienen hacia aquí. Su jefe, un Sabio Khandico conocido como Kevon Smythe, va a venir mañana a hablar con vos, Padre. Los
Duuk-tsarith
me eligieron a mí para advertiros, pues sabían que soy el único de esa orden en quien podéis confiar.

—Los
Duuk-tsarith
—murmuró Saryon, perplejo—. Tengo que confiar en los
Duuk-tsarith
y por lo tanto envían a Mosiah, que es ahora uno de ellos y que antes había sido un Tecnomante. Vida extraída de la muerte.

»¿Por qué yo? —inquirió a continuación, levantando la mirada. Pero conocía la respuesta tan bien como yo.

—Joram —respondió Mosiah—; quieren a Joram. O tal vez debería decir: quieren la Espada Arcana.

La boca de Saryon se crispó, y comprendí entonces la sutileza de mi señor, casi se podría decir astucia, si se podía acusar de tal cosa a alguien tan afable y honrado. Aunque desconocía las noticias que Mosiah le había transmitido, había sabido desde el principio que era éste el motivo de su visita, y sin embargo no lo había mencionado nunca. Se había estado reservando, obteniendo información. Lo contemplé admirado.

—Lo siento, Mosiah —respondió—, pero tú y el príncip... el rey Garald y este tal Kevon Smythe, y al parecer muchos otros, habéis perdido el tiempo. Ni yo puedo llevaros hasta Joram ni Joram puede daros la Espada Arcana. Las circunstancias están todas detalladas en el libro de Reuven.

»La Espada Arcana ya no existe —prosiguió Saryon, haciendo un gesto de resignación—. Cuando Joram la hundió en el altar del Templo, se destruyó. Joram no te la podría entregar aunque quisiera.

Mosiah no pareció sorprendido ni desilusionado; ni tampoco se puso en pie para disculparse por habernos molestado por nada.

—Existe una Espada Arcana, Padre. No la original. Ésa, como vos decís, fue destruida. Joram ha forjado una nueva. Sabemos que eso es cierto, porque hubo un intento de robarla.

3

Para eso se prepara a los
Duuk-tsarith
, para que estén al corriente de todo lo que sucede a su alrededor, controlándolo todo, y para que, al mismo tiempo, consigan mantenerse por encima y aparte de todo.

La Forja

Saryon estaba furioso. Apretó el puño con fuerza y la cólera afloró a sus ojos.

—¡No teníais derecho! Si Joram forjó una nueva espada, sin duda fue porque se sentía amenazado. ¿Estaba el príncipe Garald detrás de todo esto? Su propia ley prohíbe con toda claridad...

—¿Qué les importa a ellos la ley? —lo interrumpió Mosiah con impaciencia—. Sólo reconocen sus propias leyes.

—¿Ellos?

—Los Tecnomantes. ¿Todavía no lo comprendéis, Padre?

La mano del catalista se abrió despacio, y el temor reemplazó a la rabia.

—¿Está Joram a salvo? Tenía que enviarme al chico para que lo educara. No he tenido noticias y temí que...

—Joram está vivo, Padre —respondió el visitante con una leve sonrisa—; y se encuentra bien y también Gwendolyn. En cuanto a que Joram no os enviara a su hijo, no lo hizo porque él y Gwendolyn no tuvieron un hijo. Tienen una hija. Siendo hija única, le profesa un amor inmenso, y no siente el menor deseo de enviar tal joya a este mundo... y no puedo decir que lo culpe por ello —suspiró.

—¿Cómo sabes todo esto? —inquirió Saryon, con voz dura—. ¡Le espiáis!

—Lo protegemos, Padre —repuso él con suavidad—. Lo protegemos. Ignora nuestra vigilancia. Ni siquiera la sospecha. ¿Cómo podría lograrlo, si carece de Vida mágica en su interior? Tenemos buen cuidado de no molestarlo ni a él ni a su familia. Al contrario que otros.

«Hace poco, un brazo de los Tecnomantes conocido como D'karn-darah desafió la ley que prohíbe a cualquier persona viajar a Thimhallan. Habían leído el libro de Reuven —me dedicó una sonrisa forzada— y fueron al altar del Templo de los Nigromantes para intentar recuperar la Espada Arcana. Se encontraron con lo que cabía esperar. Como sabéis, Padre, el altar está construido de piedra-oscura. La espada se había fundido con la piedra.

»Lo Tecnomantes usaron todos los medios para liberar la espada, desde los instrumentos de cortar con rayos láser más sofisticados a los anticuados sopletes. Incluso intentaron cortar el altar en pedazos, para llevárselo a sus laboratorios, pero ni siquiera consiguieron arañar su superficie.

—Bien. —Saryon parecía aliviado. Luego asintió—. Excelente. Demos gracias a Almin.

—No os apresuréis a darle las gracias, Padre —siguió Mosiah—. Al no conseguir hacer ni una muesca en el altar, los Tecnomantes fueron a ver a Joram.

—Estaban perdiendo el tiempo. Sin duda se pondría furioso —predijo Saryon.

—Se puso furioso. —La sonrisa de Mosiah se crispó—. Los Sabios Khandicos no habían contemplado jamás una cólera así. Su furia los asombró, y eso es algo que no suele suceder. Kevon Smythe en persona habló con Joram, aunque ahora Smythe lo niega. Intentó ganarse a Joram con sus encantos, pero como ya sabéis, Padre, a nuestro amigo no se le encanta con facilidad. Le ofreció enormes riquezas, poder, lo que quisiera a cambio del lugar donde encontrar piedra-oscura sin pulir y el secreto de la forja de las Espadas Arcanas.

»Por poco no escapa con vida. Joram levantó a Smythe literalmente del suelo y lo arrojó por la puerta, advirtiéndole que cuando regresara, su vida no valdría nada. Para entonces la Patrulla de la Frontera ya había llegado. ¿Queréis saber por qué tardaron tanto? ¿Cómo evitaron los Tecnomantes sus defensas? Muy fácil. Varios de los suyos habían conseguido ser destinados a aquella guardia, y así consiguieron bloquear las señales de alarma, permitiendo que sus correligionarios cruzaran la frontera sin que nadie lo advirtiera.

«Cuando llegó la patrulla, sus hombres escoltaron a Smythe y a sus seguidores fuera del planeta. Con gran alivio por nuestra parte, los Tecnomantes perdieron pronto el interés por la Espada Arcana. Sus científicos estudiaron los informes que trajeron con ellos de Thimhallan y decidieron que jamás se podría arrancar del altar la espada original y que, por lo tanto, era inútil para ellos. Sin la ayuda de Joram, y sin el permiso para trasladar equipos de trabajadores a Thimhallan... permiso que jamás obtendrían... la búsqueda de piedra en bruto resultaría demasiado difícil y costosa para llevarla a cabo.

»El rey Garald esperaba que este incidente pusiera fin al deseo de los Tecnomantes de obtener la Espada Arcana, y así hubiera ocurrido, Padre, pero Joram cometió una gran estupidez.

Saryon se mostró dolorido y pesaroso como si él mismo fuera responsable del comportamiento del otro.

—Forjó una nueva espada —dijo.

—Precisamente. No estamos seguros de cómo lo hizo. La visita de Smythe volvió a Joram suspicaz y paranoico.

—Le hizo sentir que lo espiaban —interrumpió Saryon.

Mosiah hizo una corta pausa, luego sonrió levemente.

—No conocía esa faceta sarcástica vuestra, Padre. Muy bien. Reconozco que Joram tenía algo en lo que fundamentar sus sentimientos. ¡Pero si hubiera ido a ver al rey Garald o al general Boris en lugar de intentar luchar contra el mundo él solo!

—Combatir a la vida solo fue siempre el modo de ser de Joram —dijo Saryon, y su voz se llenó de afectuosa tristeza y comprensión—. Lleva sangre de emperadores. Proviene de una larga estirpe de gobernantes que han tenido en sus manos el destino de las naciones. Para él pedir ayuda sería una muestra de debilidad. Recordarás lo que le costó pedirme que lo ayudara a crear la Espada Arcana. Era...

Saryon calló un instante. Yo me había estado preguntando cuándo se daría cuenta de cierto detalle.

—Joram no podía haber forjado una Espada Arcana. No sin un catalista. Yo extraje Vida del mundo, di Vida a la Espada Arcana, que por su parte usó esa Vida para absorber Vida de aquellos que la poseían.

—Él no os necesitaba para forjar la espada en sí, Padre. Sólo os necesitaba para aumentar su potencial.

—Pero sin un catalista que haga eso, la espada no es más peligrosa que cualquier otra espada. ¿Crees que los Tecnomantes todavía la querrán?

—Pensad en el número de catalistas que hay entre los nuestros. Catalistas que viven en la pobreza en los campamentos de adaptación, que estarían más que dispuestos a cambiar sus dones por la promesa de los Tecnomantes de obtener riqueza y poder. Si bien el corrupto Patriarca Vanya está ya muerto, su legado pervive entre algunos de sus seguidores.

—Sí, comprendo que eso pueda ser cierto —reconoció Saryon con tristeza—. ¿Cómo consiguió Joram escapar de la mirada vigilante de los
Duuk-tsarith
el tiempo suficiente para forjar la espada?

—¿Quién sabe? —Mosiah se encogió de hombros y extendió las manos—. Tal hazaña resultaría bastante sencilla, en especial si poseyera un amuleto tallado en piedra-oscura. O, por lo que sabemos, también podría haber forjado esta espada hace años, antes de que empezáramos a vigilarlo. De todos modos, nada de eso importa ahora. Intentamos mantener en secreto la noticia de la existencia de esta nueva Espada Arcana, pero los Tecnomantes la descubrieron, y vuelven a estar interesados por ella.

—¿Están en peligro Joram y su familia? —inquirió el catalista con ansiedad.

—No por el momento, sobre todo debido a los esfuerzos de los
Duuk-tsarith
. Irónico, ¿no es cierto? Aquellos que antes quisieron matar a Joram, ahora se arriesgan a morir por proteger su vida.

—¿Y vosotros? —preguntó Saryon—. ¿Corréis peligro de muerte?

—Sí —respondió él, con suma tranquilidad; luego indicó con un gesto la habitación a oscuras—. He ahí el motivo de estas precauciones. Los T'kon-Duuk están impacientes por ponerme las manos encima. Conozco demasiados de sus secretos, como bien sabéis, Padre. Represento un gran peligro para ellos. He venido a advertiros sobre ellos, sobre las técnicas que utilizarán para persuadiros de que los llevéis junto a Joram...

Saryon levantó una mano para interrumpir el torrente de palabras, y Mosiah calló al instante, con un tranquilo respeto por el anciano catalista que hizo mucho por acrecentar mi actitud positiva hacia él. Jamás podría confiar en él por completo, no mientras llevara las negras ropas de los Ejecutores. Los
Duuk-tsarith
nunca perseguían un único fin; perseguían varios e intentaban obtener la parte más ventajosa del trato.

—No iré —afirmó Saryon—. No te preocupes. No les serviría de nada. No sé lo que tú, ellos u otros piensan que puedo hacer.

—Joram os respeta y confía en vos, Padre. Vuestra influencia sobre él es... —Se interrumpió.

Me miraba con fijeza. Los dos me miraban con fijeza. Yo había hecho un ruido, y debía de haber sonado muy raro... una especie de graznido gutural en mi garganta. Hice una seña a mi señor.

—Reuven dice que hay alguien ahí afuera —tradujo Saryon.

Las palabras no habían acabado de abandonar los labios de Saryon cuando Mosiah apareció junto a mí. Este repentino movimiento suyo resultó como mínimo tan sobrecogedor como la aparición que yo creía haber visto fuera de la ventana. Un momento antes se encontraba en el otro extremo de la habitación, frente a mí, sentado en el oscuro pasillo, y ahora de repente estaba a mi lado, atisbando por la ventana. Sus movimientos gráciles y silenciosos lo fundían con las sombras. Puede imaginarse mi asombro pues cuando, al volver la mirada hacia mi señor para asegurarme de que se encontraba bien, ¡distinguí a Mosiah sentado en su silla!

Comprendí, entonces, que el Ejecutor que tenía al lado era un ser insustancial. La sombra de Mosiah, por así decirlo, había sido enviada por su amo a realizar una tarea.

—¿Qué has visto? ¡Dímelo! ¡Inmediatamente! —exigió, y las palabras llamearon en mi mente.

Hice varios gestos con las manos, que Saryon tradujo.

—Reuven dice que cree haber visto a una persona vestida de color plateado...

Mosiah —el Mosiah sentado en la silla— estaba ya de pie, tras haber regresado su sombra al cuerpo.

—Están aquí —dijo—. Los D'karn-darah. Caballeros sanguinarios. O bien me han seguido o han venido por sus propios motivos. Me temo que sea lo último. No estáis seguros, ninguno de los dos. Debéis venir conmigo. ¡Ahora!

—¡No estamos vestidos! —protestó Saryon.

Sin duda debe ser un peligro muy real el que obliga a un hombre de mediana edad a salir a la calle en una fría noche de invierno vestido tan sólo con la camisa de dormir y unas zapatillas.

—¡No necesitáis vestiros! —repuso Mosiah—. Vuestros cuerpos no van a ir a ninguna otra parte que no sea la cama. Seguid exactamente mis instrucciones. Padre, permaneced donde estáis. Reuven, sube a tu dormitorio y métete en la cama.

No me gustó la idea de dejar a mi señor, aunque poca cosa podría hacer yo contra el poder del
Duuk-tsarith
; pero Saryon me indicó con un gesto que debíamos obedecer a Mosiah y eso es lo que hice. Di las buenas noches a mi señor y salí para dirigirme escaleras arriba, hacia mi pequeña habitación.

Saryon siempre esperaba a que estuviera en mi dormitorio, que se encontraba justo sobre el suyo, antes de apagar la luz. Como he dicho, yo acostumbraba pasar algún tiempo escribiendo, pero —siguiendo las instrucciones de nuestro visitante— abandoné esa costumbre y me metí inmediatamente en la cama. Apagué la luz y la casa quedó a oscuras.

Tendido en la oscuridad, empecé a sentir miedo. Es muy fácil asustarse a esas horas de la noche, y recordé mis terrores infantiles sobre monstruos que acechaban en el ropero. Sin embargo, el temor que sentía ahora no podía desvanecerse con una linterna, y cuando me pregunté cuál podía ser la causa de esta sensación de pavor, comprendí que se debía a que percibía el miedo de Mosiah.

Lo que está ahí afuera en la noche, sea lo que sea, debe ser terrible, me dije, para asustar a personas tan poderosas como los
Duuk-tsarith
.

Permanecí en el lecho, los oídos bien agudizados para percibir cualquier sonido. Supongo que la noche emitía sus acostumbrados ruidos, pero todos ellos me alarmaban, pues nunca antes les había prestado demasiada atención. El ladrido de un perro, los gañidos y bufidos de unos gatos peleando, el sonido de un coche solitario al circular por la calle. A todos les conferí unos significados tan siniestros que cuando las palabras de Mosiah volvieron a brillar en mi cabeza, me sobresalté de tal manera que mi escalofrío estremeció el armazón de la cama.

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