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Authors: Karin Slaughter

Tags: #Intriga, Policíaco

El número de la traición (10 page)

BOOK: El número de la traición
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Oyó un helicóptero que sobrevolaba la zona, el traqueteo y la vibración retumbaban en sus oídos. Estaban haciendo un barrido con infrarrojos, buscando a la segunda víctima. Los equipos de rescate llevaban varias horas trabajando, peinando meticulosamente la zona en un radio de tres kilómetros. También había llegado ya Barry Fielding con los perros, y los animales se habían vuelto locos durante la primera media hora, pero luego habían perdido el rastro. Agentes uniformados del condado de Rockdale estaban batiendo la zona a pie, buscando más cuevas subterráneas, más pistas que pudieran darles una idea de hacia dónde había huido la otra víctima.

A lo mejor no había logrado huir. A lo mejor el secuestrador la había encontrado antes de que pudiera pedir ayuda. Tal vez llevaba muerta días, o incluso semanas. O quizá simplemente no había existido nunca. Will tenía la impresión de que, a medida que avanzaba la búsqueda, los policías se volvían más hostiles con él. Muchos creían que no había una segunda víctima, y pensaban que Will los tenía allí pasando frío por la simple razón de que era demasiado idiota para darse cuenta de que estaba equivocado.

Había una persona que podía aclarar aquello, pero seguía en el hospital Grady, luchando por su vida. Normalmente lo primero que se hacía en un caso de secuestro o asesinato era examinar con lupa la vida de la víctima, pero esta vez lo único que sabían era que se llamaba Anna. Will pensaba revisar por la mañana todos los informes de personas desaparecidas, pero habría cientos de ellos, y eso sin contar las denuncias de la ciudad de Atlanta, donde desaparecían una media de dos personas al día. Si la mujer procedía de otro estado, el papeleo sería mucho peor. Al FBI llegaban más de un cuarto de millón de casos de desaparición al año. Para complicar aún más las cosas, raras veces actualizaban los informes cuando encontraban al desaparecido.

Si Anna no estaba consciente por la mañana, Will enviaría al hospital a un técnico de huellas para hacerle la ficha. Era lo único que podía hacer para intentar identificarla. A menos que hubiera cometido algún delito, sus huellas no estarían en las bases de datos. Pero, a veces, atenerse al procedimiento era la mejor forma de hacer saltar la liebre. Hacía mucho tiempo que Will había aprendido que una posibilidad remota no dejaba de ser una posibilidad.

La escala que bajaba hasta la cueva se agitó, y Will la sujetó para que Charlie Reed pudiera subir. El cielo se había despejado bastante y las nubes dejaban pasar la luz de la luna. Aunque el chaparrón ya había pasado, todavía caía alguna que otra gota, que sonaba como un gato chasqueando la lengua. El bosque había adquirido un extraño tono azulado y había suficiente luz, ya no necesitaba la linterna para ver a Charlie Reed. Este sacó la mano por el agujero y soltó una bolsa grande llena de pruebas a los pies de Will para poder salir de allí.

—Mierda —exclamó.

Tenía el mono blanco lleno de barro. Se lo quitó tan pronto como llegó a la superficie, y Will vio que sudaba de tal manera que la camiseta se le había quedado pegada al pecho.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—Mierda —repitió Charlie, limpiándose la frente con el dorso de la mano—. No puedo creer… Dios, Will.

Charlie se inclinó hacia adelante y se abrazó las rodillas con las manos. Jadeaba mucho, pese a que estaba en forma y la escalada desde la cueva no era difícil.

—No sé por dónde empezar. —Will entendía perfectamente cómo se sentía—. Había instrumentos de tortura… —Se secó la boca con el dorso de la mano—. Nunca había visto esa clase de cosas más que en la televisión.

—Había una segunda víctima —dijo Will, elevando el tono hacia el final de la frase para que Charlie la entendiera como una observación que requería ser confirmada.

—Nada de lo que he visto ahí abajo tiene ningún sentido. —Se puso en cuclillas y apoyó la cabeza en las manos—. Nunca había visto nada parecido.

Will se puso de rodillas para estar a su altura y cogió la bolsa de las pruebas.

—¿Qué es esto?

Charlie meneó la cabeza.

—Las encontré enrolladas dentro de una lata que había junto a la silla.

Will alisó la bolsa sobre su pierna y utilizó la linterna de Charlie para examinar el contenido. Dentro había por lo menos cincuenta hojas arrancadas de un cuaderno escritas a lápiz por ambas caras. Miró fijamente las palabras, tratando de encontrarles algún sentido. Nunca había leído muy bien: las letras le bailaban y se le daban la vuelta; a veces se le enredaban de tal manera que llegaba a marearse intentando descifrarlas.

Charlie no conocía el problema de Will, así que este intentó sonsacarle algo de información.

—¿Qué te parecen estas notas?

—Es una locura, ¿verdad? —Charlie se pellizcaba el bigote con el índice y el pulgar, un tic nervioso que solo se manifestaba en circunstancias como aquella—. No creo que pueda volver a bajar. —Hizo una pausa y tragó saliva—. Se respira… maldad, eso es. Maldad en estado puro.

Will oyó un rumor de hojas y ramas que chasqueaban. Se volvió y vio a Amanda Wagner avanzando entre los árboles. Era una mujer mayor, debía de rondar los sesenta años. Solía llevar trajes monocromos con la falda por debajo de la rodilla y unas medias que realzaban lo que Will debía admitir que eran unas pantorrillas bastante bonitas para una mujer que a menudo le parecía el mismísimo Anticristo. Llevaba tacones altos, lo que debería dificultarle avanzar por un terreno tan irregular, pero se abría paso caminando con férrea determinación.

Will y Charlie se levantaron al verla llegar. Ella, como de costumbre, no se anduvo con rodeos.

—¿Qué es esto? —preguntó, señalando la bolsa con las pruebas.

Aparte de Faith, Amanda era la única persona en el DIG que estaba al tanto de los problemas con la lectura de Will, algo que ambas aceptaban y al mismo tiempo criticaban. Este iluminó los papeles con la linterna y Amanda leyó en alto:

—«No voy a sacrificarme. No voy a sacrificarme» —Agitó la bolsa para ver el resto de las hojas—. La misma frase en todas las hojas, por delante y por detrás. Cursiva, y la caligrafía parece de mujer. —Le devolvió las notas a Will, mirándole con desaprobación—. Así que nuestro chico malo es un maestro cabreado o un gurú de la autoayuda. —Dirigiéndose a Charlie, preguntó—: ¿Qué más has encontrado?

—Pornografía. Cadenas. Esposas. Artilugios sexuales.

—Eso son pruebas. Necesito pistas.

Will tomó el relevo.

—Creo que la segunda víctima estuvo sujeta a la parte de abajo de la cama. Encontré esto en la cuerda. —Sacó una bolsita de pruebas del bolsillo de su chaqueta. Dentro había un fragmento de un diente con parte de su raíz—. Es un incisivo. La víctima que está en el hospital tiene la dentadura completa.

Amanda parecía más interesada en estudiar a Will que en el diente.

—¿Estás seguro de eso?

—Tuve su cara justo delante de mí mientras intentaba obtener algo de información —respondió—. Le castañeteaban los dientes.

Amanda pareció satisfecha con la explicación.

—¿Qué te hace pensar que ese diente fue arrancado hace poco? Y no me digas que es una corazonada, Will, porque tengo aquí a la policía del condado de Rockdale en pleno, empapados y muertos de frío, y están deseando lincharte por haberles mandado a cazar gamusinos en mitad de la noche.

—La cuerda fue cortada desde debajo de la cama —le explicó—. La primera víctima, Anna, estuvo atada encima; la segunda estaba debajo. Anna no pudo haber cortado la cuerda.

—¿Estás de acuerdo con eso? —preguntó Amanda a Charlie.

Todavía bajo los efectos del
shock
, Charlie se tomó su tiempo para responder a la pregunta.

—La mitad de los trozos de cuerda cortados estaban debajo de la cama, así que tiene sentido que fueran cortados desde allí. Si lo hubieran hecho desde arriba los trozos habrían caído al suelo, junto a la cama, o en el mismo colchón, pero no debajo.

Amanda seguía dudando.

—Continúa —le dijo a Will.

—También había trozos de cuerda atados a los cerrojos situados debajo del somier. Alguien los cortó. Esa persona debió de escapar con la cuerda todavía atada a sus tobillos y, al menos, a una de sus muñecas. Anna no tenía cuerdas.

—A lo mejor se las quitaron en la ambulancia —señaló Amanda—. ¿ADN? ¿Fluidos?

—Por todas partes. Deberíamos tener los resultados en cuarenta y ocho horas. Pero a menos que el tipo esté fichado…

—contestó Charlie.

Miró a Will de soslayo. Todos sabían que intentar identificar a un asesino por una muestra de ADN era dar palos de ciego. A menos que su secuestrador hubiera cometido algún delito previo y la policía hubiese tomado muestras de su ADN para incluirla en las bases de datos no había manera de identificarlo.

—¿Y qué tenemos en el apartado de desperdicios? —preguntó Amanda a Charlie.

Al principio no entendió la pregunta, pero luego respondió:

—No hay botes ni latas vacíos; imagino que se los llevó. Hay un cubo en un rincón que se ha usado como váter pero, bajo mi punto de vista, la víctima (o víctimas) estuvieron maniatadas la mayor parte del tiempo y no tuvieron más remedio que hacérselo encima. Lo que no puedo decirle es si esto apunta a que había una o dos personas. Depende de cuándo fueran secuestradas, de hasta qué punto estuvieran deshidratadas… ese tipo de cosas.

—¿Has encontrado algo más reciente debajo de la cama?

—Sí —respondió Charlie, como si le sorprendiera su respuesta—. Lo cierto es que he encontrado una zona que da positivo en orina. Por el sitio donde está, yo diría que concuerda con la posibilidad de que hubiera alguien debajo de la cama, tumbado boca arriba.

—¿No tardaría más el líquido en evaporarse bajo tierra? —presionó Amanda.

—No necesariamente. Los ácidos de la orina reaccionarían con el pH del suelo. Dependiendo de los minerales que lo compongan…

Amanda le interrumpió.

—No hace falta que me des una clase, Charlie, limítate a darme datos que pueda utilizar.

Charlie miró a Will como si quisiera disculparse.

—No sé si ha habido dos víctimas al mismo tiempo. Desde luego, no hay duda de que hubo alguien debajo de la cama, pero puede ser que el secuestrador moviera a la mujer de un lado a otro. Los fluidos corporales también podrían haberse filtrado desde arriba. —Se volvió hacia Will—. Tú has estado ahí abajo. Ya has visto de lo que es capaz ese tipo. —Palideció de nuevo—. Es horrible. Es espantoso.

Amanda continuó, tan comprensiva como de costumbre.

—Arriba los corazones, Charlie. Vuelve a bajar ahí y tráeme alguna prueba que me sirva para encontrar a ese hijo de puta. —Le dio unas palmaditas en la espalda para que se pusiera en marcha y se dirigió a Will—: Ven conmigo. Tenemos que encontrar al detective pigmeo ese al que has cabreado tanto y dorarle un poco la píldora para que no le vaya a llorar a Lyle Peterson.

Peterson era el jefe superior de la policía del condado de Rockdale, y Amanda no tenía muy buenas relaciones con él. Por ley solo el jefe superior de policía, el alcalde o el fiscal del distrito podían pedir al DIG que se hiciera cargo de un caso. Will se preguntaba qué hilos habría movido Amanda y hasta qué punto habría cabreado a Peterson.

—Bien —comenzó, y extendió los brazos para poder saltar un tronco caído en el suelo sin perder el equilibrio—. Te has redimido un poco al ofrecerte voluntario para bajar a inspeccionar la cueva, pero si vuelves a hacer algo tan estúpido te pongo a vigilar a los chaperos en el baño del aeropuerto el resto de tu vida, ¿estamos?

Will asintió.

—Sí, señora.

—Tu víctima no tiene buena pinta —le dijo, pasando por delante de un grupo de policías que habían hecho una pausa para fumarse un cigarrillo. Todos miraron con hostilidad a Will—. Ha habido complicaciones. He hablado con el cirujano, Sanderson, y no es muy optimista. Por cierto, me confirmó lo de la dentadura: está intacta.

Típico de Amanda, le obligaba a ganárselo todo a pulso. Will no se lo tomaba como un insulto, sino como un indicio de que podía tenerla de su lado.

—Los cortes en la planta del pie eran recientes —dijo Will—. Sus pies no sangraban cuando estuvo en la cueva.

—Cuéntamelo todo desde el principio.

Ya le había contado lo principal por teléfono, pero le volvió a explicar que había tropezado con la tabla de contrachapado, la había retirado y había bajado a la cueva. A continuación, le relató con todo detalle lo que había visto allí abajo, poniendo mucho interés en recrear la atmósfera que había percibido pero sin confesarle que se había quedado más petrificado aún que Charlie Reed.

—La cara inferior de las tablas estaba llena de arañazos. La segunda víctima… debía de tener las manos libres para poder arañarlas. El secuestrador no le habría dejado las manos libres estando sola, porque de ese modo podía liberarse y huir.

—¿De verdad crees que tenía a una encima de la cama y a otra debajo?

—Creo que eso es exactamente lo que pasó.

—Si las dos estaban atadas y una de ellas logró hacerse con un cuchillo, tendría sentido que lo hubiera guardado la que estaba debajo de la cama mientras esperaban a que el secuestrador las dejara solas.

Will no dijo nada. Amanda podía ser sarcástica, mezquina y directamente mala, pero también era justa, a su manera, y sabía que por más que se burlara de las corazonadas de su subordinado, con el tiempo había llegado a confiar en ellas. Y además, la conocía demasiado bien como para esperar nada ni remotamente parecido a un elogio.

Habían llegado a la carretera donde Will había dejado aparcado el Mini horas antes. Amanecía deprisa, y la luz azulada iba adquiriendo un tono sepia. Decenas de coches patrulla de la policía de Rockdale mantenían la zona bloqueada. Había muchos hombres pululando por allí, pero sin las prisas de antes. La prensa también andaba merodeando por el lugar, y Will vio un par de helicópteros de los informativos sobrevolando la zona. Aún estaba demasiado oscuro para que las cámaras pudieran grabar, pero probablemente eso no les impedía retransmitir al detalle los movimientos que veían sobre el terreno, o al menos lo que ellos creían ver. La veracidad no era precisamente parte de la ecuación cuando tenías que rellenar veinticuatro horas de noticias.

Cruzaron al otro lado, y Will le ofreció su mano para ayudarla a mantener el equilibrio cuando se internaron en el bosque. Había cientos de policías divididos en grupos peinando la zona, algunos provenientes de otros condados. La Agencia de Gestión de Emergencias de Georgia (GEMA) había convocado a las brigadas caninas civiles, integradas por ciudadanos que entrenan a sus perros para seguir un rastro olfativo. Hacía horas que los perros habían dejado de ladrar. La mayoría de los voluntarios se habían ido a casa. Tan solo quedaban los policías, que no tenían elección. El detective Fierro debía de andar todavía por ahí, probablemente maldiciendo la hora en que había conocido a Will.

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