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Authors: Denise Dresser

Tags: #Ensayo

El país de uno (4 page)

BOOK: El país de uno
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Allí están los muros —educativos, culturales, sociales, empresariales— construidos contra los de afuera, obstaculizando la movilidad. Evitando el ascenso. Impidiendo el ingreso. De los pobres. De los provincianos. De los empresarios innovadores. De la competencia. De los que no tienen acceso al crédito. De los que aprovecharían las oportunidades reales si existieran, y que cruzan la frontera —al ritmo de 400 mil personas al año— en busca de ellas. Millones de mexicanos con múltiples trabajos, supervivientes ansiosos de un sistema que no funciona para ellos.

Un sistema que frena la competitividad del país ante un mundo globalizado. Que lleva la frustración a las calles. Que refuerza la desesperanza de los desposeídos. Que alimenta el éxodo y la exportación de talento que entraña. Que convierte a México en un país donde uno de cada cinco hombres entre las edades de 26 y 35 años vive en Estados Unidos. Que ara el terreno para cualquiera capaz de ofrecer promesas, asegurar recetas rápidas, proveer “un proyecto alternativo” o una “mano firme” con la cual salvar a la nación.

México tiene estabilidad macroeconómica, es cierto. México tiene el programa Oportunidades, es cierto. Pero eso no es suficiente para acelerar la transformación de la sociedad mexicana a fin de afianzar los logros de la clase media y sumar a un cada vez mayor número de familias que se encuentran por debajo de esa definición. Para garantizar la movilidad social. Para construir trampolines que permitan saltar de la tortillería al diseño de software. Para darle ocho años más de educación al veinte por ciento de la población más pobre. Para cambiar una estadística que encoge el ánimo: el porcentaje de mexicanos entre 25 y 34 años con educación superior es de cinco por ciento, comparado con dos por ciento para la generación 30 años mayor. Otros países han hecho más y lo han hecho mejor. En Corea del Sur la proporción es de 26 por ciento cuando hace 30 años sólo era de ocho. Hace 25 años la economía coreana era cuatro veces menor a la de México; actualmente la rebasa.

Algo está mal. Algo no funciona. Tiene que ver con una cuestión profunda, histórica, estructural. Tiene que ver con la apuesta que el país hace a sus recursos por encima de su población. La extracción del petróleo sobre la inversión en la gente. La concentración de la riqueza que ese modelo genera. Las disparidades que acentúa. La población pobre y poco educada que produce. El comportamiento clientelar que induce. La ciudadanía poco participativa que engendra. Los recipientes apáticos que hornea, generación tras generación.

Y el círculo vicioso que nuestra dependencia de la extracción petrolera institucionaliza. Ese patrón de comportamiento transexenal que condena a México al estancamiento, independientemente de quien llegue a Los Pinos y gobierne desde allí. Ese patrón de reformas parciales o postergadas. De privatizaciones amañadas o mal ejecutadas. De todo lo que no se hace porque el precio del petróleo se encuentra a niveles históricamente altos. Eso que permite perder el tiempo; evitar las reformas indispensables; producir daño a largo plazo. Darle cosas a la población en vez de educarla.

Como señala el escritor y político canadiense Michael Ignatieff, los recursos naturales como el petróleo son un arma de doble filo para la democracia en cualquier nación en desarrollo. El petróleo puede idiotizar a un país. Puede volverlo flojo, complaciente, clientelar, parasitario. Más interesado en vender barriles que en educar a su población. Más centrado en la extracción de recursos no renovables que en la inversión en talentos humanos. Más preocupado por distribuir la riqueza entre unos cuantos que por generarla para muchos. Como México ayer. Como México hoy. Víctima de la “Primera Ley de la Petropolítica” descrita por el periodista Tom Friedman en un artículo de
Foreign Policy
: mientras mayor sea el precio del petróleo, menor será el ímpetu reformista y el compromiso modernizador.

México, adicto a la venta del petróleo, equivocándose una y otra vez. Presa desde hace cuarenta años de la maldición que entraña obtener ingresos con tan sólo perforar un pozo. Construyendo un país donde todo gira alrededor del oro negro y quién lo controla; donde todo depende del precio del barril y quién se beneficia con su venta. Donde no importa cómo competir sino cuánto extraer. Donde no importa cómo innovar sino dónde perforar. Donde no importa crear emprendedores sino proteger depredadores. El persistente saqueo gubernamental en defensa del “patrimonio nacional”. Con efectos perniciosos para la economía, para la política, para la democracia y su consolidación.

Porque cuando un gobierno obtiene los recursos que necesita para sobrevivir vendiendo petróleo, no tiene que recaudar impuestos. Y un gobierno que no recauda impuestos para pagarse a sí mismo —y a sus aliados— no tiene que escuchar a su población. O representarla. O atender sus exigencias. Puede aliviar las tensiones sociales aventándoles dinero. Puede atenuar las exigencias comprando a quienes las enarbolan. Puede posponer la solución de problemas usando dinero discrecional que el petróleo provee. Puede evitar la rendición de cuentas porque hay demasiados partidos satisfechos con sus prerrogativas, demasiados líderes sindicales conformes con el Estado dadivoso como para exigir su transformación.

La riqueza petrolera lleva a la política como patronazgo. A la política vista como un intercambios de prebendas. A la política percibida sólo como un ejercicio donde el gobierno da y el ciudadano recibe. A la mano extendida y a la boca cerrada. A la democracia como un sistema de extracción sin representación. Y por ello, el gobierno no se ve obligado a construir un modelo económico más justo o un sistema político más representativo, o un sistema educativo más funcional que le permita a los mexicanos maximizar su habilidad para competir, innovar, prosperar. El petróleo no ha fomentado el desarrollo equilibrado; más bien lo ha pospuesto. El petróleo no ha facilitado el ascenso de los mexicanos; más bien ha contribuido a mantenerlos en el mismo lugar.

Joaquín Hernández Galicia y Fidel Velázquez.

México se volvió rico y lleva cuatro décadas gastando mal su riqueza. De manera descuidada. De forma irresponsable. Usando los ingresos de Pemex para darle al gobierno lo que no puede o quiere recaudar. Distribuyendo el excedente petrolero entre gobernadores que se dedican a construir libramientos carreteros con su nombre. Financiando partidos multimillonarios y medios que los expolian. Dándole más dinero a Carlos Romero Deschamps que a los agremiados en cuyo nombre dice actuar. Eso es lo que ha hecho el gobierno con los miles de millones de dólares anuales que recibe gracias a la venta del petróleo. Así hemos desperdiciado el dinero y desaprovechado el tiempo.

En vez de apostarle a la población y educarla. En lugar de invertir en las universidades y actualizarlas. En vez de identificar a los jóvenes emprendedores e impulsarlos. En lugar de remodelar a las instituciones para asegurar que la bonanza petrolera se gaste mejor y se vigile bien. En vez de crear condiciones legales, educativas, empresariales que permitan el capitalismo dinámico. El capitalismo innovador. El capitalismo que no depende de la complicidad sino de la creatividad. El capitalismo que hoy no existe pero debería para que México pueda ser mejor, más rápido, más inteligente que sus competidores. Para que se vea obligado a empoderar a sus habitantes. Para evolucionar de la dependencia idiotizante a la modernización acelerada.

Hasta ahora la discusión se ha centrado en cómo mantener los ingresos de Pemex, no en cómo disminuir la dependencia gubernamental de ellos o cómo gastarlos mejor. El debate se ha focalizado en cómo extraer más petróleo, no en cómo utilizar de manera más productiva la riqueza que produce. El debate ha sido técnico, cuando debería ser político. Cuando debería enfocarse no tanto en las formas de explotar un recurso patrimonial, sino en cómo usarlo para el desarrollo. Cuando debería incluir una estrategia para invertir en la educación de los mexicanos y no nada más en la construcción de refinerías. Porque cuando el petróleo se acabe, el impacto será brutal. México va a descubrir que tiene poco que ofrecerle al mercado global más allá de sus migrantes.

PAÍS MAL EDUCADO

Éste es un diagnóstico ensombrecedor acentuado por el modelo educativo del país y quien lo controla. Ese paraje feudal que es el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y la manera en la cual ha colocado a México contra la pared. Allí está el muro infanqueable que un sistema educativo indefendible erige en torno a millones de mexicanos. Víctimas de una educación que no le permite a México competir y hablar, y relacionarse con el mundo. Víctimas de una escuela pública que crea ciudadanos apáticos, entrenados para obedecer en vez de actuar. Educados para memorizar en vez de cuestionar. Entrenados para aceptar los problemas en vez de preguntarse cómo resolverlos. Educados para hincarse delante de la autoridad en vez de llamarla a rendir cuentas. Y ante la catástrofe conocida, lo que más sorprende es la complacencia, la resignación, la justificación gubernamental y la tolerancia social. Nuestra constante convivencia con la mediocridad, año tras año, indicador tras indicador, resultado dramático tras resultado dramático.

Si la educación es tan importante como todos dicen, ¿en dónde está el clamor? ¿Cómo entender que tantos marchen para defender a un líder sindical privilegiado, pero nadie movilice a la sociedad para protestar contra una educación deficitaria? En México no hay una reacción suficientemente vigorosa por parte de los ciudadanos, precisamente por la baja calidad del sistema educativo; estamos tan mal educados que no sabemos lo importante que es la educación. Estamos tan “indoctrinados” por nuestros Libros de Texto Gratuito que no entendemos cuán deficientes y obsoletos son. No entendemos la forma en la cual se nos ha negado lo que siempre ha sido nuestro, de todos: el derecho a la educación.

Derecho cercenado por una historia de progresivo deterioro, por el efecto combinado de la inclusión tardía, la reprobación y la deserción. Produciendo una generación herida, en la cual más de la mitad de los jóvenes mexicanos están por completo fuera de la escuela. Produciendo un país donde la escolaridad promedio es de tan sólo 8.7 en cuanto a grados, lo cual equivale a segundo de secundaria y se vuelve razón fundacional de nuestro desarrollo trunco. Donde 43 por ciento de la población de quince años o más no cuenta con una educación básica completa. Donde 56 por ciento de los mexicanos evaluados por la prueba
PISA
—la mejor métrica internacional— se ubican entre los niveles 0 y 1, es decir, sin las habilidades mínimas para enfrentar las demandas de un mundo globalizado, competitivo, meritocrático. Cifras de una catástrofe; datos de un desastre; números que subrayan aquello que el escritor James Baldwin advirtió: los países no son destruidos por la maldad sino por la debilidad, por la flojera.

O por la complicidad en la construcción de ese lucrativo coto que es el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Un paraje amurallado por el tipo de liderazgo que Elba Esther Gordillo tiene y cómo lo ejerce. Por la manera en la cual está acostumbrada a hacer política y cómo retrasa su evolución. El apoyo que ofrece a cambio de las prebendas que garantiza; la lealtad que vende a cambio de los recursos que obtiene; la movilización política que asegura a cambio de los privilegios sindicales que logra mantener. Sexenio tras sexenio, prometiéndole apoyo al presidente en turno para que no tenga problemas con el sindicato. Para que no haya pleitos ni movilizaciones ni confrontaciones como las que ha habido en Oaxaca o en Morelos. Gobierno tras gobierno ha concebido a la educación pública como una estrategia de pacificación, más que como un vehículo de empoderamiento.

Elba Esther Gordillo.

Mientras tanto, los miles de millones de pesos que ella exige —y recibe— para el
SNTE
son señal de más de lo mismo. Evidencia de las añejas maneras de relación y las viejas formas de complicidad, vivas aún y estrangulando la educación de un país que necesita reformarla. La anuencia sindical a cambio de la dádiva gubernamental. La mano extendida para aceptar la prebenda indispensable. Elba Esther Gordillo chantajea y presidente tras presidente se deja chantajear. Ella quiere perpetuar el alcance de sus canonjías y ellos no tienen la audacia política para acotarlas. Ese arreglo primigenio ha conformado un entramado institucional que otorga concesiones indefendibles al Sindicato, incluyendo el “derecho adquirido” de vender, heredar o intercambiar una plaza de maestro por favores sexuales.

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