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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro en peligro (12 page)

BOOK: El pequeño vampiro en peligro
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—¿Yo? —gritó el pequeño vampiro.

—¿Quién si no? —le dijo con aspereza tía Dorothee—. ¿No creerás acaso que voy a hacerlo yo?

—No, pero... ¡Anna sí!

Anton jadeó indignado. ¡Qué guarrada!... ¡Mandar a su hermana pequeña!

Pero esta vez a Rüdiger aquello no le dio resultado.

—Eso es lo que tú quisieras —le contestó tía Dorothee con una risa despótica—. Anna todavía tiene que recuperarse. ¿O acaso quieres que le entre tierra en sus ojos malos?

—No..., no —dijo con timidez el vampiro.

—¡Pues entonces, venga, métete en el pozo, tú..., rey de las ranas! —ordenó tía Dorothee.

Sin embargo, aquello no llegaría a ocurrir, pues en aquel momento resonó desde la dirección donde estaba la casa de Geiermeier una tos ronca como un gañido. Realmente aún sonaba bastante lejos, pero bastó para poner a los vampiros en estado de alarma.

—¡Geiermeier! —balbució tía Dorothee llena de odio—. ¡Le voy a arañar! ¡Y no le va a servir de nada todo su ajo!

A Anton le corrió un escalofrío gélido por la espalda. Se caló aún más la capa de vampiro en la frente.

—¿No sería mejor que huyéramos? —preguntó Anna.

—¡No! —aulló tía Dorothee—. ¿Has olvidado que fue Geiermeier quien cegó el pozo? ¡Por su culpa estuve a punto de romperme el cuello!

—Pero eso no está demostrado —objetó Anna.

—Ja, ¿quién iba a haber sido si no? Y además: ¡él tiene la culpa de que tengamos que abandonar nuestra cripta!

—¡Deberíamos marcharnos volando!

La voz de Anna sonó apremiante.

—¿Y mi ataúd? ¿Debo abandonarlo acaso aquí, en el pozo..., junto con nuestro tesoro familiar? —Tía Dorothee estaba tan excitada que jadeaba ruidosamente—. ¡Nunca jamás lo haré!

Se volvió a oír la tos..., esta vez ya más cercana.

—¡No os quedéis ahí parados! —puso el grito en el cielo tía Dorothee—. ¡Haced algo!

—¿El qué? —preguntó el pequeño vampiro.

—Despistad a Geiermeier. ¡Vamos, corred ya!

—¿Y tú qué harás? —preguntó Anna.

—¿Yo? Me meteré en mi ataúd y le vigilaré —contestó tía Dorothee casi con ternura.

Anton vio cómo ella desaparecía con sorprendente habilidad dentro del pozo.

Rüdiger y Anna echaron a correr..., exactamente hacia donde estaba Anton. Al parecer aún no habían advertido su presencia.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó susurrando Anna.

—¡Yo ya estoy harto! —gruñó el pequeño vampiro—. ¡Y verá ella cómo se las apaña sola!

—¿Y Geiermeier? ¿Quién va a despistarle?

—¡Tía Dorothee! Después de todo es ella quien está ahora escondida en el pozo como la reina de las ranas. Puede tirarle la bola de oro a la cabeza cuando venga... ¡Además, no es mi ataúd el que está atascado!

—¡Lo único que pasa es que tienes miedo!

—¿Miedo? ¡Lo que soy es cauteloso! —dijo el vampiro—. Pero, ¿por qué no le despistas tú?

—No me atrevo..., por mis ojos —repuso Anna.

—¡Lo único que pasa es que no quieres admitir que tienes tanto miedo como yo! Anna la Valiente... ¡No me hagas reír! —El vampiro soltó un graznido sordo—. ¡Anna la Miedosa sería más apropiado!

¡Aquello fue ya demasiado para Anton! Se había propuesto no rechistar siquiera y esperar a ver qué sucedía..., pero que Rüdiger insultara a Anna..., ¡aquello no podía estar viéndolo él sin inmutarse! Abandonó su escondite latiéndole salvajemente el corazón.

—¡Deja a Anna en paz! —le ordenó a Rüdiger.

El pequeño vampiro estaba tan confundido que se quedó con la boca abierta.

—¿Tú? —dijo Anna, y sus pálidas mejillas se pusieron coloradas.

—Yo despistaré a Geiermeier! —declaró Anton, y se asombró de su propio valor.

Pero de repente tuvo la sensación de que podría sobreponerse a todo por Anna.

—¡Rüdiger al parecer es demasiado cobarde!

—¿Cobarde? —El vampiro se rió con arrogancia—. Yo no soy cobarde..., sino más listo que tú.

—¡Ay, Anton, qué bien que quieras hacerlo tú!

La voz de Anna sonó conmovida.

—¡Y además ya tengo una idea de cómo lo voy a hacer! —dijo apresuradamente Anton... Y antes de que ella pudiera ver que él también se estaba poniendo colorado había desaparecido entre los setos.

El rubio simpático

La idea de Anton era esconderse detrás de las máquinas de construcción. De camino hacia la capilla, Geiermeier seguro que pasaría por allí... Y tan pronto como Anton le viera echaría a correr hacia la salida.

¡Si todo resultaba, Geiermeier correría tras él y con ello de momento los vampiros habrían ganado tiempo!

Anton volvió a oír entonces la tos. Sonaba ya muy cerca. Y luego oyó otra cosa: alguien lanzaba improperios.

—¡Tu condenada tos! ¡Aún nos echará todo a perder!

Aquella era la ronca voz de Geiermeier.

—¿Qué puedo hacer si tengo tos? —contestó una voz llorosa; aquella era la de Schnuppermaul.

—¡Puedes hacer mucho! —dijo Geiermeier—. ¡No tienes que lavarte la cabeza todos los días!

—¡Tengo que hacerlo! —repuso Schnuppermaul—. Es que tengo el pelo grasiento... y caspa.

—Caspa también tengo yo —gruñó Geiermeier—. Y a pesar de ello sólo me lavo la cabeza una vez cada cuatro semanas.

—¡liiih! —gritó Schnuppermaul.

—¡Maldita sea! ¡No chilles tanto! —siseó Geiermeier.

—Además, tú tienes la culpa de mi tos —se quejó Schnuppermaul—. Siempre me echas al cementerio con el cabello húmedo.

—Porque ésa es tu profesión —repuso con rudeza Geiermeier—. ¡Al fin y al cabo tú eres jardinero de cementerio... y no un peluquero!

—Hay que ver cómo me hablas... —se quejó Schnuppermaul—. ¡Yo no te he hecho nada!

—¡Chisss...! ¡Maldita sea otra vez! —puso el grito en el cielo Geiermeier.

—Bueno, entonces no volveré a decir nada más —contestó ofendido Schnuppermaul.

Después todo quedó realmente en silencio..., a excepción del ruido de sus pasos, que se aproximaban a la excavadora, detrás de la cual Anton esperaba temblando a que ambos aparecieran.

¡Nada era peor que aquella espera! Y para colmo el crujido de los pasos sobre el camino de gravilla... Finalmente surgieron al otro lado de la excavadora: el pequeño Geiermeier y el largo Schnuppermaul.

—¡Ven, vamos a ver si pasa algo con las máquinas! —ordenó Geiermeier.

—¿Qué va a pasar? —rechazó Schnuppermaul.

—Quizá hayan estado hurgando en ellas los niños —dio por respuesta Geiermeier—. ¡Acuérdate del muchacho que pillamos hace poco con las manos en la masa!

—¿Aquel rubio simpático? —preguntó Schnuppermaul.

—¿Simpático? —bufó Geiermeier—. Era uno de esos bribones cuyos padres descuidan de forma imperdonable sus obligaciones tutelares. ¡A padres como esos había que encerrarlos junto con sus descastados hijos!

Anton resopló por la nariz indignadísimo. ¡Se alegría de veras de que Geiermeier, el viejo asqueroso, cayera en manos de tía Dorothee!

Sólo que por desgracia Geiermeier apestaba a ajo a diez pasos de distancia. Anton podía ahora ya incluso percibir aquel penetrante olor que ponía malo, ¡y Geiermeier estaba a más de diez pasos de él!

—¿No habías dicho que íbamos a perseguir vampiros? —preguntó descontento Schnuppermaul.

—¡Después! —Contestó Geiermeier—. Primero tenemos que controlar las máquinas. ¿O acaso quieres que el conductor de la excavadora y su compañero tengan mañana que volver a marcharse sin haber conseguido nada?

—No —gruñó Schnuppermaul.

—¡Pues entonces! ¡Tú examina el bulldozer que yo cogeré la excavadora!

Aquella fue la palabra clave para Anton. Se agazapó entre las ruedas y esperó a que Geiermeier se hubiera montado en la excavadora.

Entonces saltó hacia fuera y lanzó un grito..., tan fuerte y tan estridente que le retumbaron los oídos. Además agitó arriba y abajo la capa de vampiro para no dejar duda alguna de que él era también realmente un vampiro.

Geiermeier y Schnuppermaul parecieron caer en la trampa. Le miraban fijamente como si fuera un espíritu.

—¡Un vampiro! —gritó Geiermeier, y tan rápido como le fue posible con sus cortas y gruesas piernas volvió a bajarse de la excavadora.

Anton le dejó acercarse hasta unos pocos pasos de él... y luego echó a correr metiéndose por el oscuro camino que suponía llevaba hacia la salida. Oyó cómo Geiermeier exclamaba:

—¡Venga, vamos a rodearle!

—¿Rodearle? ¿Y cómo? —preguntó por toda respuesta Schnuppermaul.

—¡Idiota! —siseó Geiermeier—. ¡Tú le rodeas por la derecha y yo por la izquierda!

—¿Vas a dejarme solo? —gritó Schnuppermaul—. Y si me atrapa el vampiro, ¿qué?

—Vete al diablo! —Le imprecó Geiermeier—. ¡Corre entonces detrás de mí si estás cagado de miedo!

Ahora el camino se bifurcaba. Anton se detuvo y se volvió hacia sus perseguidores.

Se acercaban jadeando y oyó cómo Geiermeier exclamaba con voz triunfal:

—¡Ya casi lo tenemos!

Pero había cantado victoria demasiado pronto. Anton esperó hasta que casi le alcanzaron..., luego desapareció en el camino que salía a la derecha. Era sólo una vereda y Anton no sabía dónde acabaría. Pero esperaba que condujera muy lejos del viejo pozo. Oyó cómo Geiermeier soltaba un grito alegre y sorprendido.

—¡Está corriendo hacia nuestra casa! —le gritó a Schnuppermaul.

A Anton se le paró la sangre en las venas. ¿Hacia la casa de Geiermeier? Estaba inmediatamente al lado del nuevo muro blanco del cementerio y Anton podía acordarse de que el muro allí tenía por lo menos metro y medio de altura y que no tenía hendiduras ni resaltes que le pudieran ayudar a saltarlo...

Ahora ya no se sentía como un reclamo, sino como un ratón en una ratonera... ¡Hasta que de repente se dio cuenta de que llevaba puesta la capa de vampiro!

Anton corrió más deprisa para hacer mayor su impulso. Luego extendió los brazos por debajo de la capa y sintió con salvaje alegría cómo sus pies se despegaban del suelo. Dio un par de brazadas fuertes... ¡y voló!

Una sensación de tremendo alivio recorrió su cuerpo.

¡Ahora Geiermeier y Scfanuppermaul ya podían correr tanto como los bomberos, que no le atraparían!

Voló por encima del muro blanco del cementerio y siguió hasta el patio de recreo que había delante de su casa. Allí aterrizó detrás de un matorral y se quitó la capa de vampiro.

De repente alguien le tocó en la espalda. Anton se volvió sobresaltado... y vio el rostro de Anna.

La prenda

Parecía haberse producido un cambio en ella. Su mirada descansaba sobre él seria y reflexiva.

—¿Ha ido algo mal? —preguntó preocupado Anton.

Ella sacudió ligeramente la cabeza.

—No. Tía Dorothee y Rüdiger ya están de camino hacia el Valle de la Amargura... y yo debo volar tras ellos enseguida —añadió en voz baja—. Ya sólo tengo que mirar en la cripta a ver si nos hemos olvidado algo.

Entonces Anton comprendió qué era lo que le pasaba a ella.

A él de repente se le había quedado la garganta como estrangulada.

¿Era aquello... la despedida para siempre?

—Nos has ayudado mucho —dijo suavemente ella—. ¡Gracias!

—Bah, lo he hecho a gusto —rechazo el.

Ella le miró con absoluta ternura.

—¿No quieres venir?

—¿Irme? —Anton se apartó de ella extrañado—. ¡No!

Anna bajó los ojos.

—No debería uno desear nunca nada —dijo con voz apenas audible—. Así luego no tiene que llevarse uno la decepción.

—¡Anna! —Estaba allí tan triste y perdida que a Anton le apenaba haberse mostrado reservado con ella—. No quería hacerte daño, de verdad que no. Yo..., ¿sabes?..., es que no quiero convertirme en vampiro, eso es todo... Pero yo te sigo queriendo —añadió apocado.

—Yo a ti también —dijo Anna, y cuando ella le miró ahora la tristeza había desaparecido de sus ojos.

—Y volveremos a vernos..., ¡pronto!

Con una sonrisa que iluminó su cara de dentro a fuera señaló la capa de vampiro que Anton aún tenía en la mano.

—¡Esta se queda contigo! —declaró ella con voz firme—. Como prenda..., ¡de que no nos perderemos el uno al otro!

Luego se dio la vuelta, y antes de que Anton pudiera decir algo se la había tragado la oscuridad.

Como prenda... Casi con devoción Anton acarició la vasta tela llena de desgarrones y agujeros.

De repente la capa había cobrado para él un significado completamente diferente: ya no era una capa de vampiro cualquiera...,

Ahora era como una parte de Anna; y, naturalmente, también de Rüdiger.

Suspirando Anton pensó en los dos vampiros y en su Tour del Ataúd. ¡Ojalá todo saliera bien!

Con tanto cuidado como si la capa fuera algo muy valioso y quebradizo la dobló y la metió debajo de su jersey.

Al hacerlo comprobó asombrado que el olor a moho ya no le molestaba en absoluto. Al contrario: le recordaba a Anna y a Rüdiger.

¡Aquella noche la capa se quedaría debajo de su almohada!

Lentamente y sumergido en pensamientos Anton fue hacia su casa. Todo le parecía de repente tan irreal...: la escalera bien iluminada, el ascensor, incluso la puerta de su propia casa.

Anton respiró profundamente... y luego apretó el botón del timbre.

Notas

[1]
Literalmente «dosig» significa «soñoliento-a»; en sentido figurado puede significar también «bobo-a», «estúpido-a», «imbécil», etc. (N. del T.)

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