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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

El pequeño vampiro y el enigma del ataúd (3 page)

BOOK: El pequeño vampiro y el enigma del ataúd
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No toda la verdad

—Sí, y como eres mi ser humano favorito, te voy a contar ahora de lo que me he enterado sobre la ceguera nocturna de mi tío Igno —oyó decir a Anna.

Ella volvió a inspirar profundamente.

Anton la miró expectante.

—Bueno, pues… —empezó Anna—.

Anoche fui a ver a tía Dorothee y le dije que tenía que saber lo más posible sobre la ceguera nocturna de tío Igno para poder hablar en su favor en la próxima sesión del Consejo de Familia el lunes.

—¿Qué?… ¿Hoy se reúne el Consejo de Familia?

—No, dentro de una semana. Entonces tía Dorothee me confió que tío Igno ha estado débil de los ojos desde siempre. Que era algo característico de la familia Rante…, una especie de ceguera genealógica o algo parecido. Que además él leía mucho. Que ya de niño se pasaba las noches enteras leyendo con la linterna debajo de la tapa del ataúd.

—¿Habéis hablado también del señor Schwartenfeger? —preguntó Anton.

—¿Del señor Schwartenfeger? ¡No!

¿Por qué íbamos a hablar de él?

—¡Es que yo sospechaba que la ceguera nocturna le podía haber venido a Igno Rante por el aparato luminoso del señor Schwartenfeger!

—Tú y tu señor Schwartenfeger —dijo divertida Anna.

—¿
Mi
? ¡Será
vuestro
! —contestó Anton—. ¡Es
Rüdiger
el que está haciendo el programa de entrenamiento con el señor Schwartenfeger! ¡
Yo
sólo estoy preocupado por vosotros!

—¿Sólo preocupado? —dijo Anna frunciendo la boca y con una risita—.

Ya, ya… ¡Lo que estás es celoso!

—¿Celoso yo? ¿Del señor Schwartenfeger acaso? ¿O de su aparato luminoso?

—No. De tío Igno, porque me regala bonitos vestidos y porque quiere hacerse amigo mío. Pero tú con tus celos ves engaños por todas partes.

—¡Efectivamente! —confirmó Anton con gesto hosco—. Por lo que respecta a tu tío Igno sí que veo engaño.

—No te preocupes —dijo Anna muy suave—. ¡Yo nunca te seré infiel ni aunque tío Igno me regale una
fábrica
de vestidos entera!

Aquélla fue para ella la palabra clave: con un movimiento rápido se quitó su capa de vampiro por encima de la cabeza.

Ahora también Anton pudo ver el nuevo vestido. Era lila pálido y le quedaba que ni pintado.

—¿Te gusta el vestido? —preguntó Anna con una sonrisa avergonzada.

Anton asintió.

—Sí —dijo, y no era mentira. El vestido le gustaba bastante…, aunque no para Anna. A ella, en su opinión, le sentaban mucho mejor la vieja y agujereada capa y los leotardos de lana.

Anna pareció notar que Anton no había dicho toda la verdad.

—¿Y cómo me encuentras a

? —preguntó.

—¿A ti?

Pensó qué era lo que debía decir… y entonces se acercaron unos pasos.

—¡Seguro que es mi madre! —susurró sobresaltado Anton.

—¿Tu madre?

En un abrir y cerrar de ojos Anna se puso su capa y se subió al alféizar de la ventana.

—¡Hasta pronto, Anton! —dijo; luego extendió los brazos y salió volando.

Anton se fue corriendo a la ventana y la cerró rapidísimamente…, justo a tiempo, antes de que entrara su madre.

—¿Cómo, no estás en la cama? —exclamó ella.

—No, yo… —dijo Anton regresando a la cama y tapándose con la manta—. Quería activar mi circulación sanguínea —declaró…, recordando las palabras de tía Dorothee en el depósito de agua.

—¿Tu circulación sanguínea? —dijo incisiva su madre—. Cuando el asno se siente demasiado bien se va a bailar al hielo, ¿no?
[3]

—¿Asno? ¿Qué asno? —se hizo el ignorante Anton—. Pero lo de sentirse bien es cierto. Yo creo que ya casi no tengo fiebre. —Señaló el grueso libro negro que había junto a su cama y dijo—: Eso es por estas estupendas historias. ¡Los vampiros me hacen el mismo efecto de una medicina!

Su madre frunció los labios en una sonrisa dubitativa.

—Vamos a esperar a ver qué marca mañana temprano el termómetro —contestó ella—. ¡Bueno, y ahora apaga ya de una vez la luz!

—Ya pensaba hacerlo sin que me lo dijeras —respondió él apretando el interruptor de la lámpara de la mesilla de noche. ¡A oscuras podía pensar mucho mejor en Anna y en el pequeño vampiro!

Pero no consiguió demasiado: apenas se alejaron los pasos de su madre, Anton se quedó dormido.

Tiempo para reflexionar

Pero a la mañana siguiente Anton también tuvo mucho tiempo para reflexionar… y también la cabeza más fría, pues le había bajado la temperatura a 37,8º C.

Mientras estaba en la cama, apoyado en un par de gruesos cojines del sofá, intentó acordarse con la mayor exactitud posible de todo lo que había hablado la noche anterior con Anna y con Rüdiger.

Estaba primero lo del curso intensivo, por el cual el pequeño vampiro (Anton rechinó rabioso los dientes) había cortado su chándal.

Y después, cuando el pequeño vampiro ya se había ido volando con la caja de acuarelas, las pinturas de cera y los lápices de colores de Anton, Anna le había informado de lo que había averiguado sobre Igno Rante.

Aunque… ¡lo de «averiguado» era mucho decir!, pensó Anton ahora. Anna lo único que había hecho había sido ir a tía Dorothee y preguntarla.

Y en opinión de él, Anna se había contentado demasiado pronto con lo que tía Dorothee le había contado.

¿No había que poner en duda aquello de que la ceguera nocturna de Igno Rante era de familia, una «cierta ceguera genealógica», como Anna había dicho?

¿Y qué pasaba con la observación de Anna de que Igno Rante ya desde niño leía mucho?

«Ya de niño se pasaba las noches enteras leyendo con la linterna bajo la tapa del ataúd»… Sí, ésas habían sido aproximadamente las palabras de Anna.

Aquella frase ya le había sonado rara a Anton la noche anterior.

Y ahora, a plena luz del día, le parecía todavía más extraña.

Se bebió una taza de la infusión que su madre le había puesto junto a la cama y se esforzó por aclarar sus pensamientos.

Así pues, Igno Rante tenía que haberse convertido en vampiro cuando era
niño
, exactamente igual que Rüdiger y Anna Von Schlotterstein.

Pero no era aquel hecho lo que sorprendía y confundía a Anton.

No, era la circunstancia de que Igno Rante no
había seguido siendo
un niño, sino que
se había convertido
en un vampiro adulto.

¿Y no le había contestado el pequeño vampiro que es que había muerto cuando era un niño al preguntarle Anton la primera vez que le vio que por qué era tan pequeño? ¿Y Lumpi, también, no tenía que seguir en la pubertad durante toda su vida porque se había convertido en vampiro en sus años de adolescencia?

Anna, por lo que él sabía, era la única de los tres niños-vampiro en la que aún se podía desarrollar alguna cosa: ¡sus dientes de vampiro!

Anton se bebió una segunda taza de la infusión. Ahora tenía que pensar paso a paso; no debía pasar nada por alto; no debía sacar conclusiones precipitadas.

La primera posibilidad consistía en que en realidad Igno Rante sí se hubiera convertido en vampiro siendo ya un
adulto
.

Entonces lo único que habría hecho era darse importancia ante tía Dorothee cuando había afirmado que ya siendo niño leía con la linterna bajo la tapa del ataúd.

Y que Igno Rante era un maestro en el embuste y en la adulación lo había demostrado en el caso de Anna: ¡con los vestidos que le regalaba había conseguido que Anna le cogiera tanto cariño que hasta le llamaba «tío Igno»!

La segunda posibilidad, sin embargo… (aquí a Anton se le quedó parado el corazón durante un segundo…), era que, a pesar de todo, Igno Rante no fuera un auténtico vampiro…

Llegado a aquel punto en sus reflexiones, Anton se sirvió infusión por tercera vez. Su madre había dicho que tomar infusiones era bueno contra la fiebre y la varicela, y además le calmaba los nervios.

Y de hecho, después de tomarse la tercera taza de infusión, a Anton le pareció más bien ridículo lo de que quizá, a pesar de todo, Igno Rante no fuera un auténtico vampiro.

¡Si Igno Rante fuera un ser humano, garantizado que la primera que se habría dado cuenta hubiera sido tía Dorothee! Al fin y al cabo ella era el vampiro más peligroso de la familia Von Schlotterstein. Y a pesar de ello… la aseveración de Igno Rante de que él «ya de niño se había pasado las noches enteras leyendo con la linterna bajo la tapa del ataúd» le había causado a Anton una extraña inquietud. Le parecía como si ya se hubiera desvelado un poco el misterio que rodeaba a Igno Rante…

En ese momento le empezaron a picar terriblemente los granitos de la barbilla…, como para devolverle a Anton a la cruda realidad.

Furioso, pegó un puñetazo en la manta. ¡Si no hubiera cogido aquella asquerosa varicela, hubiera ido ya la tarde anterior en su bicicleta al depósito de agua y hubiera intentado encontrar de nuevo Villa Vistaclara, que era donde Igno Rante (eso lo sabía Anton desde el sábado por la noche) tenía su guarida!

¡Y allí, en Villa Vistaclara, Anton estaba convencido de que se desvelaría completamente el misterio!

Pero con sus cientos de granos de varicela (¿o acaso eran miles?) Anton sólo podía hacer una cosa: ¡esforzarse por estar curado lo más rápidamente posible!

Un experto en árboles

A partir de ese momento Anton fue un paciente verdaderamente ejemplar.

Dormía mucho, leía poco y se bebía sus infusiones. No cedía ni ante los más fuertes picores. En vez de rascarse, donde le picaba se echaba un poco de los polvos que le había recetado la doctora Dösig.

El jueves (el segundo día que no tuvo fiebre), le dejaron levantarse y vestirse. Sí, su madre le propuso incluso ver la televisión en el cuarto de estar.

Pero Anton no hizo uso de aquella inusitada y magnánima oferta. Por un lado, porque la programación de las mañanas no era muy de su agrado y, por otro, porque él tenía previsto hacer algo más importante: cogió el plano de la ciudad y lo desplegó en el suelo del cuarto de estar.

Anton tardó un rato en encontrar el depósito de agua en medio de aquella confusión de calles y plazas. Pasó pensativo el dedo índice por el círculo rojo del plano, que era del tamaño de la cabeza de un alfiler, y bajo el cual, en letras minúsculas, ponía «depósito de agua».

El sábado por la noche tía Dorothee e Igno Rante habían estado sentados delante de la torre y desde allí habían partido hacia la guarida de Igno, acompañados por Anna. Habían atravesado el bosquecillo en dirección norte y luego se habían metido por una de las calles limítrofes. Pero ¿por cuál?

Con la frente fruncida Anton miró el plano de la ciudad. Podían ser tres calles: o la Avenida de los Castaños o la Calle de los Abedules o el Camino de los Álamos.

Cerró los ojos y reflexionó. Posiblemente los nombres eran una referencia, ¿o no?

¡Sí! De repente Anton se acordó de que la calle en la que se encontraba Villa Vistaclara estaba bordeada por grandes árboles, árboles con troncos gruesos y nudosos y copas frondosas.

Delante de su casa también había un árbol parecido y Anton sabía que era un castaño.

Por el contrario, los abedules (eso lo había aprendido en clase de Naturales) tenían un tronco blanco y llamativamente delgado, y los álamos también eran árboles altos y delgados.

Anton contrajo la boca en una risita de aprobación: ¡parecía que era un auténtico experto en árboles! Y no sólo en árboles… Con cierto orgullo pensó que él solito había averiguado en qué calle estaba Villa Vistaclara: ¡en la Avenida de los Castaños!

Al final Anton se apuntó en una hoja las calles por las que tenía que ir para llegar a la Avenida de los Castaños. Le salió una lista bastante larga, y con cada nombre de calle que Anton había ido escribiendo le había ido aumentando la impaciencia.

¡Hubiera querido montarse en su bicicleta en aquel mismo momento!

Pero eso no hubiera sido una buena idea…, aunque sólo fuera por los cotilleos y los chismorreos de los vecinos, con la señora Miesmann a la cabeza.

¡No, le preguntaría a su madre si al día siguiente, viernes, le dejaba dar una vueltecita por los alrededores!

Como Anton esperaba, su madre puso cara de reserva.

—¿Que quieres montar en bicicleta? —dijo ella examinándole de pies a cabeza.

—Bueno, es que…, me gustaría mejorar mi condición física. Me he quedado realmente flojo en los últimos días.

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