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Authors: Noah Gordon

Tags: #Historico, Intriga

El último judío (35 page)

BOOK: El último judío
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La mañana de la prueba, maestro y alumno abandonaron la hacienda a primera hora, cabalgando muy despacio en medio del calor del claro día. Estaban tan nerviosos que apenas hablaron. Ya era demasiado tarde para intentar ampliar los conocimientos de Yonah; habían tenido cuatro largos años para eso.

El ayuntamiento olía a polvo y a muchos siglos de tráfico humano, pero aquella mañana sólo Yonah, Nuño y los dos examinadores estaban allí.

—Señores, tengo el honor de presentaros al señor Ramón Callicó para vuestro examen —dijo serenamente Nuño.

Uno de los examinadores era Miguel de Montenegro, un menudo y severo sujeto de cabello, barba y bigote plateados. Nuño lo conocía desde hacía muchos años y le había asegurado a Yonah que sería muy severo y escrupuloso en sus responsabilidades de examinador, sin dejar por ello de ser justo.

Calca, el otro examinador, los miró con una cordial sonrisa en los labios. Era pelirrojo y lucía una perilla puntiaguda. Vestía una túnica llena de manchas y coágulos de sangre reseca, pus y moco. Nuño ya le había descrito desdeñosamente aquella túnica a Yonah, señalando que era «
el jactancioso anuncio de su oficio
» y había advertido a su pupilo de que Calca había leído a Galeno y poco más, por lo que casi todas sus preguntas versarían en torno a las enseñanzas de Galeno.

Los cuatro tomaron asiento alrededor de la mesa. Yonah pensó que dos décadas y media antes Nuño Fierro se había sentado en aquella estancia para ser examinado, y muchas más décadas antes Juan de Gabriel Montesa había hecho lo mismo en una época en la que un medico aún podía proclamar su condición de judío.

Cada examinador le haría dos tandas de preguntas. Montenegro fue el primero por su mayor antigüedad.

—Con vuestro permiso, señor Callicó. Quisiera que nos hablarais de las ventajas y los inconvenientes de recetar la triaca como antídoto contra las fiebres.

—Empezaré por los inconvenientes —contestó Yonah—, pues son muy pocos y se pueden solventar rápidamente. El medicamento es muy complicado de preparar, pues contiene hasta setenta ingredientes de herboristería, de ahí también que resulte muy caro. Su ventaja principal es la de ser un remedio de comprobada eficacia contra las fiebres, las dolencias intestinales e incluso ciertas formas de envenenamiento…

Yonah notó que se iba relajando mientras pasaba sin dificultad de un punto a otro, tratando de hacer una exposición completa, pero no excesivamente prolija. Montenegro le miraba con aparente satisfacción.

—Mi segunda pregunta se refiere a las diferencias entre las fiebres cuartanas y tercianas.

—Las fiebres tercianas se presentan al tercer día, contando el día de su aparición como el primero. Y las fiebres cuartanas se presentan al cuarto día. Son fiebres que se producen en climas cálidos y húmedos, y suelen ir acompañadas de escalofríos, sudores y una gran debilidad.

—Habéis contestado con rapidez y brevedad. Para curar las almorranas, ¿las eliminaríais con un cuchillo?

—Sólo si no hubiera más remedio. Por regla general, el dolor y las molestias se pueden controlar mediante una dieta sana en la que no se incluyan alimentos picantes, salados o muy dulces. En caso de que se produjeran hemorragias abundantes, se puede aplicar una medicina astringente. Si se hinchan, pero no sangran, se pueden abrir con lanceta o vaciar con sanguijuelas.

Montenegro asintió con la cabeza y se reclinó en su asiento para indicar que ahora le tocaba el turno a Pedro de Calca.

Calca se acarició la barba pelirroja.

—Tened la bondad de hablarnos del sistema galénico de patología humoral —dijo, repantigándose en su asiento.

Yonah respiró hondo. Estaba preparado.

—Su origen fueron ciertas ideas de la escuela hipocrática modificadas por otros primitivos filósofos médicos, especialmente Aristóteles. Galeno forjó con sus ideas una teoría, según la cual todas las cosas se componen de cuatro elementos: fuego, tierra, aire y agua, que a su vez dan lugar a cuatro cualidades: calor, frío, sequedad y humedad. Cuando los alimentos y la bebida penetran en el cuerpo, el calor natural de éste los cuece y los transforma en cuatro humores: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. El aire corresponde a la sangre, que es húmeda y cálida; el agua a la flema, que es húmeda y fría; el fuego a la bilis amarilla, que es seca y cálida; y la tierra a la bilis negra, que es seca y fría.

—Galeno escribió que una parte de estas sustancias es transportada por la sangre para alimentar los distintos órganos del cuerpo, mientras que el resto se excreta como residuo. Decía que las proporciones en las que se combinan las cualidades en el cuerpo son muy importantes. Una mezcla ideal de las cualidades da lugar a una persona sana. Una cantidad excesiva o escasa de un humor altera el equilibrio y provoca la enfermedad.

Calca volvió a juguetear con su perilla, acariciándola repetidamente.

—Habladnos del calor innato y del
pneuma
.

—Hipócrates y Aristóteles y posteriormente Galeno escribieron que el calor del interior del cuerpo es la esencia de la vida. El calor interior está alimentado por el
pneuma
, un espíritu que se forma en la sangre purísima del hígado y es transportado por las venas. Pero es invisible. Su…

—¿Cómo sabéis que es invisible?

«
Porque, hasta ahora, hemos diseccionado las venas y los órganos de tres cadáveres y Nuño sólo me ha mostrado tejidos y sangre, diciendo que no podíamos ver nada que pudiera llamarse el pneuma.
» Era un necio; Calca se daría cuenta de que la única persona que podía saberlo era alguien que hubiera abierto un cuerpo y hubiera sido testigo de ello. Por un instante, el terror se apoderó de sus cuerdas vocales.

—Es… algo que he leído.

—¿Dónde lo habéis leído, señor Callicó? Si no me equivoco, jamás he oído decir si es posible ver el
pneuma
.

Yonah hizo una pausa.

—No lo he leído en Avicena ni en Galeno —contestó, como si estuviera tratando de hacer memoria—. Creo que lo leí en Teodorico Borgognoni.

Calca le miró fijamente.

—Muy cierto —dijo Miguel de Montenegro—. Así es. Recuerdo haberlo leído en Teodorico Borgognoni —añadió mientras Nuño Fierro asentía con la cabeza.

Calca también asintió con un gesto.

—Borgognoni, naturalmente.

En su segunda tanda de preguntas, Montenegro le pidió a Yonah que comparara el tratamiento de un hueso fracturado con el de una dislocación. Los examinadores escucharon su respuesta sin hacer ningún comentario y después Montenegro le pidió que enumerara los factores necesarios para disfrutar de buena salud.

—Aire puro, comida y bebida, sueño para reparar las fuerzas corporales y vigilia para ejercitar los sentidos, moderado ejercicio físico para expulsar los residuos y las impurezas, eliminación de los desechos y alegría suficiente para que el cuerpo pueda prosperar.

—Decidnos cómo se propaga la enfermedad durante una epidemia —dijo Calca.

—Los cuerpos en descomposición o las fétidas aguas de los pantanos forman unas miasmas venenosas. El calor y el aire húmedo preñado de corrupción despiden unos olores nocivos que, cuando son respirados por las personas sanas, pueden infectar y provocar la enfermedad en sus cuerpos. Durante las epidemias, hay que exhortar a los sanos a que se alejen lo bastante como para que el viento no arrastre las miasmas hasta ellos.

A continuación, Calca se acarició repetidamente la barbita pelirroja y le hizo una rápida serie de preguntas acerca de la orina:

—¿Qué significa el color amarillento de la orina?

—Que contiene cierta cantidad de bilis.

—¿Y cuando la orina es del color del fuego?

—Contiene mucha bilis.

—¿Y si es de color rojo oscuro?

—En alguien que no ha comido azafrán, significa que contiene sangre.

—¿Y si la orina presenta sedimento?

—Es un indicio de la debilidad interna del paciente. Si el sedimento parece salvado y huele mal, significa que los conductos están ulcerados. Si el sedimento contiene sangre descompuesta, significa que existe un tumor flemático.

—¿Y cuando se observa arena en la orina? —preguntó Calca.

—Significa que hay un cálculo o una piedra.

—Me doy por satisfecho —anunció Calca tras una pausa.

—Yo también. Un excelente candidato que es un fiel reflejo de su maestro —observó Montenegro, al tiempo que sacaba de un estante el gran volumen municipal encuadernado en cuero. Anotó en él los nombres de los examinadores y del proponente, y escribió que el señor Ramón Callicó de Zaragoza había sido examinado y debidamente aceptado y autorizado a ejercer como médico el día 17 de octubre del
anno domini
de 1506.

Durante el camino de vuelta, maestro y alumno cabalgaron sentados con indolencia en sus sillas de montar, riéndose alegremente como niños o como borrachos.

—¡Creo que lo leí en Teodorico Borgognoni! ¡Creo que lo leí en Teodorico Borgognoni! —dijo Nuño en tono de chanza.

—Pero ¿por qué me respaldó el señor Montenegro?

—Miguel de Montenegro y yo hicimos juntos varias disecciones cuando éramos más jóvenes. Estoy seguro de que comprendió de inmediato por qué razón hablabas con tanta seguridad del aspecto del interior del cuerpo.

—Se lo agradezco; creo que he tenido suerte.

—Sí, has tenido suerte, pero tu actuación te honra.

—He sido muy afortunado con mi preceptor, maestro —sonrió Yonah.

—Ya no tienes que llamarme maestro, pues ahora somos colegas —dijo Nuño, pero Yonah sacudió la cabeza.

—Hay dos hombres con los que siempre estaré en deuda —declaró—. Ambos se llaman Fierro y siempre serán mis maestros.

CAPÍTULO 31

Una dura jornada de trabajo

Pocas semanas después del examen, Nuño le traspasó a Yonah vanos de sus pacientes. Día a día, Yonah se iba sintiendo cada vez más seguro.

A finales de febrero, Nuño le dijo que estaba a punto de celebrarse en Zaragoza la reunión anual de los médicos de Aragón.

—Conviene que asistas a la reunión; tienes que conocer a tus colegas —le dijo a Yonah.

Ambos organizaron sus actividades de tal forma que pudieran asistir a la reunión.

Cuando llegaron a la posada, encontraron a siete médicos bebiendo vino y comiendo pato asado aderezado con ajo. Pedro de Calca y Miguel de Montenegro los saludaron cordialmente, y Nuño se alegró de poder presentar a Yonah a los otros cinco médicos de la zona. Cuando terminaron de comer, Calca disertó acerca del papel del pulso en la enfermedad. A Yonah le pareció que la disertación no estaba muy bien preparada y le preocupó que uno de los hombres que lo había examinado pronunciara una conferencia tan deficiente. Pero, cuando Calca terminó, los demás médicos patearon el suelo aparentemente complacidos y, al preguntar éste si alguien tenía alguna pregunta, nadie se atrevió a levantarse.

Yonah se había quedado de una pieza al oír que Calca decía que había tres clases de pulso: el fuerte, el débil y el irregular. ¿Y silo contradigo?, se preguntó, dolorosamente consciente de su falta de experiencia. Aun así, no pudo resistir la tentación y levantó la mano.

—¿Sí, señor Callicó? —dijo Calca con expresión burlona.

—Quisiera añadir, mejor dicho, señalar… que, según Avicena, existen nueve clases de pulso. El primero de ellos, es un pulso pausado y regular, que es señal de un saludable equilibrio. Otro pulso regular todavía más fuerte que es señal de un corazón pujante. Un pulso débil que es justo lo contrario y denota falta de fuerza. Y distintas variedades de debilidad, uno largo y otro corto, uno angosto y otro ancho, uno superficial y otro profundo.

Al terminar, observó consternado que Calca lo estaba mirando con rabia. Después advirtió que Nuño, sentado a su lado, trataba de levantarse con gran esfuerzo.

—Cuánto me alegro de que, en nuestra reunión, tengamos a un nuevo médico recién salido del estudio de los libros y a un curtido profesional que sabe muy bien que, en el tratamiento cotidiano de los pacientes, la experiencia y la sabiduría duramente adquirida simplifican las reglas de nuestro arte.

Se oyeron unas risas y unos renovados pateos mientras Calca, ablandado por las palabras de Nuño, esbozaba una sonrisa. Yonah sintió que la sangre le encendía las mejillas mientras volvía a sentarse.

Al llegar a casa, protestó sin poder contenerse.

—¿Cómo habéis podido hablar así, sabiendo que Calca estaba equivocado y yo tenía razón?

—Porque Calca es justo la suerte de hombre capaz de acudir a la Inquisición y acusar a un compañero de herejía en caso de que éste le provoque en demasía, cosa que todos los médicos presentes en la reunión han comprendido de inmediato —contestó Nuño—. Rezo para que llegue el día en que en nuestra España un médico pueda discutir y discrepar públicamente de otro con impunidad y seguridad, pero este día aún no ha llegado y no ha de llegar mañana.

Yonah comprendió que había sido un necio y se disculpó en voz baja con su maestro, dándole las gracias. Nuño no se había tomado el incidente a la ligera.

—Viniste a mí sabiendo los peligros que corrías por causa de tu religión. Tienes que andarte con cuidado con ciertos aspectos de nuestro oficio que podrían provocar un desastre. —De repente, el anciano médico miró con una sonrisa a Yonah—. Además, no fuiste enteramente preciso en tus observaciones. En las páginas traducidas del Canon que me has dado, Avicena dice que hay diez clases de pulso distintas… ¡pero después sólo enumera nueve! También escribe que las sutiles diferencias entre los pulsos sólo son útiles para los médicos expertos. Muy pronto descubrirás que esta descripción sólo se puede aplicar a muy pocos de los hombres con quienes hoy hemos compartido el pan.

Tres semanas más tarde, Nuño sufrió un grave ataque. Estaba subiendo a su habitación cuando un intenso y repentino dolor en el pecho lo dejó debilitado y jadeando, de tal forma que tuvo que sentarse para no sufrir una peligrosa caída. Yonah había salido a visitar a unos pacientes y se encontraba en el establo, desensillando el tordo árabe, cuando una alterada Reyna abrió la puerta.

—Está muy grave —le dijo Reyna, y Yonah corrió a la casa con ella.

Entre los dos consiguieron acostar a Nuño en la cama, donde éste, empapado en sudor, empezó a enumerar los síntomas con la voz entrecortada por el esfuerzo, como si estuviera examinando a un paciente y le estuviera dando una lección a Yonah.

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