Elminster en Myth Drannor (49 page)

BOOK: Elminster en Myth Drannor
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Elminster sintió un nudo en la garganta, y se alzó junto con todos los demás para unirse a lo que ya escuchaba resonar por las calles. Por todo Cormanthor, todos los elfos y semielfos se habían puesto a cantar; el mismo cántico exaltado e involuntario que había sonado durante el nacimiento del Mythal, agudo, radiante, hermoso y sobrenatural. Y, mientras los cantores se volvían para abrazarse entre sí maravillados, todos los rostros estaban anegados en lágrimas.

—Sí —musitó lord Bruma Matinal, los ojos fijos en algo distante. Los criados desviaron la mirada de su rostro inexpresivo al de su esposa. Un torrente de lágrimas resbalaba por la cara de ésta y se escurría por su barbilla, mientras se inclinaba hacia su señor.

—¿Por qué? —lloriqueó frenética—. ¿Por qué no acuden los magos?

Los criados intercambiaron miradas ansiosas, sin atreverse a responder. Entonces Nelaeryn Bruma Matinal se elevó de sus manos solícitas como arrebatado por una fuerza invisible. Ithrythra lanzó un chillido, pero sus alaridos se transformaron en sollozos de alegría al cabo de un momento, cuando su señor abrió los ojos y exclamó:

—¡Sí! ¡Por fin! ¡La gloria ha llegado a Cormanthor!

Su voz resonó como una trompeta mientras se cernía en el aire sobre ellos, y llamas azules brotaban de sus ojos. Bajó los ojos hacia ellos.

—Oh, Ithrythra —llamó—, ven y comparte esto conmigo. ¡Venid todos vosotros! —Extendió las manos y se escucharon exclamaciones de asombro cuando los criados de los Bruma Matinal se vieron alzados por los aires con infinita suavidad por un poder sobrecogedor, para unirse con el hombre cuyas risas resonaron, entonces, como trompas triunfales.

Nlaea se removió en los brazos del jardinero, y emitió un leve sonido de satisfacción. El elfo bajó los ojos, resbaló en el sendero, y estuvo a punto de dejarla caer.

—¡Cuidado! —le espetó lady Alaglossa Tornglara a su lado, al tiempo que sus robustos brazos los enderezaban a él y a su carga.

Nlaea volvió a moverse, desperezándose casi voluptuosamente, y de improviso su peso desapareció. El jardinero se tambaleó, perdido el equilibrio por su repentina desaparición, y fue a chocar contra un arbusto de galamathra.

—¡Nlaea! —chilló Alaglossa aterrorizada—. ¡Nlaea!

Su doncella giró sobre sí misma en el aire y le sonrió.

—Tranquilizaos, señora —dijo en tono quedo, y llamas azuladas parecieron centellear en sus ojos mientras hablaba—. Cormanthor ha quedado coronado por fin.

Y, en tanto que su criada flotaba sobre ella, lady Alaglossa cayó de rodillas sobre el sendero y empezó a orar entre un torrente de lágrimas de alegría.

Galan Goadulphyn miró a su alrededor con incredulidad. Por todas partes se veían elfos que flotaban por los aires, y se escuchaban risas y lloros, lloros de alegría. Por todas partes se alzaban gritos de júbilo. ¿Es que todo Cormanthor se había vuelto loco a la vez?

Se encaminó presuroso hacia una mansión ricamente amueblada cuya puerta permanecía abierta. Bueno, pues si todo el mundo iba a enfrascarse en celebraciones, tal vez no notarían la pérdida de algunas chucherías.

Estaba casi en el interior cuando unos dedos firmes lo agarraron por la oreja izquierda. Se soltó de un tirón y giró en redondo, sacando una daga.

—¿Quién...? —rugió... y se quedó mudo de asombro.

La dama que algunos habían considerado la más hermosa y letal de todo Cormanthor le sonreía casi como en un sueño mientras flotaba en la entrada, envuelta en un fuego azulado que revoloteaba por sus extremidades.

—Vaya, Galan —le dijo Symrustar Auglamyr llena de satisfacción—, me complaces enormemente. ¡Y pensar que por fin has dejado atrás el robo, y has venido a las casas de los mythdrannores para compensarlos con joyas por todo lo que les has robado!

—¿Qué? —El rostro del ladrón se contorsionó lleno de incredulidad—. ¿Compensar? ¿Mythdrannores?

Aquello fue lo último que dijo antes de que unos labios llameantes descendieran sobre los suyos... y las gemas empezaran a volar fuera de sus botas como avispas enfurecidas que abandonan el nido, para desperdigarse por el luminoso aire de Myth Drannor.

La salida de la luna sobre Myth Drannor esa primera noche fue una ocasión de alegría. Se hicieron sonar los cuernos y tañeron las arpas en una deliciosa algarabía, como si los festivales y festejos de todo un año se hubieran reunido en una única celebración frenética. Gracias al silencioso e invisible tejido maravilloso que revestía la ciudad como un escudo abovedado, todos aquellos que no habían sido capaces de volar antes podían hacerlo ahora, sin necesidad de conjuros o artículos mágicos. El aire estaba repleto de elfos que reían y se abrazaban. El vino fluía alegremente, y se forjaban compromisos matrimoniales con apasionado desenfado. La luna estaba llena y brillante, y se filtraba a través del techo partido de la Sala de la Corte en un torrente de luminosidad.

Una dama elfa penetró sola en la vacía estancia, las zapatillas enjoyadas moviéndose por el aire encima de las losas manchadas de sangre. Los bordes de su muy escotado vestido centelleaban con una impresionante cascada de gemas, y sobre el pecho refulgían los diamantes con la forma de dos dragones en descenso. Tan sólo los mechones blancos y grises de sus sienes traicionaban su edad mientras avanzaba sinuosamente en medio de la quietud, hasta llegar por fin al punto donde un montoncito de cenizas descansaba en el brillante charco de luz de luna.

Las contempló en silencio un buen rato; la respiración acelerada de su pecho era la única diferencia entre ella y una estatua. Los restos de una canción flotaron al interior por la hendidura del techo sobre su cabeza cuando un grupo de elfos jubilosos pasó volando por encima, y la silenciosa dama apretó los puños con tanta fuerza que manó sangre allí donde sus largas uñas taladraron las palmas.

Lady Sharaera Starym levantó la hermosa cabeza para mirar a la luna que flotaba en lo alto, aspiró con fuerza, bajó los ojos hacia lo poco que quedaba de su Uldreiyn, y dijo con ferocidad:

—¡El Mythal debe caer, y Elminster debe ser destruido!

Únicamente los fantasmas estaban allí para escucharla.

En la época en que se colocó el Mythal, algunos de los elfos de Cormanthor consideraban que abrir el reino a otras razas era una equivocación. Estoy seguro de que algunos todavía lo piensan.

Hubo algunas disputas y disturbios sin importancia entonces, como siempre ocurre en el alumbramiento de cualquier cosa nueva que no sea una criatura viva, pero nada que deba inquietar demasiado a trovadores o sabios. Cuestión de unas cuantas espadas, un puñado de hechizos, y algunas palabras irreflexivas, seguidas por una fiesta. En resumen, fue muy parecido a aquello que los héroes humanos dan en llamar «aventuras».

Elminster el Sabio

De un discurso a una reunión de arpistas

en el Salón de la Medianoche,

Berdusk

Año del Arpa

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