En el principio fue la línea de comandos (6 page)

BOOK: En el principio fue la línea de comandos
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Sustituyan hardware por sistemas operativos, y Apple por Microsoft y verán cómo lo mismo está a punto de suceder de nuevo. Microsoft domina el mercado de sistemas operativos, lo cual les reporta ingresos y parece una gran idea de momento. Pero hay sistemas operativos mejores y más baratos, y están haciéndose cada vez más populares en partes del mundo que no están tan saturadas de ordenadores como los EE.UU. Dentro de diez años, puede que la mayoría de los usuarios de ordenador del mundo acabe por tener estos sistemas operativos más baratos. Pero estos sistemas operativos, de momento, no ejecutan ninguna aplicación de Windows, y así esta gente acabará usando otra cosa.

Por expresarlo de forma más directa: cada vez que alguien decide usar un sistema operativo que no es de Microsoft, la división de sistemas operativos de Microsoft obviamente pierde un cliente. Pero, tal como están las cosas, la división de aplicaciones de Microsoft también pierde un cliente. No es para tanto, dado que casi todo el mundo usa sistemas operativos de Microsoft. Pero en cuanto la cuota de mercado de Windows empiece a disminuir, las matemáticas van a ponerse bastante torvas para los de Redmond.

Podría replicarse a este argumento diciendo que Microsoft sencillamente podría recompilar sus aplicaciones para que pudieran ejecutarse en otros sistemas operativos. Pero esta estrategia va contra los instintos corporativos normales. El caso de Apple resulta de nuevo instructivo. Cuando las cosas empezaron a ponerse feas para Apple, debieron haber llevado su sistema operativo a un hardware barato. Pero no lo hicieron. Por el contrario, trataron de hacer que su brillante hardware diera lo más posible de sí, añadiendo nuevas posibilidades y expandiendo la línea de productos. Pero esto sólo tuvo el efecto de hacer su sistema operativo más dependiente de esas características especiales del hardware, lo cual al final resulta peor para ellos.

Igualmente, cuando la posición de Microsoft en el mundo de los sistemas operativos se vea amenazada, sus instintos corporativos les dirán que apilen más posibilidades en sus sistemas operativos, y luego reconfiguren sus aplicaciones de software para explotar esas posibilidades especiales. Pero esto sólo tendrá el efecto de hacer que sus aplicaciones dependan de un sistema operativo con una cuota de mercado decreciente, y al final será peor para ellos.

El mercado de los sistemas operativos es una trampa letal, un pozo de brea, una ciénaga. Sólo hay dos motivos para invertir en Apple y en Microsoft. 1) Cada una de estas compañías está en lo que llamaríamos una relación de co-dependencia con sus clientes. Los clientes quieren creer, y Apple y Microsoft saben cómo darles lo que quieren. 2) Cada compañía trabaja muy duro para añadir nuevas posibilidades a sus sistemas operativos, lo cual tiene el efecto de asegurar la lealtad de sus clientes, al menos durante un tiempo.

En consecuencia, la mayor parte del resto de este ensayo tratará sobre estos dos temas.

La tecnosfera

Unix es el único sistema operativo que queda cuya interfaz gráfica (un montón de código llamado X Window System
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) está separado del sistema operativo en el antiguo sentido del término. Es decir, que puedes ejecutar Unix en puro modo de línea de comandos si quieres, sin ventanas, iconos, ratones, etc., y seguirá siendo Unix y capaz de hacer todo lo que se supone que hace Unix. Pero los demás sistemas operativos —MacOS, la familia Windows y BeOS— tienen sus GUI enmarañadas con las anticuadas funciones del sistema operativo en tal grado que han de ejecutarse en modo GUI o no se ejecutan verdaderamente. Así que ya no es posible pensar en las GUI como en algo distinto del sistema operativo; ahora forman una parte inalienable de los sistemas operativos a los que pertenecen —y son, con mucho, la parte mayor, más cara y difícil de crear.

Sólo hay dos modos de vender un producto: precio y funcionalidades. Cuando los sistemas operativos son gratuitos, las compañías de sistemas operativos no pueden competir mediante el precio, así que compiten mediante las funcionalidades. Esto significa que siempre tratan de superarse unos a otros escribiendo código que, hasta hace poco, no se consideraba parte de un sistema operativo en absoluto: cosas como las GUI. Esto explica en gran medida el comportamiento de estas compañías.

Explica por qué Microsoft añadió un navegador a su sistema operativo, por ejemplo. Resulta fácil obtener navegadores gratuitos, igual que sistemas operativos gratuitos. Si los navegadores son gratuitos y los sistemas operativos son gratuitos, pareciera que no hay modo de hacer dinero con los navegadores ni con los sistemas operativos. Pero si puedes integrar un navegador en un sistema operativo y así llenar ambos de nuevas funcionalidades, ya tienes un producto vendible.

Dejando a un lado, de momento, el hecho de que esto cabrea de verdad a los abogados antimonopolio del gobierno, esta estrategia tiene sentido. Al menos, tiene sentido si se asume (como parece hacer la dirección de Microsoft) que el sistema operativo ha de ser protegido a cualquier precio. La verdadera cuestión es si cada moda tecnológica nueva que aparezca ha de usarse como muleta para sostener la posición dominante del sistema operativo. Al enfrentarse al fenómeno de la Web, Microsoft tuvo que desarrollar un navegador web realmente bueno, y lo hicieron. Pero entonces tuvieron que elegir: podían hacer que ese navegador funcionara en múltiples sistemas operativos, lo cual daría a Microsoft una posición fuerte en el mundo de Internet con independencia de lo que le pasara a la cuota de mercado de su sistema operativo. O podían integrar el navegador con el sistema operativo, apostando a que esto haría que su sistema operativo pareciera tan moderno y atractivo que ayudaría a conservar su dominio en ese mercado. El problema es que cuando la posición del sistema operativo Windows empiece a venirse abajo (y dado que actualmente es de cerca del noventa por ciento, no puede sino descender) arrastrará todo tras de sí.

En la clase de geología del instituto probablemente les enseñaran que toda la vida sobre la Tierra existe en una delgada capa llamada biosfera, que existe entre miles de kilómetros de roca muerta por debajo, y frío espacio vacío, muerto y radiactivo, por encima. Las compañías que venden sistemas operativos existen en una especie de tecnosfera. Por debajo está la tecnología que ya es gratuita. Por encima está la tecnología que todavía ha de ser desarrollada, o que es demasiado disparatada y especulativa para ser explotada de momento. Como la biosfera de la Tierra, la tecnosfera es muy fina comparada con lo que tiene por encima y por debajo.

Pero se mueve mucho más rápido. En diversas partes del mundo, es posible visitar ricas capas fósiles en las que hay esqueletos apilados, los más recientes encima y los más antiguos debajo. En teoría, todos se remontan a los primeros organismos unicelulares. Y si se usa la imaginación un poco, uno se dará cuenta de que, si se queda ahí el tiempo suficiente, también quedará fosilizado, y con el tiempo algún organismo más avanzado quedará fosilizado encima tuyo.

El registro fósil —La Brea Tar Pits
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— de la tecnología software es Internet. Cualquier cosa que aparezca allí se puede tomar de forma gratuita (posiblemente ilegal, pero gratuita). Los ejecutivos de compañías como Microsoft tienen que acostumbrarse a la experiencia —impensable en otras industrias— de invertir millones de dólares en el desarrollo de nuevas tecnologías, tales como navegadores web, y luego ver cómo aparece en Internet el mismo software, o un software equivalente, dos años, un año, o incluso pocos meses después.

Al seguir desarrollando nuevas tecnologías y añadiendo posibilidades a sus productos, pueden mantenerse un paso por delante del proceso de fosilización, pero algunos días deben de sentirse como mamuts atrapados en La Brea, usando todas sus energías para salir adelante, una y otra vez, escapando de la pegajosa brea caliente que quiere cubrirles y engullirles.

La supervivencia en esta biosfera requiere colmillos fuertes y pies que puedan pisotear en un extremo de la organización, y Microsoft es famosa por tenerlos. Pero pisotear a los otros mamuts en la brea sólo puede mantenerte vivo cierto tiempo. El peligro es que, con su obsesión por mantenerse fuera de las capas fósiles, estas compañías olviden lo que hay por encima de la biosfera: el ámbito de la nueva tecnología. En otras palabras, deben seguir con sus armas primitivas y bastos instintos competitivos, pero también han de desarrollar cerebros potentes. Parece ser que esto es lo que está haciendo Microsoft con su departamento de investigación, que contrata a personas inteligentes por doquier. (Y aquí debo mencionar que, aunque conozco y me relaciono con varias personas del departamento de investigación de esa compañía, nunca hablamos de negocios, y no tengo ni idea de qué demonios están haciendo. He aprendido mucho más sobre Microsoft usando el sistema operativo Linux de lo que habría aprendido usando Windows).

Da igual cómo hiciera antes dinero Microsoft; hoy en día, hace dinero gracias a una especie de arbitraje temporal.
Arbitraje
, en el sentido habitual, significa hacer dinero aprovechándose de las diferencias en los precios de algo en diferentes mercados. En otras palabras, es espacial y se basa sobre el hecho de que el árbitro sabe por qué tecnologías pagará dinero la gente el año que viene, y cuánto tardarán esas tecnologías en volverse gratuitas. Lo que el arbitraje espacial y temporal tienen en común es que ambos pivotan sobre la información extremadamente buena del árbitro; información sobre los gradientes de precios en un momento dado en un caso, sobre los gradientes de precios a lo largo del tiempo en un lugar dado en el otro.

Así que Apple/Microsoft ofrecen nuevas posibilidades a sus usuarios casi a diario, con la esperanza de que un flujo constante de genuinas innovaciones técnicas, combinadas con el fenómeno del «quiero creer» impedirá que sus clientes miren al otro lado de la carretera, hacia los sistemas operativos, mejores y más baratos, que tienen disponibles. La cuestión es si esto tiene sentido a largo plazo. Si Microsoft es adicta a los sistemas operativos como Apple lo es al hardware, entonces se apostarán la camisa por sus sistemas operativos, y vincularán todas sus nuevas aplicaciones y sistemas operativos a ellos. Su supervivencia dependerá entonces de estas dos cosas: añadir más posibilidades a sus sistemas operativos, de tal modo que sus clientes no se pasen a las alternativas más baratas, y mantener la imagen que, de algún modo misterioso, les da a estos clientes la sensación de que obtienen algo a cambio de su dinero.

Este último es un fenómeno cultural verdaderamente extraño e interesante.

La cultura de la interfaz

Hace unos años
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entré en una tienda cualquiera y me encontré con la siguiente escena: cerca de la entrada había una pareja joven frente a un gran mostrador de cosméticos. El hombre sostenía estólidamente una cesta de la compra en las manos mientras su compañera arramblaba con productos de maquillaje del mostrador y los apilaba en la cesta. Desde entonces siempre he pensado en ese hombre como la personificación de una interesante tendencia humana: no sólo no nos ofenden las imágenes manufacturadas sino que nos gustan. Prácticamente insistimos en ello. Estamos ansiosos por ser cómplices de nuestro propio engaño: por pagar dinero por el pase a un parque temático, votar a un tipo que obviamente nos está mintiendo o permanecer de pie sosteniendo la cesta que se llena de cosméticos.

Hace poco estuve en Disney World, concretamente en la parte llamada el Reino Mágico, caminando por Main Street USA. Esta es la perfecta pequeña ciudad victoriana y cuca que lleva al castillo Disney. Había mucha gente; nos abríamos camino más que caminábamos. Justo delante mío había un hombre con una videocámara. Era una de esas nuevas videocámaras en las que, en vez de mirar por un visor, contemplas una pantalla plana en color del tamaño de un naipe, que televisa en directo lo que quiera que la cámara esté grabando. Sostenía el aparato cerca de la cara, de tal modo que le tapaba la vista. En vez de ir a ver una pequeña ciudad de verdad gratis, había pagado dinero por ver una falsa, y en vez de verla a simple vista estaba contemplándola por televisión.

Y en vez de quedarme en casa y leer un libro, yo le estaba mirando a él.

La preferencia de los estadounidenses por las experiencias mediadas resulta bastante obvia, y no voy a dar la murga con ello. Ni siquiera voy a hacer comentarios desdeñosos acerca de ello —después de todo, yo estaba en Disney World como cliente de pago—. Pero claramente está relacionado con el colosal éxito de las GUI, así que tengo que hablar algo acerca de ello. A los de Disney se le dan mejor que a nadie las experiencias mediadas. Si entendieran qué son los sistemas operativos, y por qué los usa la gente, aplastarían a Microsoft en uno o dos años.

En la sección de Disney World llamada el Reino Animal hay una nueva atracción, que se supone abrirá en marzo de 1999, llamada el Viaje por la Jungla del Maharajá. Lo habían abierto como anticipo cuando yo estuve allí. Es una reproducción completa, piedra a piedra, de una hipotética ruina en las junglas de la India. Según decían, fue construida por un rajá local en el siglo XVI como reserva de caza. El rajá iba allí con sus principescos huéspedes a cazar tigres de Bengala. Con el paso del tiempo, quedó abandonada y la ocuparon los tigres y los monos; finalmente, en torno a la época de la independencia de la India, se convirtió en una reserva natural del gobierno, ahora abierto a los visitantes.

El lugar se parece más a lo que he descrito que ningún edificio real que se pueda encontrar en la India. Todas las piedras en los muros derrumbados tenían el aspecto de haber sido desgastados por las lluvias monzónicas durante siglos, la pintura de las paredes está descascarillada y apagada y los tigres de Bengala se mueven entre las columnas rotas. Allí donde se podrían realizar reparaciones modernas en la antigua estructura, se han hecho, pero no como las llevarían a cabo los ingenieros de la Disney, sino ahorrativos encargados indios, con bambú y barras herrumbrosas. La herrumbre está pintada, claro, y protegida de la herrumbre auténtica por una capa de plástico transparente, pero no se nota a menos que uno se agache.

En cierto punto se puede caminar junto a un muro de piedra con una serie de desgastados frisos antiguos esculpidos. Un extremo del muro se ha derrumbado y caído a tierra, quizás debido a algún terremoto largo tiempo olvidado, y uno o dos paneles tienen anchas suras, pero la historia sigue siendo legible: primero, el caos primordial lleva a la creación de muchas especies animales. Luego, vemos el Árbol de la Vida rodeado de diversos animales. Esta es una alusión obvia al enorme Árbol de la Vida que domina el centro del Reino Animal de Disney, igual que el Castillo domina el Reino Mágico o la Esfera domina Epcot. Pero está hecho en un estilo históricamente correcto, y probablemente engañaría a cualquiera que no tuviera un doctorado en historia del arte indio.

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