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Authors: Gabriel Rolón

Tags: #Amor, Ensayo, Psicoanálisis

Encuentros (El lado B del amor) (3 page)

BOOK: Encuentros (El lado B del amor)
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Por eso aclaro —me parece pertinente— que todo lo que diga en este libro, proviene de las reflexiones de un analista que desea pensar junto a ustedes y, movido por sus propias inquietudes, habla y escucha a partir de la teoría y la práctica psicoanalítica. Y nuestras posibles diferencias no van a surgir sólo por cuestiones religiosas o concepciones de otras ciencias, sino que dentro de la misma psicología vamos a tener posturas totalmente enfrentadas a la hora de pensar qué es un paciente y cómo se trabaja, en qué dirección, cuáles de sus palabras son relevantes y cuáles no, si nos adentramos en su historia o nos dedicamos a observar su comportamiento presente.

Por eso, por un compromiso de honestidad intelectual, siempre es bueno esclarecer desde qué lugar alguien está hablando y admitir con respeto que hay otras maneras de concebir los mismos temas.

¿Psicólogo o psicoanalista?

Pero una vez planteado esto, seguramente muchos se estarán preguntando si es lo mismo consultar a un analista que a un psicólogo que trabaja con otra técnica. Y la respuesta es que no es lo mismo.

Pero entonces, y dado que un paciente no tiene por qué conocer las diferentes técnicas, ¿cómo puede alguien saber cuál es la técnica que mejor se adapta en su caso particular, si un analista, o un sistémico, o un cognitivo? Y de hecho, ésta es una consulta bastante habitual.

La respuesta es que no tiene por qué saberlo ya que, como dice el psicoanalista argentino Juan David Nasio en su libro
Un psicoanalista en el diván
, «lo realmente importante es la persona del terapeuta». Las cuestiones teóricas y técnicas son motivo de discusión interna entre psicólogos y no deben ser una preocupación para el paciente.

Podríamos pensar en una analogía entre la psicología y la medicina, y decir que, así como dentro de la medicina hay diferentes especialidades y, aunque todos son médicos, no es lo mismo un cardiólogo que un oftalmólogo, algo parecido ocurre con la psicología; se puede ser psicólogo clínico y tener la especialidad como psicoanalista, conductista, sistémico o gestáltico, por nombrar sólo algunas. Y, así como un hematólogo presta atención a ciertos aspectos de un paciente y no a otros, lo mismo ocurre con los psicólogos. Aunque debo decir que para ser analista, teóricamente, ni siquiera sería necesario ser psicólogo. Pero ése ya es otro tema.

Lo que quiero transmitir es la idea de que si alguien fuera y hablara de su vida ante distintos profesionales, utilizando incluso las mismas palabras, ha de saber que no va a escuchar lo mismo un analista que un conductista. Y no sólo no van a escuchar lo mismo sino que, seguramente, no pondrán el acento en la misma parte del discurso. Me permito un ejemplo para ilustrar lo que digo.

Cierta vez me dijo un paciente, al cual en mi libro
Historias de diván
llamé Darío, la siguiente frase: «Yo tuve una infancia muy feliz. Mis padres siempre fueron muy unidos y mi sueño como hombre es tener algún día una mujer y familia como la de mi papá». Pues bien, hay muchas maneras de escuchar esa frase según en dónde ponga el acento el terapeuta.

Alguien podría decir: bueno, este paciente tuvo una infancia feliz, con unos padres que fueron muy unidos, de modo que, en lo referente a los sistemas familiares, parece que todo está bien. Hay que buscar por otro lado.

Otro podría escuchar que manifiesta un anhelo de armar una familia como la que él tuvo y tiene alguna dificultad con este tema y preguntarse cuáles de sus conductas lo desvían de este anhelo, para ver cómo actuamos para corregir esas actitudes.

Un tercer terapeuta podría apoyarse en esa familia fuerte e idealizada para construir desde allí algo que haga al bienestar de ese paciente.

Yo, como analista, no escuché nada de eso. Y aclaro que fue mi escucha, porque no todos los analistas escuchamos lo mismo, tampoco. Pero lo que yo escuché es que ese paciente «sueña con tener algún día una mujer como la de su papá». Y la mujer de su papá, es su mamá. Es decir que hay un deseo que se pone de manifiesto en sus palabras y que él ni siquiera percibe. Y me adelanto a las objeciones que podrían surgir argumentando que no es eso lo que el paciente quiso decir. Ya sé que su voluntad fue transmitir otra cosa, pero justamente eso es lo que dice la teoría psicoanalítica: que no es el sujeto el que hace uso del lenguaje, sino que es el lenguaje el que utiliza al sujeto para decir otra cosa diferente de la que él quiere decir. Y es, precisamente, a ese más allá de la voluntad del paciente a lo que, a diferencia de otras técnicas, le presta atención un analista. No al sentido que voluntariamente le quiso dar alguien a sus palabras, sino a lo que las palabras le hicieron decir aun en contra de su voluntad.

Este paciente adulto, Darío, tiene una cuestión erótica muy fuerte con la madre que no es capaz de concientizar, lo dice claramente, pero no lo escucha. Y si esto es así, quiere decir que su infancia probablemente no haya sido tan feliz como él cree, ya que los impulsos sexuales dirigidos a sus padres, típicos de los primeros años de vida, no han sido resueltos, lo cual pone en jaque la veracidad de toda la frase.

Pero entonces si lo que dice no provino de su voluntad, de su decisión, ¿de dónde surge eso que decimos sin querer decir?

Los recuerdos reprimidos
(o decir lo que no se quiso decir)

Alguien había dicho en aquel primer encuentro que el Inconsciente era algo así como un extraño que vive dentro de nosotros y nos impulsa a hacer cosas que no queremos hacer. Yo agregaría que también nos hace decir cosas que no queremos decir, y aquí nos encontramos con la segunda formulación del concepto de Inconsciente. Lo que llamamos Inconsciente Dinámico.

Nombramos también a la Represión. Pues bien, este segundo inconsciente, a diferencia del primero, está relacionado con ese concepto de Represión, que también es algo de lo que se habla mucho, pero por lo general de un modo erróneo. Digo esto porque es común escuchar frases del estilo de «no te reprimas», sobre todo en amigas que aconsejan actitudes relajadas u hombres que a las cuatro de la mañana quieren convencer a una mujer para que haga lo que ella ya ha decidido hacer hace dos horas.

Pero esto de lograr, merced a un pedido o un consejo, que alguien voluntariamente elija reprimir o no, es imposible porque la represión es un mecanismo de defensa inconsciente. No actúa porque alguien decida usarlo sino que sucede sin que nuestra voluntad tenga nada que ver con esto.

Cité algunas líneas arriba un texto de Freud que explica un poco cómo se da este proceso.

¿Cómo actúa la Represión?
(sueños, chistes y todo lo demás)

Supongamos que en algún momento de nuestra vida, ante una situación determinada, surge alguna idea, alguna representación mental que resulta intolerable y amenaza con producir una ruptura del equilibrio psíquico y emocional, entonces se la reprime. Esto ocurre sin que nos demos cuenta. No es que esa persona diga: «en este momento estoy reprimiendo». No. Simplemente, a esa idea traumática se le prohíbe el acceso a la conciencia sin que el sujeto sepa nada de eso.

Pero eso que no pudo ganar un lugar en nuestro pensamiento no desaparece para siempre, sino que queda en el Inconsciente. Pero ya no se trata de un Inconsciente como el anterior, el Descriptivo, del que podíamos disponer cuando quisiéramos. Porque estos recuerdos están reprimidos y entonces no podemos traerlos a la consciencia voluntariamente, ya que hay una fuerza que no los deja pasar y los mantiene en ese territorio oscuro y desconocido.

«Tanto mejor —podría decir alguien— así no molesta y no vuelve nunca más.» Pero esto no funciona así y muchas veces esos recuerdos retornan, aunque deban hacerlo de un modo disfrazado. Pongo un ejemplo.

Imaginen que una chica adolescente les presenta a sus padres el muchacho con el que sale. Un chico con barba, desprolijo, algo sucio y de malos modos. Cuando quedan a solas, los padres le dicen a su hija que ese chico no les gusta y que no quieren que lo vea nunca más. Pero ella mantiene la relación en secreto. Pasan los años y llega el momento en el cual los jóvenes se quieren casar. La joven, entonces, presenta al muchacho ya sin barba, bien vestido, limpio y educado. Entonces los padres la abrazan emocionados y le dicen: «Este sí. No lo vas a comparar con el otro mamarracho que nos presentaste hace cinco años». Es el mismo hombre, pero su imagen dista mucho de aquella que motivó su expulsión y los padres no pueden relacionar a un joven con el otro.

De un modo análogo, cuando algo de lo que fue expulsado de la consciencia quiere volver, debe disfrazarse. A estos disfraces, los analistas los llamamos «Formaciones del Inconsciente» y, aunque el término es teórico, todos las conocen. ¿O acaso nunca escucharon hablar de un sueño o de un chiste?

Esas son las maneras disfrazadas en las que algo puede volver del Inconsciente. También puede tomar la forma de lo que llamamos un lapsus, un acto fallido o, como suele ocurrir, de un síntoma que hace sufrir al sujeto.

Justamente, uno de los trabajos del análisis es desenmascarar ese recuerdo y para ello contamos con la asociación libre del paciente y las intervenciones del analista; que no necesariamente son interpretaciones, como suele pensarse, ya que la interpretación es sólo una de las tantas formas que tiene un analista de intervenir. También puede preguntar, señalar o quedarse en silencio.

Muchos, al pensar en un analista, tienen el estereotipo del profesional que no habla y sólo dice: «Ajá». Bromean con eso y creen que es algo fácil y que nos encanta quedarnos callados durante toda la sesión. Se equivocan. No saben lo difícil que resulta eso a veces. Porque el silencio del analista es un silencio diferente. Es un silencio activo que el profesional decide sostener para que la sesión no se convierta en una conversación entre pares.

Incluso hay pacientes que al principio se resisten al diván porque dicen que necesitan mirar al otro a los ojos cuando hablan. Esos pacientes requieren de tiempo para adaptarse a la técnica y comprender que el análisis no es un diálogo, sino un modo de relación diferente del habitual.

Pero mejor sigamos adelante, ya que no es la intención detenernos en los detalles de la técnica psicoanalítica. Apenas si quiero dejar algunas herramientas que seguramente nos van a servir más adelante, cuando pensemos en los temas que giran en torno al amor.

No obstante, antes de eso me gustaría terminar con la idea de lo que es el Inconsciente. Porque todavía no hemos dicho nada acerca del Inconsciente Estructural, tal vez el más difícil de aceptar y de entender.

El susurro del Inconsciente
(o ese ruido de fondo)

Para acercarnos en algo a un concepto tan complejo, me tomo de una frase de Freud que dice que «todo lo reprimido es Inconsciente, pero no todo lo Inconsciente es reprimido». ¿Qué quiere decir con eso? Que en el Inconsciente no están sólo aquellas cosas que expulsamos por dolorosas o traumáticas, sino que hay algo más, algo anterior a esto. Un Inconsciente diferente, que nació Inconsciente y que siempre lo será por más análisis que uno haga. Es decir, que hay un límite a la interpretación del analista. Que el psicoanálisis mismo no escapa al hecho de que todo no se puede. Esto es lo que solemos nombrar como «Castración», que es otra manera de hablar de la aceptación de la falta.

Pero pongamos un ejemplo para ilustrar el concepto de Inconsciente Estructural.

Cierta vez mi madre estaba mirando por el balcón de su casa que da a una calle muy transitada, y me dice: «hijo, mirá ese inconsciente».

Me asomé y vi que un hombre cruzaba la calle en medio de un tránsito feroz, con el semáforo en rojo y leyendo el diario. Y mi madre, que nunca leyó a Freud ni se analizó jamás, se dio cuenta de que allí había un acto peligroso del que el sujeto no se daba cuenta. Que ese hombre ponía en riesgo su vida, y por qué no, la de los demás, sin tener consciencia de eso.

Bueno, allí tenemos en acción al Inconsciente Estructural, al que también denominamos Ello, aunque se vive de un modo tan extranjero que Lacan prefirió llamarlo Eso. Una fuerza que nos impulsa a ir en busca de aquello que puede causarnos dolor. Y éste es un Inconsciente que jamás se hará consciente, porque no puede volver a la consciencia algo que nunca estuvo. Es un Inconsciente, digámoslo así, con el que se nace. Por eso es estructural.

Recuerdo que una paciente, promediando una sesión, me dijo una frase muy interesante. Estaba hablando de su relación con los hombres, de su dificultad para tener pareja, y en medio de su alocución me dice: «yo no sé por qué siempre me engancho con tipos casados».

Esa frase fue dicha por alguien que se analiza, y como tal, dice más de lo que cree decir.

Les propongo un juego. Desarmemos la frase corriendo el punto de lugar a ver qué pasa. Y vemos que lo primero que la paciente dice es: «YO». Es decir que el tema tiene que ver con ella, lo cual es la condición necesaria para poder trabajar desde el psicoanálisis cualquier problemática: que el paciente se involucre.

Si corremos un poco más el punto hacia la derecha, nos dice: «yo NO SÉ».

Allí hay un planteo interesante de lo que se experimenta como un desconocimiento. Algo que viene de un lugar otro, ajeno. Y allí, la paciente no sabe. En realidad, diría citando a Freud, aún no sabe que sabe.

Pero sigamos adelante. «Yo no sé POR QUÉ».

Es decir que hay un porqué, aunque ella lo desconozca, está reconociendo que hay un motivo para esto que hace.

Ahora viene, para nosotros los analistas, la frutilla del postre: «yo no sé por qué SIEMPRE».

Y digo eso porque aquí aparece esa palabra que instala la presencia del Inconsciente Estructural: Siempre. O nunca, lo mismo da. Palabras que hacen alusión a que el paciente no lo puede evitar. Le pasa siempre, o no lo logra nunca. Allí está actuando esa fuerza que lo arrasa y no le deja elección posible. En esa repetición inevitable, vemos la presencia de Eso.

Pero, ya que estamos, terminemos con la frase: «yo no sé por qué siempre ME ENGANCHO CON TIPOS CASADOS».

La paciente no dice que es su destino, que tiene mala suerte, que la felicidad no fue hecha para ella. No. Dice que es ella la que se engancha, es decir que asume que tiene responsabilidad en esto que le ocurre. Ese es otro punto fundamental para poder avanzar con el análisis.

Vemos cómo en esa frase pronunciada como al pasar la paciente ha dicho mucho: que el tema le incumbe, que no sabe de dónde viene pero que este comportamiento tiene un porqué que ella desconoce, que esto le ocurre siempre y no lo puede evitar, por ende, que es un síntoma del que sufre, que ella tiene que ver con eso que le pasa y que es algo que la lleva a una situación que le causa dolor.

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