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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Fundación y Tierra (2 page)

BOOK: Fundación y Tierra
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—Pero seguramente tiene que haber algunos documentos. Mi buen amigo Pelorat recoge mitos y leyendas de la primitiva Tierra; todo lo que puede extraer de cualquier fuente. Es su profesión y, más importante aún, su hobby. Conoce todos los mitos y leyendas. Pero no tiene testimonios escritos, documentos.

—¿Documentos de veinte mil años atrás? Estas cosas se estropean, perecen, son destruidas por la falta de cuidado o por la guerra.

—Pero tendría que haber alguna referencia al respecto; copias, copias de copias, copias de copias de copias; materiales útiles que tengan mucha menos de veinte mil años. Sin embargo, han desaparecido. «La Biblioteca Galáctica» de Trantor tuvo que poseer documentos concernientes a la Tierra. Se hace referencia a ellos en relatos históricos bien conocidos, pero los documentos ya no están allí. Las referencias sobre ellos existen, mas no hay ninguna cita tomada de aquéllos.

—Debes recordar que Trantor fue saqueada hace unos cuantos siglos.

—Pero la Biblioteca se conservó intacta. El personal de la Segunda Fundación la protegió. Y fue aquel mismo personal el que descubrió recientemente que el material relativo a la Tierra no existía. Había sido sacado de allí deliberadamente en tiempos recientes. ¿Por qué? —Trevize dejó de pasear y miró fijamente a Dom—. Si encuentro la Tierra, descubriré lo que se esta ocultando…

—¿Ocultando?

—Ocultando o siendo ocultado. En cuanto descubra eso, tengo la impresión de que sabré por qué he preferido Gaia y la Galaxia a nuestra individualidad. Entonces, supongo, sabré, no sentiré, que tengo razón —añadió, encogiéndose de hombros—, no habrá más que hablar.

—Si eso es lo que sientes —dijo Dom—, si sientes que debes buscar la Tierra, desde luego te ayudaremos en todo lo que podamos. Sin embargo, esa ayuda será limitada. Por ejemplo, «yo-nosotros-Gaia» no sabemos dónde puede ser localizada la Tierra entre el inmenso enjambre de mundos que constituyen la Galaxia.

—Aun así —dijo Trevize—, debo buscarla. «Aunque el número infinito de estrellas de la galaxia haga que la empresa parezca desesperada, y deba realizarla yo solo.»

Trevize se hallaba rodeado por el tranquilo ambiente de Gaia. La temperatura, como siempre, era suave y el aire soplaba agradablemente, fresco pero no frío. Algunas nubes surcaban el cielo, interrumpiendo los rayos del sol de vez en cuando, y era seguro que, si el grado de humedad descendía por debajo de lo normal en algún lugar, habría lluvia suficiente para restablecer el nivel normal.

Los árboles crecían regularmente espaciados, como en un huerto, y lo propio debían hacer en todas partes. La tierra y el mar estaban poblados de animales y plantas vivos en número adecuado y de las variedades más convenientes para producir un correcto equilibrio ecológico, y todos ellos aumentaban o decrecían numéricamente, en una lenta oscilación alrededor del nivel óptimo. Lo mismo ocurría con el número de seres humanos.

De todos los objetos que Trevize podía abarcar con la mirada, lo único chocante era su nave, la
Far Star
.

Algunos de los habitantes humanos de Gaia habían limpiado y restaurado la nave con eficacia; abasteciéndola de comida y bebida; renovando o sustituyendo sus accesorios, y comprobando sus aparatos mecánicos debidamente. El propio Trevize había examinado el ordenador de la nave con sumo cuidado.

Ésta no necesitaba repostar por ser una de las pocas naves gravíticas de la Fundación funcionando con la energía del campo gravitatorío general de la galaxia, el cual era suficiente para abastecer todas las flotas posibles de la humanidad durante todas las eras de su probable existencia, sin perder sensiblemente intensidad.

Tres meses atrás, Trevize había sido nombrado consejero de Términus. En otras palabras, era miembro de la Legislatura de la Fundación y, de derecho, uno de los hombres importantes de la galaxia. ¿Hacía sólo tres meses? Tenía la sensación de que había pasado en ese puesto la mitad de los treinta y dos años de su vida, y su única preocupación había sido saber si el gran «Plan Seldon» había sido válido o no; si el auge de la Fundación, que de aldea planetaria había pasado a la grandeza galáctica, había sido o no debidamente proyectado de antemano.

Sin embargo, en ciertos sentidos, no había existido ningún cambio. Él continuaba siendo consejero. Su posición y sus privilegios seguían inalterados, aunque no esperaba volver a Términus para reclamarlos. No se adaptaría al enorme caos de la Fundación, más de lo que se adaptaba al orden tranquilo de Gaia. Se hallaba incómodo en todas partes, como un huérfano en cualquier lugar.

Apretó las mandíbulas y pasó los dedos con irritación por sus negros cabellos. Antes de perder el tiempo lamentando su destino, debía encontrar la Tierra. Si sobrevivía a la búsqueda, tendría tiempo más que suficiente para sentarse y llorar. Tal vez encontrase entonces mejores razones para hacerlo.

Con resuelta impasibilidad, recordó…

Hacía tres meses que él y Janov Pelorat, el capacitado e ingenuo erudito, habían abandonado Términus. Pelorat se había sentido impulsado por su entusiasmo por lo antiguo a descubrir la situación de la Tierra perdida, y Trevize le había seguido, empleando la meta de Pelorat como pretexto para lo que él creía que era su verdadero y propio objetivo. No encontraron la Tierra, pero sí Gaia, y entonces Trevize se había visto obligado a tomar su decisión crucial.

Ahora, era él, Trevize, quien había dado media vuelta y estaba buscando la Tierra.

En cuanto a Pelorat, él, también, había encontrado algo que no esperaba: a la joven Bliss, de ojos y cabellos negros, que era Gaia, lo mismo que lo era Dom y que lo eran todos los granos de arena o briznas de hierba. Pelorat, con ese ardor peculiar de la edad madura, se había enamorado de una mujer a la que sobrepasaba el doble de años, y el joven, aunque resultase extraño, parecía corresponderle.

Era extraño…, pero Pelorat se sentía feliz sin duda, y Trevize pensó con resignación que cada persona debía encontrar la felicidad a su manera. Ésa era la característica de la individualidad, una individualidad que Trevize, por su propia elección, aboliría (si tenía tiempo) en toda la galaxia.

El dolor retornó. La decisión que había tomado, que había tenido que tomar, seguía lastimándole en todo momento, y estaba…

—¡Golan!

La voz interrumpió los pensamientos de Trevize, el cual miró de cara al sol y pestañeó.

—Ah, Janov —dijo afectuosamente, tanto más cuanto que no quería que Pelorat adivinase la amargura de sus pensamientos. Incluso consiguió mostrarse jovial—. Veo que has conseguido despegarte de Bliss.

Pelorat movió la cabeza. La suave brisa agitó sus sedosos cabellos blancos, y la cara larga y solemne conservó toda su solemnidad.

—En realidad, viejo amigo, fue ella quien sugirió que te buscase, para hablarte sobre…, sobre algo que quiero discutir. Desde luego, la idea no fue mía, pero ella parece pensar con más rapidez que yo.

Trevize sonrió.

—Está bien, Janov. Supongo que has venido o despedirte.

—Bueno, no exactamente. En realidad, más bien es lo contrario. Golan, cuando tú y yo salimos de Términus, yo estaba empeñado en encontrar la Tierra. He pasado casi toda mi vida adulta dedicado a esa tarea.

—Y yo la continuaré, Janov. Ahora, la tarea es mía.

—Si, pero mía también; todavía lo es.

—Entonces… —Trevize levantó un brazo en un vago ademán que parecía abarcar el mundo que los rodeaba.

—Quiero ir contigo —dijo Pelorat, en un súbito tono de apremio. Trevize se quedó estupefacto.

—No puedes hablar en serio, Janov. Ahora tienes a Gaia.

—Volveré a Gaia algún día, pero no puedo dejar que vayas solo.

—Claro que puedes. Sé cuidar de mi mismo.

—No lo tomes como una ofensa, Golan, pero no sabes lo bastante, soy yo quien conoce los mitos y las leyendas. Puedo guiarte.

—¿Y dejarás a Bliss? ¡Vamos, hombre!

Pelorat se sonrojó ligeramente.

—No quiero hacer exactamente eso, viejo amigo; pero ella dijo.:

Trevize frunció el ceño.

—Entonces, ¿es ella la que trata de librarse de ti, Janov? Me prometió…

—No, no lo comprendes. Escúchame, Golan, por favor. Siempre tienes la costumbre de sacar conclusiones antes de oír de qué se trata. Es tu especialidad, ya lo sé, y creo que a mí me resulta difícil expresarme con concisión, pero…

—Bueno —dijo Trevize en tono amable—, dime exactamente qué es lo que Bliss tiene entré ceja y ceja, explícamelo de la forma que te parezca mejor, y te prometo que tendré paciencia.

—Gracias, y ya que me has prometido tener paciencia, creo que puedo decírtelo sin andarme con rodeos. Bliss desea venir también.

—¿Que Bliss desea venir? —preguntó Trevize—. Creo que voy a estallar de nuevo. Pero no, no estallaré. ¿Por qué querría Bliss venir con nosotros? Dímelo, Janov. Te lo pregunto con toda calma.

—No me lo ha dicho. Quiere hablar contigo.

—Entonces, ¿por qué no ha venido ella?

—Creo…, digo creo… —tartamudeó Pelorat—, que tiene la impresión de que tú no la aprecias, Golan, y no se atreve a dirigirse a ti directamente. Yo he hecho todo lo posible para convencerla de que no tienes nada en contra suya. Creo que nadie puede pensar mal de ella. Sin embargo, quiso que yo te plantease el tema, por decirlo así. ¿Puedo contestarle que estás dispuesto a verla, Golan?

—Por supuesto. La veré ahora mismo.

—¿Y serás razonable? Mira, viejo, está muy interesada en ello. Me dijo que era una cuestión vital y que ella debía ir contigo.

—¿No te explicó la razón?

—No, pero si cree que debe ir, Gaia debe ir.

—Lo cual significa que no puedo negarme. ¿No es así, Janov?

—Sí, creo que no puedes, Golan.

Por primera vez durante su breve estancia en Gaia, Trevize entró en la casa de Bliss, que ahora daba cobijo a Pelorat también.

Miró a su alrededor brevemente. En Gaia, las casas tendían a ser sencillas. Con la casi total ausencia de tiempo tempestuoso, con la temperatura siempre suave en esa latitud particular, incluso con las placas tectónicas deslizándose suavemente cuando debían hacerlo, no hacía falta construir casas extremadamente sólidas para la protección de sus moradores, ni para mantener un ambiente confortable dentro de otro incómodo. Todo el planeta era una casa, por así decirlo, diseñada para albergar a sus habitantes.

La casa de Bliss, dentro de aquel hogar planetario, era pequeña; las ventanas tenían cortinas en vez de cristales, y los muebles escasos y bellamente utilitarios. Había imágenes ológrafas en las paredes; una de ellas de Pelorat, con un aire bastante asombrado y cohibido. Trevize frunció los labios, pero trató de disimular sus ganas de reír, ajustándose el cinto con meticulosidad.

Bliss lo observaba. No sonreía a su manera acostumbrada. Más bien parecía seria, muy abiertos los bellos ojos negros y caídos los cabellos en suaves ondas negras sobre los hombros. Sólo sus gordezuelos labios, pintados de rojo, daban un poco de color a su semblante.

—Gracias por venir a verme, Trev.

—Janov me lo ha pedido con singular empeño, Bliisenobiarella.

Bliss sonrió brevemente.

—Bien contestado. Si quieres llamarme Bliss, que es un discreto monosílabo, yo trataré de llamarte por tu nombre completo, Trevize —dijo, tropezando, de forma inapreciable, en la segunda sílaba. Trevize levantó la mano derecha.

—Sería un buen arreglo. Conozco la costumbre gaiana de emplear partes monosílabas del nombre en el común intercambio de ideas; por consiguiente, si me llamas Trev, de vez en cuando, no me ofenderé. Sin embargo, sería preferible que tratases de llamarme Trevize siempre que pudieses, y yo te llamaría Bliss.

Trevize la observó, como hacía siempre que se encontraba con ella. Como individuo, era una joven de poco más de veinte años. En cambio, como parte de Gaia, tenía un milenio. Eso no influía en su aspecto, pero si en la manera como hablaba a veces y en la atmósfera que la rodeaba inevitablemente. ¿Deseaba él que fuese así en todos los seres existentes?

¡No! Claro que no, y sin embargo…

—Iré al grano —dijo Bliss—. Tú manifestaste tu deseo de encontrar la Tierra…

—Hablé de ello a Dom —repuso Trevize, resuelto a no confiar a Gaia sus puntos de vista sin una insistencia tenaz.

—Si, pero al hablar a Dom, hablaste a Gaia y a todo lo que forma parte de ella; a mí, por ejemplo.

—¿Oíste lo que decía?

—No, pues no estaba escuchando; pero si prestase atención en lo sucesivo, podría recordar lo que dijeses. Por favor, acepta esto y sigamos adelante. Recalcaste tu deseo de encontrar la Tierra e insististe en su importancia. Yo no la veo, pero tú tienes el aplomo de los que están en lo cierto, y, por esto, «yo-nosotros-Gaia» debemos aceptar lo que dices. Si la misión es crucial para ti en lo concerniente a Gaia, es de crucial importancia para Gaia; por consiguiente, Gaia debe ir contigo, aunque sólo sea para tratar de protegerte.

—Cuando dices que Gaia debe venir conmigo, quieres decir que tú debes venir conmigo. ¿No es así?.

—Yo soy Gaia —repuso Bliss simplemente.

—Pero también lo es todo lo demás de este planeta. ¿Por qué tienes que ser tú? ¿Por qué no cualquier otra porción de Gaia?

—Porque Pel desea acompañarte, y si él va contigo, no se sentiría dichoso con cualquier porción de Gaia que no fuese yo misma.

Pelorat, que estaba sentado en una silla discretamente en otro rincón (vuelto de espalda, observó Trevize, a su propia imagen), dijo suavemente:

—Es verdad, Golan. Bliss es mi porción de Gaia.

Bliss sonrió de pronto.

—Parece bastante emocionante que la consideren a una de esta manera. Bastante exótico, desde luego.

—Bueno, veamos —dijo Trevize, cruzando las manos detrás de la cabeza y echándose atrás en su silla. Las dos finas patas crujieron, por lo que decidió que la silla no era lo bastante sólida para aquel juego y dejó que volviese a descansar en su posición normal—. ¿Seguirías siendo parte de Gaia si saliese de aquí?

—No necesariamente. Por ejemplo, podría aislarme si creyese estar en peligro de recibir algún daño grave, para que éste no alcanzase a Gaia, o si tuviese alguna otra razón importante para ello. Pero eso es válido sólo para casos de emergencia. En general, seguiré siendo parte de Gaia.

—¿Incluso si saltamos a través del hiperespacio?

—Incluso entonces, aunque eso complicaría un poco las cosas.

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