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Authors: Jon Krakauer

Tags: #Relato

Hacia rutas salvajes (32 page)

BOOK: Hacia rutas salvajes
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EPÍLOGO

El último recuerdo triste todavía me acecha y a veces me envuelve como si fuera una neblina, aislándome de la luz del sol y enfriando el entusiasmo de los momentos más felices. He sentido alegrías tan grandes que no puedo describirlas con palabras y penas en las que ni siquiera me atrevo a pensar. Y cuando pienso en todo ello, me digo: escala si quieres, pero recuerda que el coraje y la fuerza no son nada sin la prudencia, y que un descuido momentáneo puede destruir la felicidad de toda una vida. No hagas nada con precipitación; vigila cada paso que des, y, desde el principio, piensa en cuál puede ser el final
.

EDWARD WHYMPER,

Scrambles Amongst the Alps

Dormimos con la música del tiempo; despertamos, si alguna vez lo hacemos, con el silencio de Dios. Y entonces, cuando abrimos los ojos a orillas del tiempo increado, cuando la deslumbrante oscuridad se abre paso a través de las lejanas colinas del tiempo, llega la hora de apartar cosas como nuestra razón o nuestra voluntad; llega la hora de regresar a casa
.

No existen los hechos, sino los pensamientos y el complicado vaivén del corazón, el lento aprendizaje sobre dónde, cuándo y a quién amar. El resto sólo son habladurías e historias para los tiempos venideros
.

ANNIE DILLARD,

Holy the Firm

El helicóptero se eleva sobre la ladera del monte Healy. Cuando la aguja del altímetro llega a los 1.500 metros, superamos una cresta de un color fangoso, la tierra cae abruptamente y por el parabrisas de plexiglás aparece una extensión inconmensurable de colinas y bosques. A lo lejos se divisa la Senda de la Estampida, una línea tenue y sinuosa que corta el paisaje de este a oeste.

Billie McCandless viaja en el asiento delantero, y Walt y yo en el trasero. Han transcurrido 10 meses desde que Sam McCandless apareció en la puerta de la casa de Chesapeake Beach para comunicar al matrimonio que Chris había fallecido. Han decidido que ha llegado el momento de visitar el lugar donde su hijo encontró la muerte, de verlo con sus propios ojos.

Walt se ha pasado los últimos 10 días en Fairbanks. Tiene un contrato con la NASA para desarrollar un sistema de radar aerotransportado que permita a las misiones de rescate localizar en un radio de miles de hectáreas a la redonda los restos de aviones estrellados. Lleva un tiempo distraído, irritable y nervioso. Billie llegó a Alaska hace dos días y me confesó que su marido no había encajado demasiado bien la idea de visitar el autobús. Sorprendentemente, ella afirma sentirse calmada y dice que estaba deseando realizar este viaje desde hace tiempo.

Tomar un helicóptero obedece a un cambio de planes de última hora. Billie ardía en deseos de viajar por tierra y seguir la Senda de la Estampida tal como lo hizo Chris. Con esta finalidad, se puso en contacto con Butch Killian, el minero de Healy que asistió al levantamiento del cadáver, quien accedió a llevarlos al autobús en su vehículo todoterreno. Sin embargo, el día anterior a la partida, Killian los llamó para decirles que el río Teklanika todavía estaba demasiado crecido; le preocupaba que fuera peligroso atravesarlo, incluso en su Argo anfibio de ocho ruedas. De ahí que hayamos tomado un helicóptero.

El aparato vuela a una altura de 600 metros sobre el veteado tejido verde que forman los bosques de piceas y los tremedales, desplegados como una alfombra sobre la superficie irregular. El Teklanika semeja una larga cinta marrón que alguien hubiera arrojado de manera despreocupada por encima del terreno. Cerca de la confluencia de dos arroyos menores, se reconoce un objeto que emite un brillo que no puede ser natural: el antiguo autobús de la línea 142 de Fairbanks. Hemos cubierto en 15 minutos una distancia que Chris tardó cuatro días en recorrer a pie.

El helicóptero se posa con estrépito en el calvero, el piloto apaga el motor y los tres saltamos a tierra. Un momento después, el aparato despega de nuevo sostenido por el huracán de su rotor y quedamos envueltos en un silencio marmóreo. Mientras Walt y Billie permanecen a diez metros del autobús, sin hablar, con la mirada en el extraño vehículo, un trío de arrendajos gorjea en un álamo temblón cercano.

—Es más pequeño de lo que pensaba —dice por fin Billie—. Me refiero al autobús. —Luego se vuelve para contemplar los alrededores y comenta—: ¡Qué lugar tan bonito! Es increíble lo mucho que me recuerda Colorado. ¡Oh, Walt, es igual que la península Superior! Chris debió de sentirse encantado por estar aquí.

—No tengo muchas razones para que Alaska me guste, ¿no te parece? —responde Walt con ceño—. Pero es verdad que el lugar tiene cierta belleza. Comprendo que Chris se sintiera atraído por él.

Durante media hora Walt y Billie caminan en silencio alrededor del desvencijado vehículo, pasean sin ninguna prisa por la orilla del río Sushana y dan una vuelta por los bosques cercanos.

Billie se decide por fin a entrar en el autobús. Cuando Walt regresa del arroyo, se la encuentra sentada en el colchón donde murió Chris, observando el aspecto lamentable del interior del vehículo. Permanece un buen rato mirando en silencio las botas de su hijo colocadas debajo de la estufa, las inscripciones que garabateó en las paredes, su cepillo de dientes. Sin embargo, hoy no llora. Mientras revuelve los objetos que están encima de la mesa, descubre una cuchara con un motivo floral característico en el mango.

—¡Walt, mira! Es de la cubertería de plata que teníamos en la casa de Annandale. —En la parte delantera, coge los vaqueros remendados y raídos que cuelgan del tronco apoyado en la caldera de la estufa, cierra los ojos y los aprieta contra su rostro—. Huelen —dice dirigiéndose a su marido con una sonrisa de dolor—. Todavía tienen el olor de Chris. —Después de una larga pausa en la que es perceptible la lucha que mantiene consigo misma, afirma como si hablara sola—: Tuvo que tener mucho valor y ser muy fuerte para no suicidarse.

Billie y Walt entran y salen varias veces del autobús durante las dos horas siguientes. En el interior de la puerta Walt coloca una sencilla placa conmemorativa con una inscripción. Billie deposita en el suelo un ramo que ha hecho con azaleas silvestres, acónitos y pequeña ramas de picea. Debajo de la cama, en la parte trasera del autobús, deja también una maleta con un botiquín de primeros auxilios, latas de comida y otros artículos de primera necesidad, junto con una nota que insta a quien la lea a llamar a sus padres «lo antes posible». La maleta también contiene una Biblia que perteneció a Chris de pequeño, pese a que Billie comenta:

—No rezo desde el día en que lo perdí.

Walt está pensativo y no habla demasiado, pero parece más tranquilo que los días anteriores.

—No sabía cómo iba a reaccionar —admite señalando al autobús—. Sin embargo, estoy contento de haber venido.

Dice que esta visita lo ha ayudado a comprender mejor las razones por las que el chico viajó a Alaska. Hay muchas cosas de Chris que todavía lo desconciertan y le resultan inexplicables, pero ahora se siente un poco menos confuso. Está agradecido, aunque sólo sea por este pequeño rayo de luz.

—Es reconfortante saber que Chris estuvo aquí —explica Billie—, saber que pasaba el tiempo junto a este río, que permaneció en este calvero. En todos los sitios que hemos visitado en los últimos tres años siempre nos preguntábamos si Chris habría estado allí. Era terrible no saber nada, nada en absoluto. Mucha gente me ha dicho que admiraba a Chris por lo que intentaba hacer. Si estuviera vivo, les daría la razón. Pero no vive y no podemos hacer nada para que vuelva a estar con nosotros. Es algo que no puedes cambiar. La mayor parte de las cosas pueden cambiarse, pero ésta no. No sé si algún día podré superarlo. No pasa un solo día sin que recuerde el momento en que se fue. Es una herida que siempre está ahí. Unos días son mejores que otros, pero tendré que vivir con ello.

De repente, el estrépito del helicóptero rompe la quietud del lugar. Dibuja una espiral en el cielo y aterriza sobre una mata de hierbas de san Antonio. Subimos. El aparato se eleva y luego se mantiene inmóvil en el aire durante unos segundos antes de ladearse a toda velocidad hacia el sureste. Por unos minutos, el techo del autobús continúa siendo visible entre los árboles raquíticos. El brillo blanco se hace cada vez más pequeño en aquel océano de verdor, hasta desaparecer.

AGRADECIMIENTOS

Escribir este libro habría sido imposible sin la inestimable ayuda que he recibido de la familia McCandless. Me siento profundamente en deuda con Walt McCandless, Billie McCandless, Carine McCandless, Sam McCandless y Shelly McCandless García por haberme permitido acceder sin restricciones a los escritos, cartas y fotografías de Chris, y por haber mantenido largas conversaciones conmigo. Ninguno de ellos intentó ejercer el menor control sobre el contenido o el enfoque del libro, pese a saber que la publicación de una parte del material podría representar una experiencia dolorosa. Por petición expresa de la familia, el 20% de los derechos de autor generados por la venta de
Hacia rutas salvajes
se destinará a una beca escolar en memoria de Chris McCandless.

Quiero manifestar mi mayor agradecimiento a Doug Stumpf, que adquirió el manuscrito para Villard Books/Random House, y a David Rosenthal y Ruth Fecych, que lo editaron con gran cuidado y competencia profesional después de la prematura partida de Doug. Deseo agradecer también la ayuda recibida en Villard Books/Random House por parte de Annik LaFarge, Adam Rothberg, Dan Rembert, Dennis Ambrose, Laura Taylor, Diana Frost, Deborah Foley y Abigail Winograd.

Este libro empezó como un reportaje para la revista
Outside
. Me gustaría dar las gracias a Mark Bryant y a Laura Hohnhold por haberme encargado el artículo y haberlo revisado tan cuidadosamente. Adam Horowitz, Greg Cliburn, Kiki Yablon, Larry Burke, Lisa Chase, Dan Ferrara, Sue Smith, Will Dana, Alex Heard, Donovan Webster, Kathy Martin, Brad Wetzler y Jacqueline Lee también colaboraron en el reportaje.

Deseo hacer extensivo mi reconocimiento a Linda Mariam Moore, Roman Dial, David Roberts, Sharon Roberts, Matt Hale y Ed Ward por haberme proporcionado valiosos consejos y críticas; también a Margaret Davidson, que diseñó los espléndidos mapas del libro, y a John Ware, mi agente literario, sin parangón en la profesión.

Asimismo, debo dejar constancia de las aportaciones realizadas por Dennis Burnett, Chris Fish, Eric Hathaway, Gordy Cucullu, Andy Horowitz, Kris Maxie Gillmer, Wayne Westerberg, Mary Westerberg, Gail Borah, Rod Wolf, Jan Burres, Ronald Franz, Gaylord Stuckey, Jim Gallien, Ken Thompson, Gordon Samel, Ferdie Swanson, Butch Killian, Paul Atkinson, Steve Carwile, Ken Kehrer, Bob Burroughs, Berle Mercer, Will Forsberg, Nick Jans, Mark Stoppel, Dan Solie, Andrew Liske, Peggy Dial, James Brady, Cliff Hudson, el fallecido Mugs Stump, Kate Bull, Roger Ellis, Ken Sleight, Bud Walsh, Lori Zarza, George Dreeszen, Sharon Dreeszen, Eddie Dickson, Priscilla Russell, Arthur Kruckeberg, Paul Reichart, Doug Ewing, Sarah Gage, Mike Ralphs, Richard Keeler, Nancy J. Turner, Glenn Wagner, Tom Clausen, John Bryant, Edward Treadwell, Lew Krakauer, Carol Krakauer, Karin Krakauer, Wendy Krakauer, Sarah Krakauer, Andrew Krakauer, Ruth Selig y Peggy Langrall.

Me he beneficiado de las obras publicadas por los periodistas Johnny Dodd, Kris Capps, Steve Young, W. L. Rusho, Chip Brown, Glenn Randall, Jonathan Waterman, Debra McKinney, T. A. Badger y Adam Biegel.

Agradezco la inspiración, la hospitalidad, la amistad y los sabios consejos de Kai Sandburn, Randy Babich, Jim Freeman, Steve Rottler, Fred Beckey, Maynard Miller, Jim Doherty, David Quammen, Tim Cahill, Rosalie Stewart, Shannon Costello, Alison Jo Stewart, Maureen Costello, Ariel Kohn, Kelsi Krakauer, Miriam Kohn, Deborah Shaw, Nick Miller, Greg Child, Dan Cauthorn, Kitty Calhoun Grissom, Colín Grissom, Dave Jones, Fran Kaul, David Trione, Dielle Havlis, Pat Joseph, Lee Joseph, Pierret Vogt, Paul Vogt, Ralph Moore, Mary Moore y Woodrow O. Moore.

NOTAS

[1]
En Estados Unidos, los espacios naturales protegidos por la administración federal reciben diversas denominaciones, entre ellas Parque Nacional, Área Recreativa Nacional o Reserva Natural Nacional. El lago Mead es en realidad uno de los mayores embalses artificiales del mundo, resultado de la construcción de la presa Hoover en los años treinta. (
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[2]
El protagonista de Moby Dick, de Herman Melville. (
N. del T.
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[3]
Juego de palabras cuya traducción aproximada sería «Iris Osjodéis». (
N. del T.
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[4]
En alemán en el original; literalmente, «pared norte». (
N. del T.
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[5]
Del francés
sérac
; formación glaciar producida por el resquebrajamiento del hielo al desplazarse sobre un gradiente pronunciado, que adquiere muchas veces el aspecto de un conjunto de enormes e irregulares torreones y pináculos como resultado del ensanchamiento de las grietas. (
N. del T.
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[6]
En alemán en el original; significa literalmente «grieta montañosa». Denota una grieta o conjunto de grietas características de la cabecera de determinados glaciares, cuyo efecto erosivo se traduce a menudo en la formación de un llamado circo o anfiteatro abierto en la roca. (
N. del T.
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