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Authors: Kevin J. Anderson

La búsqueda del Jedi (3 page)

BOOK: La búsqueda del Jedi
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Chewbacca la vio primero. La nave, aerodinámicamente perfecta, se deslizaba a través de la atmósfera con tanta facilidad como una vibro-hoja, ignorando el calor generado en su casco por el descenso. Un instante después disparó con precisión quirúrgica salvas de sus cañones turboláser dirigidas contra las toberas de maniobra del
Halcón
, dejándolo todavía más incapaz de maniobrar.

—¡Ya estamos a punto de estrellarnos! —gritó Han—. ¿Qué más quieren esos tipos?

Pero en realidad ya lo sabía: querían que el
Halcón
quedara totalmente destruido por el impacto y que éste no dejara ni rastro de sus ocupantes. Han tenía la sospecha de que el planeta no necesitaba la ayuda del Interceptor Avispa para ello.

Seguían bajando, y el
Halcón
se estaba aproximando a una de las gigantescas fábricas de atmósfera, una inmensa chimenea construida sobre la superficie de Kessel en la que motores gigantescos catalizaban la roca y calentaban los gases hasta desprenderlos convertidos en un ciclón de aire respirable.

El Interceptor Avispa volvió a disparar. El
Halcón
se tambaleó locamente, logrando escapar a lo que estuvo a punto de ser un impacto directo. Chewbacca estaba muy serio. Su concentración total en la tarea de mantenerles con vida era tan intensa que tenía la boca entreabierta y se le veían los colmillos.

—Acércanos todo lo que puedas al chorro de vapores, Chewie... ¡Tengo una idea! —Chewbacca aulló, pero Han le interrumpió secamente—. ¡Limítate a hacer lo que te digo, muchacho!

Cuando el Avispa intentó rebasarles por el flanco, Han lanzó la nave hacia un lado justo allí donde el gigantesco chorro de atmósfera hervía en el cielo. El Interceptor Avispa intentó anticiparse a su maniobra, pero Han repitió la maniobra y empujó al Avispa hacia la corriente de viento que ascendía con un rugido ensordecedor.

Una protuberancia de la delicada ala insectil que ejercía las funciones de alerón se partió, y el Avispa quedó atrapado por el ciclón y empezó a girar incontrolablemente. Otras partes de su casco se desprendieron mientras la nave intentaba escapar sin conseguirlo, y se iba internando cada vez más en la zona de peligro. Han lanzó un grito de triunfo al ver cómo la nave estallaba creando una bola de llamas que fueron rápidamente disipadas por el vórtice que brotaba de la fábrica de atmósfera.

Y un instante después la superficie de Kessel subió a toda velocidad hacia ellos como un gigantesco martillo.

Han estaba luchando con los controles.

—Bueno, al menos los nuevos impulsores de repulsión que instalé hace poco nos garantizarán un descenso suave —dijo.

Se agarró al panel y manipuló los controles. Chewbacca lanzó un ladrido indicándole que se diera prisa. Han activó los impulsores de repulsión al mismo tiempo que dejaba escapar un suspiro de alivio.

Nada.

—¿Qué? —Han volvió a dejar caer los dedos sobre el pulsador una y otra vez, pero los impulsores de repulsión se negaron a funcionar—. ¡Pero si acabo de repararlos!

Han tuvo que gritar para hacerse oír por encima del rugido del viento mientras luchaba intentando recuperar aunque sólo fuese una fracción de control sobre el
Halcón
.

—¡De acuerdo, Chewie, estoy abierto a toda clase de sugerencias!

Pero Chewbacca no tuvo tiempo de responder antes de que la nave se estrellara contra la escarpada superficie de Kessel.

2

Las torres de Ciudad Imperial se alzaban hacia el cielo, elevándose a gran altura sobre la superficie envuelta en sombras del planeta Coruscant. Los cimientos de las torres habían sido colocados hacía más de mil generaciones, y se remontaban a los días de formación de la Vieja República. A lo largo de los milenios se habían ido construyendo estructuras cada vez más altas sobre las ruinas de aquellos cimientos.

Luke Skywalker subió a una plataforma para el tráfico de lanzaderas que sobresalía del rostro monolítico y lleno de marcas y grietas del antiguo Palacio Imperial. Ráfagas de viento revolotearon a su alrededor, y Luke echó hacia atrás el capuchón de su manto Jedi.

Alzó la mirada hacia el cielo y pensó en la delgada capa de atmósfera que protegía Coruscant del espacio que se extendía más allá de ella. Aún había naves semidestrozadas que viajaban siguiendo órbitas caprichosas, restos de las salvajes batallas libradas recientemente cuando la Alianza había vuelto a conquistar el planeta arrancándoselo al control imperial durante la guerra civil en los restos del Imperio.

Por encima de los pináculos de esas torres, halcones-murciélago parecidos a cometas cabalgaban sobre las corrientes térmicas que brotaban de los desfiladeros de la ciudad. Mientras los contemplaba, un Halcón-murciélago se lanzó en picado descendiendo hacia las oscuras hendiduras que había entre los viejos edificios, para acabar emergiendo un momento después con algo cilíndrico y goteante —una oruga del granito, quizá— sujeto en las garras.

Luke esperó, utilizando una técnica de meditación Jedi para calmar el nerviosismo que había empezado a agitarse dentro de él. Cuando era más joven había sido impaciente e inquieto, y había estado lleno de incertidumbre e inseguridad. Pero Yoda le había enseñado la paciencia, junto con otras muchas cosas. Un auténtico Caballero Jedi podía aguardar todo el tiempo que fuese necesario.

El Senado de la Nueva República sólo llevaba una hora reunido en sesión, y sus miembros todavía estarían debatiendo asuntos y problemas administrativos. Luke quería darles una sorpresa cuando ya llevaran un buen rato hablando de aquellas cosas.

La inmensa metrópolis de Ciudad Imperial se agitaba a su alrededor, muy poco cambiada después de haberse convertido en la sede de la Nueva República en vez del centro del Imperio, antes de lo cual había sido la capital de la Vieja República. El Capitolio, anteriormente el palacio del Emperador Palpatine estaba hecho de roca verde grisácea pulimentada y cristales facetados que centelleaban bajo la nebulosa claridad del sol de Coruscant y se alzaba hasta una gran altura dominando el resto de estructuras, el edificio contiguo del Senado incluido.

Una gran parte de Ciudad Imperial había sido devastada durante los meses de guerra civil que siguieron a la caída del Gran Almirante Thrawn. Las distintas facciones del antiguo Imperio habían luchado en el mundo que había sido la sede del Emperador, convirtiendo inmensos distritos urbanos en cementerios de naves estrelladas y edificios destruidos por las explosiones.

Pero la marea de la batalla había ido cambiando de dirección poco a poco. Y la Nueva República había obligado a retroceder a los vestigios del imperio. Muchos soldados de la Alianza habían pasado a invertir sus energías y esfuerzos en reparar los daños, su amigo Wedge Antilles entre ellos. La reconstrucción del antiguo Palacio Imperial y las cámaras del Senado había sido considerada labor de máxima prioridad. Los inmensos androides que en el pasado fueron utilizados por el Emperador para sus proyectos de construcción iban y venían por los eriales que habían sido campos de batalla, recogiendo automáticamente materias primas de entre los escombros para que fueran convertidas en nuevos edificios.

Luke podía ver a uno de esos enormes androides en la lejanía, una máquina de cuarenta pisos de altura que estaba demoliendo el cascarón vacío de un edificio medio en ruinas y abría un sendero allí donde su programación había considerado que habría que colocar un nuevo camino de transporte elevado. Los brazos del androide derribaron la fachada de piedra del edificio y arrancaron las estructuras metálicas de soporte, y después desplazaron los escombros y restos hasta una boca procesadora en cuyo interior se llevaría a cabo la separación de los distintos materiales y de la que saldrían nuevos componentes para la construcción.

Durame el año de violentas contiendas anterior al final de la guerra Luke había sido llevado a la fortaleza del núcleo galáctico del Emperador resucitado, y una vez allí se había permitido a sí mismo descubrir el camino del lado oscuro. Se había convertido en el lugarteniente del Emperador, al igual que lo había sido su padre, Darth Vader. La lucha que todo eso produjo en su interior había sido muy grande, y al final sólo la ayuda, la amistad y el amor de Han y Leia le habían permitido escapar de aquella trampa...

Luke vio cómo una lanzadera diplomática bajaba de su órbita con las luces de localización encendiéndose y apagándose en una complicada pauta de guiños. Los reactores de la nave se desconectaron con un silbido quejumbroso mientras bajaba lentamente hacia una pista situada al otro lado del palacio.

Luke Skywalker ya había caminado a través de las llamas. Su corazón parecía haberse convertido en una masa cristalina tan dura como el diamante. No era meramente otro Caballero Jedi: era el único Maestro Jedi que existía. Había sobrevivido a pruebas y penalidades más terribles que aquellas para las que le había preparado el entrenamiento rutinario de los Jedi. Después de todo aquello, su comprensión de la Fuerza había llegado a extremos que Luke jamás había creído posibles antes. A veces eso le aterraba.

Pensó en los días en que había sido un joven idealista que anhelaba vivir grandes aventuras, cuando había viajado en el
Halcón Milenario
y se batía a ciegas en duelos con un mecanismo de adiestramiento mientras Ben Kenobi le contemplaba. Luke también se acordaba del escepticismo que había sentido mientras se precipitaba hacia la primera
Estrella de la Muerte
durante la Batalla de Yavin e intentaba localizar una diminuta salida de ventilación..., y la voz de Ben le había hablado de repente, diciéndole que confiara en la Fuerza. El nuevo Luke comprendía mucho más de lo que había comprendido en aquel entonces, y especialmente el porqué los ojos del anciano siempre estaban tan llenos de tristeza y preocupación.

Otro Halcón-murciélago bajó en picado hacia el laberinto de oscuridad formado por los niveles inferiores de los edificios, moviendo velozmente sus alas al volver a ascender con un trofeo que se debatía atrapado en sus garras. Mientras Luke le observaba, un segundo Halcón-murciélago se lanzó en una trayectoria de intercepción y arrancó la presa de las garras del primer animal. Luke pudo oír sus distantes graznidos mientras se atacaban y se desgarraban el uno al otro. La presa que seguía debatiéndose, y a la que los dos depredadores ya habían dejado de prestar atención, se precipitó en el vacío y fue abofeteada por las corrientes que subían hacia el cielo hasta que se estrelló contra el suelo en algún lugar de la penumbra de los callejones. Los dos halcones-murciélago enzarzados en un combate a muerte también cayeron mientras luchaban ferozmente, hasta que ellos también se estrellaron contra un saliente de los niveles inferiores abandonados.

Una expresión de inquietud cruzó velozmente por el semblante de Luke. ¿Sería un presagio? Estaba a punto de dirigirse al Senado de la Nueva República. El momento había llegado. Giro sobre sí mismo y entró en el frescor de los pasillos, envolviéndose en los pliegues de su manto.

Luke estaba inmóvil en la entrada de la sala de reuniones del Senado. La estancia iba bajando de nivel hasta un gigantesco anfiteatro en el que estaba sentado el círculo interno de senadores nombrados, rodeado por las filas exteriores de representantes de distintos planetas y distintas razas alienígenas. Hologramas tomados en tiempo real serían emitidos por todo el perímetro de Ciudad Imperial y grabados para su transmisión posterior a otros mundos.

La luz del sol se filtraba a través de los segmentos de cristal fragmentado incrustados en el techo, desplegando el espectro solar en un efecto arco iris sobre las personalidades más importantes que se encontraban en el centro de la sala y resplandeciendo en un sinfín de centelleos a su alrededor mientras se movían. Luke sabía que el espectáculo luminoso había sido concebido por el mismo Emperador para impresionar a quienes le observaran.

Mon Mothma, la Jefe de Estado de la Nueva República, estaba hablando sobre el estrado central, y daba la impresión de sentirse un poco incómoda ante la opulenta grandeza de la sala de reuniones. Luke permitió que una fugaz sonrisa curvara sus labios mientras recordaba la primera vez que había visto a Mon Mothma, cuando estaba describiendo los planos de la segunda
Estrella de la Muerte
mientras los rebeldes se aproximaban a Endor.

Su corta cabellera pelirroja y su voz suave hacían que Mon Mothma no pareciese la dura y decidida líder militar que era en realidad. Mon Mothma había sido miembro del Senado Imperial, y en aquellos momentos parecía encontrarse en su elemento natural mientras intentaba unir los fragmentos de la Nueva República fundiéndolos en un gobierno fuerte y unificado.

Leia Organa Solo, la hermana de Luke, estaba sentada al lado de Mon Mothma, con la espalda muy erguida y escuchando atentamente cada palabra que era pronunciada en la sesión. A cada mes que pasaba, Leia tenía que llevar a cabo actividades diplomáticas más importantes.

Alrededor del estrado estaban sentados los miembros del Alto Mando de la Alianza, todos ellos figuras importantes en la Rebelión a las que se había dado cargos en el nuevo gobierno: el general Jan Dodonna, que había dirigido a las tropas rebeldes en la Batalla de Yavin contra la primera
Estrella de la Muerte
; el general Carlist Rieekan, antiguo comandante de la Base Eco en el planeta helado Hoth; el general Crix Madine, un desertor imperial que había resultado de un valor inapreciable a la hora de planear la destrucción de la segunda
Estrella de la Muerte
: el almirante Ackbar, que había mandado la flota rebelde en la Batalla de Endor: y el senador Garm Bel Iblis, que había aportado sus Acorazados para el encarnizado combate contra el Gran Almirante Thrawn.

Las credenciales obtenidas en el campo de batalla no implicaban necesariamente que aquellos valerosos líderes también tuvieran dotes políticas, pero el poder de la Nueva República aún no estaba firmemente asentado, como había demostrado la reciente y devastadora guerra civil, por lo que de momento mantener a los comandantes militares en puestos de poder parecía lo más prudente y lógico.

Mon Mothma terminó su discurso y alzó las manos. Durante un momento pareció como si fuera a impartir su bendición.

—Abro la sesión a cualquier otro tema —dijo—. ¿Hay alguien que desee hablar?

Luke había sabido calcular el tiempo a la perfección. Entró en el área iluminada del arco de entrada y echó hacia atrás su capuchón. Habló en voz baja, pero usó sus poderes Jedi para proyectar su voz con la potencia suficiente para que todos los ocupantes del enorme anfiteatro pudieran oírle.

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