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Authors: China Miéville

Tags: #Fantástico, #Policíaco

La ciudad y la ciudad (9 page)

BOOK: La ciudad y la ciudad
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En eso tenía razón. Era una ironía política. Aquellos que más se dedicaban a perforar la frontera entre Besźel y Ul Qoma tenían que respetarla con mayor cuidado. Si yo o cualquiera de mis amigos tuviéramos un fallo momentáneo al desver (¿y quién no lo había tenido?, ¿quién no se había olvidado de errar al ver, a veces?), siempre y cuando no alardeáramos o nos regodeáramos en ello, no teníamos por qué estar en peligro. Si yo echara un rápido vistazo, uno o dos segundos, a alguna atractiva transeúnte de Ul Qoma, si yo disfrutara en silencio del horizonte de las dos ciudades juntas, o me irritara el ruido de un tren de Ul Qoma, a mí no me llevarían.

Pero aquí, en este edificio, no solo mis colegas, sino también las fuerzas de la Brecha estaban siempre cargadas de ira y con un espíritu tan del Antiguo Testamento como el que sus poderes y sus derechos le otorgaban. Aquella terrible presencia podría aparecer y hacer desaparecer a un unionista incluso por una brecha somática, un salto asustado a un coche equivocado de Ul Qoma. Si Byela, Fulana, hubiera cometido una brecha, habría traído eso consigo. Así que era probable que no fuera esa sospecha en concreto lo que le había dado miedo a Drodin.

—Había algo. —Levantó la mirada para contemplar las dos ciudades a través de la ventana—. A lo mejor al final… al final nos habría echado encima a la Brecha. O algo.

—Un momento —dijo Corwi—. Dijiste que ella se iba a marchar…

—Ella dijo que iba a cruzar. A Ul Qoma. Con autorización. —Dejé de tomar apuntes. Miré a Corwi y ella me miró a mí—. No la volví a ver. Alguien escuchó que se había ido y que no la dejaban volver a entrar. —Se encogió de hombros—. No sé si eso es cierto, y si lo es no sé por qué. Era solo cuestión de tiempo… Estaba metiendo la nariz en movidas muy peligrosas, me dio un mal presentimiento.

—Pero eso no es todo, ¿me equivoco? —pregunté—. ¿Qué más?

Drodin me clavó la mirada.

—Y yo qué sé, tío. Ella era peligrosa, daba miedo, eran demasiadas cosas… había algo. Cuando hablaba y hablaba de todas las historias en las que estaba metida empezó a darme escalofríos. Te ponía de los nervios.

Volvió a mirar por la ventana. Meneó la cabeza.

—Lamento que haya muerto —dijo—. Lamento que alguien la haya matado. Pero no me sorprende.

Esa peste de insinuaciones y de misterio, por muy cínico o indiferente que te creyeras, se te quedaba pegada a la piel. Cuando nos marchamos vi que Corwi tenía la mirada levantada y contemplaba las ruinosas fachadas de los almacenes. Quizá había mirado demasiado en dirección a una tienda cuando se dio cuenta que estaba en Ul Qoma. Se sintió observada. Los dos nos sentimos así, teníamos razones, y estábamos inquietos.

Cuando salimos de allí en coche, me llevé a la agente (una provocación que confieso, aunque no iba dirigida a ella sino, de alguna forma, al universo) a comer en la pequeña Ul Qomatown de Besźel. Estaba al sur del parque. Con los colores y la escritura característicos de la parte delantera de sus tiendas, la forma de las fachadas, los visitantes de Besźel que la veían pensaba siempre que estaban mirando a Ul Qoma, y se apresuraban de forma ostentosa a apartar la mirada (lo más cerca que los extranjeros solían aprender a desver). Pero con una mirada más atenta, con la experiencia, te percatas del apretado diseño
kitsch
del edificio, una autoparodia okupa. Se podían ver los adornos en un color que se llama azul de Besźel, uno de los colores que son ilegales en Ul Qoma. Estos edificios eran de la zona.

Estas pocas calles (nombres híbridos, sustantivos ilitanos con sufijos besźelíes, YulSainStrász, LiligiStrász y así sucesivamente) eran el centro de la vida cultural de la pequeña comunidad de expatriados ulqomanos que vivían en Besźel. Habían venido por varias razones: persecución política, para prosperar económicamente (y los patriarcas tenían que estar arrepintiéndose ahora por las tremendas dificultades del emigrante que habían tenido que soportar), un capricho, romanticismo. La mayor parte de los que tenían cuarenta años o menos son de segunda y ya tercera generación, hablan ilitano en casa pero un besź sin acento en la calle. Puede que se aprecie cierta influencia ulqomana en las prendas que visten. En diversas ocasiones los chulitos de la zona o incluso gente de peor calaña rompen sus ventanas y les dan una paliza en plena calle.

Aquí es donde los nostálgicos exiliados que añoran Ul Qoma vienen a comprar sus pasteles, sus tirabeques caramelizados, su incienso. Los aromas de la pequeña Ul Qomatown de Besźel producen confusión. El instinto te lleva a desolerlos, a considerarlos una corriente de aire que cruza la frontera, tan irrespetuosa como la lluvia («La lluvia y el humo de madera quemada viven en ambas ciudades», dice el refrán. En Ul Qoma tienen el mismo dicho, pero uno de los temas es la niebla. Puede que de vez en cuando oigas otros sobre distintos fenómenos atmosféricos, o incluso sobre la basura, las aguas residuales y, aquellos que son más atrevidos, sobre palomas o lobos). Pero esos olores están en Besźel.

Muy de tanto en tanto, un joven ulqomano que no conoce qué parte de su ciudad entrama con Ul Qomatown comete el inadvertido error de preguntarle a un habitante ulqomano de Besźel creyendo que es uno de sus compatriotas. El error se detecta pronto (no hay nada como mostrarse ostentosamente desvisto de alarmarse) y la Brecha suele mostrarse clemente.

—Jefe —dijo Corwi. Nos sentamos en la esquina de una cafetería, Con ul Cai, una a la que yo solía ir. Había dado un buen espectáculo al saludar al propietario por su nombre, como lo harían sin duda la mayor parte de los clientes besźelíes. Probablemente me detestaba—. ¿Por qué coño hemos venido aquí?

—Venga —dije—. La comida ulqomana. Vamos. Sabes que te gusta. —Le ofrecí unas lentejas a la canela y un té espeso y dulce. Ella lo rechazó—. Estamos aquí porque estoy tratando de empaparme de la atmósfera. Estoy tratando de meterme dentro de la piel de Ul Qoma. Mierda. Eres lista, Corwi, no te estoy contando nada que no sepas. Échame una mano con esto. —Empecé a enumerar con los dedos—. Ella estuvo aquí, la chica esta. Esta Fulana, Byela. —Estuve a punto de decir Marya—. Ella estuvo aquí hace… ¿cuánto? Tres años. Tuvo contacto con algún político chungo de esta zona, pero ella estaba buscando otra cosa en la que ellos no podían ayudarla. Algo que incluso ellos creían que era chungo. Entonces se larga. —Esperé—. Se iba a Ul Qoma.

Solté un taco, Corwi soltó otro.

—Investiga algo —seguí hablando—. Después se marcha.

—Eso creemos.

—Eso creemos. Y de repente está aquí de vuelta.

—Muerta.

—Muerta.

—Joder.

Corwi se inclinó hacia uno de mis pastelitos, lo cogió, empezó a comérselo pensativa y paró cuando ya tenía la boca llena. Durante un tiempo ninguno de nosotros dijo nada.

—Lo es. Ha sido una puta brecha, ¿verdad? —dijo Corwi al fin.

—Eso parece, que haya sido una brecha, eso creo… sí, creo que lo ha sido.

—Si no la cometió al cruzar, la cometió al volver. Donde acaban con ella. O ya post mórtem. La tiran por ahí.

—O lo que sea. O lo que sea —comenté.

—A no ser que cruzara legalmente, o que haya estado aquí todo el tiempo. Solo porque Drodin no la haya visto…

Me acordé de la llamada de teléfono. Puse una cara escéptica de «quizá».

—Puede ser. Él parecía bastante seguro. Pero no huele bien, sea lo que sea.

—Bueno…

—Está bien. Supongamos que es una brecha: no pasa nada.

—Y una mierda.

—No, escucha —dije—. Eso quiere decir que no sería problema nuestro. O por lo menos… si podemos convencer al Comité de Supervisión. A lo mejor intento mover eso.

Corwi puso un gesto airado.

—Una mierda es lo que van a mover. He oído que se están…

—Tendremos que presentar nuestras pruebas. Son circunstanciales hasta ahora, pero puede que sean suficientes para pasarles el caso.

—No por lo que yo he oído. —Ella apartó la mirada y la dirigió hacia atrás—. ¿Estás seguro de que quieres, jefe?

—Claro que sí. Escucha. Lo entiendo. Te honra que quieras seguir con el caso, pero escucha. Si por algún casual tenemos razón… no puedes investigar una brecha. Esta Byela Fulana Chica Asesinada necesita alguien que pueda cuidar de ella. —Hice que ella me mirara al quedarme callado—. No somos los mejores para esto, Corwi. Merece a alguien que pueda hacer algo más que nosotros. Nadie va a poder investigar mejor en esto que la Brecha. Cristo, ¿quién consigue que la Brecha actúe de su parte? ¿Que rastree al asesino?

—No muchos.

—Eso. Así que si podemos, tenemos que pasar el caso. El comité sabe que todos intentan pasar lo que sea, por eso te ponen tantas pegas. —Corwi me miró, indecisa, y yo seguí hablando—. No tenemos pruebas y no sabemos los detalles, así que usemos un par de días para poder ponerle la guinda al pastel. O para comprobar que estábamos equivocados. Mira lo que tenemos de ella hasta ahora. Al fin tenemos suficiente. Desaparece de Besźel hace dos, tres años, y ahora aparece muerta. A lo mejor Drodin tiene razón y estaba en Ul Qoma. A la vista de todos. Quiero que cojas el teléfono, hagas contactos aquí y también allí. Ya sabes lo que tenemos: extranjera, investigadora, etcétera. Averigua quién es. Si alguien intenta colártela, tú deja caer que es un asunto de la Brecha.

Cuando llegué fui al despacho de Taskin.

—Borlú. ¿Recibiste mi llamada?

—Señora Cerush, sus elaboradas excusas para buscar mi compañía empiezan a resultar poco convincentes.

—Me llegó tu mensaje y lo estoy moviendo. No, no te comprometas a fugarte conmigo aún, Borlú, vas a llevarte una decepción. Es posible que tengas que esperar bastante para hablar con el comité.

—¿Cómo va a ser?

—¿Cuándo fue la última vez que hiciste esto? Hace años, ¿no? Escucha, estoy segura de que crees que has hecho un mate… No me mires de esa forma, ¿qué deporte te gusta? ¿El boxeo? Sé que crees que tendrán que acogerse a… —su voz se tiñó de seriedad—, de inmediato, quiero decir, pero no lo harán. Vas a tener que esperar tu turno, y eso pueden ser unos días.

—Pensé que…

—Una vez, sí. Habrían dejado lo que estaban haciendo. Pero este es un momento complicado, y somos más que ellos. Ninguna de estas series de repeticiones es un gusto, pero, sinceramente, Ul Qoma no es tu problema ahora. No desde que la gente de Syedr entró en la coalición gritando sobre la debilidad nacional por la que el Gobierno está preocupándose, en apariencia demasiado ansioso por apelar, así que no se van a dar prisa. Tienen investigaciones públicas sobre los campos de refugiados, y no hay modo en el que no vayan a sacar provecho de eso.

—Cristo, estás de broma. ¿Aún están de los nervios por esos pobres diablos?

Algunos conseguirían entrar en una u otra ciudad, pero si lo hacían debía de ser casi imposible que no cometieran una brecha, sin el entrenamiento de inmigración. Nuestras fronteras eran estrictas. Cuando los desesperados recién llegados daban con trozos de costa entramados, el acuerdo no escrito era que estaban en cualquier ciudad donde el control fronterizo se los encontraba, y así los encarcelaba en campos costeros, al principio. Qué hundidos se quedaban aquellos que, a la caza de la esperanza en Ul Qoma, aterrizaban en Besźel.

—Lo que sea —dijo Taskin—. Y más cosas. Con los brazos abiertos. No van a apartarse de las reuniones de negocios y yo qué sé qué más como lo habrían hecho antes.

—Abriéndose de piernas por el dólar yanqui.

—No lo desprecies. Si van a traer el dólar yanqui aquí por mí está bien. Pero no van a darse prisa por ti, da igual quién haya muerto. ¿Ha muerto alguien?

No le costó mucho trabajo a Corwi encontrar lo que yo le había mandado buscar. Al día siguiente se pasó tarde por mi despacho con un expediente.

—Me lo acaban de mandar de Ul Qoma —dijo—. He estado siguiendo pistas. No ha sido tan difícil, una vez que sabías por dónde empezar. Estábamos en lo cierto.

Allí estaba, nuestra víctima: su expediente, su fotografía, nuestra máscara mortuoria, y de repente y de forma sobrecogedora, fotografías de su vida, monocromas y emborronadas por el fax, pero ahí estaba nuestra muerta, sonriendo y fumando un cigarrillo a mitad de una palabra, con la boca abierta. Nuestras notas garabateadas, sus datos, aproximados y ahora otros en rojo, sin interrogaciones que los pusieran en duda, los hechos sobre ella; debajo de los varios nombres inventados estaba el verdadero.

6

—Mahalia Geary.

Había cuarenta y dos personas alrededor de la mesa (antigua, ¿acaso podía ser de otra manera?) además de mí. Los cuarenta y dos estaban sentados y tenían carpetas delante de ellos. Yo me quedé de pie. Dos personas escribían las actas de la reunión en sus respectivos puestos en las esquinas de la habitación. Podía ver micrófonos en la mesa y a los intérpretes, que se sentaban cerca.

—Mahalia Geary. Tenía veinticuatro años. Estadounidense. Es todo obra de mi ayudante, la agente Corwi, toda esta información, señoras y señores. Todo está en los papeles que les envié.

No todos los estaban leyendo. Algunos ni habían abierto las carpetas.

—¿Estadounidense? —preguntó uno.

No reconocí a todos los veintiún representantes de Besźel. A algunos sí. Una mujer de mediana edad, con un mechón de distinto color como un académico de cinematografía, Shura Katrinya, ministra sin cartera, respetada pero a la que se le había pasado ya su momento. Mikhel Buric de los socialdemócratas, de la oposición oficial, joven, capaz, lo bastante ambicioso como para estar en más de un comité (en el de seguridad, el de comercio, el de las artes). El mayor Yorj Syedr, el líder del Bloque Nacional, el grupo más derechista de la controvertida coalición con la que el primer ministro Gayardicz había gobernado, a pesar de que Syedr tenía reputación no solo de matón sino de alguien poco competente. Yavid Nyisemu, el subsecretario de Cultura y presidente del comité. Había más caras familiares y haciendo un poco de memoria quizá podría acordarme de otros nombres. No conocía a ninguno de los homólogos de Ul Qoma. No prestaba demasiada atención a la política extranjera.

La mayor parte de los ulqomanos pasaban rápidamente los documentos que les había preparado. Tres de ellos llevaban auriculares, pero hablaban un besź lo bastante bueno como para que me entendieran al menos. Era extraño no desver a esas personas vestidas con trajes formales de Ul Qoma: hombres con camisas sin cuello y chaquetas sin solapa, y las pocas mujeres presentes envueltas en saris de colores que en Besźel serían de contrabando. Pero ahora no estaba en Besźel.

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