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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La Espada de Disformidad (44 page)

BOOK: La Espada de Disformidad
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Urial cargó contra Malus con un rugido y una estocada dirigida al cuello del noble. Malus bloqueó la estocada e intentó asestar un tajo a la cabeza de Urial, pero una vez más el cuerpo del brujo se desvaneció en un borrón para aparecer a un metro de distancia. El súbito contraataque del usurpador estuvo a punto de decapitar a Malus, pero éste vio venir el golpe justo a tiempo de agacharse y esquivarlo.

El medio hermano de Malus rió.

—Estás acabado, Darkblade —se burló—. Puedo hacer esto durante toda la noche, si es necesario.

—Lo sé —le espetó Malus, al tiempo que dirigía un tajo al pecho de Urial. El cuerpo del brujo se transformó en un borrón..., pero el noble continuó con el tajo, que dirigió hacia un punto situado a un metro a la izquierda.

Urial gritó, con los ojos fijos en la espada negra que tenía entre las costillas. La sangre corrió por la larga hoja de la
Espada de Disformidad
, donde se vaporizó en contacto con el caliente filo.

—Eso te hace predecible —dijo Malus, y le arrancó la espada.

Urial retrocedió con paso tambaleante y el arma se le cayó de las manos. La sangre le corría como un río por la parte delantera de la armadura. Se desplomó de espaldas y se encontró rodeado por los esbeltos brazos de Yasmir.

Ella lo tendió con suavidad en el suelo y le sostuvo la cabeza entre las manos. Urial la miraba fijamente con una expresión anhelante en los ojos. Movió la boca, pero no le quedaba aliento.

Yasmir se puso de pie y caminó en torno a él para arrodillarse a su lado. Con una sonrisa amorosa, bajó las manos hasta la juntura del peto y tiró de él. Al arrancarle la coraza saltaron remaches y se partieron correas, y el pecho deforme de Urial quedó a la vista. Luego, la santa viviente pasó un delicado dedo por el torcido esternón del usurpador hasta hallar el punto que buscaba, donde hundió ambas manos. Los cartílagos se partieron cuando Yasmir desgarró el pecho de su hermano para abrirlo.

Lo último que vio Urial fue a su amada hermana devorando su corazón aún palpitante.

Según fueron las cosas, los guerreros de la Espada Roja se desenvolvieron mucho mejor de lo que Malus hubiese podido esperar. Después de matar a todos los fanáticos y servidores del templo que pudieron encontrar, abrieron las puertas de la fortaleza y continuaron sus desenfrenos por la ciudad arrasada. Varios de sus cuerpos fueron hallados en sitios tan alejados de la fortaleza como el distrito de los almacenes, cuando los guerreros del templo volvieron a entrar en Har Ganeth.

Malus estaba sentado en el trono del Gran Verdugo cuando el Arquihierofante Rhulan entró en la arena del consejo acompañado por un puñado de sacerdotes y sacerdotisas. Al ver a Malus, su expresión de alivio se transformó en abyecto horror.

—¡Tú! —exclamó—. ¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está Urial?

El noble miró al anciano con desprecio.

—¿Por qué, Arquihierofante, ya no recuerdas el plan? Dije que encontraría la manera de atacar directamente al usurpador, y así lo he hecho. Ya no le causará problemas al templo. —Se reclinó en el trono, con la mano derecha posada sobre el pomo de la
Espada de Disformidad
desenvainada—. Habría podido resolver esto con mayor rapidez de no ser porque no llegó a producirse la distracción que se me había inducido a esperar.

Rhulan miró a Malus con la boca abierta y los ojos dilatados de miedo.

—Es que... es decir, lo intentamos, pero los ciudadanos se habían vuelto locos. No pudimos llegar hasta el templo...

—¿Dónde está la anciana? —lo interrumpió Malus—. Aquella tan impresionante, con tatuajes.

—¿Me-Mereia? —tartamudeó Rhulan—. Ella... ella murió cuando intentaba llegar hasta uno de los destacamentos más aislados.

—Lo que significa que ella intentó cumplir con vuestra parte del plan y murió luchando, mientras tú te escondías cobardemente en un sótano —gruñó Malus.

—No presumas de poder juzgarme —lo desafió Rhulan—. Hice lo que creía mejor. —Se volvió a mirar a sus acompañantes, y luego fijó en Malus una mirada de conspiración—. No puedes haber vencido a Urial. Tenía la
Espada de Disformidad
. No podía ser derrotado en combate.

Malus le dedicó una fría sonrisa.

—Ah, sí, las escrituras. Veamos, deja que vea si lo he entendido correctamente: en interés de la veracidad doctrinal, me traicionaste y me abandonaste para que muriera. ¿Correcto?

Rhulan comenzó a temblar.

—No, no, no fue así. Teníamos que aguardar la llegada de Malekith. Él podría haber encontrado un medio para detener al usurpador.

—Afortunadamente para nuestro pueblo, no tendrá que hacerlo. —Malus se levantó del trono con la Espada de Disformidad falsa en la mano izquierda. Avanzó hasta la barandilla, saltó y cayó de pie en la arena. Hizo una mueca al sentir una punzada en la pierna herida, pero hizo a un lado la sensación de dolor. De hecho, la molestia era una buena señal. Significaba que el poder del demonio no lo estaba curando tan rápidamente como antes. De algún modo, el poder de la espada lo contrarrestaba. No sabía cómo, pero por el momento no iba a ponerse a cuestionarlo.

Malus se irguió y avanzó hacia Rhulan a grandes zancadas.

—Esto, según creo, pertenece al templo —dijo, al tiempo que soltaba la espada falsa y ésta caía con estruendo a los pies del Arquihierofante—. El Gran Verdugo puede devolverla al sanctasanctórum, y por lo que concierne al resto de Naggaroth, jamás abandonó su refugio.

Rhulan frunció el entrecejo.

—No entiendo...

—Lo sé —respondió Malus, y decapitó a Rhulan con la
Espada de Disformidad
.

Hombres y mujeres gritaron de horror mientras el cuerpo del Arquihierofante se desplomaba. Malus los silenció con una fría mirada feroz. Luego señaló con la espada a una de las sacerdotisas.

—Tú, ven aquí.

Niryal salió de entre el grupo. En algún momento había dejado el hacha y se había puesto ropas mejores. A diferencia de Rhulan, ella dominó el miedo y mantuvo el mentón alto al acercarse a la espada manchada de sangre.

Malus le lanzó una mirada letal.

—No fuiste sorprendida por asesinos. Mataste al otro centinela y luego nos traicionaste.

La sacerdotisa ni siquiera se inmutó.

—Estaba segura de que nos engañabas y, según queda demostrado, era verdad.

—Luego, en cuanto Urial murió, volviste a cambiar de bando.

—Yo sirvo al templo —dijo Niryal.

Malus sonrió.

—Ya pensaba que dirías eso. Por ese motivo te nombro nueva Gran Verdugo. De toda la gente de esta maldita fortaleza, eres la única cuyas motivaciones puedo entender.

Los demás sacerdotes y sacerdotisas lanzaron una exclamación ahogada. Incluso Niryal estaba pasmada.

—No puedes hacerlo —dijo.

Malus alzó la
Espada de Disformidad
.

—Soy el elegido de Khaine, Niryal, desde luego que puedo. —Miró al resto de miembros del templo—. Y ellos serán tu nuevo Haru'ann. Parecen un atajo de atontados, pero puesto que conocen la verdad acerca de la espada, sólo podemos matarlos o emplearlos en algo útil.

Niryal se debatió durante un momento más con su repentino cambio de fortuna, y logró recobrar la compostura.

—¿Qué quieres que hagamos, santo? —preguntó.

El noble sonrió.

—Eso está mejor. Devolverás la espada falsa al sanctasanctórum. A estas alturas, salvo nosotros, no hay nadie vivo que haya visto a Urial empuñarla.

—¿Y qué hay del Rey Brujo? Probablemente marcha en este mismo momento por el camino de los Esclavistas.

—Cuando llegue, lo recibiréis con lujosa hospitalidad y lo informaréis de la usurpación de Urial —dijo Malus—. Decidle que Urial y un aquelarre de fanáticos usaron la magia del Caos para sembrar el descontento entre los ciudadanos y asesinar a los ancianos del templo. Se luchó en las calles durante casi una semana, pero al final enviasteis a través de los túneles a un grupo de voluntarios que lograron asesinar al usurpador y a los jefes de la conspiración. Es probable que el Rey Brujo quiera ejecutar públicamente a algunos ciudadanos para descargar su enojo, pero, aparte de eso, quedará satisfecho con los resultados. —Alzó la espada como gesto de advertencia—. No le contaréis nada acerca de mí ni de Yasmir. Ella deberá permanecer en el sanctasanctórum hasta que el Rey Brujo se marche. Después podrá hacer lo que le plazca.

Niryal pensó en todo lo que acababa de oír, y finalmente asintió con satisfacción.

—Se hará como dices, santo, pero ¿qué harás tú?

—Yo me marcho —replicó Malus—. El verano casi ha acabado, y tengo asuntos urgentes que atender en otra parte.

A regañadientes, metió la espada en la vaina.
Rencor
aguardaba en los corrales para bestias del templo, ensillado y preparado para la partida. Allí fuera, en alguna parte, se encontraba el Amuleto de Vaurog, la última de las reliquias que necesitaba el demonio. Estaba quedándose sin tiempo.

Ya se abría paso entre la multitud de pasmados sacerdotes y sacerdotisas y avanzaba a paso vivo hacia la puerta, cuando Niryal lo llamó.

—No lo entiendo. Tú eres el Azote. La
Espada de Disformidad
de Khaine es tuya. ¿Qué hay del Tiempo de Sangre? ¿No estarás aquí para conducirnos a una era de muerte y fuego?

Malus se detuvo. Se volvió a mirar a Niryal a través de la muchedumbre, y su mano se desplazó hacia la empuñadura de la espada ardiente.

—Tal vez —replicó, con una sonrisa fugaz—, pero no hoy. El apocalipsis tendrá que esperar.

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