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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La Espada de Disformidad (6 page)

BOOK: La Espada de Disformidad
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—Por supuesto —admitió Malus con tranquilidad, mientras consideraba las posibilidades. Cualquier cosa que pudiera hacer para ganarse la confianza de los fanáticos haría que su posición fuese tanto más sólida—. Tendremos que actuar con rapidez —dijo—. Llevadme ante el anciano. Si los herejes se han puesto en movimiento, Urial debe de estar a punto de apoderarse de la espada.

—En efecto —asintió la mujer con una sonrisa feroz—. Los ancianos no podrán evitarlo durante mucho más tiempo. Pronto empuñará la espada y barreremos a los herejes en una marea de sangre. Si los planes de Tyran tienen éxito, tú abrirás la senda para que comience el Ritual de la Espada. ¡Piensa en las gratificaciones que recogerás cuando renazca la fe verdadera y el Portador de la Espada ocupe su lugar como supremo dirigente del templo!

4. Las guaridas de los muertos

La mujer lo condujo a una amplia sala desierta situada en el piso más alto de la casa, y lo dejó allí mientras iba a anunciarle su llegada a Tyran el Intacto. De tres de las paredes de la sala pendían una serie de espadas, hachas y cuchillos, y el suelo estaba recubierto por una fina capa de talco. Era evidente que la sala estaba destinada a la práctica y tal vez la meditación, aunque resultaba extraño encontrarla en la planta superior, junto con las dependencias del señor. No había hogar alguno para calentar el amplio espacio, y la mujer no le había ofrecido a Malus comida ni bebida. Con frío, hambriento y profundamente confuso, se encaminó hasta las altas ventanas que dominaban la pared norte de la estancia y miró hacia las calles situadas abajo. De repente, sintió envidia de todos los malditos cuervos y sus lustrosas alas negras. En ese momento deseaba huir de Har Ganeth lo más rápidamente posible.

—Esto es un manicomio —murmuró para sí—. ¿Urial es el héroe de los fieles y los ancianos del templo son los herejes? ¿Es que todo está del revés en esta condenada ciudad?

—La herejía es principalmente una cuestión de perspectiva —replicó Tz'arkan, claramente divertido—. La fe verdadera es aquella lo suficientemente implacable como para borrar del mapa a todas las rivales.

—O la que cuenta con el apoyo del Estado —matizó Malus—. Los herejes de la fortaleza del templo cuentan con el apoyo de Malekith, y Urial se ha situado en la oposición. Qué interesante... —El noble, pensativo, se dio unos golpecitos en el labio inferior—. Me pregunto desde cuándo está sucediendo esto.

—¿Cuánto hace que se cree el Portador de la Espada?

Malus asintió con la cabeza.

—Buena pregunta. Urial sobrevivió al caldero de Khaine y fue señalado por el Señor del Asesinato, pero tal vez los ancianos del templo se rebelaron contra la idea de que un tullido surgiera como heredero de su preciosa profecía.

—Y muy bien que hicieron, porque ambos sabemos quién es el verdadero Portador de la Espada.

El noble hizo una mueca.

—Cogeré esa condenada espada porque tengo que hacerlo, y maldita sea la profecía.

Tz'arkan rió entre dientes.

—A la profecía no le importa en absoluto lo que pienses de ella, Malus. Es como un mapa que muestra el camino que tienes por delante. Puedes maldecirlo cuanto quieras, pero el camino continúa invariable.

—¿De verdad? —replicó Malus—. Eldire piensa de modo diferente.

—La bruja no sabe nada —le espetó el demonio—. Te hace actuar según su voluntad, pequeño druchii. Eres su peón, y te arrojará a un lado cuando ya no le seas de utilidad.

Malus rió despectivamente.

—A continuación me dirás que el sol es cálido y la noche oscura. Tendrás que hacerlo mejor que eso, demonio —se burló—. De momento, ella es una aliada mucho mejor que tú. Para empezar, no tiene mi alma en sus garras.

—No —replicó Tz'arkan—, pero ella te envió a mí. Piensa en eso.

La sonrisa de suficiencia del noble se desvaneció. Antes de que pudiera replicar, la puerta de la sala de prácticas se abrió y la mujer druchii lo llamó con un gesto desde la entrada.

—Tyran desea hablar contigo.

Malus asintió con un breve gesto de la cabeza y se reunió con ella, que lo miró con curiosidad.

—¿Estás inquieto, santo? —le preguntó.

—No más de lo habitual —murmuró él—. Parece que la vida nunca se queda en blanco a la hora de encontrar maneras de vejarme.

Lo condujo hasta un tapiz que había a poca distancia corredor abajo y, sin más preámbulo, lo apartó para dejar a la vista una estrecha abertura y otra escalera que ascendía hacia la oscuridad. La fanática hizo una ligera reverencia y le indicó, con un gesto, que la precediera. Con el ceño fruncido, el noble atravesó el umbral con prevención y miró hacia arriba. Una luz pálida brillaba sin oscilaciones por debajo de otra puerta situada en lo alto de un corto tramo de escalones.

Malus subió con cuidado por los escalones de madera que sentía crujir bajo las botas. Una ráfaga de poder brujo que le rozó la cara le puso el negro cabello de punta y le causó picor en las mejillas. Tz'arkan se apretó dolorosamente en torno a su corazón, y las frías hebras de energía demoníaca se retiraron de las extremidades de Malus para retroceder como la marea hacia el interior de su pecho. La repentina ausencia le causó dolor en todo el cuerpo. ¿Cuándo había llegado al punto de percibir el poder de Tz'arkan sólo en virtud de su ausencia? «¿Qué quedará cuando haya desalojado al demonio?», se preguntó.

Se detuvo en lo alto de la escalera y rozó con los dedos que le latían de dolor el frío picaporte de hierro. Lo acarició otra ola de poder tan invisible como el viento, que le recordó la hechicería de su madre en lo alto del convento de brujas de Hag Graef. «Tz'arkan no es el único poder del mundo —se recordó a sí mismo—, y donde el alma falta siempre tengo el odio para sustentarme. Con el odio, todo es posible.»

Malus hizo girar el picaporte y empujó la puerta que, al abrirse, dejó entrar la deslumbrante luz fría de un sol hiriente.

La puerta daba al tejado plano de la torre, que proporcionaba una vista panorámica del barrio noble oriental y del mar de blancas crestas situado al sur. El oscuro baluarte de la fortaleza del templo se hallaba al oeste, una mancha permanente contra el cielo estival. Una brisa marina que silbaba intermitentemente por encima de las almenas y atravesaba la plana extensión del tejado llevaba hasta Malus soplos de penetrante incienso y fragmentos de salmodias susurradas en una ceremonia que se celebraba a pocas decenas de pasos de distancia.

Un bloque de basalto pulimentado descansaba en el centro exacto del tejado, con la cabecera y los pies orientados hacia el este y el oeste respectivamente. Sobre el bloque yacía el cuerpo de un hombre con el rostro manchado de sangre oscura y las manos en torno a la empuñadura de un destellante
draich
. El cuerpo estaba vestido con las ropas con que había muerto: sencillos ropones blancos similares a los de los otros fanáticos, pero los suyos estaban empapados en el rojo de la sangre que había manado de una enorme herida abierta que iba desde un hombro a la cadera.

Tres mujeres danzaban lentamente en torno al cadáver, con el espeso cabello blanco ondulando como un estandarte al viento. Llevaban un tocado negro de bruja, y sus cuerpos desnudos eran lustrosos y voluptuosos. El sudor brillaba en los poderosos brazos y destellaba fríamente en las gargantas blancas y pesados pechos, mientras las brujas se mecían a un ritmo que sólo ellas podían oír. Sus ojos eran como lagos sombreados, insondables y oscuros, y los labios carnosos se movían al susurrar las palabras del poder que él sentía rozarle la piel. Con sobresalto, vio que los finos decios estaban rematados por garras, y que los blancos dientes eran afilados y en forma de colmillos de león. De repente, a Malus le recordaron a las terribles estatuas que flanqueaban el camino de las Casas de los Muertos.

—¿No son magníficas? Son auténticas brujas de Khaine —le susurró la guía al oído. Malus ni siquiera la había oído acercarse—.
Heshyr na Tuan
, las Guardianas de los Muertos. Nadie, ni siquiera Sethra Veyl, sabía que aún existieran —la voz de la fanática estaba tensa de pasmo reverencial—. Este ritual no ha sido ejecutado en miles de años. El solo hecho de presenciarlo es un gran honor.

«Y a plena vista de la fortaleza del templo», pensó Malus, que levantó los ojos hacia las torres de vigilancia que se alzaban a intervalos regulares sobre las murallas negras. Tanto si era un honor como si no, sospechaba que Tyran quería enviar un mensaje a los ancianos del templo. Más de media docena de fanáticos se encontraban reunidos en apretado grupo justo a la izquierda de la puerta, y dividían la atención entre las murallas de la fortaleza y los hipnóticos movimientos del ritual. Estaban tensos y alerta, como si esperaran que en cualquier momento saliera una salva de flechas de las almenas del templo.

Había un druchii que se mantenía separado de los demás, aproximadamente a medio camino entre el ritual en curso y la puerta en la que se encontraba Malus. Estaba de espaldas a él, con el torso desnudo, cosa que dejaba a la vista unos anchos hombros poderosos y fuertes brazos que podrían haber sido esculpidos en mármol pálido. Llevaba el negro cabello recogido atrás con una tosca cuerda de cuero. En una mano empuñaba un largo
draich
curvo cuyo pulimentado filo destellaba como hielo a la luz del sol. A pesar de que la pose era la de un diestro espadachín experto y en guardia, la piel desnuda no presentaba una sola cicatriz.

—Ése debe de ser Tyran, supongo —dijo Malus en voz baja.

—Sí —replicó la guía—. Esperaremos aquí durante unos momentos. El ritual ya casi ha concluido.

Malus no estaba seguro de cómo podía saberlo la mujer. Las brujas de Khaine continuaban la lenta danza en torno al cadáver de Sethra Veyl, con los entrecerrados ojos fijos en él y susurrando súplicas al Señor del Asesinato. De repente, el trío se detuvo. Dos se situaron a ambos lados del cuerpo de Veyl mientras la tercera quedaba justa detrás de su cabeza. Las brujas de Khaine tendieron las manos hacia el cadáver, estiraron los largos dedos provistos de garras, y la mujer que estaba detrás de la cabeza de Veyl se inclinó con una sonrisa bestial y apretó los labios contra los del muerto.

El cuerpo sufrió una convulsión, brazos y piernas fueron presas de espasmos como si el cadáver sufriera estertores de muerte. Las brujas de Khaine se apartaron al tiempo que echaban atrás la cabeza y lanzaban un ululante aullido que a Malus le provocó un escalofrío. Entonces, profiriendo un rugido furioso, Sethra Veyl se sentó bruscamente, con el rostro sucio de sangre contorsionado por una expresión de odio.

Varios de los druchii presentes retrocedieron con gritos de sobresalto. Tyran, sin embargo, abrió los largos brazos como si le diera la bienvenida a un hermano perdido, y lanzó una jubilosa carcajada.

—¡Levántate, Sethra Veyl! —gritó Tyran—. ¡Despójate del negro velo de la muerte y cumple con tu juramento a Khaine!

El cuerpo resucitado miró a Tyran con ferocidad. La cara de Veyl se contraía espasmódicamente, como si deseara cubrir de maldiciones al risueño druchii, pero incapaz de lograr que la boca formara las palabras. Sólo un gorgoteo estrangulado escapó por los labios manchados de sangre de Veyl cuando bajó del bloque de piedra y alzó el
draich
con ambas manos.

Pasado un momento, el cadáver renunció al intento de hablar. Los oscuros ojos de Veyl destellaron con amargo humor. De repente, Malus se preguntó si tal vez el anciano muerto estaría intentando, en lugar de maldecir, impartirles algún oscuro conocimiento del reino anegado en sangre de Khaine. Este pensamiento apenas había tenido tiempo de formarse cuando Veyl se lanzó silenciosamente hacia Tyran, y su espada destelló en una compleja serie de tajos mortales.

La velocidad del ataque conmocionó a Malus. Con independencia de cualquier otra cosa que pudiera decirse de los fanáticos, su dedicación a las artes de la guerra era pasmosa. Tyran permaneció inmóvil, y el noble se preguntó si también él estaría pasmado ante la ferocidad del ataque del cadáver. De ser así, pronto habría otro cadáver por el que danzarían las brujas de Khaine.

Pero justo cuando la larga espada del cadáver hendía el aire en dirección a la garganta de Tyran, el fanático de torso desnudo se convirtió en un estallido de actividad. En un momento dado la espada pendía relajadamente de su puño, y al siguiente el druchii había pasado junto a la forma de Veyl que arremetía contra él. Malus apenas reconoció el sonido tintineante del acero contra la carne.

Veyl se detuvo dando traspiés, inmovilizado en medio del barrido, como si se sintiera confuso. Luego, Malus oyó que algo mojado resbalaba, y la parte superior del torso del cadáver se deslizó en diagonal y cayó al suelo en medio de una fuente de sangre coagulada. Lo más increíble fue que el resto de Veyl permaneció de pie durante un momento más antes de caer hacia adelante y derramar un reguero de órganos sobre el tejado de pizarra.

Con un chillido extático, las brujas de Khaine cayeron sobre el cuerpo cercenado de Veyl para quitarle la ropa y desgarrar la carne con colmillos y garras. Tyran giró grácilmente sobre los talones al tiempo que bajaba lentamente la espada hacia un lado, y Malus se sintió impresionado por la misteriosa expresión serena del bello rostro.

Tyran se acercó a las brujas acuclilladas como si estuviera en trance. Las brujas lo miraron por encima del banquete de carroña, con el mentón oscurecido por la sangre. Lo estudiaron con grandes ojos leoninos.

Tyran les tendió la mano izquierda.

—Dadme lo que me corresponde —dijo—, en el sagrado nombre de Khaine.

Una de las brujas de Khaine sonrió y dejó a la vista los colmillos ensangrentados. Metió la mano en el pecho abierto de Veyl y le arrancó el corazón. Tyran cogió el órgano con respeto, echó atrás la cabeza y exprimió el contenido del corazón dentro de su boca.

Se produjo un cambio sutil en el aire. Malus percibió la repentina ausencia de una tensión eléctrica de cuya presencia no se había dado cuenta. Un suspiro recorrió a los fanáticos reunidos.

—Ahora, Tyran posee una parte de la fuerza de Veyl —susurró la guía de Malus, más para sí misma que para él—. Siempre se hizo así, cuando un anciano moría en los tiempos antiguos. ¡Verdaderamente, nuestro momento de ajuste de cuentas está cerca!

Cuando hubo caído la última gota de sangre, Tyran se volvió a mirar las altas murallas de la fortaleza lejana. Con lentitud, deliberadamente, alzó la espada y el macabro trofeo muy por encima de la cabeza.

BOOK: La Espada de Disformidad
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