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Authors: Mike Lee Dan Abnett

La Espada de Disformidad (9 page)

BOOK: La Espada de Disformidad
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«Muévete, muévete», se dijo Malus, desesperado, y reprimió un gemido de dolor al ponerse en pie de un salto. El maestre de asesinos avanzaba lenta y deliberadamente, con las pequeñas manos letales tendidas hacia él. El noble miró a su alrededor en busca de una arma. Recogió un brazo de piedra y lo lanzó hacia la cabeza del maestre, a lo que siguieron un trozo de un ala rota y un trozo de cola con púas. El maestre de asesinos las desvió con facilidad a un lado y continuó avanzando inexorablemente hacia el noble.

Malus esquivó el primer golpe en el último momento, al protegerse tras la estatua de un grifo que rugía. El segundo golpe hizo pedazos la estatua, y esquirlas de piedra afiladas como navajas le hirieron el rostro. Tropezó y cayó sobre un montón de extremidades y alas de piedra desparramadas.

El maestre druchii le arrancó la capucha y lo aferró por el pelo en el momento en que tocaba el suelo.

—Tu técnica es vergonzosa —siseó el maestre de asesinos, con la mano libre a punto de golpear—. Cada vez que respiras insultas la gloria de Khaine.

—Me siento... halagado... de que te hayas dado cuenta —gruñó Malus, con el rostro contraído por una mueca de dolor—. Lo que me falta en... habilidad... lo compenso con... traición.

El noble rodó hacia un lado al tiempo que golpeaba con una extremidad de piedra que había cogido al caer. Al impactar contra el tobillo izquierdo del maestre, le partió el hueso y lo hizo desplomarse de rodillas. Gritando de cólera y dolor, Malus volvió a golpear, esta vez la mano que lo retenía, y partió la muñeca del aturdido druchii. Se libró de la presa del maestre y le asestó un golpe de revés en un lado de la cabeza. Se oyó un crujido espeluznante y el maestre cayó sin vida al suelo.

Malus se puso de pie con paso tambaleante y jadeando. Golpeó dos veces más al maestro para asegurarse, y luego arrojó a un lado el ensangrentado brazo de piedra. Puede que el druchii hubiese sido un maestro en asesinar víctimas mediante el sigilo y la astucia, pero no habría sobrevivido ni diez segundos en un campo de batalla.

Al otro lado de la habitación, el fanático superviviente se había levantado con piernas inseguras, con el brazo derecho roto sujeto contra el costado. Malus lo miró con ferocidad.

—Podrías haberme ayudado —siseó con los dientes apretados. Tenía la sensación de que se había partido una costilla, como mínimo.

El fanático abrió más los ojos.

—¿Y privarte del honor de matarlo? —preguntó, horrorizado.

—Ah —dijo Malus—. Claro. Por supuesto.

El anciano de cara de zorro aún estaba apoyado contra la puerta, clavado allí por la espada de Malus. El noble fue cojeando hasta él y arrancó el arma con un gruñido de dolor. Justo cuando el cuerpo del anciano caía hacia un lado, la puerta se abrió hacia el interior y Malus se encontró cara a cara con un druchii ataviado con ricos ropones rojos sobre los que llevaba un peto de latón tachonado de rubíes y perlas. En la frente lucía una banda de oro incrustada de gemas en forma de diminutos cráneos destellantes. Al igual que la anciana a quien Malus había matado, el druchii llevaba un báculo, éste con incrustaciones de oro rojo.

El rostro del anciano se puso pálido de terror. Detrás de Malus se produjo un leve susurro de ropones de lana. El noble inspiró profundamente, cambió la espada de la mano derecha a la izquierda, giró sobre sí justo cuando oyó que el fanático se acercaba, y le atravesó el pecho con la espada. El fanático se dobló por la cintura debido a la fuerza de la estocada, y la vida lo abandonó con un solo jadeo gorgoteante. Malus apartó el cadáver de un empujón y se volvió hacia el pasmado anciano.

—Entra, Arquihierofante —dijo, al tiempo que señalaba la mesa con un gesto de la mano salpicada de sangre—. Bebe un poco de vino. Tú y yo tenemos mucho de qué hablar.

6. Equilibrio de terror

El Arquihierofante Rhulan llenó de espeso vino color ciruela, hasta el borde, una de las copas de latón que había sobre la mesa, y bebió un largo sorbo antes de volverse a mirar a Malus. Tenía el rostro de un asceta, con largos rasgos demacrados y un cuello flaco que se contraía violentamente al beber. Al principio, el anciano del templo no dijo nada mientras observaba el macabro contenido de la estancia.

El noble estudió atentamente las reacciones del druchii. Los ojos de Rhulan se detuvieron primero en la anciana que yacía sobre un creciente charco de sangre. Sus finos labios se contrajeron en una fugaz sonrisa, y el destello de arrogante satisfacción que apareció en sus ojos de color latón fue inconfundible. La mirada del anciano pasó sobre los escribas muertos y la contorsionada forma del fanático, en busca de la desplomada figura del anciano de cara de zorro, momento en que hizo una mueca de evidente disgusto. Malus casi podía ver cómo giraban los engranajes del interior de la cabeza del hombre mientras estudiaba la carnicería y calculaba nuevas ecuaciones políticas dentro del templo. «A juzgar por tus reacciones, da la impresión de que te he puesto en las manos toda una oportunidad nueva», pensó el noble.

Justo cuando la inquisitiva mirada se posó sobre la vapuleada forma del maestre de asesinos, Rhulan se mostró realmente perplejo. El vino, al moverse dentro de la copa, se derramó ligeramente por el borde cuando el anciano le lanzó a Malus una mirada de preocupación.

—Tú no perteneces al templo —dijo—. De eso estoy seguro. ¿Quién eres?

—No importa quién soy —declaró Malus—. Mi identidad no alterará la situación en que te encuentras. —Incapaz de resistirse por más tiempo, Malus avanzó con rapidez hasta la mesa y se sirvió vino. Le dolían terriblemente las costillas, olas de dolor que le recorrían el pecho.

—¿Y qué situación es ésa? —le espetó Rhulan. La conmoción de lo que acababa de ver estaba desvaneciéndose y el anciano comenzaba a recobrar la compostura.

—Ahórrate las bravuconadas, santo —le contestó Malus—. La única razón por la que continúas con vida es porque prefiero negociar contigo en lugar de matarte. Tu ciudad..., no, tu religión misma está bajo el asedio de un pequeño ejército de fanáticos que creen que estáis negando la sagrada voluntad de Khaine, y deben de tener razón, al menos a medias, dado que parecéis incapaces de actuar directamente contra ellos.

Era una finta destinada a alterar a Rhulan y hacerlo hablar, pero Malus se sintió secretamente conmocionado cuando el anciano rechinó los dientes y aceptó el insulto en silencio. El noble estudió atentamente a Rhulan. «Estás realmente desesperado —pensó—. Sospechas que los fanáticos tienen razón, pero intentas silenciarlos. ¿Por qué?»

—¿Cómo es que llevas sobre ti la bendición de Khaine pero te alias con los herejes?

Malus rió fríamente entre dientes.

—Rhulan, me dejas de piedra. ¿Durante cuánto tiempo los fanáticos se han opuesto a la voluntad del templo? ¿Crees honradamente que habrían podido sobrevivir durante tanto tiempo como lo han hecho si no contaran con el apoyo de algunos miembros del sacerdocio? El propio templo fortaleza ha sido infiltrado, Arquihierofante. ¿De qué otro modo crees que logré entrar aquí? —Era otro farol, pero, a juzgar por la expresión de terror que afloró a la cara del anciano, era una afirmación con cierto fundamento.

—¿Quién? —tartamudeó Rhulan, que apretó la copa con las manos.

«Esto es casi demasiado fácil», pensó Malus, y sonrió.

—A su tiempo, Arquihierofante. Consideremos primero la esencia de vuestro problema. ¿Cómo os van las cosas con Urial?

El anciano se irritó.

—Está engañado —le espetó Rhulan—. Deberíamos haber dispuesto su muerte hace mucho. Yo sabía que, antes o después, intentaría algo como esto.

—¿Por qué, entonces, continúa dentro del Sanctasanctórum de la Espada, si sus pretensiones son ilegítimas?

Los abultados músculos de la mandíbula del anciano se contrajeron como puños cerrados.

—Está el asunto de su hermana —concedió Rhulan— y su linaje. La situación es muy complicada.

Malus miró el espeso líquido de la copa. Bebió un pequeño sorbo para catarlo e hizo una mueca: demasiado dulce.

—Aceptáis que ella es una santa viviente. Los fanáticos lo saben.

Rhulan se movió con incomodidad.

—De eso no puede haber ninguna duda —admitió—. Entre los druchii no se ha visto a nadie como ella desde que se perdió Nagarythe —dijo el anciano, con la voz tensa—. Puede enseñarnos mucho, una vez que este... incidente se haya resuelto.

—¿Es el deseo de conservar a Yasmir lo que os impide rechazar las pretensiones de Urial, o en realidad se debe a lo que él pretende ser? Tenéis que comprender que cuanto más se prolongue esto, más les hacéis el juego a los fanáticos.

Rhulan le lanzó a Malus una mirada feroz. Hacía muchísimo tiempo que nadie se atrevía a hablarle con semejante insolencia.

—Sus pretensiones son lo bastante elevadas como para exigir un estudio exhaustivo antes de poder tomar una decisión.

Malus agitó una mano en el aire para interrumpirlo.

—El meollo del asunto es que pensáis que podría tener razón, pero no queréis entregarle la espada, y sospecho que las razones que os mueven no tienen nada que ver con la voluntad de Khaine.

Un tenso silencio descendió sobre la habitación. Rhulan se había quedado muy quieto, y había entrecerrado los ojos para estudiar a Malus con desconfianza. El noble, con aire contemplativo, bebió un sorbo de vino. «He dado en un punto delicado», pensó. ¿Cuál era, entonces, el programa del templo?

—El templo se reserva su opinión en temas de fe —replicó Rhulan con prudencia—. Has dicho que querías negociar. Te escucho.

Malus se dio fuerzas con un sorbo del empalagoso vino y asintió brevemente con la cabeza.

—Vuestra posición es insostenible —dijo—. Se os acaba el tiempo, Arquihierofante. Hasta ahora habéis podido negaros a acceder a las pretensiones de Urial, pero sus aliados se preparan para tomar el asunto en sus propias manos.

—¿Cómo?

El noble negó con la cabeza.

—Lo primero es lo primero. Puedo poner al jefe de los fanáticos en tus manos, pero a cambio debes acceder a concederme refugio dentro de la fortaleza del templo. Cuando hayamos acabado con los fanáticos de la ciudad, podré comenzar a investigar qué simpatizantes tienen dentro del templo, lo que os permitirá a vosotros concentraros en Urial y su hermana.

Rhulan no respondió de inmediato, y se quedó contemplando el fondo de la copa.

—Será necesario que hable de esto con el consejo de ancianos —dijo.

Malus sobresaltó al druchii con una sonora carcajada.

—Rhulan, hace diez minutos estabas seguro de que los herejes no podían tener, de ningún modo, agentes dentro de la fortaleza del templo. ¿Estás completamente seguro de que puedes confiar en el consejo de ancianos? Cuanta menos gente esté enterada de este acuerdo, más probabilidades tendrás de volver las tornas contra los fanáticos. —Malus avanzó un paso hacia el druchii—. Escoge ahora mismo.

—¡De acuerdo! —le espetó Rhulan—. Acepto el trato. Pobre de ti si intentas engañarme.

—Lo mismo podría decir yo, Rhulan —replicó Malus, y dejó la copa a un lado. Buscó la segunda espada entre los cadáveres y luego sujetó el arma en la mano mientras estudiaba a los dos ancianos muertos—. No consideres esto como un acuerdo no provechoso, Arquihierofante. Ambos podemos beneficiarnos. Cuando hayamos acabado, los fanáticos habrán recibido un golpe que los dejará desarticulados, el templo quedará limpio de herejes y Urial ya no será un problema.

—¿Y qué me dices de ti? ¿Qué piensas ganar tú con esto?

Malus sonrió mientras avanzaba hacia el cuerpo de la anciana.

—Paso a paso, Rhulan —respondió—. Por el momento, concentrémonos en ti. —Cogió a la anciana por el cabello y le alzó la cabeza. La corta espada destelló al descender y penetrar en el cuello del cadáver, pero estaba demasiado rígido para poder cortárselo. Malus tuvo que asestar varios tajos para cercenar carne y vértebras, mientras hacía muecas debido a lo chapucero de la decapitación.

—En el nombre de Khaine, ¿qué estás haciendo? —preguntó Rhulan, con voz ahogada.

—No puedo volver junto a los fanáticos con las manos vacías —explicó Malus. Con el macabro trofeo sujeto a un lado, avanzó hacia el anciano de cara de zorro—. Por lo que respecta a ti, quiero que permanezcas aquí y te sirvas un poco más de vino mientras vuelvo a salir a la ciudad. Espera media hora antes de dar la alarma, y luego cuéntale a quien sea necesario que llegaste tarde a la reunión y encontraste las cosas tal y como están ahora.

—Muy bien —replicó Rhulan, y lanzó un sonoro suspiro al tiempo que tendía la mano hacia la botella de vino—. ¿Cómo vamos a comunicarnos? ¿Voy a encontrarte al acecho dentro de mis aposentos, mañana por la noche?

Malus rió entre dientes.

—Nada tan teatral. Tendré que hacer algunas averiguaciones más entre los fanáticos. Cuando tenga alguna noticia digna de ser comunicada, te haré llegar un mensaje a través del santuario del barrio de los nobles. Escoge a un sirviente de confianza y haz que compruebe cada noche las ofrendas que haya en el santuario.

—¿Qué deberá buscar?

El noble gruñó de dolor cuando se puso a trabajar otra vez con la espada.

—Dile que busque una cabeza a la que le falte la punta de ambas orejas —dijo, al tiempo que alzaba la cabeza del anciano de cara de zorro—. Creo que tendré abundancia de candidatos entre los que escoger durante los próximos días.

Los alaridos y el entrechocar de acero flotaban en el aire por encima de Har Ganeth, y resonaban como gritos de fantasmas bajo las relumbrantes lunas.

Había menos de un kilómetro y medio entre la Puerta del Asesino y la casa de Sethra Veyl, pero Malus tardó más de cuatro horas en recorrer esa distancia. Grupos armados recorrían las calles con espadas y hachas en las manos en busca de ofrendas para el Dios de la Sangre. Nobles armados y acorazados, con séquitos de guardias personales bien armados, pasaban junto a grupos de vasallos que blandían cuchillas para carne y garrotes nudosos, y cada uno medía las fuerzas del otro como manadas de lobos hambrientos. La noche aún era joven, pero muchas de las bandas ya exhibían uno o dos trofeos ensangrentados. Por lo que Malus podía determinar, parecía existir un acuerdo tácito de caer sobre los viajeros solitarios en lugar de trabarse en grandes batallas callejeras. Ciertamente, para los asesinos era menos peligroso hacerlo así.

Malus se movía con cautela y se valía de los ropones oscuros para fundirse con las sombras siempre que oía acercarse un grupo de druchii. No había manera de saber con certeza si los merodeadores le perdonarían la vida ni siquiera a un asesino del templo una vez que tenían la sangre encendida. En una ocasión, el noble se metió dentro de un callejón sombrío y se encontró cara a cara con un fanático de ropón blanco. El verdadero creyente estaba salpicado de sangre y media docena de trofeos le pendían del ancho cinturón de cuero. El fanático se había deslizado silenciosamente hacia Malus y alzado la espada manchada, pero en el último momento reconoció el rostro del noble y se inclinó profundamente, pasó ante Malus y reanudó su cacería por las calles de la ciudad.

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