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Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

La esquina del infierno (4 page)

BOOK: La esquina del infierno
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—Ahora mismo —‌ordenó el mayor de los dos.

6

—Aquí no —‌masculló Stone mientras el coche negro aparcaba en el Centro de Inteligencia Nacional, o NIC, diseñado a modo de campus en Virginia septentrional. Pasaron junto a la exuberante zona ajardinada pagada por los contribuyentes y se dirigieron hacia un edificio bajo que albergaba gran parte de las operaciones de inteligencia de Estados Unidos.

Una de las paredes del vestíbulo estaba repleta de fotografías de atentados terroristas perpetrados contra Estados Unidos. Al pie de aquellas imágenes desasosegadoras había una placa que rezaba «Nunca más».

De la otra pared colgaban las fotografías de los hombres que habían dirigido la agencia. No había muchas, puesto que el NIC se había creado después de los atentados del 11-S. El más destacado de los ex directores había sido Carter Gray, un funcionario con muchos cargos gubernamentales de gran importancia. El rostro corpulento de Gray les observaba mientras caminaban por el vestíbulo.

Stone había trabajado para Gray hacía ya varias décadas, cuando a Stone se le conocía por su nombre verdadero, John Carr. Carr, el asesino más eficaz del país, había empleado cuanta valentía y perspicacia poseía para servir a la patria. Como recompensa, todos sus seres queridos habían muerto a manos de aquellos para quienes había trabajado con tanta abnegación. Ese era uno de los motivos por los que Stone había acabado con Gray. Y ese motivo habría bastado.

«Púdrete en el infierno, Carter —‌pensó Stone cuando cerraba la puerta tras de sí‌—. Ya nos veremos las caras cuando me llegue el turno.»

Al cabo de cinco minutos Stone estaba sentado junto a una pequeña mesa de madera en una sala sin ventanas. Miró a su alrededor mientras trataba de respirar con calma e ignorar las punzadas de dolor que sentía en la cabeza. Saltaba a la vista que era una sala de interrogatorios.

«Y ahora me interrogarán, claro.»

La sala se oscureció de repente y apareció una imagen en la pared de enfrente que procedía de un proyector apenas visible en el techo.

Se veía a un hombre sentado en un sofá cómodo junto a un escritorio pulido. A juzgar por lo que Stone veía detrás del hombre, estaba en un reactor. Tenía cincuenta años, estaba moreno, con el pelo cortado casi al rape y un par de ojos verdes vivarachos.

—¿Ni siquiera me merezco un cara a cara? —‌preguntó Stone antes de que el hombre tuviera tiempo de abrir la boca.

—Me temo que no, pero al menos me ves —‌dijo sonriendo. El hombre no era otro que Riley Weaver, el nuevo director del NIC. Era el sucesor del difunto Carter Gray. No era fácil ocupar su puesto, aunque en las altas esferas se rumoreaba que Weaver se iba abriendo camino poco a poco, sin prisas pero sin pausas. Estaba por ver si eso resultaría positivo o negativo para el país.

Apenas hubo hablado Weaver, la puerta de la sala se abrió y dos hombres entraron y se apoyaron en la pared que estaba detrás de Stone. A Stone nunca le había gustado que hubiera hombres armados detrás de él, pero no le quedaba más remedio que aceptarlo. Él formaba parte del equipo visitante, y el local era el que imponía las normas.

—Infórmame de lo sucedido —‌ordenó Weaver mirando a Stone.

—¿Por qué? —‌preguntó Stone.

La sonrisa desapareció del rostro de Weaver.

—Porque te lo he pedido con educación.

—¿Trabajo para ti? No recuerdo que me lo comunicasen.

—Cumple con tu obligación como ciudadano. —‌Stone no replicó. Weaver fue quien rompió el silencio. Se inclinó hacia delante y añadió‌—: Tengo entendido que el viento y la marea te son favorables.

Stone recordó que Weaver había sido infante de marina. La referencia marítima le hizo ver que Weaver sabía más de lo que había imaginado. El presidente de Estados Unidos representaba «el viento y la marea favorables». Pero ¿sabía Weaver que Stone se había reunido con el presidente? ¿Sabía que partiría hacia México para lidiar con los rusos? Stone no pensaba contárselo.

—La obligación como ciudadano —‌repitió Stone‌—. Pues que quede claro que se aplica a los dos.

Weaver se recostó en el asiento. Su expresión indicaba que, si bien tal vez había infravalorado a Stone en un principio, ya había enmendado ese error.

—De acuerdo.

Stone resumió de forma concisa lo que había ocurrido en el parque.

—Bien. Mira a tu izquierda y observa con detenimiento —‌le dijo Weaver cuando hubo acabado.

7

Al cabo de unos instantes Stone estaba viendo la grabación de lo sucedido la noche anterior en Lafayette Park. Habían ralentizado la velocidad de los fotogramas para que apreciara todos y cada uno de los detalles con tranquilidad. Stone vio que las personas echaron a correr en todas direcciones en cuanto comenzó el tiroteo. Se notaba que el hombre del chándal no estaba acostumbrado al ejercicio, porque se movía con dificultad. Daba pasos cortos, cada vez menos seguros. Traspasó la cinta amarilla y al cabo de poco se cayó o tal vez saltó al agujero en el que estaba plantado el arce.

Stone entendió por fin por qué aquel hombre había desaparecido de repente. Era como una especie de trinchera para refugiarse de las balas.

Entonces explotó la bomba. Stone se vio a sí mismo salir disparado y chocar de lleno contra el pandillero. Los dos se desplomaron. El diente en la cabeza. Se frotó la zona dolorida.

Al cabo de unos segundos la grabación se detuvo. La onda expansiva de la explosión debía de haber bloqueado la señal. La pared volvió a iluminarse.

—¿Comentarios? —‌preguntó Weaver.

—Pon la grabación de nuevo —‌pidió Stone.

Stone la vio por segunda vez.

Stone pensó en lo que acababa de ver. El hombre del chándal se había caído en el agujero y la explosión se había producido al cabo de pocos segundos.

—¿Cuál fue la fuente de la detonación? ¿El hombre del chándal?

—No lo sabemos con certeza. Tal vez algo que estaba en el agujero.

—¿En el agujero? —‌preguntó Stone con escepticismo‌—. ¿No hay conductos de gas debajo del parque?

—No.

—¿Sugieres entonces que alguien colocó una bomba en Lafayette Park?

Weaver adoptó una expresión sombría.

—Aunque se trata de una posibilidad aterradora no podemos descartarla.

—¿Entonces el tipo se arrojó al agujero para evitar las balas y acabó saltando por los aires por culpa de una bomba colocada allí mismo?

—Si así fuera, mala suerte. Refugiarse de la balas no le bastó para seguir con vida.

—¿Quién está en la escena del crimen?

—La ATF y el FBI.

A Stone le pareció normal. La ATF se ocupaba de las investigaciones en las que había explosivos hasta que se determinase si el atentado era obra de terroristas internacionales, en cuyo caso el FBI asumía el mando. Sin embargo, Stone suponía que si una bomba explotaba en las inmediaciones de la Casa Blanca se clasificaría como acto terrorista internacional, con lo cual el FBI llevaría la batuta.

—Bien, olvidémonos de los explosivos por el momento. ¿Sabemos de dónde salieron los disparos? Según la grabación se originaron en el extremo septentrional del parque, en dirección a la calle H o tal vez más lejos.

—Sí, esa es la conclusión preliminar.

—Salieron del norte hacia el sur, pero en la grabación no se aprecia el resplandor de los disparos —‌señaló Stone‌—, lo cual significa que las cámaras no los captaron.

—Se originaron detrás de los árboles —‌explicó Weaver‌—, muchos de ellos en el extremo septentrional del parque. Las cámaras de vigilancia están ubicadas para grabar a la altura del suelo, por lo que no captarían los fogonazos si los francotiradores estaban en lo alto.

—Creo que los disparos indican una posición elevada —‌opinó Stone.

—¿En qué te basas? —‌preguntó Riley en un tono que daba a entender que ya sabía la respuesta pero que quería poner a Stone a prueba. Stone decidió seguirle el juego.

—Si los disparos se hubieran originado detrás de los árboles al nivel del suelo habrían atravesado el parque y llegado hasta la Casa Blanca pasando por Pennsylvania Avenue.

—¿Qué te hace pensar que no fue así?

—Porque ya me lo habrías dicho o porque habría habido víctimas. Había muchas personas en la zona de la Casa Blanca, vehículos flanqueando Pennsylvania Avenue y guardias patrullando el perímetro. Sería difícil de creer que los disparos no hubieran herido a nadie. Así que se efectuaron desde lo alto, lo cual concuerda con mis observaciones ya que las balas se hundían en la tierra. Si primero atravesaron las copas de los árboles entonces se dispararon desde las mismas o desde más alto, y muchos de esos árboles son altos con copas muy frondosas —‌añadió Stone‌—. ¿Alguien vio algo en el extremo septentrional del parque?

—Había agentes de seguridad, la policía del parque, un par de agentes del Servicio Secreto uniformados y perros rastreadores de bombas. Todavía están dando su versión de los hechos, pero las conclusiones preliminares indican que no saben de dónde procedieron los disparos.

Stone asintió.

—¿Por qué no se despejó el parque anoche?

La expresión de Weaver dejó bien claro que no le gustó la pregunta.

—Quisiera que te limitaras a comentar la grabación.

—Me gustaría comprender mejor lo que sucedió antes de proseguir.

Weaver bajó la vista y observó una carpeta que había en el escritorio.

—¿John Carr? —‌Stone permaneció en silencio, contemplando la imagen digital de Weaver en la pared‌—. John Carr —‌repitió Weaver‌—, tu expediente es tan confidencial que ni siquiera yo he podido verlo todo.

—A veces, para variar, hasta los gobiernos son discretos —‌apuntó Stone‌—, pero estábamos hablando del origen de los disparos y de la seguridad del parque, o la falta de la misma.

—Todavía se está investigando el origen de los disparos. La seguridad del parque es jurisdicción del Servicio Secreto y aún no me han puesto al día.

—Claro que te han puesto al día —‌replicó Stone.

Weaver parecía intrigado.

—¿Por qué lo dices?

—La seguridad del presidente está por encima de todo, lo cual otorga al Servicio Secreto mayor peso del que suele tener entre agencias. Los disparos, que parece que fueron automáticos, y la explosión tuvieron lugar justo enfrente de la Casa Blanca hace más de quince horas. Cada día a las siete de la mañana informas al presidente de los asuntos de seguridad nacional. Si no hubieras hablado con el Servicio Secreto entonces no habrías podido informar al presidente de lo sucedido anoche. Y si no hubieras informado al presidente esta mañana de un atentado en las inmediaciones de la Casa Blanca ya no serías director del NIC.

Un tic en el ojo derecho de Weaver indicó que la conversación no estaba siguiendo el cauce deseado. Los hombres que estaban apoyados en la pared se movieron con incomodidad.

—El Servicio Secreto dijo que habían pensado despejar el parque, pero hubo un cambio de planes —‌explicó Weaver‌—. Puesto que el primer ministro iría directamente a la Blair House consideraron que el parque no supondría una amenaza. Resumiendo, creían tenerlo controlado. ¿Satisfecho?

—Sí, pero me asalta otra duda. —‌Weaver esperó, expectante‌—. ¿Cuál fue exactamente el cambio de planes?

A modo de respuesta, Weaver le fulminó con la mirada.

—Limítate a los comentarios sobre la grabación, si es que tienes más.

Stone le miró para tratar de adivinar la intención de aquellas palabras. Tenía varias opciones. A veces era mejor llevar las cosas al límite, y otras, no.

—Había demasiadas personas en el parque haciendo cosas que no resultaban normales a esa hora.

Weaver se reclinó en el sofá.

—Sigue.

—Conozco bien Lafayette Park. A las once de la noche las únicas personas que suele haber en el parque son los agentes de seguridad. Anoche había cuatro personas que no tenían que haber estado allí. El pandillero, el del chándal, el hombre del traje y la mujer del banco.

—Podían haber tenido mil razones para estar allí —‌señaló Weaver‌—. Era una noche cálida y es un parque.

Stone negó con la cabeza.

—Lafayette Park no es el sitio preferido de la gente para pasar el rato por la noche. A los del Servicio no les gusta que la gente se quede mucho en el parque. Ellos mismos te lo dirán.

—Ya lo han hecho —‌confirmó Weaver‌—. ¿Cuál es tu teoría?

—El pandillero iba armado. Se notaba a la legua, así que los contra-francotiradores tendrían que haberse dado cuenta y habérselo comunicado a los de seguridad. Deberían haberlo detenido en cuanto pisó la zona de peligro, pero no lo hicieron.

Weaver asintió.

—Sigue.

—La mujer iba bien vestida, tal vez fuera oficinista. Llevaba un bolso. Pero no tenía sentido que se sentara en el banco a esa hora. Hablaba por el teléfono y se levantó justo cuando el séquito de coches se detuvo. Por suerte para ella, porque se salvó de los disparos.

—Sigue —‌dijo Weaver.

—El hombre trajeado se pasó un buen rato observando la estatua y luego se dirigió hacia Decatur House justo cuando la mujer salía del parque. Cuando comenzó el tiroteo ya los había perdido de vista. Entonces me fijé en el del chándal y vi que corría hacia la estatua de Jackson. Tuve la impresión de que se lo había tragado la tierra, pero ahora sé que se arrojó al agujero para evitar las balas.

—Y saltó por los aires por haberse tomado la molestia —‌dijo Weaver.

—Eso no significa que las personas que estaban en el parque no tuvieran nada que ver con lo sucedido.

Weaver negó con la cabeza.

—Me parece poco probable. Se produjeron las ráfagas de disparos y luego el pobre idiota que intentó salvarse de las balas seguramente detonó sin querer una bomba que ya había sido colocada allí. Creo que el tipo nos hizo un favor. Activó la bomba antes de que pudiera haber causado daño de verdad. Ahora tenemos que averiguar quién y por qué anda detrás de los disparos y la bomba. —‌Weaver le observó‌—. ¿Se te ocurre algo al respecto? Porque, si quieres que te diga la verdad, me decepciona lo poco que me has contado. Creía que eras un hacha, pero casi todo lo que me has dicho ya lo había deducido yo solito.

—No sabía que mi trabajo fuera hacer el tuyo. Pero te haré otro comentario gratis —‌añadió Stone‌—. El pandillero era un poli, ¿no?

En ese preciso instante la pantalla se quedó en negro.

8

Sin que Stone hubiera indicado la dirección, el coche le dejó en el cementerio de Mount Zion. Stone sabía que era a propósito. Era una forma de decirle: «sabemos dónde vives y vendremos a buscarte cuando queramos».

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