Read La esquina del infierno Online

Authors: David Baldacci

Tags: #Intriga, Policíaca

La esquina del infierno (6 page)

BOOK: La esquina del infierno
10.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Pues está aquí por pura casualidad.

—¿Por eso has vuelto al cementerio?

—Sí y no. —‌Stone la miró expectante‌—. Sí, porque sabía que McElroy querría verte. No, porque tengo mis propios motivos.

—¿Cuáles?

Chapman se inclinó hacia delante y Stone vio, en el hueco entre la chaqueta y la camisa, una pistola Walther PPK que colgaba de una pistolera de cuero negro.

Stone se acercó para mirar de cerca el arma.

—Un gatillo duro, ¿no?

—Te acabas acostumbrando. —‌Chapman se calló y removió el café que le quedaba‌—. Admitámoslo, todo esto ha sido una cagada de principio a fin. Los estadounidenses tienen tantas agencias que no consigo ni una respuesta útil de nadie. Mi jefe piensa lo mismo. Sin embargo, Estados Unidos es nuestro principal aliado y no haremos peligrar esa relación, claro está, pero el blanco era nuestro primer ministro y tenemos la obligación de participar en la investigación.

—¿Por qué has venido a verme?

—James McElroy confía en ti. Ergo, confío en ti. Y anoche estabas en el parque, con lo cual eres una pieza valiosa del puzle.

—Tal vez, pero lo de Irán fue hace ya mucho tiempo, agente Chapman.

—Hay cosas que no cambian. McElroy dijo que eres una de ellas.

—En el caso de que sea John Carr.

—Oh, claro que lo eres, no me cabe la menor duda.

—¿Por qué estás tan segura?

—Antes, en la casa, extraje tus huellas de un vaso que había en el baño. Gracias a la influencia de mi jefe me dieron prioridad en la base de datos del NIC. Aun así, hubo que superar ocho niveles de seguridad, varios ordenadores en las últimas y dos autorizaciones de alto nivel para conseguir identificar la huella. —‌Arqueó las cejas‌—. Es de John Carr, uno de los miembros de la llorada extinta División Triple Seis.

—La cual nunca existió de manera oficial —‌dijo Stone en voz baja.

—Me da igual. Fuera oficial o no, yo apenas era una niña cuando apretaron el gatillo por última vez. —‌Se levantó‌—. ¿Estás preparado para ver al hombre al que salvaste la vida? De veras quiere invitarte a esa cerveza, «señor Carr».

11

James McElroy estaba sentado en la suite del hotel Willard cuando hicieron pasar a Stone y Chapman. El maestro de espías británico tenía setenta y cuatro años, estaba encorvado por la edad y tenía el pelo cano. Se le notaba la barriga prominente debajo de la chaqueta. Al levantarse del sillón las rodillas artríticas le flaquearon un poco, pero la mirada inquieta e inteligente indicaba que, aunque la edad había hecho estragos en él desde un punto de vista físico, su capacidad intelectual permanecía intacta. Si bien había llegado a medir más de un metro ochenta y cinco, la gravedad y los achaques le habían restado unos cuantos centímetros. Tenía poco pelo y lo llevaba alisado, con lo cual dejaba entrever unas arrugas de color rosa en el cuero cabelludo. Había restos de caspa en las hombreras de su americana azul.

Se le iluminó el semblante al ver a Stone.

—Estás igual —‌dijo McElroy‌—, menos por las canas. —‌Le dio una palmadita a Stone en el vientre plano y duro antes de tenderle la mano y luego darle un fuerte abrazo‌—. Yo he engordado y tú no.

Se separaron y McElroy les invitó a que se sentaran.

—¿Cómo te han ido las cosas, John?

—Tirando —‌se limitó a responder Stone.

El británico asintió con expresión comprensiva y sombría.

—Sí, sé a qué te refieres. Todo se te puso cuesta arriba.

—Una forma bastante acertada de resumirlo.

McElroy entrecerró los ojos.

—Me enteré de lo de … ya sabes. Lo siento.

—Ya es más de lo que me dijeron los míos. Gracias.

Chapman miró a Stone y luego a McElroy.

—¿Podría ponerme al día, señor?

—No —‌dijo Stone‌—, no lo hará.

—John y yo somos de una generación que se llevará los secretos profesionales a la tumba —‌dijo sin dejar de mirar a Stone‌—. ¿Comprendido?

—Sí, señor —‌se apresuró a responder Chapman.

—John, ¿te apetece un trago?

—Es muy temprano para mi gusto.

—Pero ya es tarde en Londres, así que finjamos un poco. Imagínate que es una ocasión especial, dos viejos amigos que se rencuentran.

Un ayudante trajo bebidas para los tres. Stone se tomó una cerveza, Chapman un vermú con Beefeater y McElroy un chupito de whisky escocés. McElroy miró a Stone por encima del borde del vaso.

—Tengo piedras en la vesícula. Me están matando, pero dicen que el buen whisky en pequeñas cantidades se las carga. Al menos es lo que he oído decir. En este caso me conformo con un rumor. —‌Alzó el vaso‌—. Salud.

Todos bebieron y McElroy se secó los labios delicadamente con el pañuelo del bolsillo.

—¿El primer ministro? —‌inquirió Stone.

Chapman se irguió en la silla mientras mordisqueaba la aceituna del vermú.

McElroy parecía afligido. Se frotó el costado y asintió con gesto rutinario.

—Sí, el primer ministro. Un tipo sensato. Le voté, aunque en algunos asuntos es un tanto temerario, pero todos los políticos lo son, ¿no?

—¿Lo bastante temerario como para saltar por los aires?

—No, no lo creo.

—Hay muchos enemigos ahí fuera. —‌Stone miró a Chapman‌—. Nuestro mayor aliado. Ha puesto vuestra islita en el punto de mira.

—Eso parece, pero seguimos adelante, ¿no?

—¿Quién sabía que cruzaría el parque?

—Muy pocas personas —‌respondió Chapman mientras McElroy seguía frotándose el costado y se acababa el whisky‌—. Las están investigando en estos momentos.

Stone se percató de que a McElroy no parecía interesarle ese detalle.

—¿Tienes otra teoría?

—Ni siquiera sé si puede considerarse una teoría, John —‌dijo con desdén.

—Ahora me llamo Oliver.

—Por supuesto. Lo vi en la documentación, pero me temo que mi memoria ya no es lo que era. Bueno, Oliver, solo es una idea.

—Soy todo oídos.

Tal y como Stone hubiera hecho antes, McElroy sostuvo en alto cuatro dedos de la mano derecha.

—Anoche había cuatro personas en el parque. —‌Bajó un dedo‌—. Nuestro hombre era el que te clavó el diente.

—La agente Chapman me dijo que era uno de vuestros hombres y que patrullaba el parque. Pero ¿por qué si al final el ministro no pasaría por allí?

—La explicación es bien sencilla. Se le había encomendado que patrullase el parque cuando el plan para cruzar el parque seguía en pie. Después de que el primer ministro se torciese el tobillo dejamos al agente en el parque para ampliar el perímetro de seguridad. —‌McElroy sostuvo bien en alto los tres dedos‌—. Pero lo peor de todo, John, perdón, Oliver, es que mis homólogos norteamericanos no me han dicho nada sobre las otras tres personas.

—He visto la grabación. Una de ellas está muerta.

—No nos sirve de mucho. Quedan el hombre y la mujer. A lo mejor estaban en el parque por pura casualidad, pero puede que no. En cualquier caso, necesito saberlo con certeza.

—¿Por qué había gente en el parque anoche? Estoy allí a todas horas y los de seguridad me conocen. Normalmente no hay nadie en el parque a esas horas de la noche.

—Buena pregunta. Yo mismo me la he formulado. ¿Has dado con la respuesta? Yo no.

—No, al menos no con una satisfactoria. ¿Existen amenazas inminentes contra el primer ministro?

—Ninguna creíble.

—¿Qué piensas hacer?

—Alejarle de la amenaza. —‌McElroy consultó la hora‌—. De hecho, el primer ministro debería llegar a Heathrow dentro de veinte minutos.

—¿Y después de eso?

McElroy vio un poco de caspa en la hombrera y se la quitó de encima como si fuera una conclusión desdeñable.

—No podemos dar el episodio por concluido, Oliver. Ha ocurrido en suelo norteamericano, por lo que nuestros medios son limitados, pero no podemos dar carpetazo a lo sucedido. Sentaría precedente. No podemos permitir que atenten contra el primer ministro sin que haya consecuencias.

—Si es que él era el blanco.

—Tendremos que suponer que lo era hasta que los hechos demuestren lo contrario.

Stone miró a Chapman y luego a su viejo conocido.

—La agente Chapman parece estar capacitada.

—Sí, lo está, de lo contrario no habría venido, pero creo que estaremos mucho mejor preparados si colaborases con ella.

Stone negó con la cabeza.

—Tengo otros asuntos entre manos.

—Sí, la visita al NIC. Tengo entendido que Riley Weaver está marcando el territorio a toda marcha. Cometerá errores, por supuesto, pero esperemos que no mueran muchas personas por su culpa. Y creo que el FBI también te necesita.

—Un caballero muy popular —‌añadió Chapman.

McElroy y Stone se miraron con aire cómplice.

—No creo que «popular» sea el calificativo más acertado. ¿Controlado?

—Tal vez.

Stone miró fijamente a McElroy.

«¿Sabe que me he reunido con el presidente, que trabajo para el país de nuevo?», se preguntó.

Stone no tenía motivos para pensar que McElroy le guardara rencor, pero en aquel mundillo salvarle el pellejo a alguien no garantizaba una lealtad imperecedera. Stone estaba seguro de que el primer ministro y James McElroy lo sacrificarían si así se lo pidiesen los estadounidenses.

Entonces se le ocurrió otra cosa: «Por eso estoy aquí. Le han ordenado a McElroy que me comunique en persona el mensaje del presidente.»

Decidió comprobar si la especulación era correcta.

—Ya me han encomendado una misión. De hecho, se supone que debo partir mañana.

—Sí. Bueno, los planes son flexibles, ¿no? Hay que dar cuenta de los acontecimientos más recientes.

—¿En serio?

—Los planes han cambiado tras lo sucedido en el parque —‌dijo McElroy sin rodeos.

—¿Por qué? ¿Simplemente porque estaba allí?

—En parte. Además, tengo cierta influencia en los círculos afectados y creí que serías más útil aquí que en las zonas más meridionales de este hemisferio.

«Entonces está al tanto de los rusos y de la distribución de la droga desde México», se dijo.

—¿Ahora eres mi defensor? Eso es peligroso.

—También lo fue en Irán en 1977, y eso no te detuvo.

—Era mi trabajo. No me debes nada.

—Esa no es toda la verdad. —‌Stone ladeó la cabeza. McElroy prosiguió‌—: Investigué lo sucedido a posteriori. Ya te habían autorizado que regresases a casa. De hecho, estabas fuera de servicio. El equipo que se suponía que me rescataría sufrió una emboscada. Asesinados a manos de un hombre. ¿Por qué tengo la impresión de que no te estoy contando nada que no sepas?

Chapman miró a Stone con interés creciente.

—Estabas en apuros y yo estaba allí. Habrías hecho lo mismo en mi lugar.

—Pero no con un resultado tan deslumbrante. —‌Se apresuró a añadir‌—: No por falta de voluntad, claro, pero nunca habría disparado con esa eficiencia.

—¿Cuáles son entonces las líneas maestras?

—Investiga y obtén resultados. Luego … —‌McElroy se encogió de hombros‌—, lo que se te prometió sigue en pie.

—¿Y si no obtengo resultados? —‌McElroy no respondió‌—. De acuerdo —‌dijo Stone.

—¿Lo harás?

—Sí.

—Perfecto.

—Entonces, ¿cuáles son los pasos a seguir? —‌preguntó Stone‌—. Llevo mucho tiempo fuera de este mundillo y no es fácil reengancharse.

—Con el beneplácito del primer ministro he movido algunos hilos. Él y el presidente son muy buenos amigos. Juegan al golf y van a la guerra juntos. Ya sabes cómo son esas cosas.

—¿Es decir?

—Pues que han decidido que sería fenomenal que Mary y tú os pongáis manos a la obra e investiguéis qué ha pasado.

—Que quede claro que no soy el que era.

McElroy observó a su viejo amigo.

—Hay quienes solo te recuerdan por tus extraordinarias proezas físicas, porque nunca fallabas un blanco, porque el valor jamás te flaqueaba, pero yo también te recuerdo como uno de los agentes más cautos jamás habidos. Muchos intentaron dar contigo, algunos no muy lejos de aquí, pero nadie lo consiguió. Creo que estás preparado de sobra para lo que el médico ha pedido. Pienso que te será beneficioso y no solo por los motivos más obvios.

—¿Entonces me mantengo cerca de los enemigos?

—De los amigos y los enemigos —‌corrigió McElroy.

Stone miró a Chapman.

—¿Qué te parece?

—Mi jefe ha hablado con claridad y yo respeto las normas de la casa —‌dijo con ligereza.

—Eso no es lo que te he preguntado —‌repuso Stone secamente.

La expresión de Chapman cambió por completo.

—Necesito averiguar quién quiso asesinar al primer ministro, y si me ayudas haré cuanto me pidas.

—Bien dicho —‌dijo McElroy mientras se levantaba y se sujetaba al sillón para aguantarse‌—. Ni te imaginas cuánto me alegro de haberte visto de nuevo. Me ha sentado de fábula.

—Una cosa. Weaver me enseñó la grabación de las cámaras de vigilancia del parque. Por desgracia, se cortó justo después de la explosión, se quedó en negro.

—¿En serio? —‌McElroy miró a Chapman‌—. Mary, trata de conseguir la grabación completa para Oliver.

—Pensé que igual había cosas que se habían quedado en el tintero —‌dijo Stone.

—Siempre hay cosas que se quedan en el tintero —‌afirmó McElroy sonriendo.

—¿Has vuelto a Irán? —‌preguntó Stone frunciendo los labios.

—No volvería ni en sueños salvo que me acompañaras —‌dijo sonriendo‌—. Mary te dará la documentación necesaria para ponerte al día. Buena suerte.

Al cabo de unos segundos había desaparecido en una sala interior, dejando a Chapman y a Stone a solas.

—Necesito que me lleves de vuelta a casa —‌dijo Stone.

—¿Y luego?

—Luego repasaremos la documentación.

—Vale, pero tal vez nos quede poco tiempo.

—Oh, eso está más que claro. Nos queda muy poco tiempo.

12

Al llegar a la casita del cementerio, Stone puso agua a calentar para preparar un té mientras Chapman sacaba la documentación del maletín y la colocaba en el escritorio de Stone. También puso un DVD en el portátil.

—La verdad es que preferiría que nos reuniésemos en un lugar más seguro —‌dijo Chapman con el ceño fruncido‌—. Estos documentos son confidenciales.

—No te preocupes —‌dijo Stone alegremente‌—, no necesito ninguna autorización para verlos, o sea, que quedarán desclasificados en cuanto los haya visto.

BOOK: La esquina del infierno
10.77Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Sleeping Tiger by Rosamunde Pilcher
Andrea Kane by Echoes in the Mist
Offside by Shay Savage
Claire De Lune by Christine Johnson
Infidelity by Stacey May Fowles
The Werewolf Bodyguard (Moonbound Book 2) by Camryn Rhys, Krystal Shannan