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Authors: Laura Gallego García

La llamada de los muertos (2 page)

BOOK: La llamada de los muertos
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Saevin seguía sin hablar. No era un silencio hosco; al contrario, parecía que escuchaba a Jonás con cierta amabilidad, pero el joven tenía la sensación de que también le atendía con la paciencia del que está escuchando algo que ya sabe.

—Bien, veo que ya llevas puesta la túnica blanca -prosiguió, algo incómodo-. Ese color indica que eres un aprendiz de primer grado. Habrás visto que te hemos dejado en tu habitación el Libro de la Tierra. Será tu primer manual de hechizos. Si no sabes leer...

—Sé leer -repuso Saevin calmosamente.

—Muy bien. Pero tendrás que aprender el lenguaje arcano, de todos modos. Sin embargo, si realmente la magia es algo innato en ti, no tendrás problemas.

»Cuando la Maestra juzgue que estás preparado, te someterá a tu primer examen. Si lo apruebas, pasarás a segundo grado y cambiarás tu túnica blanca por una verde, lo cual simboliza que ya dominas el elemento Tierra. Entonces estudiarás el Libro del Aire, el Libro del Agua y el Libro del Fuego, por este orden. Y el color de tu túnica pasará del verde al azul, del azul al violeta y del violeta al rojo. Cuando logres la túnica roja, cosa que se consigue tras superar un examen llamado la Prueba del Fuego, ya serás considerado un mago de primer nivel.

Saevin asintió sin una palabra.

—Así que ya conoces la razón por la cual los aprendices llevan túnicas de diferentes colores -concluyó Jonás.

No hizo referencia a su propia túnica, de color rojo, Jonas había superado la Prueba del Fuego el año anterior y aún sufría pesadillas por las noches, pero no quiso asustar a Saevin en su primer día. Aunque, por el aspecto impasible del recién llegado, parecía que nada podía llegar a asustarle.

Esperó la pregunta que hacían todos al llegar: ¿por qué, pues, vestía Dana una túnica dorada? Jonás estaba acostumbrado a ella, y, por supuesto, conocía la respuesta. Hablaba entonces de aquellos que estaban por encima de los simples magos: los Archimagos. La Señora de la Torre era una Archimaga, y su color era el dorado, aunque a menudo vistiese también túnicas de otros colores. Su favorito era el blanco, un color que, para los magos, era algo así como el luto; con él vestían a sus aprendices hasta que superaban la primera prueba que demostraba que habían despertado a la magia y comenzado una nueva vida.

Jonás nunca contaba a nadie los motivos que Dana podía tener para preferir el color blanco, precisamente ella, que era una poderosa hechicera.

De todas formas, en aquella ocasión la pregunta no se presentó. Saevin se limitó a asentir sin hacer un solo comentario.

Jonás mostró al nuevo aprendiz los lugares más importantes de la Torre, como la enorme biblioteca, el observatorio, la cocina, que se hallaba en la planta baja, y los establos, donde aguardaba a Saevin su nuevo caballo.

—No te lo enseño todo porque nos llevaría todo el día -le explicó-. La Torre tiene doce pisos y es inmensa. Hay muchas habitaciones que no se han usado en años, porque somos muy pocas personas viviendo aquí... aunque ahora mismo, y como ya te he dicho, hay más aprendices que nunca.

»Ya has visto la Torre desde fuera. ¿Te has fijado en la pequeña plataforma con almenas que la remata? Un poco más arriba están los aposentos de la Señora de la Torre. Podemos subir a verla siempre que sea necesario, pero es mejor no molestarla con tonterías.

Jonás le explicó que el aprendizaje de la magia era algo tan personal que no era conveniente enseñarlo en clases magistrales. Cada alumno tenía, junto a su habitación, un pequeño estudio que hacía las veces de laboratorio, y la biblioteca estaba abierta para todo el mundo. Los mayores enseñaban el lenguaje arcano a los recién llegados, y a partir de ahí, cada uno estudiaba sus manuales por su cuenta, siguiendo paso a paso las instrucciones para cada hechizo. La Señora de la Torre supervisaba el progreso de cada uno de sus alumnos y solucionaba las dudas que pudiesen tener.

Jonás acabó con Saevin antes de lo previsto. El muchacho murmuró unas palabras de agradecimiento y, seguidamente, se retiró a su habitación.

El joven mago se quedó quieto en medio del pasillo, pensando que aquel era el aprendiz más extraño que había tenido la ocasión de recibir.

Aquella noche, la Señora de la Torre bajó de nuevo al balcón de la primera planta para hablar con Kai, el dragón.

—¿Algún problema? -preguntó él en cuanto la vio llegar-. Pareces preocupada.

Ella no respondió enseguida. Cerró los ojos un momento para concentrarse, alzó la mano hacia el dragón y murmuró unas palabras en idioma arcano. Su mano

Se iluminó brevemente con un suave resplandor azulado.

Cuando Dana abrió los ojos de nuevo, el dragón se había quedado profundamente dormido sobre el suelo del jardín, y frente a ella se hallaba un muchacho rubio de unos dieciséis años cuyos ojos verdes la miraban con seriedad. Sin embargo, su figura era claramente incorpórea, hasta el punto de que se podía ver a través de su cuerpo translúcido lo que había tras él.

La Señora de la Torre suspiró, exasperada.

—¿Por qué no lo consigo? -murmuró.

—Bueno, has logrado mucho en todo este tiempo dijo el muchacho-. Al principio, tu magia ni siquiera podía evocar mi imagen. De todas formas... -vaciló un momento, pero no dijo nada más.

—Sé lo que piensas, Kai -dijo ella-. Sé que crees que nunca podré devolverte tu verdadero cuerpo.

Kai movió la cabeza.

—Dana, mi verdadero cuerpo murió hace más de quinientos años, lo sabes. También es frustrante para mí, pero no tanto como antes. Deberías alegrarte por el hecho de que tengo un cuerpo de nuevo, aunque sea un cuerpo de dragón.

—Una extraña reencarnación -murmuró Dana-. Lo sé, Kai. Es una historia complicada la nuestra. Nos conocemos desde que éramos niños; yo estaba viva y tú no, y siempre he deseado cambiar eso, poder darte un cuerpo para que volvieses a la vida. Pero cuando la oportunidad se presentó...

Dana no añadió nada más. Kai dirigió una breve mirada al cuerpo del dragón dormido, el cuerpo que le permitía quedarse en el mundo de los vivos junto a la Señora de la Torre.

—Pero algún día encontraré la manera, te lo juro -dijo ella.

Kaí movió la cabeza, preocupado.

—Dana, verdaderamente...

Un agudo chillido interrumpió sus palabras. Dana levantó la cabeza hacia los pisos superiores de la Torre. Cuando se volvió para mirar a Kai, la imagen del muchacho ya no estaba allí, pero él la miraba desde los ojos del enorme dragón dorado, que se había despertado.

—Es Iris -dijo él.

Dana no hizo ningún comentario. Su mano realizó un pase mágico, e inmediatamente, sin ruido, la Señora de la Torre se esfumó en el aire.

Se materializó de nuevo en la habitación de Iris, una alumna de segundo grado que no aparentaba los doce años que tenía. La niña temblaba en un rincón de su cuarto. Su rostro, marcado por el terror, estaba semioculto por la manta en la que se había envuelto. Emergió de su refugio cuando vio aparecer a la Señora de la Torre.

—¿Maestra! -exclamó, abriendo al máximo sus grandes ojos castaños-. Un horrible demonio estaba en mi cuarto, pero ya se ha ido. Él lo ha echado.

Dana volvió la vista hacia la persona a la que señalaba Iris.

El muchacho le devolvió la mirada, sereno, tranquilo, como si expulsar a los demonios fuese algo que uno pudiese hacer todos los días.

La Señora de la Torre se quedó sin habla.

Era Saevin.

II. LA PROFECÍA

— Ya he averiguado quién fue el culpable, Maestra -dijo Jonás-. Supongo que querrás hablar con él, ¿no?

Dana frunció el ceño mientras paseaba su mirada por el bello paisaje que se veía desde la ventana de su despacho, en la cúspide de la Torre.

—Ya sé quién fue, Jonás. Sé que estuvo practicando toda la noche para prepararse para la Prueba del Fuego y que por eso se le escapó el demonio que había invocado...

—Oh. Lo sabes.

—Pero no te he llamado por eso -la Señora de la Torre se volvió hacia él-. Junto con Kai, tú has sido mi mano derecha desde que Fenris se fue -sus palabras acabaron en un leve suspiro en recuerdo del amigo ausente-. Por eso quiero hablar de esto contigo.

Jonás enrojeció y bajó la mirada.

—Dana, yo... -empezó, pero ella le hizo callar con un gesto.

—No me preocupa que un alumno de cuarto grado pierda el control sobre un demonio, porque es, hasta cierto punto, comprensible. Pero sí me preocupa el hecho de que un muchacho que jamás ha estudiado magia sea capaz de enviarlo de nuevo a su plano con una simple orden.

Jonás la miró sin poder creer lo que oía.

—¿Saevin hizo eso?

—Por lo que Iris me contó, sí. Su cuarto está cerca del de ella, así que no tardó nada en llegar cuando la oyó gritar. Aun así, no tuvo mucho tiempo para enfrentarse al demonio antes de que yo apareciera: usé el hechizo de teletransportación prácticamente enseguida.

»Según Iris, Saevin se limitó a mirar al demonio y decirle: «Márchate». Y él obedeció. No se fue a otro lugar de la Torre ni a otro lugar del mundo, sino que volvió a su dimensión, sin más.

Jonás estaba francamente impresionado.

—Pero eso es... imposible...

—No es imposible, Jonás. Aunque sí es absolutamente excepcional.

Miró fijamente al joven hechicero.

—A veces nace una persona... predestinada. Elegida. Con una importante misión que cumplir en el mundo -parecía que la Señora de la Torre encontraba dificultades a la hora de explicarlo-. A cambio de esa... digamos... "obligación"... esa persona nace con unos poderes sobrehumanos, tal vez mayores que los de muchos magos y algunos Archimagos. Sin embargo, este poder solo se manifiesta en ocasiones puntuales. Por lo que se ha podido observar, por lo demás, este tipo de personas no suelen despuntar especialmente en los estudios de magia.

Jonás no sabía qué decir. El semblante de Dana seguía mostrando una expresión grave.

—Como ves, después de lo de anoche me apresuré a buscar información... -añadió ella.

—¿Quieres decir... -pudo preguntar entonces Jonás- que tenemos a una especie de... héroe entre nosotros?

—No. Podría ser un héroe, pero podría no serlo. Podría ser todo lo contrario. Tal vez esté llamado a hacer grandes cosas... como ser maligno.

Jonas asintió, inspirando profundamente.

—Entiendo. ¿Qué debemos hacer, entonces? ¿Cómo habría que tratarle?

—No lo sé. Evidentemente, si va a convertirse en una criatura perversa, nuestra misión es detenerle cuanto untes. Si, por el contrario, ha sido elegido para el bien, nuestro deber es ayudarle y enseñarle a utilizar su poder hasta que le llegue el momento de cumplir su destino.

—¿Y cómo vamos a saberlo, Dana?

—No podemos saberlo. Nosotros no.

—¿Y quién puede?

La Señora de la Torre calló un momento, perdida en sus pensamientos.

—Existe un lugar... -dijo finalmente-. Hacia el este, muy lejos, está la Ciudad Olvidada, y en ella se halla el Templo Sin Nombre. Allí hay un Oráculo. Si alguien puede decirnos qué es lo que va a suceder en el futuro, esa es ella.

Se volvió hacia el mago y le miró a los ojos.

—Kai y yo partiremos inmediatamente, Jonás. Montada sobre su lomo no tardaré más que unos días en ir y volver hasta el Oráculo. Quiero que, entretanto, te quedes al mando de la Torre.

Jonás se puso pálido.

—Pero, Maestra, yo...

—Tú estás perfectamente capacitado para encargarte de la escuela durante unos días. Lo sé. Te conozco, te he educado y casi podría decirse que te he criado. No me cabe la menor duda de que harás un buen trabajo.

Jonás abrió la boca para replicar, pero finalmente calló y asintió.

—No te defraudaré, Maestra -murmuró.

Iris se detuvo un momento frente a la puerta. Temblaba como un flan y tenía las mejillas ligeramente pálida Respiró hondo una, dos, tres veces, y entonces, suavemente, llamó.

La puerta se abrió casi enseguida. Cuando Saevin apareció en el umbral, la palidez de la muchacha fue sustituida por un enrojecimiento intenso.

—Ho... hola -dijo iris en voz baja.

—Hola -respondió Saevin; sus ojos, claros como el hielo, la observaban atentamente, y ella bajó la mirada.

—Siento molestarte.

Saevin no dijo nada. Simplemente esperó. Iris sacó fuerzas de flaqueza y, venciendo su timidez, dijo:

—Solo quería darte las gracias por lo de anoche. Fuiste muy valiente.

Saevin seguía mirándola sin decir nada. Iris deseó que se la tragase la tierra. Había sido muy estúpida al acudir a hablar con él, se dijo. Aunque ella ya llevaba la túnica verde y Saevin acababa de llegar a la Torre, él era mayor en edad. Y estaba claro que debía de haber un error en su gradación: un estudiante de primer grado no podía conjurar demonios.

Iba a decirle de nuevo que sentía haberle molestado cuando él, inesperadamente, sonrió, y aquella sonrisa le llegó a Iris al fondo del corazón, que comenzó a latir mucho más deprisa.

—No hay de qué -dijo él solamente.

Dana estudiaba un antiguo mapa que había extendido sobre la mesa de su despacho. El Templo Sin Nombre estaba lejos, enclavado entre montañas que dificultaban el acceso. Sin embargo, ella y Kai llegarían por aire. Era importante, pues, tener clara la ruta a seguir.

De pronto sintió en la nuca algo parecido a un soplo helado, y se estremeció. Sabía muy bien lo que eso significaba. Le ocurría algunas veces.

Se volvió lentamente. Pese a que estaba preparada para cualquier cosa, no esperaba, sin embargo, verla a ella: una mujer no muy alta, de mediana edad, de cabello oscuro y ojos pardos, que vestía, como Dana, una túnica dorada.

La recién llegada sonrió. Su imagen etérea parecía estar hecha de niebla, pero, aun así, Dana le habló:

—Bienvenida a la Torre de nuevo, Aonia. Hacía mucho que no me visitabas.

—Cuando una está muerta, el tiempo pasa sin sentir respondió ella-. Te veo muy crecida, Dana. ¿Tantos años han pasado?

—Cerca de veinte -sonrió la Señora de la Torre-. Llevo todo este tiempo queriendo agradecerte todo cuanto hiciste por mí entonces.

El fantasma de la hechicera sonrió de nuevo.

—Estaba escrito -dijo solamente-. Pero mi visita no es casual, Dana. He venido a hablarte de algo que va a suceder, algo muy importante tanto para los vivos como para los moradores del Otro Lado. Algo que podría cambiar para siempre los destinos de ambas dimensiones.

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