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Authors: Laura Gallego García

La llamada de los muertos (4 page)

BOOK: La llamada de los muertos
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—Vete ahora -dijo el Oráculo-. Vete, porque te queda mucho por hacer. Porque la cuenta atrás ha comenzado, y el Momento se acerca.

La Archimaga se levantó de un salto, todavía temblando. Antes de marcharse, sin embargo, se volvió hacia eI Oráculo.

—Ven conmigo -le dijo-. Te llevaré lejos de este desolado lugar.

Pero ella negó con la cabeza.

—Los hombres odian y temen a los que son como yo. Solo en este remoto confín del mundo pude hallar la paz que necesita mi alma cansada. Márchate, Señora de la Torre. Márchate y déjame sola.

Dana no discutió. Salió del Templo Sin Nombre y corrió por las calles de la Ciudad Olvidada, en busca de Kai, para regresar cuanto antes a la Torre, mientras en su mente seguía resonando la aterradora profecía del Oráculo:

«Uno de ellos será traicionado. Otro será tentado por el mal. Otro partirá en un peligroso viaje, tal vez sin retorno. Otro se consumirá en su propio fuego. Otro escuchará la llamada de los muertos. Cuando llegue el Momento, otro abrirá la Puerta. Otro de ellos, el más joven, entregará su propio aliento vital. Otro recuperará su verdadero cuerpo. Otro verá cumplida su venganza, Otro morirá entre horribles sufrimientos. Y todo ello, Señora de la Torre, para que el último de ellos cruce el Umbral y se haga inmortal.

»Así, once son, y once forjarán su desgracia o su leyenda. »

III. SU VERDADERO CUERPO

Jonás carraspeó suavemente. La Señora de la Torre volvió a la realidad y le dirigió una mirada preocupada e interrogante.

—Todo se ha hecho como has ordenado, Maestra dijo el joven mago-. Todos los aprendices están recogiendo sus pertenencias y preparándose para la evacuación. Los estudiantes elfos serán acogidos en la Escuela del Bosque Dorado. Los estudiantes humanos se refugiaran en la Escuela del Lago de la Luna. Y los aprendices de procedencia más... hum, exótica, por así decirlo, estarán repartidos entre ambas.

»Todos se marcharán. Todos excepto Saevin.

Dana asintió lentamente, sin una palabra. Jonás iba a dar media vuelta para marcharse; se detuvo un momento, vaciló y miró de nuevo a la Señora de la Torre:

—Maestra, es evidente que ocurre algo muy grave. Sé que no poseo tu sabiduría y tu poder, y que no soy digno de conocer las revelaciones del Oráculo, pero...

Dana lo hizo callar con una leve sonrisa.

—Por supuesto que eres digno, Jonás. Simplemente sucede que sus palabras anunciaban cosas terribles, y eran demasiado oscuras como para entenderlas por completo.

Jonás avanzó un paso hacia ella. Vaciló de nuevo antes de decir:

—Me gustaría compartir contigo el peso de esa carga, Dana. Has ordenado que todos deben abandonar la Torre, todos salvo Saevin, pero sabes que yo no voy a marcharme. No si sé que Kai y tú podéis estar en peligro.

Dana guardó silencio mientras observaba a Jonás con gravedad, tratando de decidir si debía decírselo o no.

—Bien -dijo finalmente-. Atiende, porque esto es importante, pero no saques conclusiones precipitadas, ¿de acuerdo ?

Jonás asintió.

Dana le habló entonces de la proximidad del Momento, y le explicó lo que ello significaba. Le relató su visita al Templo Sin Nombre y repitió las palabras proféticas del Oráculo, tal y como ella las había escuchado. Cuando terminó de hablar, Jonás había palidecido y estaba temblando.

—El Oráculo habló de once personas -concluyó Dana-. Algunos morirán. No quiero arriesgar la vida de los chicos; por eso he mandado evacuar la Torre, y por eso creo que tú también deberías marcharte. No voy a cometer el mismo error de hace cinco años; en esta ocasión no dejaré que ningún aprendiz corra peligro por mí.

Sobrevino un pesado silencio. Jonás seguía temblando, esforzándose por no dar rienda suelta al aluvión de pensamientos que le rondaban por la mente, tratando de controlar las violentas emociones que la profecía había provocado en su interior.

Finalmente logró decir en voz baja:

—¿Se puede cambiar el futuro, Maestra?

—No lo sé -respondió Dana-. Yo quiero creer que todos somos libres y tenemos plena responsabilidad sobre nuestros actos para hacer de nuestra vida lo que queremos que sea.

Jonas asintió, algo más calmado.

—Era lo que necesitaba oír.

—Es lo que pienso. Por eso he evacuado la Torre.

Jonás iba a decir algo, pero se lo pensó mejor. Dana advirtió su vacilación.

—¿Por quién temes, Jonás? -preguntó, aunque ya conocía la respuesta.

—Por... -titubeó de nuevo-. Por Salamandra, Maestra. La profecía dice «uno de ellos se consumirá en su propio fuego». Ya sabes que Salamandra...

—Sí, lo sé. Pero ella está muy lejos de aquí, y nada indica que vaya a venir a la Torre precisamente cuando llegue el Momento. Hace tiempo que se marchó.

Jonás respiró hondo.

—Aun así, me gustaría ir a buscarla y decirle…

No terminó la frase, pero la Señora de la Torre asintió. Sabía que Jonás temía por Salamandra, pero también sabía muy bien que esperaba tener un motivo, un solo motivo, que justificase un nuevo encuentro entre los dos.

—No puedo impedirte que vayas, porque ya no eres un aprendiz, sino un mago consagrado -dijo suavemente-. Pero debes saber que, si le dices todo lo que va a suceder, le darás una razón para volver a la Torre... ¿habías pensado en ello?

—Sí. Pero si, como dices, nosotros tenemos el poder de decidir nuestro propio destino, no podemos quedarnos parados a esperar que se cumpla una profecía que anuncia nuestra destrucción.

Dana no dijo nada. Jonás añadió:

—No tardaré. En cuanto haya hablado con ella regresaré a la Torre, y estaré aquí, contigo, para cuando llegue el Momento.

Dana permaneció en silencio durante un buen rato, y Jonás pensó que desaprobaba su decisión. Pero finalmente ella dijo:

—Buena suerte, Jonás.

El joven asintió.

—Gracias, Maestra.

—Ah, y... siento decirte esto, pero... es necesario. Sabes que es probable que, si encuentras a Salamandra, Fenris esté con ella.

El rostro de Jonás se ensombreció.

—Sí. Lo sé.

—En tal caso, no olvides hablarle de la profecía. El Oráculo vaticinó para él una horrible muerte.

La expresión de Dana mostraba una honda preocupación, y Jonás entendió entonces por qué no se había opuesto con más fuerza a su viaje: también ella temía por un amigo querido, y en aquellas circunstancias resultaba difícil tratar de pensar con sensatez.

—Descuida, se lo diré -murmuró Jonas.

Iris estaba empaquetando sus escasas pertenencias: el Libro de la Tierra, el Libro del Aire, su túnica de repuesto, sus saquillos llenos de ingredientes básicos y algunos pergaminos con hechizos más avanzados que había copiado de la biblioteca. Todo ello lo hacía con un nudo en el corazón. No quería abandonar la Torre, y menos sin saber cuándo iba a poder volver. Se rumoreaba que los habían evacuado porque un grave peligro amenazaba la seguridad de la Escuela, pero eso a Iris no le importaba. Nada podía sucederle mientras estuviera bajo el mismo techo que Dana, de eso estaba segura; pero no sabía qué iba a encontrar en el Lago de la Luna, y no quería averiguarlo. Era cierto que sus compañeros también irían con ella, pero, a pesar de que siempre la habían tratado bien, a Iris le costaba coger confianza con la gente. Saevin era diferente, sin embargo. No habría sabido decir por qué, pero era así. Por lo menos, él estaría con ella en la Escuela del Lago de la Luna…

Pensar en Saevin le hizo recordar que no lo había visto desde la hora del almuerzo. Abandonó su cuarto un momento para ver qué tal le iba a él con los preparativos. Debía de ser bastante desconcertante para él que le hiciesen cambiar de Escuela tan pronto, cuando no había pasado ni una semana desde su llegada a la Torre.

Enseguida se encontró frente a la puerta del cuarto del muchacho y llamó suavemente, con cierta timidez. Unos segundos más tarde, la puerta se abrió y se asomó Saevin, con su acostumbrada expresión de calma inalterable.

—Hola, ¿cómo llevas lo de recoger tus cosas? ¿Necesitas que te ayude?

—No, muchas gracias -respondió él, pero Iris ya se había asomado a la habitación.

—¡Oye, pero si todavía no has empezado! Si no te das prisa, se marcharán sin ti, ¿sabes?

Saevin no respondió. Un tanto incómoda, Iris se despidió y se fue.

Se cruzó en el pasillo con dos aprendices de tercero que bajaban a la biblioteca. Ninguno de ellos pareció percatarse de su presencia, cosa a la que estaba acostumbrada. Pero no pudo evitar oír un fragmento de la conversación:

—... el nuevo, ese chico que nunca habla con nadie...

—¿Es verdad que es el único que no ha sido evacuado?

—La Maestra le ha dicho que él debe quedarse, ¿puedes creerlo?

No, Iris no podía creerlo. Se refugió en un rincón hasta que los muchachos se alejaron, absolutamente horrorizada ante lo que acababa de escuchar.

Saevin se quedaba en la Torre. Y ella iba a ser enviada a un lugar extraño, sola.

Jonás se hallaba ya en su habitación, preparando su macuto. Mientras lo hacía, no podía dejar de pensar en Salamandra y en su último encuentro con ella.

Salamandra había llegado a la Torre después que Jonás, pero el muchacho se había tomado sus estudios con mucha calma, y ella había acabado por adelantarle. Se había presentado a la Prueba del Fuego un año antes que él y la había superado brillantemente... pero ella contaba con ventaja, por supuesto.

El control sobre el fuego era algo innato en Salamandra. Lo invocaba, lo moldeaba, jugaba con él como si fuese inofensivo barro, podía crearlo de la nada y volverlo contra cualquiera que quisiese dañarla. Había llegado a la Torre llena de dudas sobre aquel poder y había concluido su aprendizaje sabiendo dominarlo a la perfección. Habitualmente se necesitaban dos años para preparar la Prueba del Fuego. Jonás había tardado cuatro. Ella lo había hecho en uno.

Después de aquello, ya nada había podido pararla. Abandonó la Torre para correr aventuras, en busca de las emociones que le pedía su carácter indómito y temerario; se unió a un grupo de aventureros, y en apenas unos meses sus hazañas corrían de boca en boca y su nombre era temido y admirado en los Siete Reinos.

La llamaban la Bailarina del Fuego.

Jonás se había preguntado a menudo si el hecho de que ella se convirtiese en maga antes que él había influido en su decisión de dejar la Torre y romper la relación que ambos habían iniciado cuando eran adolescentes, una relación vacilante, incierta, pero llena de ternura.

Por eso, en cuanto superó la Prueba del Fuego, Jonás fue a buscarla.

La halló en el Reino de los Elfos; había sido reclamada por su soberana, una vieja conocida, para que ella y su grupo la ayudasen contra los asesinos que una facción rival de la nobleza había contratado para matarla.

Hablaron. Jonás le dijo que aún la quería, pero no debía haberlo hecho, se reprochaba a sí mismo una y otra vez.

A cambio de sus servicios, la Reina había prometido a Salamandra que la ayudaría a encontrar a Fenris.

Siempre Fenris.

Jonás cerró los ojos, dolido, una vez más. Apreciaba a Fenris, era su amigo y había sido su Maestro. Pero no podía comprender la obsesión de Salamandra por un elfo que, aunque seguía pareciendo joven, tenía más de doscientos años, y, probablemente, viviría medio milenio más.

Sacudió la cabeza y cerró su macuto. La última vez que había visto a Salamandra, ella estaba en el Reino de los Elfos, que se extendía al otro lado del mar. Lo único que tenía que hacer era acompañar a los estudiantes que irían a la Escuela del Bosque Dorado. Dana y él prepararían un gran pasillo mágico entre ambas escuelas para poder teletransportar a todos los aprendices a la vez.

Entonces vería si Salamandra seguía allí. De lo contrario, tal vez la Reina de los Elfos pudiese darle alguna pista.

No podía permitir que aquella profecía se cumpliese. Sobre todo, si la vida de Salamandra estaba amenazada.

Los aprendices se marcharon, y la Torre se volvió silenciosa y algo fría. Mientras descendía por la enorme escalera de caracol, Dana recordaba tiempos pasados, cuando en aquel enorme edificio solo vivían cuatro personas.

Cuando ella todavía no era una maga, sino una pequeña aprendiza que había abandonado su casa y a su familia para seguir a su Maestro.

Las cosas habían cambiado mucho desde entonces, pero la Señora de la Torre no lo había olvidado.

En aquellos momentos se dirigía a la habitación de Saevin. Quería saber si el muchacho se encontraba bien. Sospechaba que sí, y eso la inquietaba. Cuando le había comunicado que él no se iría con los demás, no había hecho ningún comentario. Simplemente había asentido en silencio.

Se detuvo cuando vio algo parecido a un destello dorado en un rincón en sombras. Se acercó.

La criatura que la aguardaba avanzó un poco. La luz iluminó entonces la figura de una mujer elfa de deslumbrante belleza, envuelta en una túnica dorada. Sus ojos, en cambio, parecían duros y fríos, y su imagen era translúcida, incorpórea, irreal.

El rostro de Dana se ensombreció.

Otro habitante del Otro Lado venía a hablar con ella en aquellos momentos inciertos.

—Shi-Mae -murmuró.

—Me recuerdas -dijo ella.

—No podría olvidarte -dijo la Señora de la Torre. No sonreía-. ¿Cómo logró tu espíritu escapar del Laberinto de las Sombras?

—Cuando vosotros escapasteis, yo os acompañaba. Pero tú, que eras la única que podía verme, estabas demasiado alterada como para percatarte de mi presencia.

—¿Qué es lo que quieres, pues?

—Proponerte una tregua, Dana.

—No quiero tratos contigo.

—Vamos, sé lógica. ¿Qué daño puedo hacerte ya? Tú estás viva, y yo estoy muerta.

—Y apuesto a que te encantaría darle la vuelta a esta situación.

Pero Shi-Mae negó con la cabeza.

—En mis nuevas circunstancias, Dana, no puedo aspirar a aquello que me hizo enfrentarme a ti. Nada de lo que yo quería entonces puedo obtenerlo ahora, y por ello, ya no tengo nada contra ti.

Dana seguía mirándola con desconfianza.

—En cambio, sigues teniendo mucho contra Fenris, ¿no es así?

El rostro fantasmal de Shi-Mae pareció suavizarse por un breve instante. Sin embargo, recuperó su dureza habitual con tal rapidez que Dana se preguntó si no lo había imaginado.

—Estoy muerta -dijo ella con cierta impaciencia-. He tenido tiempo para reflexionar sobre todo lo que pasó, y te aseguro que mi rencor contra él murió cuando lo hizo mi cuerpo.

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