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Authors: Laura Gallego García

La llamada de los muertos (7 page)

BOOK: La llamada de los muertos
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En lugar de ir a su habitación, entró en el estudio, como todas las noches. Habitualmente solía quedarse hasta altas horas de la madrugada leyendo antiguos libros de magia, en busca de un conjuro que le permitiese devolver a Kai su cuerpo humano, pero aquellos volúmenes habían quedado apartados en favor de otros que podían aportarle pistas sobre el Momento y el papel que Saevin podía llegar a desempeñar en él.

Sin embargo, aquella noche le costó concentrarse. No podía olvidar las palabras de Shi-Mae, aquella voz venida del Más Allá que le ofrecía lo único que realmente había deseado a lo largo de toda su vida: «Kai y tú, por fin, juntos, humanos los dos...»

Cuando Dana cayó dormida por fin, rendida por el cansancio, sobre sus volúmenes de magia, la voz de Shi-Mae seguía resonando en su alma y en sus sueños.

—Señora de la Torre.

Dana despertó bruscamente de un sueño ligero y poco reparador. Parpadeó, algo desconcertada, hasta que logró ubicarse y descubrió que seguía en su estudio, y que se había quedado dormida sobre la mesa.

—Señora de la Torre -repitió la voz.

La Archimaga se volvió y descubrió, en un rincón, al fantasma de Shi-Mae.

—Tú otra vez... -murmuró-. Eres insistente, y eso me preocupa. ¿Qué andas tramando?

La hechicera elfa sonrió.

—Ya te lo expliqué el otro día, Dana. Simplemente he venido a preguntarte si has pensado en mi oferta.

—Lo hice, y mi respuesta sigue siendo no.

Shi-Mae movió la cabeza con desaprobación.

—¿Crees en el destino, Señora de la Torre?

—¿Y tú? -preguntó Dana a su vez-. ¿Crees en las profecías?

—Rotundamente no, Dana.

—Entonces, ¿por qué me has mentido?

—No lo he hecho. Creo que podemos controlar nuestro propio destino y creo que la profecía del Oráculo no es más que un aviso de lo que podría suceder. No se necesitan dotes adivinatorias para saber que, cuando llegue el momento, Kai podría recuperar su cuerpo humano con un simple conjuro...

Dana se estremeció.

—¿Qué quieres decir?

—Oh, quizá se me olvidó mencionarlo... Verás, el conjuro del que te hablo solo daría resultado en circunstancias muy especiales...

—El Momento -susurró Dana.

—Exacto: el Momento -Shi-Mae le dirigió una intensa mirada-. Por eso acudo ahora a ti, y no antes ni después.

»¿Qué sabemos sobre el futuro y el destino, Dana? ¿Realmente debemos dar crédito a las profecías? ¿Debemos creer, por ejemplo, que tu amigo elfo está condenado solo porque así lo ha afirmado el Oráculo?

Dana sacudió la cabeza, confusa.

—Es evidente que crees que no -prosiguió Shi-Mae-, porque, de lo contrario, no habrías enviado a Jonás para advertirle.

La Señora de la Torre miró a los ojos al fantasma de la poderosa hechicera elfa. Fue una mirada penetrante y retadora.

—¿Adonde quieres ir a parar?

—Las profecías no son sentencias, sino advertencias. Para bien o para mal. Tú eres una mujer poderosa, Dana. Has interpretado las palabras del Oráculo como un aviso y por eso estás tratando de evitar que se cumplan. Ahora bien, no todo lo que ella profetizó eran desgracias, ¿no es cierto? Si puedes luchar para impedir que se cumplan los malos presagios, también puedes poner algo de tu parte para que se hagan realidad las otras predicciones...

Dana no dijo nada, y Shi-Mae tardó un poco en volver a hablar. Cuando lo hizo, su voz sonó suave y acariciadora.

—Recuerda que el Momento llegará y pasará...

—Lo sé -se limitó a contestar la Señora de la Torre.

—Entonces sabrás que no tienes mucho tiempo para reunir todo lo que necesitas para el conjuro.

—No he dicho que vaya a hacerlo.

—No tendrás otra oportunidad, Dana, y lo sabes -advirtió Shi-Mae, mientras su figura se iba haciendo, poco a poco, cada vez más difusa.

—No puedo saberlo -replicó ella.

Su última palabra resonó en una habitación vacía.

El fantasma de Shi-Mae había regresado al mundo de los muertos.

Iris retrocedió hasta un rincón en sombras y se oculto allí, temblando. La Señora de la Torre descendía por la escalera de caracol, y la muchacha no dudaba que la encontraría.

La hechicera pasó frente a ella. Iris pudo ver, a la luz de la vela, su semblante pálido y demudado, su frente surcada por profundas arrugas, como si estuviese meditando sobre un serio problema.

La Señora de la Torre descendió unos peldaños más y pasó de largo, sin detenerse. Iris respiró aliviada, sin terminar de creerse su buena suerte. Se separó un poco de la pared para seguir subiendo las escaleras hasta el séptimo piso, donde se hallaba su habitación, cuando, de pronto, algo la hizo inmovilizarse.

Un poco más abajo, la Señora de la Torre se había parado y parecía alerta, como si hubiese podido oírla, aunque Iris estaba segura de que no había hecho ningún ruido. Se echó a temblar. Dana daría media vuelta en cualquier momento, y entonces la descubriría.

Retrocedió unos pasos y tropezó con alguien. Alzó la cabeza.

Era Saevin.

—Vete -dijo él solamente, a media voz, empujándola suavemente hacia la pared.

Dana se dio la vuelta y solo vio al muchacho plantado en medio de las escaleras.

Ninguno de los dos dijo nada. Tan solo se miraron.

Iris fue testigo de este enfrentamiento visual, temblando en su rincón en sombras. Estaba convencida de que la Señora de la Torre había percibido su presencia en la escalera aunque, por fortuna, la oportuna aparición de Saevin había logrado distraerla, hasta el punto de que parecía haberse olvidado completamente de ella.

La niña no entendía nada. Allí estaban el aprendiz recién llegado y la Señora de la Torre, la Dama del Dragón, mirándose fijamente sin hablar, como desafiándose, como retándose en un duelo silencioso. Saevin no tenía miedo del poder de la Archimaga: sostenía su mirada sin pestañear. En cuanto a Dana, parecía querer bucear en la mente del muchacho, tratar de leer sus pensamientos, como si estos tuviesen una importancia crucial, como si aquella mente fuese mucho más que la mente de un adolescente que apenas acababa de empezar sus estudios de magia.

Iris estaba confusa. Se sentía insignificante, una pequeña hormiga en medio de una lucha de titanes. ¿Por qué? ¿Qué estaba sucediendo?

Por primera vez empezó a preguntarse quién era Saevin en realidad y por qué Dana había querido quedarse sola en la Torre con él y con Kai.

—Es tarde.

La voz de Dana sobresaltó a Iris. La hechicera había hablado suavemente, y se dirigía a Saevin.

—Lo sé -respondió el muchacho-. No podía dormir.

Ella ladeó la cabeza.

—No me sorprende -dijo sin alzar la voz-. La Torre está muy extraña así, tan vacía. Pero debes descansar, Saevin.

El chico asintió, pero no dijo nada más. Sigilosamente, dio media vuelta y siguió caminando escaleras arriba. Dana también prosiguió su camino, hacia abajo.

Iris se quedó un momento quieta, temblando. Por primera vez desde su llegada a la Torre se sentía insegura allí y sin saber lo que debía hacer.

Cuando el sonido de los pasos de Dana se apagó, Iris volvió a deslizarse hasta la olvidada habitación que había elegido por escondite.

Dana llegó hasta la planta baja y se frotó la sien, preocupada.

—Necesitas descansar -dijo una voz suavemente.

Ella se dio la vuelta y vio la cabeza de Kai asomando por una de las ventanas. Sonrió, y acarició su piel escamosa.

—Ese chico me desconcierta -dijo-. Ojalá supiese cuál es su papel en todo esto.

—¿Aún te preocupa la profecía?

Dana no contestó enseguida. Kai intentó acercarse a ella, pero los cuernos se le quedaron trabados en la ventana y tuvo que seguir conformándose con asomar solo parte de la cabeza. Dana no pudo menos que sonreír de nuevo.

—Creo que lo estamos haciendo bien -dijo ella-. La profecía hablaba de once personas en la Torre, y ahora mismo solo estamos tres. Incluso he logrado alejar a Jonas... Aunque... -frunció el ceño- tengo un extraño presentimiento con respecto a Iris. Es raro, no me la puedo quitar de la cabeza. Me pregunto si estará bien.

Esta vez fue Kai quien calló.

Dana alzó una mano e hizo un gesto rápido. Inmediatamente, desapareció de allí para materializarse fuera, junto a Kai. Con una palabra mágica hizo que el jardín se iluminara suavemente con una luz sobrenatural. Entonces miró a Kai a los ojos.

Recordaba perfectamente la primera vez que sus miradas se habían cruzado. Ella tenía seis años y vivía en una granja. Él también parecía tener seis años y era un chiquillo delgado, sonriente y amistoso. Pronto se había convertido en su mejor amigo, aunque Dana no tardó en descubrir que solo ella podía verle y oírle y que, además, era tan inmaterial como la brisa, como el pensamiento, como un rayo de sol.

La razón no la supo hasta mucho después, cuando ella tenía ya casi dieciséis años y llevaba tiempo estudiando en la Torre.

El secreto de Kai.

La hechicera cerró los ojos momentáneamente. A su memoria acudieron las palabras de su amigo aquella noche en que le confesó que él era un fantasma, un espíritu llegado del Más Allá con la misión de protegerla, porque Dana era una Kin-Shannay, un vínculo entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

Después, se había marchado. Aquel periodo había durado diez años, diez largos años que habían sido para ella como un interminable invierno. Cuando él logró regresar por fin al mundo de los vivos, Dana había jurado que encontraría la manera de que estuviesen juntos los dos.

Casi lo habían conseguido.

Casi.

Su mano acarició suavemente el rostro del dragón, desde el cuello hasta la punta de los cuernos. Las escamas de Kai relucían con un brillo dorado, y sus ojos verdes la miraban con seriedad.

—Dana, ¿qué pasa? -preguntó él.

Ella no respondió. Pasó la mano por su largo cuello y después sobre su lomo, caminando a lo largo de su enorme cuerpo de reptil. Observó todas sus formas, rozó sus alas con los dedos, rodeó su larga cola y avanzó junto a su otro costado hasta llegar de nuevo junto a su cabeza.

Kai no supo muy bien cómo tomarse aquel examen.

—¿Qué estás haciendo?

—Mirarte -alzó la cabeza-. Dime, ¿te sientes a gusto en este cuerpo?

—Me siento vivo -replicó él, como si eso lo explicase todo.

—Aparte de eso, ¿qué más sientes?

El dragón calló un momento y luego murmuró:

—Me siento grande, poderoso y libre. Siento que es maravilloso poder volar y siento que sería capaz de llegar hasta el arco iris y traértelo hasta tu ventana.

Dana sonrió.

—Pero a veces también me siento muy pesado; mi gran tamaño me impide entrar en la Torre, y a menudo me siento apartado de todo cuanto ocurre en su interior. Además -suspiró con resignación-, tengo que comer.

La sonrisa de Dana se ensanchó. Kai había pasado más de quinientos años sin tener que satisfacer ninguna necesidad física, dado que como fantasma no tenía cuerpo, y desarrollando un intenso amor a la vida en todos sus aspectos. Ahora que debía alimentar un cuerpo tan grande se veía obligado a cazar animales en las montañas, y le dolía profundamente tener que hacerlo. Dana sospechaba que, incluso aunque hubiera podido mantenerse a base de una dieta vegetariana, también lamentaría la muerte de las plantas que tuviese que ingerir.

—Y además de eso -añadió el dragón, dirigiéndole una intensa mirada-, está el hecho de que te quiero.

Dana se estremeció. Los ojos se le llenaron de lágrimas. Pocas veces manifestaban sus sentimientos con tanta claridad, porque era demasiado doloroso, porque desde el principio habían sabido los dos que el suyo era un amor imposible.

Se mordió el labio inferior.

—Dime, ¿por qué? -preguntó suavemente.

Kai se sintió desconcertado un momento.

—¿Por qué, qué? ¿Por qué te quiero?

—No. Por qué... por qué nos ha pasado esto. Por qué nos enamoramos si no debíamos enamorarnos. Por qué ahora que está hecho no podemos ser felices juntos.

—Podríamos serlo, Dana -replicó él, dirigiéndole una mirada severa-. Estamos juntos ahora, y lo estaremos siempre. Algún día -alzó la cabeza hacia las estrellas-, al Otro Lado...

—Sí, lo sé; sé que eso es algo que no podrán arrebatarnos. Pero, ¿qué hay de la vida, Kai? Tú siempre has dicho que es única e irrepetible. No me gusta la idea de que no vamos a poder vivirla juntos, como pareja...

—Ni a mí tampoco, pero así son las cosas, Dana. De todas formas, te eché tanto de menos el tiempo que estuve lejos de ti que todavía me dura la alegría de estar contigo de nuevo. Y si este cuerpo -añadió, alzando un ala- hizo que fuera posible, bienvenido sea.

—Te tomas las cosas con tanto optimismo...

—¿Acaso hay otra forma de tomárselas?

Dana no respondió, pero sonrió. Se apoyó contra él y rodeó su largo cuello con los brazos. Kai emitió un sonido parecido a una especie de arrullo. Dana lo estrechó con fuerza.

Se quedaron un momento así, abrazados, mujer y dragón, armonizando los latidos de sus corazones, que palpitaban al mismo ritmo. Kai inclinó la cabeza y rozó el hombro de la Señora de la Torre.

—Estás muy triste esta noche, Dana. No me gusta verte así.

Ella se separó de él y se enjugó una lágrima indiscreta.

—Toda mi vida ha sido un quiero y no puedo, Kai.

Dime, ¿de qué me sirve ser Archimaga, de qué me sirve ser la Señora de la Torre? ¿De qué me valen mis poderes, si no pueden darme lo único que en realidad he deseado desde que era niña? Dime, ¿por qué?

Sus últimas palabras acabaron en un suave gemido, mientras se miraba las manos con impotencia. Kai sintió que se le rompía el corazón.

—Dana, por favor, yo... No me gusta verte así... Si pudiera hacer algo...

Ella alzó la cabeza de pronto y lo miró con un extraño brillo en los ojos.

—Si pudieras hacer algo, ¿lo harías?

Kai la miró con cierta suspicacia.

—¿Qué quieres decir?

—Dime, ¿lo harías?

—Te refieres a la profecía, ¿verdad? Por eso estás así. Escúchame bien, Dana, esto es un asunto muy serio. Hay gente que depende de ti, ya lo sabes.

Ella suspiró, exasperada.

—Siempre he tenido responsabilidades, pero nunca he podido decidir por mí misma. Unos y otros me han utilizado, me han llevado de un lugar a otro, sin que yo pudiese hacer nada. El Maestro, Shi-Mae, incluso la propia Aonia... Por no hablar de todos los espíritus del Otro Lado que te enviaron para protegerme porque así protegían sus propios intereses.

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