Read La tormenta de nieve Online

Authors: Johan Theorin

Tags: #Terror y Sobrenatural

La tormenta de nieve (45 page)

BOOK: La tormenta de nieve
7.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

–¿Cómo puedo saberlo? Fue en otoño…, no me acuerdo.

–¿Cuándo estuvo allí? –insistió Joakim–. Tuvo que haber ido por allí en alguna ocasión para sacar el barco del agua. ¿No es cierto?

Lisa lo miraba sin responder.

–Yo estaba aquí, en Estocolmo, la noche en que Katrine se ahogó –dijo Joakim–, y recuerdo que llamé a vuestra puerta. Pero no había nadie en casa.

No obtuvo respuesta.

–¿Tiene Michael alguna agenda en la que podamos mirar? –preguntó entonces–. ¿O un diario?

Lisa le dio la espalda.

–Ya es suficiente, Joakim… Tengo que empezar a preparar la comida.

Se encaminó a la puerta de la calle, la abrió y lo miró.

Él se puso de pie en silencio, pero antes de abandonar la casa, se detuvo frente a unas fotografías que colgaban de la pared y estudió de cerca una de ellas: una fotografía de Michael Hesslin a bordo de su fueraborda blanco. Estaba de pie tras la reluciente barandilla de proa y saludaba a la cámara. No se veía ningún bichero.

–Bonito barco –dijo en voz baja.

Salió, y ella cerró enseguida la puerta. Joakim oyó cómo corría el cerrojo.

Resopló y salió a la calle, pero se detuvo al oír un débil sonido. Era el zumbido de un coche.

Al girar en la calle, Joakim vio que se trataba del coche de Michael.

Este condujo hasta la entrada del garaje, apagó el motor y se apeó con cuatro largos cohetes bajo el brazo. Sus dos hijos saltaron de los asientos traseros y echaron a correr hacia la casa, cada uno con una bolsa de petardos.

–Joakim, ¿has venido? –inquirió Michael y se encaminó hacia él–. ¡Feliz Año Nuevo!

Alargó la mano, pero Joakim no la estrechó. Solo preguntó:

–¿Qué soñaste aquella noche en Åludden, Michael? Cuando te despertaste gritando… ¿Viste un fantasma?

–¿Disculpa?

–Tú mataste a mi mujer –le espetó.

El otro siguió sonriendo, como si realmente no lo hubiera oído.

–Y el año pasado acompañaste a Ethel hasta el agua –continuó Joakim–. Le diste una dosis de heroína…, luego la empujaste al agua.

Michael dejó de sonreír y bajó la mano tendida.

–Ella perturbaba la imagen idílica –continuó Joakim–. Los drogadictos pueden dar mala fama a un barrio…, pero ser sospechoso de asesinato seguramente es mucho peor.

Michael apenas negó con la cabeza, como si su antiguo vecino estuviera desquiciado.

–¿Así que intentarás que me acusen de asesinato?

–Haré lo posible –respondió.

Michael miró su casa y volvió a sonreír de nuevo.

–Olvídalo.

Pasó a su lado como si no existiera.

–Hay pruebas –dijo Joakim.

Michael siguió andando hacia la verja.

–¿Dónde guardas tus tarjetas de visita? –preguntó.

Michael se detuvo. No se dio la vuelta, pero se quedó quieto, escuchando. Joakim se acercó y alzó la voz:

–Los robos son uno de los problemas que generan los drogadictos. Andan siempre buscando algo que robar. Así que, cuando te llevaste a mi hermana al agua el año pasado, ella aprovechó para robarte… una cosa de valor que tenías en el bolsillo.

Joakim sacó una fotografía polaroid. Era de un objeto pequeño dentro de una bolsa transparente de plástico. Un estuche plano, dorado, con el texto «
SERVICIOS FINANCIEROS HESSLIN
» grabado en la parte superior.

–Tu estuche estaba oculto dentro de la chaqueta de Ethel –continuó–. ¿Es de oro? Seguro que eso fue lo que mi hermana pensó.

Michael no respondió. Apenas lanzó una última mirada a Joakim y la fotografía antes de traspasar la verja.

–La tiene la policía –le informó Joakim–. Pronto se pondrán en contacto contigo.

Se sintió un poco como Ethel cuando chillaba en la calle y nadie le hacía caso, pero ya no tenía importancia.

Miró a Michael recorrer el sendero de piedra.

Sus pasos apresurados lo delataban. Joakim pudo imaginar cómo sería para él el Año Nuevo, un constante mirar por la ventana. El temor a que de repente un coche de policía se detuviera en la calle. Y dos agentes se apearían, traspasarían la verja y llamarían a la gran puerta de la casa.

Los vecinos curiosos de las otras viviendas apartarían las cortinas. ¿Qué sucedía?

–¡Feliz Año Nuevo! –gritó Joakim mientras Michael abría la puerta de la casa y desaparecía en su interior.

Luego se cerró de un portazo.

Joakim se quedó solo en la calle. Resopló y bajó la vista.

Después emprendió el camino de regreso al metro, pero se detuvo por última vez ante la verja de Äppelvillan.

El viento había volcado el ramo de rosas que había dejado en la verja, junto al cajetín eléctrico: lo enderezó de nuevo.

Se quedó un minuto pensado en su hermana.

Podría haber hecho más por ella, le había dicho a Gerlof.

Joakim suspiró y le echó un vistazo a la calle por última vez.

–¿Vienes? –preguntó.

Esperó unos segundos y luego comenzó a caminar para reunirse con su pequeña familia, para celebrar el Año Nuevo.

Al este, a lo lejos, se veían los primeros fuegos artificiales sobre Estocolmo. Los cohetes trazaban delgadas líneas blancas en el cielo antes de explotar y apagarse como faros embrujados.

COMENTARIOS SOBRE
EL LIBRO DE LA NEVASCA

Katrine Westin

Ya he leído tu libro. Y como hay unas hojas en blanco al final, voy a escribir algo antes de devolvértelo.

Cuentas muchas cosas en él. Aseguras que mi padre fue un joven soldado, Markus Landkvist, que falleció cuando naufragó el ferry durante una nevasca, el invierno de 1962: pero tal desastre nunca ocurrió. Por lo menos, ninguno de los habitantes de la isla a los que he preguntado lo recuerda.

Estoy acostumbrada, claro. He tenido que escuchar otras cosas sobre mi padre: que era un compañero de la escuela de arte, que era el hijo de un diplomático americano, que era un aventurero noruego que acabó en la cárcel por robar un banco antes de que yo naciera. Siempre te gustaron las historias rocambolescas.

¿Envenenaste realmente a un viejo pescador cuando vivíais allí? ¿Le pegaste a tu madre medio ciega y la abandonaste a su destino una tormentosa noche de invierno?

Es posible; aunque siempre te ha gustado maquillar las cosas y fabular. Siempre le has tenido alergia a lo cotidiano, a los deberes y obligaciones. Crecer con una madre así no es fácil; cuando hablaba contigo, siempre tenía que dilucidar qué había ocurrido realmente.

Me prometí una cosa a mí misma: que mis hijos tendrían una infancia mucho más tranquila y segura que la que tuve yo.

La hermana de Joakim me odiaba por cuidar de su hija, aunque ella no podía hacerlo. Mamá, tú, con tus románticas ideas sobre las drogas, deberías ver lo que estas les hacen realmente a las personas.

El odio de Ethel solo fue en aumento. Pero podría haberse pasado diez años gritando y chillando ante nuestra casa y yo nunca le habría permitido recuperar la custodia de Livia.

La gente del barrio estaba harta de ella y de los problemas que causaba.

Tenía el presentimiento de que algo sucedería: se palpaba en el ambiente. Pero la noche en que vi a un vecino acercarse a Ethel en la verja, no hice nada. Y no sentí ninguna pena cuando la encontraron muerta en el agua. Sin embargo, sé que para Joakim es diferente. Echa de menos a su hermana. Si alguien le hizo daño, querrá saber quién fue.

Todavía no tengo todas las respuestas, pero el hombre que acompañó a Ethel al agua ha prometido venir hoy a la isla a dármerlas. Bajaré al cabo a verle.

Mientras tanto, tu libro se quedará aquí, en el banco junto a la chaqueta de Ethel.

Igual que a ti, me gusta sentarme aquí en la penumbra de la capilla, mamá. Aquí se está en paz.

Hasta el momento, he mantenido esta habitación secreta, solo para mí. Pero se la enseñaré a Joakim, ahora que se ha mudado. Hay sitio de sobra para los dos.

Es una habitación extraña, repleta de recuerdos de las personas que vivieron antes en la casa. Ahora ya no están. Nos dejaron la responsabilidad de Åludden a nosotros y desaparecieron: lo único que queda son nombres, fechas y breves versos escritos en postales.

Eso es lo que todos seremos un día.

Recuerdos y fantasmas.

AGRADECIMIENTOS

En Öland hay muchos lugares con bonitos faros a lo largo de la costa, y también sitios de culto, donde se sacrificaba a personas y animales. Pero Åludden y sus alrededores son imaginarios, lo mismo que las personas de esta novela.

Un libro sobre Öland que me ha sido de especial ayuda durante mi escritura es
Nevasca. El libro del mal tiempo ölandés
, de Kurt Lundgren.

Gracias a Anita Tingskull, que me enseñó su bonita casa en Persnäs, y a Håkan Andersson, que me mostró el precioso palacio real en Borgholm. Gracias asimismo a Cherstin Juhlin y a Kristina Österberg, hija de farero. Gracias también a tres «estocolmenses»: Mark Earthy (que encontró el viejo muelle de mi abuelo Eller), Anette C. Andersson y Anders Wennersten.

Gracias a la familia ölandesa Gerlofsson, sobre todo a mi madre Margot y a sus primos Gunilla, Hans, Olle, Bertil, Lasse y sus respectivas familias.

De las personas que han trabajado profesionalmente con
La tormenta de nieve
quiero dar especialmente las gracias a Lotta Aquilonius, Susanne Widén, Jenny Thor y Christian Manfred.

Un abrazo para Helena y Klara, mi padre Morgan y mi hermana Elisabeth y su familia.

J
OHAN
T
HEORIN

JOHAN THEORIN, periodista y escritor, nacido en 1963 en Gotemburgo , Suecia. A lo largo de su vida, Johan Theorin ha visitado asiduamente la isla de Öland, en el Mar Báltico, en la que se ambientan sus libros. La familia de su madre —marineros, pescadores y agricultores— ha vivido allí durante siglos, cultivando la rica tradición folclórica de la isla y sus misteriosas leyendas.

BOOK: La tormenta de nieve
7.16Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Ghosts of Tom Joad by Peter Van Buren
Lucas by Kevin Brooks
Betrayal (Southern Belles) by Heartley, Amanda
Price of Passion by Susan Napier
Trading in Futures by Sharon Lee and Steve Miller, Steve Miller
Miami Jackson Gets It Straight by Patricia McKissack
Damsel Knight by Sam Austin
Angel by Katie Price