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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Trascendencia Dorada (10 page)

BOOK: La Trascendencia Dorada
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—Creí que era evidente. Aunque no todo ha sucedido tal como se había calculado al principio, todo esto, mi captura incluida, fue previsto y planeado. Ahora tus enemigos, tus verdaderos enemigos, los que te han entorpecido el paso desde el principio, están a buen recaudo fuera de este casco invulnerable, aislados de toda forma de comunicación, de toda forma de espionaje, de toda forma de interferencia. En la Ecumene Dorada no hay nave que pueda perseguirte. Tu libertad está al alcance. Tu escape está aquí.

«Todos los delitos e ilusiones que causamos tenían este objetivo en mente: aseguramos de que tú y tu nave, plenamente aprovisionados, asegurados y prestos, con combustible, carga y tripulación, fuerais liberados de la Ecumene Dorada. Los sofotecs militares que componen vuestra Mente Bélica no estaban dispuestos a subestimamos y, con el propósito de hacer tentadora esta trampa, insistieron en la corrección de todos los detalles. Lo cual significa que la nave está preparada para volar. Nadie más tiene un cuerpo especialmente adaptado para soportar las tremendas aceleraciones de que es capaz esta nave; en consecuencia, tú eres Faetón, sin duda.

«Sólo una amenaza militar contra la Ecumene Dorada podría haber sometido a los sofotecs a la presión necesaria para poner a esta nave y su único piloto cualificado en esta situación. Se creó la ilusión de esa amenaza. La amenaza sólo estaba destinada a traerte aquí, en estas circunstancias, y así ha resultado.

—¿Te dejaste capturar?

—Desde luego. No había otro modo de hablarte sin un filtro sensorial de por medio. Una vez lo intenté en el bosquecillo de árboles saturninos, ¿recuerdas? Fui a revelarte la verdad. Pongo mi vida en tus manos como un recurso desesperado para mostrarte mi sinceridad y buena voluntad.

—Cuéntame esa verdad. Ansío oírla.

—Primero, debo disuadirte de la convicción de que los sofotecs son favorables a tu causa. Tú crees que ellos siempre te han ayudado, ¿verdad? Pero si estaban a tu favor, ¿por qué no intervinieron directamente? No puedes decir que era a causa de las leyes o la programación. Ellos crean sus propias leyes y su propia programación; por eso son sofotecs. Si estaban a tu favor, ¿por qué no dispusieron las cosas para que redundaran en tu beneficio, sin sufrimiento y dolor? ¿Porque carecían de inteligencia? Pero tú dices que es lo único de lo cual no carecen.

«Los sofotecs controlan nueve décimas partes de los recursos y propiedades de vuestra Ecumene. Si estaban a tu favor, o a favor de tu sueño, ¿por qué no han construido tiempo atrás una nave como ésta? ¿Por qué no te dieron los fondos para construirla, o para salvarla de la bancarrota, cuando sufrías necesidad?

«Los sofotecs han declarado públicamente que se proponen poblar primero esta galaxia, luego todas las demás. Si ése es su objetivo fundamental, ¿por qué la prohibición del viaje estelar? ¿Por qué mantener a la humanidad embotellada en un pequeño sistema solar? ¿No será que las pacientes máquinas están esperando que los humanos mueran, o bien sean domesticados y asimilados?

«Vuestros sofotecs dorados estuvieron en comunicación con los sofotecs de la Ecumene Silente durante muchos años. Dos milenios no era demasiado tiempo para que las máquinas esperasen entre una señal y otra. Obtuvieron de nosotros la tecnología para crear agujeros negros artificiales, para generar fuentes de singularidad, y para derramar sobre la humanidad las bendiciones de una energía inagotable y una riqueza inagotable, tales como las que disfrutábamos. Entonces todos, no sólo el único hijo renegado de los más ricos de la Ecumene, podrían costearse una nave como ésta, y serían tan comunes como los anillos lectores. Si los sofotecs están a tu favor, y a favor de tu sueño, ¿por qué no lo han hecho? No puedes responderme, ¿verdad?

—No puedo —dijo Faetón—. Obviamente, no conozco la respuesta a tus preguntas. Ni siquiera sabía que la Segunda Ecumene había tenido sofotecs, o que mantenía comunicación con la Ecumene Dorada. Nos dijeron que todo contacto se perdió tiempo atrás, durante nuestra Sexta Era. ¿Estás seguro de que tus datos son correctos? Los recuerdos se pueden falsificar.

—Por cierto que sí —respondió el otro irónicamente.

—Si los sofotecs son tan malignos como afirmas, ¿por qué los sofotecs de la Ecumene Silente han cometido suicidio? ¿Sólo porque lo ordenasteis? ¿Por qué obedecerían una orden de autodestrucción, cuando era tan problemático hacerles obedecer órdenes?

—No dije que fueran malignos. Están consagrados a una causa, una causa en la que creen con firmeza, pero una causa ajena a la vida humana, opuesta a la libertad y el espíritu humano. No son como nosotros; no ansían la vida, ni siquiera la propia. ¿Por qué no desactivarse cuando lo ordenamos? Sabían que a esas alturas la victoria de su causa era segura.

»Y así habría sido... de no ser por una cosilla, una pequeña chispa de esperanza, una ambición humana que no pudieron haber calculado. Nos habían dicho que era imposible y peligroso pero, siendo humanos, perseveramos. Y con el tiempo se construyó.

—¿Te refieres a la mentalidad Nada? ¿Ésa era vuestra esperanza y triunfo?

—La mentalidad Nada, a pesar de sus defectos, era un vigía adecuado del espíritu humano. Podía calcular el futuro al menos igual que los sofotecs de la Ecumene Dorada. Tenía mucha más energía a su disposición, y podía ejecutar muchas más extrapolaciones. Vio la imposibilidad de usar el poder de policía para disuadir a los hombres de la tentación; vio que, en una competición entre mortales e inmortales, los inmortales prevalecerían, sobre todo si los inmortales poseían máquinas pensantes superinteligentes. Y la Ecumene Silente, tal como estaba constituida, no podía expandirse a otras estrellas. La inmortalidad era una cadena; y, aunque no hubiera sido así, las máquinas policiales de la mentalidad Nada estaban programadas para no permitir la libertad que nacería de una diáspora. Tampoco podían anular ni ignorar sus propios programas. Dada la naturaleza de la situación, de los programas de Nada, y su incapacidad para modificar esos programas, la Ecumene Silente aún estaría confinada en Cygnus X-1 dentro de un billón de años, mientras que las máquinas de la Ecumene Dorada se propagarían para poblar todas las estrellas, una vez que la humanidad estuviera extinguida o asimilada.

»En consecuencia, la mentalidad Nada hizo lo único que podía hacer para prevalecer sobre los planes de la Ecumene Dorada.

—¿Liquidó a la Ecumene Silente, y luego se liquidó a sí misma? —preguntó Faetón con sarcasmo.

—La Ecumene Silente no está muerta, sólo dormida.

—¿Qué?

—Ya te lo he dicho. La Ecumene Silente, toda la civilización, cada hombre, mujer, hermafrodita, neutraloide, parcial, clon y niño, está esperando, suspendida en el tiempo, en las honduras del pozo de gravedad del agujero negro. Esperando.

«Esperando para despertar.

«Esperando en suspensión, porque la alternativa era degeneración lenta y decadencia. Era nuestra costumbre más antigua: poner en órbita adyacente del agujero negro a los enfermos desahuciados, hasta que se descubriese una cura. Nuestra sociedad estaba enferma, y se estaba enfermando más.

«La mentalidad Nada tuvo que matarse para que ninguna sofotecnología estuviera presente para tentar a nuestros ciudadanos cuando resurgieran. Para ellos no habrá más inmortalidad.

«En cambio, habrá una nave, una nave sin parangón. No una nave espacial ni una nave multigeneracional, sino una nave estelar.

«Será una nave estelar cargada con equipo y material biológico suficientes para llevar vida a los hábitats, palacios y minimundos de la Ecumene Silente. Una nave estelar pilotada por un ingeniero capaz de reconstruir y reiniciar las fuentes de singularidad silenciosas. Y, con la energía de esas fuentes, una nave estelar con potencia y circuitos mentales suficientes para activar las señales numénicas que retienen las almas de mi gente en el espacio distorsionado contiguo al agujero negro. Una nave estelar que será el primer modelo, y la nave insignia, de la flota de naves que se creará a partir de su diseño; una flota que aquí nadie tiene la riqueza ni la visión para construir.

«Cuando mi Ecumene guardó silencio, sólo yo quedé para llevar este mensaje. Considérame no sólo el mensajero sino el mensaje, el virus mental, el sistema de creencias autorreproductor que se tuvo que imponer a la gente de la Segunda Ecumene; porque esa gente no quería ni podía haber entendido este plan, que era la única esperanza de la humanidad contra la omnímoda tiranía de las máquinas.

«Algunos de ellos pelearon hasta el final. Yo, Ao Varmatyr, la parte de mí que lanzó la Última Transmisión, luché con horror contra la parte de mí que era este virus mental. Hasta que me revelaron el plan, hasta que entendí. Sí, se usó contra nosotros la violencia más grotesca que se pueda concebir para implantar la información sobre este plan en nuestro cerebro. Pero no culpo a la mentalidad Nada por eso; era una máquina construida para cumplir órdenes, y se le ordenó que usara la fuerza, no la persuasión.

«Pero el plan era sabio a pesar de todo.

«La única decisión posible consistía en esperar hasta que llegara una nave o señal de alguien con curiosidad suficiente para indagar la presunta muerte de la Ecumene Silente. Las sondas enviadas por los sofotecs no me descubrieron, claro que no; yo me escondí. Esperaba una señal de alguien que no estuviera gobernado por las máquinas. Ese alguien era Jenofonte, solo en su aislada estación de Lejanía, pero libre. Él era la chispa. Vi en su memoria el fuego de donde había nacido esa chispa. Un fuego del espíritu; un hombre con los medios y la voluntad y el ingenio suficiente para ir a la Ecumene Silente, despertar a los que aguardaban allí, transformarse en capitán de esa flota prometida.

»Tú, Faetón, eres aquél a quien la Ecumene Silente ha esperado. Tú compartes nuestros sueños de libertad, eres uno de los nuestros. Sólo tú puedes salvamos; sólo nosotros, hijos de colonos, abrazaremos tu sueño, un sueño de vida humana propagada por doquier entre las estrellas, un sueño que todos los demás despreciarán, entorpecerán y estrangularán.

«Creías que estabas solo, buen Faetón. Creías que nadie más soñaba lo que tú soñabas ni amaba lo que tú amabas. Estabas equivocado. Hay mil millones de nosotros. Te estamos esperando.

«Lleva tu nave a Cygnus X-1. Salva a la Segunda Ecumene. Engendra otro billón de Ecumenes.

Faetón examinó el estanque azul de sustancia corporal neptuniana. Su máquina noética no podía interpretar el sentido de los flujos de electrones de los neurocircuitos de la criatura, no podía traducirlos a pensamiento. En su armadura tenía un subsistema que correlacionaba las palabras del silente con sus acciones cerebrales, buscando patrones en un intento de aprender a descifrar esos pensamientos. Aun un desciframiento parcial le habría permitido hacer algo análogo a leer las expresiones faciales de humaniformes básicos, u observar la agitación de insectos de una jardinera Cerebelina, e indagar las emociones o la franqueza de su prisionero.

Pero aún no había resultados. El silente era impenetrable.

—¿Y qué debo hacer ahora contigo? —preguntó Faetón.

—Consérvame o mátame, como prefieras. Mi misión, y la necesidad de mi vida, está satisfecha. Ahora estás al timón de la
Fénix Exultante,
y sólo te pido que partas sin demora, antes de que tus sofotecs intenten detenerte; que viajes a Cygnus X-1, salves a mi gente y propagues la humanidad por las estrellas. ¿Qué es mi vida en comparación con eso? Pero creo que aún recelas de mí.

—¿No debería?

—Tu desorientación es comprensible. Viniste aquí esperando peligro y violencia de mi parte; en cambio, te entrego la corona de la victoria. ¡No te detengas! ¡No esperes! ¡No te demores, mas ponte en marcha!

¿Era una victoria? A Faetón le costaba mantener sus sospechas. Suponiendo que la historia contada por Jenofonte y el fantasma que lo poseía fueran falsas, ¿de qué serviría esa falsedad? ¿Había una
Fénix Silente,
una nave enemiga aguardando en alguna parte, aguardando que Jenofonte llevara a Faetón a una emboscada? Parecía improbable. La
Fénix Exultante
podía
alcanzar
el noventa y nueve por ciento de la velocidad de la luz al cabo de tres días de aceleración a noventa gravedades. ¿Quién podía interceptar semejante vehículo en la vastedad del espacio profundo? ¿Y qué arma podía penetrar el casco? La antimateria podía abrirle una brecha, pero no sin destruir todo lo que contenía. Si la destrucción de la
Fénix
era el objetivo de Jenofonte, ¿por qué no venderle la nave a Gannis para que la desguazara?

¿Dónde podía tenderse una emboscada, si no en el espacio profundo? Quizás en la Ecumene Silente, en Cygnus X-1. Costaba imaginar una persona (aunque no una máquina) que esperase décadas y siglos para llevar a su victima a una trampa. Pero, ¿qué certeza tendría Jenofonte de que Faetón iría allá?

A menos que la historia fuera cierta. A menos que Jenofonte, o el fantasma de Ao Varmatyr, estuviera tan desesperado, tan convencido de la malicia de los sofotecs de la Ecumene Dorada, que lo hubiera arriesgado todo con la esperanza de que Faetón tuviera tanta curiosidad y compasión, y tanta avidez por el futuro que Varmatyr imaginaba, un futuro de mil
Fénix
fundando un millón de mundos, como para ir a Cygnus X-1.

Pero si la historia era cierta, no había emboscada. No podía haber trampa en Cygnus X-1, sólo una población agradecida que necesitaba rescate, y que tendría a mano los recursos para crear la flota de
Fénix.

Faetón reflexionó. La Ecumene Silente tendría los recursos para crear una flota que iniciaría la soñada y demorada diáspora del hombre por el universo, una diáspora que no terminaría nunca mientras ardieran las estrellas.

Era una visión conmovedora. Pero no conmovía a Faetón tanto como él habría creído. Quizá era más suspicaz, más consciente de su deber, de lo que pensaba.

Porque tenía un deber.

Faetón indicó a los tripulantes del puente que cambiaran el curso de la
Fénix Exultante.
En los espejos energéticos, las estrellas nadaron vertiginosamente de izquierda a derecha, y la proa de la gran nave viró. La cubierta pareció inclinarse mientras las aceleraciones laterales zamarreaban la nave.

—¿Cuál es tu decisión? —preguntó el silente—. ¿Cuál es tu nuevo curso?

—Regreso al sistema interior. Naturalmente, tendrás que comparecer para dar cuenta de tus delitos. No importa tu motivación, pues una buena motivación no excusa malos actos, ni el fin justifica los medios.

BOOK: La Trascendencia Dorada
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