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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Trascendencia Dorada (3 page)

BOOK: La Trascendencia Dorada
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Faetón miró por las células visuales internas y encontró una imagen de sí mismo, en el puente, cubierto con su armadura, en la silla del capitán. A su izquierda había una tabla de símbolos con un cofre de memoria. Bajo la tabla de símbolos había una caja cuadrada y dorada que contenía el lector noético portátil. A su derecha había una tabla de estado que mostraba múltiples capas de la nave consagradas a múltiples tareas. Bajo la tabla de estado había una larga y esbelta vaina de espada. Una borla roja colgaba de la empuñadura, recta como una estalactita en la supergravedad.

Vio que los maniquíes de su tripulación (sus cuerpos estaban diseñados para resistir este peso) estaban de pie frente los espejos energéticos de los balcones concéntricos.

Los maniquíes eran puramente simbólicos. Los circuitos de la armadura de Faetón habrían podido aumentarle la inteligencia para que él abordara todas las tareas expuestas en la tabla de estado, en todo detalle y simultáneamente. Este proceso se llamaba navimorfosis, o realce naval, y Faetón estaría en la nave tal como estaba en su propio cuerpo. Se transformaría en la nave, sintiendo la tensión de cada componente de la estructura como un tirón en los huesos, los flujos energéticos como pulsaciones nerviosas, el latido de los motores, el esfuerzo muscular de las máquinas, dolores y retortijones si una rutina entre millones salía mal, placer si esos procesos funcionaban sin tropiezos.

Pero por ahora era mejor permanecer en una consciencia de nivel humano, al menos hasta que conociera la situación.

¿Cuánto tiempo había estado dormido?

Su último recuerdo claro era de la Estación Equilateral de Mercurio. Había estado con Dafne, la deliciosa muchacha que había ido a visitarlo; luego, en el puente, había deliberado sobre un plan, una estrategia.

Una célula visual del hombro le mostró el cofre de memoria que tenía al lado. En supergravedad no podía moverse ni abrir la tapa. Pero en la tapa había una inscripción que podía leer.

«La pérdida de memoria es temporal, debida a un traumatismo cerebral provocado por la aceleración. Recobrarás los recuerdos faltantes a medida que los necesites. Dentro encontrarás aptitudes para controlar unidades remotas. Defiende la Ecumene. No confíes en nadie. Encuentra a Nada.»

No parecía su estilo. Suponía que él sería más florido, más anticuado. Debía de haberlo escrito Atkins.

Un individuo sombrío, ese Atkins. Qué vida tan desagradable debía de tener. Por un momento. Faetón se alegró de no ser como él.

La armadura de Faetón envió un mensaje de su cerebro a los maniquíes del puente:

—¿Qué pasa? ¿Qué acaba de suceder?

—Situación nominal. Todos los sistemas funcionando —dijo Armstrong en inglés.

—Sesenta veces nuestro peso nos oprime —dijo Hanón en fenicio—. Caemos y detenemos nuestra caída. Bella y recta se extiende ante nosotros nuestra cola de fuego, y nuestra proa apunta al Sol menguante.

La nave volaba de popa, desacelerando.

Se encendieron cien células visuales internas que mostraban vistas de la nave, imágenes del núcleo del motor, los campos del casco, las distribuciones combustible-peso, las líneas de alimentación y remolinos de convección, y las reacciones subatómicas que fluctuaban en la intolerable luz del impulsor. Recibió visiones microscópicas de la estructura cristalina de los puntales, junto con lecturas de los campos que magnificaban artificialmente las fuerzas nucleares débiles que mantenían unidas esas enormes macromoléculas.

La información indicaba que la potente nave se comportaba según lo previsto.

—Mirad —dijo Ulises en hexámetros griegos homéricos—, en la vinosa noche relumbra la visión de un solitario destino; en menos tiempo del que requeriría un labriego inclinado sobre un arado, un hombre fuerte, no fatigado por sus trabajos, para abrir un surco de quinientos pasos en la tierra feraz, en menos tiempo que éste tocaremos el muelle hospitalario.

—A fe mía —dijo sir Francis Drake en inglés—, ninguna señal de quebranto se interpone entre aquí y acullá, pues no hay bajel ni arrecife ni señal aciaga en derredor. Libre y despejado se extiende el puerto ante nos.

¿Muelle? ¿Puerto? ¿Adonde se dirigían? (¿Y qué pasaba con su memoria?)

—Mostrádmelo —dijo Faetón.

Varios espejos energéticos salieron de las paredes y se encendieron.

Examinó la escena por los espejos de largo alcance.

Reconocía ese lugar.

Allí estaban los cilindros, círculos, espirales y formas irregulares de los hábitats y otras estructuras, los asteroides mineros y los turbadores monumentos demetrinos del enjambre urbano troyano detrás de Júpiter. Entre los enormes cuerpos del enjambre había cientos de remotos y naves espaciales.

Las estructuras más grandes tenían el nombre de los asteroides troyanos donde se habían tallado, nombres heroicos: Patroclo, Priamo, Eneas (éste era el nódulo a partir del cual se habían fundado otras colonias de la zona). No lejos de Deifobos estaba Laocoonte, con sus famosos cinturones entrecruzados de aceleradores magnéticos, que envolvían su eje como enormes serpientes. Paris, la capital del grupo, brillaba con sus luces.

Las estructuras de tamaño mediano, todos cilindros de igual tamaño y forma, tenían número en vez de nombre, pues albergaban a Invariantes. Aun algunos de ellos eran famosos, sin embargo: Habitat 7201, donde Kes Nasrick había descubierto la primera matriz de realce; Habitat 003, donde la próxima versión de la raza Invariante, los Quintos Hombres, diseñados con mejor control interno del sistema nervioso, se estaba formando para reemplazar a la generación actual.

Las estructuras más pequeñas eran como burbujas de gasa, látigos frágiles o molinetes giratorios. La mayoría estaban habitadas (si se podía usar esa palabra) por los delicados cuerpos energéticos preferidos por las entidades del nuevo planeta Deméter, neuroformas desconocidas en otras partes de la Ecumene Dorada: Urdimbres Mentales y Esculturas Mentales. Estos hábitats tenían los nombres excéntricos que les otorgaba el humor o capricho demetrino: Mariposa Tesonera, Constructo Sordo Salutífero, Conjunción Sociable, Omnilumenous Pharos.

¿Cuánto tiempo había dormido Faetón? No podía ser demasiado. El enjambre urbano troyano se parecía mucho a lo que él recordaba: adornos festivos relucían en los monumentos más grandes, y balizas para regatas de heliovela. Las celebraciones aún continuaban. La Gran Trascendencia aún no se había producido.

Había dormido menos de una semana, quizá sólo unas horas. ¿Dormido? Quizá hubiera pasado el período faltante, horas o días, con Atkins, diseñando una estrategia que había olvidado.

Faetón examinó el cofre de memoria con la cámara del hombro. Decía que la pérdida de memoria era parcial, natural.

No. No se lo creía.

La desaceleración bajó de cincuenta a cuarenta gravedades. La gran nave tembló. Faetón casi oía los quejidos de articulaciones, conexiones y puntales sometidos a una tensión impensable.

En el puente, Precoz Singular Exarmónico informó de que el flujo de combustible de antimateria al núcleo del motor se efectuaba sin inconvenientes, a pesar de estar cambiando de peso y volumen.

El almirante Byrd informó de que todo andaba bien con los campos que, durante la superaceleración (con el objeto de minimizar movimientos subatómicos aleatorios en el casco y en las vigas principales), llevaban ciertos sectores de la nave a una temperatura de cero absoluto. Esos sectores se estaban «descongelando» y el proceso era paulatino. Las expansiones eran controladas y simétricas.

Otra convulsión sacudió la gran nave como un garrotazo, mientras bajaba de cuarenta a treinta gravedades, y luego veinte. El campo de retardo que sujetaba a Faetón a la silla del capitán se evaporó en una nube de chispas lentas.

Faetón gritó de dolor cuando su corazón comenzó a latir. Su capa de nanomateria estimuló sus nervios, puso otros fluidos en movimiento. Estaba tan sorprendido que ni siquiera notó que sus pulmones volvían a funcionar.

Cinco gravedades. Parpadeó y miró alrededor. Cuando se usaba la visión normal en vez de las cámaras remotas, el puente era aún más espléndido, la cubierta aún más dorada, los espejos energéticos titilaban con más brillo.

Cero. Estaba en caída libre.

¿Ahora qué? ¿Y qué demonios sucedía?

No le gustaba estar en caída libre. Estaba a punto de enfrentarse a un peligro para el cual no estaba preparado. Sintió un picor en las manos y ansió tener un arma.

Un leve temblor recorrió el puente. El potente carrusel, que hacía girar todo el segmento de viviendas de la nave, comenzaba a rotar, y el puente y otros sectores que ocupaban el anillo interior orientaban las cubiertas para dejarlas perpendiculares al eje de la nave, y no paralelas y hacia popa, como un momento antes.

La gravedad centrífuga regresó, aproximadamente medio g. Este carrusel (que abarcaba cientos de metros de cubiertas y soporte vital) tenía suficiente diámetro para que el efecto Coriolis pasara inadvertido para los sentidos normales.

—El capitán de puerto nos da la bienvenida —dijo Hanón en fenicio.

¿El capitán de puerto estaría exilado? No, debía de ser un neptuniano, una de esas frías criaturas del sistema externo a quienes no les importaban las convenciones de los Exhortadores ni las leyes del sistema interior.

—¿De veras? —dijo sir Francis Drake—. Pues a fe que nuestro bajel es mayor que su muelle en todas las medidas. Nosotros deberíamos darle la bienvenida a él, y pedir que todo el muelle se coloque a nuestro flanco y se sujete a nos.

—Muéstramelo —dijo Faetón.

El espejo energético central despertó.

Reluciente como una corona, el círculo de la embajada neptuniana giraba con una velocidad angular tan grande que la rotación se apreciaba a simple vista. Cerca del centro de la rueda había un segundo círculo, que también giraba, pero con mucho menos efecto. En la rueda externa, bajo la tremenda gravedad que se producía en la membrana que hacía las veces de «superficie» neptuniana, vivían los duquefrios que habitaban el lugar, así como esa construcción neurotecnológica llamada Duma.

El anillo interior, en microgravedad, albergaba a eremitas y niños escarchados, ex criados, hijos y bíoconstructos de los neptunianos, pero ahora socios iguales en sus empresas, entremezclados en muchos sentidos e indistinguibles excepto por su forma corporal. Éstos también formaban parte de la extraña mente colectiva de la Duma, y representaban los intereses de las lunas, las colonias exteriores y los habitantes del halo cometario.

—Estamos atracando, mi señor —dijo Hanón.

La
Fénix Exultante
no se acoplaría con ninguna dársena, desde luego. Para una nave tan inmensa, atracar significaba que permanecería en reposo en relación con la estación neptuniana, rodeada por las señales y advertencias que Control de Tráfico requería para dar aviso a las demás naves.

—Aproxímanse otros navíos —exclamó Ulises, señalando un espejo—. ¿Serán hospitalarios o no?

—Contacto de radio con vehículos neptunianos —informó Armstrong—. Están iniciando tareas de acoplamiento.

Otros espejos mostraban la visión de babor y estribor. Racimos de ruido de radar delataban la presencia de naves. El análisis Doppler mostraba que estaban maniobrando para aproximarse a la
Fénix Exultante.

Y la mera cantidad de naves neptunianas era asombrosa. Había miles, algunas de más de un kilómetro de longitud. ¿Por qué se aproximaban tantas naves, dotadas con tanta masa?

—Señor, mensajes de aquellas embarcaciones —dijo Jasón a sus espaldas—. La tripulación neptuniana está presta para abordar.

—¿Tripulación? ¿Abordar?

—Señor —insistió Jasón—, el propietario neptuniano, Neoptolemo, está presto para tomar posesión de la
Fénix Exultante.
Requiere que abras los canales que conducen a la mente de la nave, para que él pueda cargar sus contraseñas y rutinas y configurar el entorno mental para los miembros no corpóreos de la tripulación. Las naves de aprovisionamiento se aproximan al flanco, y requieren que abras tus troneras y escotillas. Los tripulantes físicos están maniobrando para atracar. ¿Cuál es tu respuesta?

Neoptolemo. La entidad combinada construida a partir de los recuerdos de su amigo Diomedes y el agente silente Jenofonte.

Enjambres de enemigos se aproximaban a la nave de Faetón. Quizá algunos, o la mayoría, fueran neptunianos inocentes. Pero la plana mayor, y Neoptolemo, sin duda eran controlados por Nada Sofotec. Eso significaba, en la práctica, que todos eran enemigos.

Un sinfín de chorros de luz, el chisporroteo de las toberas, parpadeaban cerca de los cientos de cámaras estancas de proa, cerca de las veintenas de dársenas del medio, cerca de las cuatro gigantescas escotillas de cargamento y combustible de popa. Otros espejos energéticos, sintonizados en otras frecuencias, mostraban haces de conexión, procedentes de los ordenadores y las mentes de otras naves, rebotando contra los receptores, antenas y sensores que había a sotavento del gran blindaje de proa. Los sistemas de las otras naves trataban de establecer contacto con la mente de la
Fénix.
Paquetes de información preliminar mostraban cientos y miles de archivos y parciales que estaban esperando para descargarse en la nave y sus sistemas.

Esperando. El enemigo.

—Señor, ¿cuál es tu respuesta?

Faetón extendió el brazo y abrió el cofre de memoria.

Dentro del cofre de memoria había tres tarjetas. Eran de austero color verde oliva, sin pictoglifos ni emblemas. Tenían la etiqueta «AMDNEOl: Archivos de modificación defensiva de la nave espacial. Unidad remota reglamentaria poliestructural para registro y recobro de datos.»

Faetón enarcó las cejas. La
Fénix Exultante
no era una mera «nave espacial». Era una nave estelar. ¡Y qué feos nombres y colores! ¿Ese sujeto, Atkins, no tenía el menor gusto? Quizá los militares se quemaban los sectores artísticos del cerebro y los reemplazaban por un arma o algo parecido.

Miró el Sueño Medio, y la información sobre los remotos entró en su cerebro. Había tres conjuntos o enjambres de remotos. El primero estaba apostado alrededor de las cámaras estancas; el segundo había penetrado las cajas mentales e instalado mandos de anulación en los interruptores y adaptadores de circuitos de inteligencia mecánica; el tercero era un grupo de remotos médicos ocultos bajo el piso del puente.

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