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Authors: Arthur Miller

Tags: #Teatro contemporaneo

Las brujas de Salem (7 page)

BOOK: Las brujas de Salem
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Títuba
: Haber mucha oscuridad y yo...

Parris
: Podías verlo a él, ¿por qué no podrías verla a ella?

Títuba
: Y... todo el tiempo hablaban; todo el tiempo corrían y seguían...

Parris
: ¿Quieres decir de Salem? ¿Brujas de Salem?

Títuba
: Sí, señor, yo creer así...

(Hale la toma de la mano. Ella se sorprende.)

Hale
: Títuba. No debes tener miedo de decirnos quiénes son, ¿entiendes? Nosotros te protegeremos. El Diablo nunca puede vencer a un ministro. Tú sabes eso, ¿verdad?

Títuba (besa
la mano de Hale)
: ¡Oh, sí, señor, yo saber!

Hale
: Te has confesado bruja y eso significa que deseas ponerte de parte del cielo. Y nosotros te bendeciremos, Títuba.

Títuba
(profundamente aliviada)
: Oh, ¡Dios os bendiga a vos, señor Hale!

Hale
(con creciente exaltación)
: Tú eres el instrumento de Dios puesto en nuestras manos para descubrir a los enviados del Diablo que están entre nosotros. Tú eres la escogida, Títuba, tú eres la elegida para ayudarnos a limpiar nuestro pueblo. Habla, pues, dinos todo, Títuba, vuélvele la espalda y encárate con Dios..., encárate con Dios, Títuba, y Dios te protegerá.

Títuba
(uniéndose a él)
: ¡Oh, Dios, protege a Títuba!

Hale
(dulcemente)
: ¿Quién se te apareció con el Diablo? ¿Dos? ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Cuántos?

(Títuba jadea y vuelve a hamacarse mirando fijamente hacia adelante.)

Títuba
: Haber cuatro. Haber cuatro.

Parris
(presionándola)
: ¿Quiénes? ¿Quiénes? ¡Sus nombres, sus nombres!

Títuba
(estallando de pronto)
: ¡Oh, cuántas veces él pedirme que os matara, señor Parris!

Parris
: ¡Matarme a mí!

Títuba
(hecha una furia)
: ¡El dijo, señor Parris morir! ¡Señor Parris no buena persona, señor Parris hombre malo y no buena persona y me mandó levantarme de mi cama y cortaros la garganta!
(Los demás se sobresaltan.)
Pero yo decirle: «No. Yo no odio este hombre. Yo no quiero matar este hombre.» Pero él dice: «¡Tú trabajar para mí, Títuba, yo hacerte libre! ¡Yo te doy lindo vestido, y te llevo alto por el aire, y tú volar de regreso a Barbados!» Y yo digo: «¡Tú mientes, Diablo, tú mientes!» Y entonces él viene una noche tormentosa y decir: «¡Mira! Tengo gente
blanca
que me pertenece.» Y yo mirar... y allí estaba la señora Good.

Parris
: ¡Sarah Good!

Títuba
(hamacándose y llorando)
: Sí, señor, y la señora Osborn.

Ann
: ¡Yo lo sabía! La Osborn fue mi partera tres veces. Te lo había pedido, Thomas, ¿no es cierto? Le pedí que no llamara a la Osborn porque le tenían miedo. Mis pequeños siempre se consumían en sus manos.

Hale
: Cobra valor. Debes darnos todos sus nombres. ¿Cómo puedes soportar el sufrimiento de esta criatura? Mírala, Títuba.
(Señala a Betty, en el lecho.)
Contempla su divina inocencia; su alma es tan tierna; debemos protegerla, Títuba; el Diablo anda suelto y la oprime como la bestia oprime la carne de la inocente oveja. Dios te bendecirá por tu ayuda.

(Abigail se levanta, como inspirada, y grita.)

Abigail
: ¡Quiero confesar!
(Todos se vuelven hacia ella, sobrecogidos. Ella está en éxtasis, como rodeada de una aureola.)
¡Quiero la luz de Dios, quiero el dulce amor de Jesús! Yo bailé para el Diablo; yo lo vi; yo escribí en su libro; yo vuelvo a Jesús; yo beso su mano. ¡Yo vi a Sarah Good con el Diablo! ¡Yo vi a la señora Osborn con el Diablo! ¡Yo vi a Bridget Bishop con el Diablo!

(Mientras habla, Betty se levanta de la cama, los ojos afiebrados, y se une al cántico.)

Betty
(igualmente con la mirada extraviada)
: ¡Yo vi a George Jacobs con el Diablo! ¡Yo vi a la señora Howe con el Diablo!

Parris
: ¡Habla!
(Corre a abrazar a Betty.)
¡Está hablando!

Hale
: ¡Gloria a Dios! ¡Por fin se ha roto, están libres!

Betty (gritando
histéricamente y con gran alivio)
: ¡Yo vi a Martha Bellows con el Diablo!

Abigail
: ¡Yo vi a la señora Sibber con el Diablo! (Se
va produciendo un gran júbilo.)
Putnam: ¡El alguacil, voy a llamar al alguacil!
(Parris está gritando una plegaria de gracias.)

Betty
: ¡Yo vi a Alice Barrow con el Diablo!
(Comienza a caer el telón.)

Hale
(mientras sale Putnam)
: ¡Que el alguacil traiga grillos!

Abigail
: ¡Yo vi a la señora Hawkins con el Diablo!

Betty
: ¡Yo vi a la señora Bibber con el Diablo!

Abigail
: ¡Yo vi a la señora Booth con el Diablo!
(Sobre sus gritos extasiados, cae el
TELÓN)

ACTO SEGUNDO

La habitación principal en casa de Proctor, ocho días después.

A la derecha se abre una puerta hacia el campo. A la izquierda hay una chimenea y, detrás, una escalera que conduce al piso superior. Es un típico living-room de la época, bajo, oscuro y más bien largo. Al levantarse el telón, la habitación está vacía. Desde arriba se oye a Elizabeth cantándoles dulcemente a los niños. Ahora se abre la puerta y entra John Proctor trayendo su escopeta. Echa una ojeada a la habitación mientras se encamina hacia la chimenea; se detiene un instante al oír el canto. Continúa hasta la chimenea y, al mismo tiempo que apoya la escopeta contra la pared, retira, sin descolgarla, una olla que está al fuego y la huele. Extrae el cucharón y prueba. No está muy satisfecho. Se acerca a un aparador, toma una pizca de sal y la echa en la olla. Al probar su contenido nuevamente se oyen los pasos de Elizabeth en la escalera. El vuelve la olla a su sitio, sobre el fuego, va hacia una jofaina y se lava las manos y la cara. Entra Elizabeth.

Elizabeth
: ¿Por qué tan tarde? Ya es casi de noche.

Proctor
: Estuve plantando mucho... hasta cerca del monte.

Elizabeth
: Ah. terminaste entonces.

Proctor
: Sí, el campo está sembrado. ¿Duermen los chicos?

Elizabeth
: Se están durmiendo.
(Va hacia la chimenea. Sirve un cucharón del guiso en un plato.)

Proctor
: Esperemos ahora que sea un buen verano.

Elizabeth
: Sí.

Proctor
: ¿Te sientes bien hoy?

Elizabeth
: Me siento bien.
(Trae el plato a la mesa; indicando la comida.)
¡Es conejo!

Proctor
(yendo a la mesa)
: ¡Oh, conejo! ¿En la trampa de Jonathan?

Elizabeth
: No, entró en la casa esta tarde; ¡lo encontré sentado en un rincón como si hubiese venido de visita!

Proctor
: Ah, que haya entrado es una buena señal.

Elizabeth
: Dios lo quiera. Pobre conejito; me dolió en el alma despellejarlo.
(Se sienta y lo mira comer.)

Proctor
: Está bien sazonado.

Elizabeth
(sonrojada de placer)
: Tuve gran cuidado. ¿Está tierno?

Proctor
: Sí.
(Come. Ella lo observa.)
Creo que pronto veremos los campos verdes. Debajo de los terrones está tibio como la sangre.

Elizabeth
: Eso es bueno.

Proctor
(come; luego levanta la mirada)
: Si la cosecha es buena compraré la vaquillona de George Jacob. ¿Te gustaría?

Elizabeth
: Sí, me gustaría.

Proctor
(con una sonrisa forzada)
: Quiero complacerte, Elizabeth.

Elizabeth
(sin convicción)
: Lo sé, John.

Proctor
(se levanta, va hacia ella, la besa. Ella se limita a recibirlo. Con cierta decepción, él vuelve a su sitio. Tan amablemente como puede)
: ¿Sidra?

Elizabeth
(con un dejo de reproche para sí misma por haberlo olvidado)
: ¡Claro!
(Se levanta y va a servirle un vaso. El se estira arqueando la espalda.)

Proctor
: Esta granja es todo un continente cuando hay que hacerla paso a paso, dejando caer la semilla.

Elizabeth
(viniendo con la sidra)
: Sin duda.

Proctor
(bebe un largo trago; luego, mientras deposita el vaso)
: ¡Deberías traer algunas flores a la casa!

Elizabeth
: ¡Oh, lo olvidé! Mañana lo haré.

Proctor
: Aquí adentro todavía es invierno. Ven conmigo el domingo y pasearemos juntos por la granja; jamás he visto tantas flores en el campo.
(De buen talante va y contempla el cielo a través de la puerta abierta.)
Las lilas huelen a púrpura. Se me ocurre que las lilas son el perfume del crepúsculo. ¡Massachusetts es una hermosura en primavera!

Elizabeth
: Sí, es cierto.

(Hay una pausa. Ella lo observa desde la mesa mientras él está de pie absorbiendo la noche. Es como si ella fuese a hablarle pero no pudiese. En cambio toma el plato, el vaso y el tenedor y va con ellos hacia la jofaina. Está de espaldas a él. El se vuelve hacia ella y la observa. Se comienza a notar la separación entre ellos.)

Proctor
: Creo que estás triste otra vez. ¿Es cierto?

Elizabeth
(no quiere un rozamiento, pero no puede evitarlo)
: Viniste tan tarde que pensé que hoy hubieses ido a Salem.

Proctor
: ¿Por qué? No tengo nada que hacer en Salem.

Elizabeth
: Habías hablado de ir, al principio de la semana.

Proctor
(sabe lo que ella quiere insinuar)
: Lo pensé mejor desde entonces.

Elizabeth
: Hoy está allí Mary Warren.

Proctor
: ¿Por qué la dejaste? Me oíste prohibirle que volviese a ir a Salem.

Elizabeth
: No pude detenerla.

Proctor
(conteniendo una reprobación más severa)
: Está mal, está mal, Elizabeth... Tú eres aquí la señora, no Mary Warren.

Elizabeth
: Ella espantó toda mi fuerza.

Proctor
: ¿Cómo puede ese ratón asustarte, Elizabeth? Tú...

Elizabeth
: Ya no es más ratón. Le prohibo que vaya y ella alza el mentón como la hija de un príncipe y me dice: «Tengo que ir a Salem, señora Proctor; ¡soy funcionario del tribunal!"

Proctor
: ¡Tribunal! ¿Qué tribunal?

Elizabeth
: Sí, ahora tienen todo un tribunal. Han enviado cuatro jueces de Boston, según dice, importantes magistrados de la Corte General encabezados por el Comisionado del Gobernador de la Provincia.

Proctor
(atónito)
: Vamos, está loca.

Elizabeth
: Dios lo quiera. Ahora hay catorce personas en la cárcel, dice.
(Proctor la mira, simplemente, incapaz de comprenderlo.)
Y serán juzgados y dice que el tribunal también tiene autoridad para colgarlos.

Proctor
(mofándose, aunque sin convicción)
: Bah, nunca colgarán a...

Elizabeth
: El Comisionado del Gobernador promete colgarlos si no confiesan, John. Creo que el pueblo se ha vuelto loco. Mary Warren habló de Abigail y escuchándola pensé que hablaba de una santa. Abigail lleva a las otras muchachas al tribunal y por donde ella anda la multitud se aparta como se apartó el mar ante Israel. Y la gente es traída ante ellas y si ellas gritan y chillan y caen al suelo... la gente es encerrada en la cárcel por embrujarlas.

Proctor
(con los ojos dilatados)
: Oh, pero eso es una maldad espantosa.

Elizabeth
: Creo que deberías ir a Salem, John.
(El se vuelve hacia ella.)
Creo que sí. Debes decirles que todo es un fraude.

Proctor
(pensando más allá)
: Sí, lo es, seguramente lo es.

Elizabeth
: Ve a lo de Ezekiel Cheever..., él te conoce bien. Y dile lo que ella te dijo la semana pasada en casa de su tío. Te dijo que este asunto no tenía nada que ver con brujerías, ¿no es así?

Proctor
(pensativo)
: Sí, lo dijo, lo dijo.
(Pausa.)

Elizabeth
(suavemente, temiendo irritarle al aguijonearle)
: Dios te cuide de ocultarle eso al tribunal, John. Creo que hay que decirles.

Proctor
(calmosamente, luchando con su pensamiento)
: Sí, hay que decirles, hay que decirles. Es asombroso que le crean...

Elizabeth
: Yo iría a Salem ahora, John... Ve esta misma noche.

Proctor
: Lo pensaré.

Elizabeth
(con más valor, ahora)
: No puedes ocultarlo, John.

Proctor
(enojándose)
: Ya sé que no puedo ocultarlo. ¡Digo que voy a pensarlo!

Elizabeth
(herida; muy fríamente)
: Bien entonces, piénsalo.
(Se levanta e inicia la salida.)

Proctor
: Sólo me pregunto cómo podré probar lo que ella me dijo, Elizabeth. Si ahora esa muchacha es una santa, creo que no será fácil probar que es un fraude y que el pueblo se ha vuelto tan tonto. Ella me lo dijo en una habitación a solas..., no tengo prueba de ello.

Elizabeth
: ¿Estuviste a solas con ella?

Proctor
(obstinadamente)
: Por un momento a solas, sí.

Elizabeth
: Vamos, entonces no es como me lo contaste.

Proctor
(con enojo creciente)
: Por un momento, he dicho. Los demás entraron enseguida.

Elizabeth
(suavemente; de pronto ha perdido toda fe en él)
: Haz como quieras, entonces.
(Comienza a volverse.)

Proctor
: Mujer.
(Ella se vuelve hacia él.)
No toleraré más tus sospechas.

Elizabeth
(con cierta altanería)
: Yo no tengo...

Proctor
: ¡No las toleraré!

Elizabeth
: ¡No las provoques, entonces!

Proctor
(con violento doble sentido)
: ¿Aún dudas de mí?

Elizabeth
(con una sonrisa, para conservar su dignidad)
: John, si no fuera Abigail a quien debieras ir a dañar, ¿vacilarías ahora? Creo que no.

BOOK: Las brujas de Salem
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